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sábado, 30 de octubre de 2021

Las Clarisas Capítulo VII Nona

La Hermana Ángela sube desaforadamente las escaleras que conducen al campanario para anunciar la llegada de la autoridad civil del pueblo que acuden por el asesinato del Obispo,  acababan de descubrir que Marco es el culpable, ya que fue encontrado su negro carruaje volcado en una hondonada del camino con la bella corista y el conductor, ambos fallecidos en su interior, al examinar la escena del crimen detectan ciertas irregularidades en el eje de las ruedas del coche que sugerían haber sido limados para que se quebraran perdiendo el control, yéndose por el despeñadero, además los caballos estaban muertos por heridas de bala, como ajusticiados, lo cual conduce a la ineludible sospecha. 

Juntamente con ellos, vienen miembros destacados de la sociedad civil, un histérico tumulto quienes nuevamente violentan la puerta para entrar al Convento, era la tercera vez que dicha singularidad sucedía. Como siempre en Santa Ángelus los sucesos venían en paquetes de a tres.

No habían terminado de ingresar al pacífico y ensoñador jardín cuando se topan con la novedad de la recién sucedida violenta muerte del Provincial, como una bandada de aves sincronizadas, todos giran dirigiéndose velozmente a la capilla al llegar encuentran a las monjas alrededor del cuerpo sin vida del sacerdote, murmurando que había sido asesinado por la Hermana de misteriosos ojos verdes, hecho que desataría un cisma sin igual.

Aquella mañana era un corre y corre en aquel lugar de supuesto retiro espiritual, el silencio de sus largos pasillos roto, sustituido por una efervescente agitación ante los graves hechos sucedidos que involucraba no solo al Provincial de la prestigiosa orden de San Francisco sino también a la hija del hombre más rico y poderoso de Villafranca. Después de recuperar el control, de vuelta a la cordura, se impone la necesidad de ocultar para sobrevivir, no en vano eran una sociedad de cómplices que no corrían riesgos, el nuevo Obispo estaba por llegar y según era un clérigo muy poderoso pues contaba con el respaldo de las más altas jerarquías, así que se ordena enterrarlo rápidamente sin realizar los actos religiosos correspondientes a su investidura, tales como repique de campanas, encendido de velas, uso de plañideras y derecho a seña, esto era identificar la lápida, al unísono se decide darle cristiana sepultura en el pequeño cementerio privado de Santa Ángelus, fuera de la vista del pueblo. Un entierro clandestino cerraría el trágico ciclo.

              Rápido busquen un ataúd de los que tenemos en el almacén. — Exclama Raquel en uso de sus atribuciones como Abadesa recién nombrada.

              Avísenle al enterrador que tenga listo el hueco. — Específica seguidamente, demostrando sus habilidades organizativas.

Le hacen una seña a Berta, que por ser la cillera administraba el depósito, ordenándosele se dirija inmediatamente junto a Consuelo y Juana, para que la ayuden a traerlo de los existentes allí. Al llegar Berta se da cuenta que falta uno y se lo comenta a las otras que la acompañan.

              ¿Cómo va a faltar uno?. Es imposible, ¡Será que usted sacó mal la cuenta! Dice Juana.

              ¿Está segura? Pregunta Consuelo.

              ¡Claro, nunca me equivoco en mis registros, lo tengo anotado, habían tres ayer!

              ¿Entonces como explicas lo sucedido? Inquiere Juana.

              El hábito más fino y favorito de Isabel no aparece, también desapareció misteriosamente, solo hay una razón, el Convento esta embrujado, sino como entender todo lo que ha pasado esta semana! Señala Berta asustada.

              Ave María Purísima! Exclaman las otras dos al unísono, persignándose repetidamente y mirando alrededor asustadas.

              Mantengamos esto en secreto, basta con lo que está pasando para añadir otro escándalo más. ¡Las nuevas autoridades nos pueden condenar por este desorden! Ordena Consuelo.

