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lunes, 23 de octubre de 2023

Roz Mystírio. Capítulo XV La simulación.


 En un bosque de semerucos en las afueras de Barquisimeto, tres fornidos hombres ocultos entre las sombras de los árboles, conversan en voz baja, discuten sobre las estrategias a seguir en el adverso cuadro político, su líder Joaquín Crespo había fallado en el golpe de estado para tomar el poder, al verse obligado a anticiparlo.

Me informaron que a Crespo lo trasladaron preso a su hacienda El Totumo, desde allí se le ha facilitado establecer contacto con varios generales de confianza para coordinar otro movimiento. — Explica Aquilino Juárez mientras se refresca el rostro con su sombrero.

—Lo esencial ahora es recuperar nuestra gente para alzarnos nuevamente, cada uno debe ir a lo suyo, separarnos para buscar adeptos en diferentes escenarios. —Continúa diciendo con aquella voz grave que brotaba de su ancho pecho.

—Ha sido nombrado otro Presidente a quienes los altos mandos militares están apoyando, entre ellos los Generales León Colina y Bracho en Carora, nuestros enemigos por lo cual se está dando una situación muy delicada para nosotros.

—Nos corresponde actuar con sigilo, esperar la caída de su popularidad, el desencanto del pueblo. Si procedemos en este momento sería fatal. — Finaliza aquel gigante que conservaba un llamativo tupido cabello negro.

Era el complejo año de 1890, ante el fracaso de la acción de Joaquín Crespo, sube al poder del país otro enemigo de Guzmán Blanco quien al contar con el apoyo de poderosos opositores actuaría más abiertamente en contra de lo que hicieran sus dos antecesores, se trataba de Andueza Palacio, amo del poder por los dos años siguientes. En el estado Lara se sumaría el General Ángel Montañez quien logra unir a los godos de Carora en un peligroso equipo con un solo fin, aniquilar La Propaganda y a Federico Carmona.

Luego de una breve pausa, toma la palabra el más rubio de los tres personajes:

Sé que en Carora están los traidores por lo cual he organizado clandestinamente en mi pueblo natal un grupo que son incondicionales. — Dice retirándose del lugar al observar un enjambre de abejas que zumbaban amenazantes.

—Ya tenemos fusiles suficientes para armar un ejército de 500 hombres de total confianza, mi contacto los tiene bajo buen resguardo, cuando Crespo lo ordene a través de Usted General Juárez, saldremos a tomar el gobierno regional. — Explica Federico Carmona y continúa:

—Desde Río Tocuyo saldremos cuando llegue la hora, ahora iré a trasmitirles sus indicaciones de esperar y recuperar nuestras fuerzas políticas. Les avisa con aire muy formal.

Correcto Ratifica Aquilino, espantando un extraviado insecto dorado y negro que se le acerca y volteando se dirige al tercer hombre a su lado.

—General, usted debe ser nuestro infiltrado en el ejército, nadie debe saberlo, guardaremos las apariencias, solo responderá a nuestro mando directo. —Dirigiéndose a Torres Aular para finalizar.

Estos hombres planeaban apoderarse del poder local, dentro de su estrategia estaría el lanzamiento nuevamente de la candidatura de Aquilino Juárez a la Presidencia del Estado, sin saber que simultáneamente su viejo contendor concebía hacer lo mismo.

En una cantina de Barquisimeto ocurría otra reunión entre dos conocidos personajes, no tan secreta como la realizada entre las sombras de los arbustos de intensas hojas verdes cargados de ciento de pequeñas frutas rojas de dulce pulpa amarilla, son los Generales Eusebio Díaz y Ángel Montañez, quienes se habían conocido en la ciudad, sumando sus odios y recursos para enfrentar a aquellos otros hombres. Alrededor de una mesa de madera cubierta de vasos conteniendo un licor ambarino, uno de los asistentes se inclina hacia adelante abombando su pecho como un gallo a punto de pelear tratando de dar la sensación de ser más corpulento y aguerrido de lo que realmente era y comienza a hablar:

General Díaz, me encargaré a través de mi publicación periodística “La Palanca” de desprestigiar a Federico Carmona entre sus admiradores. Usted ocúpese de anular las aspiraciones electorales de Aquilino Juárez aquí en Barquisimeto, mientras el general Bracho asegura a Carora y su gente. — Coordina el de baja estatura.    

Ese año fue muy peculiar, a pesar de inaugurarse el telégrafo en Carora, el alumbrado público en Siquisique y el ferrocarril Bolívar en Barquisimeto dándole un auge económico a la población, paralelamente ocurre una debacle política agravada por el fracaso de la intentona golpista de Joaquín Crespo, por lo que los crespistas o legalistas, serían obligados a salir del poder junto a la agrupación política local “La Propaganda” también disuelta ante el caos de la división del guzmancismo.

El General Bracho, apoyado por Graciano Riera Aguinagalde y los Generales Froilán Álvarez y León Colina, había retomado el poder político en Carora, convertidos en enemigos de Carmona quien se vería obligado a tomar una decisión que tendría un final inesperado.

Debiendo conjurar las amenazas de muerte que se ciernen sobre su cabeza en Barquisimeto, se dirige a Carora con la intención de recuperar algo de su poder pero al encontrarse con aquel adverso panorama, cavila en la necesidad de implementar una estrategia diferente, irse a Río Tocuyo sin despertar sospechas, entonces como una inesperada tormenta de verano es anunciada la llegada del Dignísimo Arzobispo de Caracas y Venezuela, Críspulo Uzcategui Oropeza, un muy apreciado descendiente caroreño, iniciándose un corre y corre de las familias más representativas para los actos de bienvenida, permaneciendo atrapado en los compromiso de aquella convulsa Carora sin embargo repentinamente se le presenta una inesperada oportunidad.

El pueblo abruptamente había perdido la paz, las damas competían ferozmente en muestras de afecto a través de la comida típica local. La casa cural con sus pasillos repletos de cestas con dulces obsequiados, que prácticamente la convertían en intransitable al paso de las distinguidas señoras que constantemente cruzaban su puerta, un maremágnum de faldas y lazos entrando y saliendo como nunca antes se había visto en aquel recinto, afanosamente buscaban reservar un lugar en la copada agenda del visitante para que asistiera a sus hogares a deleitarse con sus manjares.

—Señora Elvira, esa hora para su invitación de almorzar mañana ya está ocupada por las hermanas Zubillaga. —Le aclara el sudoroso párroco auxiliar a Elvira Yépez, pasándose un pañuelo por la frente.  

—El desayuno será en casa de los familiares de su Eminencia, los Oropeza y la cena ya está acordada con Doña Filomena Álvarez que es organizadora de la bienvenida. —Dice mientras se sacude un mendrugo de dulce de su sotana.

—En lista de espera tengo a los Riera, los Montesdeoca y los Herreras para pasado mañana. —Acota mientras revisa su libro de anotaciones a punto de colapsar.

—Ud piensa dejar por fuera la invitación de mi esposo, el Señor Ángel Montañez y mía? —Pregunta Elvira de forma arrogante.

—Le puede obsequiar una canasta con un refrigerio para que se lo lleve en el viaje a Río Tocuyo. —Puntualiza el joven sacerdote Leandro Antonio mirando el montón existente allí y dándose cuenta de la evidente imprudencia con la contrariada dama.

  Elvira abandona el lugar descortésmente y se sube a su carruaje ordenándole al conductor que la lleve a casa de su tía. Al llegar desciende rápidamente y le increpa sin saludarla previamente:

 —Tía, ¿Usted tiene invitado a comer a Monseñor?

—No hija, el cura encargado no me dio cupo!. ¿Por qué?.