Angustiosamente proceden en silencio a limpiarle la sangre a Marco, acomodarlo piadosamente con las manos cruzadas con un crucifijo entrelazado, un fraile que está presente, casualmente David, le haría una breve misa, cierran velozmente el féretro y salen en procesión por la puerta lateral que conectaba con al cementerio, cuando llegan ven que al lado de donde va a ser enterrado hay una tumba con un letrero, “Aquí yace cristianamente anónimo G”.

Suena un chillido de las cuerdas que bajan el ataúd que anuncia el final. Las novicias se miran entre si nerviosamente, el enterrador girando para lanzar la primera paletada de tierra sobre los restos del efímero Prelado, discretamente les hace una seña, llevándose el dedo índice a los labios para indicarles que guardaran silencio y por supuesto compostura. 

La vida daba muchas vueltas y lecciones, aquel orgulloso y prepotente hombre sería enterrado humildemente aquel día, sin ceremonial, en secreto, con una sencilla lápida anónima solo con las iniciales de su nombre y al lado de un perro.    

Recién habían culminado el funeral cuando llega la nueva Abadesa, una antigua novicia de Santa Ángelus que había sido rechazada tiempo atrás por Isabel, para ese entonces encargada de la selección de las nuevas aspirantes a Velo Negro, quien favorecería el ingreso de Raquel en detrimento de esta solicitante, pues había sido cautivada por aquella delgada Hermana quien utilizaba el manejo de su lenguaje corporal para atrapar en su red de araña a todo aquel que le interesara para obtener un beneficio, como aquel de despojar de su puesto a la verdadera ganadora, y sin pedirlo, solo cautivando.

Esta Hermana despojada injustamente de su lugar ganado por sus destacadas cualidades, se iría a otra congregación donde se convertiría en una monja de gran prestigio por su religiosidad y correcto proceder, en aquel crucial momento venía designada de la Capital, al igual que el nuevo Prelado, casualmente hermano de Milagro. La rueda de la vida y sus implacables vueltas.

El nombramiento de Sor Sofía como la máxima Autoridad de Santa Ángelus, ocasionaría un conflicto en la interesada Raquel, que debía resolver rápidamente. Su cómoda estancia y fuente de prestigio estaba amenazada por la presencia de la nueva dueña del poder. Inmediatamente inicia un acercamiento hacia la pelirroja Hermana Milagro llenándola de halagos y costosos regalos de su ajuar guardados en su lujoso baúl, necesitaba un manto poderoso que la protegiera de la peligrosa situación, a partir de entonces no volvería a mirar a Cristina, a quien siempre consideró realmente una anodina.

Entre los que entran al Convento está el padre de Alicia que al enterarse de lo que se está susurrando sobre su autoría en el crimen, decide dirigirse al lugar para llevársela inmediatamente con el fin de evitar que la juzguen y condenen a muerte por asesinato, usando todo su poder económico, basado en una gran riqueza, pues era dueño de haciendas de cientos de hectáreas, numerosos caballos, esclavos y mozos, dotando a su hija para ocupar un puesto de monja de coro y Velo Negro, con los mil ducados correspondientes a ese grupo privilegiado y además siempre daba donativos adicionales muy sustanciosos para garantizar su cómoda estancia.

Alicia ve que el capellán se dirige al confesionario y le indica a su padre que la espere un momento, le manifiesta que se confesará antes de irse.

Camina recatadamente hacia el joven sacerdote llevando un escarlata rosario que contrastaba bellamente sobre sus níveas manos.


      

                                                         Confesión escarlata. Fotografía de GéGé

 

David viéndola esquiva su mirada a otro lado, rápidamente se acomoda en el oscuro cubículo de madera para dar inicio a las confesiones.

Confieso que he pecado, Padre, ¡Perdóneme!. — Ruega al momento de arrodillarse la rubia mujer.

              ¿Por qué mataste a Marco? Incrimina sin compasión el confesor.

              Yo no mate a Marco, mate a mi padre. Responde la Sacristana después de suspirar profundamente.

              ¿Qué dices, has perdido la cabeza?.  Tu padre está parado en la puerta, míralo.