—Entonces tal como sospeché, a las Yépez nos excluyeron. —Exclama la arrogante mujer mientras camina como una leona sin detenerse por el corredor de la casa.

—Figúrese tía que a las petulantes de las Zubillaga que organizaron aquella escandalosa misa de la bendición de la imagen de la Virgen del Rosario, le dieron el horario mejor, el almuerzo del día de su llegada. Claro, ellas financian las ostentosas misas de la Iglesia. —Eso no lo voy a dejar pasar por alto, nadie me humilla así.  —Exhala y continúa.

—Me entere que van para Río Tocuyo dentro de dos días, vámonos para allá, tía, ahí no van a poder con nosotras! —Finaliza la alterada dama.

—Sobrina, lamento no poder acompañarte tengo que resolver algo urgente aquí, pero tu tío Ramón va a visitar a nuestra hija y sale para allá mañana temprano, le diré que te lleve. —La mujer se refería a su esposo, Ramón Perera Montesdeoca.   

Estos dos personajes transitaban el polvoriento camino hacia Río Tocuyo mientras simultáneamente por la mesa del Dignísimo Agasajado desfilaban los más exquisitos manjares de la gastronomía caroreña como los jugosos lomos prensados, los pímpinete, un chorizo elaborado con carne de res y cerdo, las famosas sopas, una era la olleta de gallo que levantaría controversias entre las cocineras hermanas Zubillaga sobre si se le debía dar a su eminencia debido a los efectos afrodisíacos que según poseía, finalmente ambas acuerdan servirle un buen mondongo de chivo más acorde con su investidura y reservarles maliciosamente la de gallo a sus maridos, esperando ser bendecidas por un milagro nocturno. Todo esto iba acompañado por las infaltables arepas con la mantequilla envuelta en hojas de maíz dándole un exquisito sabor junto a los quesos regionales en diferentes formas de crineja o de tapara, el final era reservado para la dulcería resaltando el de mango o de leche, manjares obsequiados en una danza vertiginosa al ilustre visitante de paso por la ciudad, a punto de sufrir una indigestión.

En medio de esta guerra de platos,  la presencia de Federico pasa inadvertida por sus enemigos, siendo este acontecimiento providencial para el recién llegado. En aquel embrollo en la ciudad, el agasajo organizada por su esposa Filomena era normal, durante la cena se entera del próximo viaje de su Eminencia a Río Tocuyo para completar el sacramento bautismal, una idea le viene a la mente, la estrategia para disimular el motivo del viaje serían las confirmaciones, su excusa.

El Arzobispo había recibido una invitación del cura de Río Tocuyo para celebrar dos solemnes misas en la Iglesia Parroquial para confirmar a los niños de la localidad. El Prelado tenía sus dudas de aceptar por el poco tiempo disponible pero entonces ante el inmisericorde asedio al que estaba sometido, aprovecha la oportunidad para alejarse de las cocineras caroreñas que lo habían llevado a cometer el pecado de la gula. Iría acompañado por Maximiano Hurtado cura en propiedad de Carora, dejando encargado de la Iglesia San Juan Bautista al presbítero auxiliar, Leandro Antonio Colmenárez, el cual también estaba aliviado con ese viaje al quitarse de encima aquellas acaloradas damas. Así se daría aquel viaje que parecía más una huida, al tratar Su Eminencia de escapar de un pecado se toparía con otro peor, uno mortal.

Desde la distancia, sumergido dentro de la caravana de fieles, se distinguía un gran sombrero cubriendo una reluciente cabeza del inclemente sol, debajo alguien se abanicaba para espantar el sofocante calor cuando en el horizonte surge un hombre a galope levantando una amarillenta nube de polvo dirigiéndose hacia el servidor de Cristo, un reptil corre entre los cactus de la agreste región que marcan la encrucijada al pueblo de Aregue que dejan atrás.    

—Su Eminencia, me permite acompañarlo?. —Pregunta Federico Carmona mientras se descubre la cabeza respetuosamente. — Voy al mismo lugar que usted.   

Mientras tanto a Río Tocuyo habían arribado Elvira y su tío Ramón, siendo recibidos en la puerta de la casa por su hija quien se  nota preocupada y nerviosa.

—Padre, tengo que notificarle algo grave que me acabo de enterar. — Manifiesta la joven con voz angustiada.

 Río Tocuyo como todo pueblo pequeño, los rumores se esparcían rápidamente, más si eran revelaciones de cama, uno proveniente de la imprudencia cometida por el hijo adolescente de Bartola, de nombre Damián, quien en un arranque de pasión le había comentado a su amante que su madre contrabandeaba armas, generaba una maliciosa sospecha sobre esos enseres importados por ella para su negocio,  aparentando ser rutinarios. Tal imprudencia se transformaría en un detonante de la peor tragedia de aquella familia.

Esto se debería al emparentarse el General Ángel Montañez, a través de sus esposas, con Ramón Perera Montesdeoca con propiedades en Río Tocuyo, por lo cual pasaban largas temporadas en dicho lugar, tanto que la hija de Ramón se casaría con un dueño de una hacienda y estaba establecida permanentemente aquí siendo la primera en enterarse de la inquietante novedad que corría entre sus trabajadores, así que al llegar de visita su padre se lo comentaría.

Aquel encorvado hombre de prominente nariz queda algo desconcertado al oír lo que le explicaba su primogénita, dilucida que no entendió bien y que no había razón para el recelo.

— ¿Esa india trayendo armas?. — Cavila despectivamente.

Sin embargo decide corroborarlo con los obreros de su hacienda, quienes le confirman la historia, en ese momento no capta la gravedad del hecho pues ellos especulaban que se trataba de una fábula del muchacho para impresionar a la novia y obtener el fruto prohibido, le decían mientras reían jocosamente.

Repentinamente escucha la detonación de los fuegos artificiales anunciando la llegada al pueblo del Alto Representante de la Iglesia y recuerda la invitación para asistir al recibimiento. Cuando arriba al lugar ya había una muchedumbre agolpada a las puertas de la casa de Dios presentando sus respetos, una de ellas era Bartola, la ve realizando una venia agachándose levemente, seguidamente besa el anillo obispal, recibiendo la bendición de aquellas regordetas manos, nota que a ambos lados de la puerta están dos soldados firmemente parados con sus máuseres al hombro formando parte de la guardia de honor y encargados de dejar entrar a la Iglesia solo a los invitados, revisan las credenciales y les participan a los demás que debían permanecer en la plaza.

Al recién llegado no le llama la atención la presencia ella pues era integrante de los organizadores del acto y miembro del coro, pero al acercarse ve a un conocido detrás de Su Eminencia, intrigado se pregunta que hace allí Federico si supuestamente debía estar en Carora protegiendo sus intereses y no en esa comitiva religiosa. Pensando en esto recorre con su mirada de uno a otro personaje, detiene su vista en las armas de los militares y luego en Bartola, entonces como un relámpago que ilumina todo a su alrededor desentraña el misterio de la historia del muchacho sobre las cajas conteniendo pertrechos y recuerda el rumor de la cuantiosa cantidad de dinero desaparecida de las arcas de La Propaganda, finalmente devela el secreto de Carmona.       

Este personaje conocía sobre los negocios comerciales del matrimonio Perozo Castro por ese motivo no había percibido los excesivos viajes de la mujer, pero la asistencia allí de aquel peligroso hombre cambiaba todo, explicando muchas cosas y rápidamente se dirige a su casa para enviar una misiva a su sobrino político, Ángel Montañez el cual se encontraba en ese momento en Carora reunido con los poderosos godos tomando el control político de la ciudad y con quien mantenía contacto constante sobre el acontecer político.

—Tío, tan rápido concretó la invitación? —Pregunta su sobrina Elvira.