              Déjame explicarte, aunque no me creas. 

              El caso es que Marco nos vio discutiendo por el anillo, por cierto aquí te lo dejo. — Dirige su delgada mano hacia el borde del confesionario y lo coloca suavemente, mientras suspira nostálgicamente.

              Me citó en la capilla, al encontrarlo discutimos, me acuso de mujer de vida fácil, de ser falsa, mal intencionada, una inútil y de equivocarme siempre, no lo soporte pues mi padre toda mi vida me decía que yo no servía para nada, que no era capaz de tomar decisiones correctas, que buscaba lo malo. — Se mueve ligeramente y continúa…

              A pesar de todo esto intentaba complacerlo, lo amaba tanto que hasta celos de mi madre sentía cuando estaban juntos.

              Inútilmente trataba ser como él quería, me sentía tan mal cuando renegaba que no hubiese nacido varón, siempre supe que nunca lograría su admiración, esto me frustraba, al convertirme en mujer me enamore, entonces deje de estar sometida a sus caprichos, pero esto fue funesto, sufrí demasiado, te contare mi vida, mi historia:

Años atrás, un gemido trémulo surgía de dos seres que giran anudados, arrastrados por una vorágine de pasión incontenible, yaciendo sobre una alfombra de verde césped a orillas del manso río rodeado de una espesa arboleda por donde sutilmente se colaban los rayos de sol que los ilumina tímidamente en un discreto vaivén de luces, marcando límites entre lo oscuro y lo claro. Alicia era feliz en aquellos brazos de ébano que contrastaban con el marfil de su piel, un amor prohibido. Cuando la apretaba contra si explorando con sus manos sus níveos senos, un fuego incontrolable se propagaba consumiéndolos a ambos, mientras le susurra al oído un te amo, iniciando un camino serpenteante que transitaba con sus labios, recorriendo todo su cuerpo, descendiendo hasta alcanzar el fruto prohibido, vibraba de amor, una escena repetida años después… contigo amor.

Un hombre llega al lugar sorprendiéndolos, iniciando una tragedia y un secreto en sus vidas, un hijo de los ocultos amores con aquel agricultor vecino de su hacienda.

              Mi padre nos descubrió y me apartó de Gabriel a quien odiaba por ser moreno y además pobre, también me arrebató a mi hijo. Decidió mi destino.

              Con él supe que amar significa desmembrarse viva y tú me recompusiste. Continúa…

Era muy temprano, apenas salía el sol cuando se divisa a dos puras sangres color castaño que galopan acompasadamente rigiendo la suerte de aquel coche tipo Victoria que crujía sobre el sinuoso camino, en su interior viene Alicia la cual arriba al recatado Convento de Santa Ángelus Dominius, obligada por Don Luis, su padre a quien obedecía ciegamente.

Alguien le diría que un oficial estaba enamorado de mí y planeaba robarme del Convento de Catollica donde había sido llevada cinco años atrás para esconder mi embarazo y la honra, pero yo nunca le correspondí, solo lo utilizaba para escapar. Mi padre con su poder consigue que lo envíen a una misión en un lejano lugar y me retira de Catollica trasladándome a Villafranca, una segunda cárcel, más segura pues él tenía control absoluto de todo el pueblo. En ese entonces, me di cuenta que pecar te hace libre, que la moralidad es una cruel trampa para no dejarte ser. Por supuesto hay pecados negros y grises, tonalidades degradadas, me refiero a la pasión y la forma de complacerte, de ser feliz, lo cual aprendí de ti.

              Al encontrarnos en la Capilla, Marco me culpo de las mismas cosas que hacía mi progenitor, mi mente se nublo, fue insoportable, de pronto en su lugar estaba mi padre y en ese instante me di cuenta de cuanto lo odiaba, lo infeliz que he sido por sus señalamientos, haciéndome sentir inferior, loca e incapaz, una ignorante. De  las veces que obligatoriamente tenía que acatar sus “consejos” porque de lo contrario me tildaba de mala hija, que no lo respetaba, de las vergüenzas que sufría por mi culpa, por mi sucia conducta. Estar todo el tiempo sometida al chantaje de que por su edad estaba obligada a tenerle paciencia, que le debía respeto, que era el único que me tendía la mano.