—Olvídate de eso, aquí está ocurriendo algo muy grave y tienes que regresar a Carora de inmediato! —Dice apresuradamente.

—Debes avisarle a tu esposo la novedad, llévale esta nota urgente. —Indica aquel ser de gran nariz garabateando algo sobre una blanca hoja.

En el camino dos personajes se cruzan, una acalorada mujer que va rumbo a Carora y de Aregue viene un regordete cura galopando a caballo, quien estaba retrasado para la misa tridentina por culpa del pecado de la carne recién cometido, ve a la mujer identificándola y se pregunta intrigado por qué se marchaba de Río Tocuyo.

—Domingo, por qué vas a salir tan urgido? —Interrogaba poco antes la amante del cura de Aregue.

Desde la cama la desnuda mujer de redondas y carnosas formas observa el rostro de preocupación del religioso mientras se viste velozmente y lo conmina autoritariamente.

—No te vayas, tu ausencia no sería llamativa, todos saben lo irreverente que eres, hasta yo que soy la madre de tus hijos, irrespetas.

 —No puedo faltar, el ritual romano establece obligatoriamente que las misas Pontifical, así catalogadas por ser presidida por un Alto Prelado, deben contar con coro, incienso y los tres ministros sagrados que somos el Arzobispo quien es el celebrante, el diacono que será el cura de Carora por jerarquía y yo, que soy el subdiácono. 

—Si no asisto podría ser excomulgado y destituido del cargo! —Termina de explicarle a la caprichosa mujer y sale presuroso.

Por otro lado a Carora llegaba la contrariada esposa de Ángel Montañez llevando la crucial información, gracias a la cual descubre que la amenaza estaba en Río Tocuyo donde se encontraba Carmona y no allí, entonces este liliputiense pero peligroso hombre imparte órdenes a su gente de dirigirse inmediatamente allá, lo vigilen y sigan hasta localizar los pertrechos. Luego sale como una exhalación a Barquisimeto con el fin de alertar a Eusebio Díaz y al Presidente de otro posible alzamiento coordinado por La Propaganda.

Era un caluroso 31 de julio cuando en la Iglesia se escucha el tintineo de la pequeña campana que anunciaba la salida de la sacristía de la santa comitiva, en estricto orden emerge primero el incenzador balanceando el tazo inundando con su olor el lugar, luego vienen dos sacristanes llevando las velas encendidas, el siguiente trae la cruz procesional y detrás otro porta el cáliz sagrado en alto, finalmente surge el Ilustre Visitante acompañado por el diácono Maximino Hurtado y el subdiácono Domingo Vicente Oropeza situados a su lado.  

Los presentes se ponen de pie provocando un sonido sordo al  chocar con los bancos de madera cuando entran los ministros sagrados ceremonialmente y recorren el pasillo hasta el centro del Altar para dar comienzo a la primera misa que revestía una gran solemnidad por ser presidida por Su Eminencia, envueltos en los cantos gregorianos entonados en latín por el coro de laicos. 

Comienza la misa con un "Dominus vobiscum" los presentes se sientan en silencio, posterior al finalizar el ceremonial el Arzobispo acercándose a la concurrencia quienes sincrónicamente se ponen de rodillas, los rocía con agua bendita. En algún momento después de la comunión se realizaban las confirmaciones. Aquel sagrado día estaban lejos de saber lo que acontecería en Río Tocuyo en pocas horas repitiendo un suceso semejante ocurrido un viernes santo.

Al terminar la misa se iniciaba nuevamente la conversación que era discreta y en voz baja, participan Francisco Brizuela, Gregorio Nieto, los Santéliz, los Figueroa y Silverio Castro, conocido cacique quienes se citan para el día siguiente para concretar.

Era el 1 de agosto, el segundo día de misa, repentinamente en la Iglesia se escuchan unas fuertes pisadas de botas que retumban en el sagrado recinto, son los Chuaos con sus rostros cubiertos por la máscara del odio, largas chaquetas negras revolotean a su alrededor produciendo un sonido profundo, vienen presagiando algo fúnebre, son varios Montesdeoca quienes entran encabezados por el hijo del fallecido General Juan Agustín Pérez y su leal amigo Amenodoro Riera, hijo natural de un Montesdeoca, los seguía la sombra de la tragedia y esta llevaría el sello de este apellido.

Ese día Federico Carmona, quien utilizaba el recinto de la Iglesia para conspirar sin llamar la atención, desconociendo que habían sido descubiertos, conversa discretamente con sus lugartenientes, Gregorio Nieto y Silverio Castro, quien es enemigo acérrimo de los recién llegados desde hacía 14 años debido al alzamiento que protagonizará en contra del General Juan Agustín Pérez, sofocados por miembros de ese mismo grupo, resultando muerto dos de este clan, uno de los cuales según comentarios de la época fue asesinado realmente por Ramón Perera Montesdeoca, el cual quiso encubrir su autoría por la cobardía del acto, dejando cuentas por saldar entre ellos.

A punto de empezar la misa, llega apresuradamente otro hombre que se integra al grupo. Cuando este es visto junto a los otros tres, los enemigos presentes se dan cuenta que por ser Antonio un militar guzmancista no levantaba sospecha y al unísono que al ser Bartola, miembro de las dos familias, Castro y Nieto, incondicionales de Carmona, los transformaba en una pareja ideal para la defensa de la amenazada Propaganda y su líder. Lejos estaban de sospechar que además de traer las armas, eran también depositarios del dinero recabado en Barquisimeto, siendo  esto un soporte clave para Federico Carmona y su ejército local.

Los carmoneros notan la presencia en la misa de los poderosos Chuaos, siendo obligados a aparentar no tener nada que ver con conspiración. Carmona utiliza su liderazgo para contenerlos e imparte instrucciones discretamente, les ordena esperar para llevar a cabo el plan, sin saber que esta se prolongaría por casi dos años, ni la tragedia que revoloteaba sobre sus  cabezas por culpa de un amor de adolescente.

—Vete de aquí disimuladamente. —Le dice Federico con voz casi inaudible a Bartola, arrodillado detrás de ella.

A pesar de la argucia, los Chuaos al estar ya sobre aviso se dan cuenta que Carmona actúa como jefe de los mestizos presentes allí, evidenciando que estaba al mando de este peligroso y conocido clan de Aregue, sumándose ambos rencores con furor, el viejo y el nuevo, llevándolos a cometer nuevamente un crimen perpetrado por los  enemigos de Carmona que coincidencialmente son los mismos de los Castro.

Al desenmarañar el misterio que se oculta en Parapara deciden dirigirse a la casa de Antonio Perozo para confiscar el armamento, lo hacen aquella madrugada, era un 2 de agosto de 1890, ya los Chuaos tenían experiencia en asaltos anteriores.  

En este periodo de convulsión política, las confrontaciones eran sumamente violentas, llevadas a extremos apasionados causando dolor y muerte, los discursos realizados en las plazas o en las calles atacando al contendor llegaban hasta el recinto mismo del hogar, como sucedió con los Perozo. Las autoridades no eran capaces de mantener el orden dentro de esta anarquía, ya fueran por complicidad o debilidad.  

Ese fatídico día, Bartola pondría en  práctica todo lo aprendido en el quehacer político de las conspiraciones. Usaría sus influyentes contactos clandestinos y su gran poder económico, cuyo origen siempre ocultó, implementando para sus hijos lo que hoy se conoce como programa de protección a testigos en riesgo de muerte.

Su desgarrador dolor la convertiría en un torbellino de tareas a coordinar, no había tiempo para lamentos, como tiempos atrás cuando era tropera, arrastrada por los senderos del destino de otra conspiración que involucraría a un lejano pariente con lazos de sangre y de igual origen mestizo, sería su última participación en política.

 

 

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