              Cuando Marco me gritó en la cara empujándome contra el altar: “Tú no eres nadie, soy yo”, no pude más, la semejanza de las situaciones me avasalló, entonces vi la daga que estaba allí, la tome y se la clave.

              ¡Si, lo mate!, pero era a mi padre, no era a Monseñor. Además él no merece tu respeto, envenenó al Obispo, usando a la corista que después también asesinó para cubrir su rastro.

              Trató de culparme, que lo hizo por mí, para que fuese Abadesa.

              Él me dijo eso y me culpo también. Responde David sorprendido.

Ella continua hablando, un dique contenido durante muchos años brotaba incansable, no podía detenerse.

              Por primera vez me defendí, le conteste que no, que esta vez no permitiría que me culparan de las cosas malas que hacían los otros, ni que me dijeran que era una basura.

              Fui yo y me alegro de haberlo hecho, pues finalmente soy libre.

              ¡Alicia por favor no te expreses de esa manera! — Dice tristemente el capellán.

              Quédate en paz David, sigue con tu vida sacerdotal, tienes verdadera vocación, yo me voy y aunque no lo creas estoy en paz conmigo misma. 

              Al salir de aquí mi padre me llevará al puerto donde me embarcaré a un lejano país. Nunca más nos volveremos a ver.

              Lo observo allí parado esperándome para sacarme de aquí como si fuera un castigo por mi crimen, una sentencia dictada por él que yo debo acatar obediente. No se imagina la felicidad que me produce separarme de su lado, no volver a verlo, finalmente seré yo y nadie más. 

              Libre de la culpa de no ser perfecta o peor, el pesado deber de serlo. Disfrutaré la locura de vivir por primera vez. 

              Pensé en buscar a mi hijo para llevármelo pero es feliz donde está, con su gente igual a él.

              Siempre los amare, a ti y a mi hijo, son lo único autentico de mi vida.             Hace una breve pausa…

              ¡Perdóneme mis pecados, Padre! 

      David se debate entre el amante que había sido, el hijo de Marco y el Sacerdote, al final este último se impone borrando los resentimientos, se inclina para darle la absolución, pero detrás de la rejilla ya no está Alicia. Sale del Confesionario y la busca con la mirada, era demasiado tarde se había ido. Una desazón recorre su espíritu que no remediaría hasta varios años después, lejos estaba de imaginar en que circunstancias serían.      

sábado, 23 de octubre de 2021

Las Clarisas Capítulo VI Sexta

 

Las campanas de Santa Ángelus Dominius repiquetean angustiantemente, las Hermanas corren a la capilla, al llegar un coro de alaridos desgarran aquella quietud paradisíaca, murmullos enredados, pasos cortos y agitados se van acercando al origen fatídico de lo que sucedía, está allí en el aquel deslumbrante presbiterio situado a los pies de un dorado altar cuyos santos parecen mirar condenatoriamente lo sucedido a sus pies. Un hombre yace exánime en el frío suelo como un cristo sacrificado con sus múltiples heridas.

     

                                                    Un presbiterio manchado. Fotografía de JAO

Una mancha escarlata desgarra la armonía del geométrico piso bañado de una santa luz proveniente de las colgantes lámparas del imponente techo abovedado, originando un acogedor efecto de cambiantes tonalidades castaño en sus rústicos ladrillos, aquel sangriento redondel se incrementa gradualmente alrededor de la figura, cual fatídica sombra parecía pretender envolverlo hasta desvanecerlo, era Marco.

Una plateada daga deshonrosamente manchada con sangre, yace a su lado delatoramente, tal como un amante que no puede ocultar su culpabilidad, está impúdicamente visible sin importarle ser descubierta, unas huellas ensangrentadas dejadas por unos pequeños pies van desapareciendo poco a poco marcando una trayectoria hasta la puerta de un claustro, delatando su autoría.

Momentos antes el Provincial presenciaría una extraña escena en el jardín, una muy comprometedora, se trataba de David quien cercaba con su cuerpo a Alicia, apretándola sensualmente contra un árbol, juguetonamente le alcanza la mano y la toma intentando arrancarle algo, desde la distancia, Marco no ve con precisión de que se trata, pero la química era obvia entre ellos.

Repentinamente una fría brisa recorre el lugar meciendo la copa de los árboles, produciendo el choque entre sus hojas que origina un crujiente murmullo que rompe el encanto del momento, percatándose los jóvenes que alguien está allí, detienen su retozo observando en derredor descubriendo la presencia de Monseñor, inmediatamente Alicia se desprenda de los brazos del joven capellán y sale corriendo.  David se tensa dubitativamente por unos segundos mirando curiosamente al intruso quien está pasmado ante la escena que se desarrollaba, no podía creer lo que veía.

Como un rayo que cae repentinamente, los recuerdos se agolpan en su mente uno tras otro: David llegando mojado, descalzo y arañado, las sandalias de fraile que aparecieron en Santa Ángelus Dominius, el brillo que observó en la mano de Alicia aquel día del gato negro, el desaparecido anillo que le había regalado a la madre de David, entonces todo queda claro en su mente como una luz que ilumina su alrededor. Gira y sale corriendo a la casa parroquial, al llegar busca como loco a María, a la que encuentra en el solar trasero lavando la ropa, la toma por un brazo sacudiéndola violentamente, procediendo a interrogarla, le grita exigiéndole que le muestre la joya.

              No la tengo. Esta extraviada, no sé qué se hizo. — Responde la mujer acongojadamente.

Finalmente entendería. El anillo era la clave, no las sandalias. ¡Eran amantes! Por Dios, ¿Cómo había pasado ese detalle por alto?. En eso llega David que lo venía siguiendo y al entrar ve el forcejeo entre ambos. 

              ¡Suelta a mi madre! — Demanda el joven.

Marco al verlo se desata el cordón de uso diario con el que amarraba su sotana, la cual lleva tres nudos que representan la Pobreza, la Castidad y la Obediencia, piedras angulares de los franciscanos, que en realidad era lo menos que el supuesto devoto fraile practicaba.

                        

Usándolo como látigo comienza a azotar a David quien cae al suelo ante la furia de aquel hombre, parecía una tormenta, un devastador huracán que deseaba acabar con todo, no dejar piedra sobre piedra. David instintivamente trata de proteger su rostro con sus brazos, a la vez que el desencajado sacerdote desaforadamente le gritaba:


                                                  Un diablo anda suelto. Pintura de Juan Chirinos. 

 

      Ella tiene un hijo oculto, un bastardo de un vulgar trabajador de su hacienda, además casado, por culpa de eso su padre se vio obligado a internarla en un Convento cercano, fuera de aquí, donde nadie conociera su pecaminosa historia, llevándola a la vecina Catollica, de allí pensaba fugarse con otro amante que conoció, un oficial del ejército, debido a ese motivo, para evitar otra deshonra, Don Luis tuvo que solicitarle al Obispo su traslado para acá. Ella no es una niña inocente como aparenta su rostro angelical, es una mujer corrida en plaza, demasiado pecadora para tu inexperta juventud. — Expone Marco, en una atropellada perorata al unísono que su rostro se congestiona de sangre, parecía estar a punto de explotar como un volcán dispuesto a soltar toda la ardiente lava que llevaba internamente oculta.

              Llevas el diablo por dentro, eres un mal agradecido o demasiado ingenuo, después de todo lo que he hecho por ti, ¿Acaso no lo sabes? Tengo las manos manchadas de sangre para asegurar tu futuro. ¡Yo soy tu padre, David!

        Por ti asesine el Obispo y su amante, ahora me pagas con esta traición, revolcándote con esa Clarisa, una libertina. ¿Nadie te había dicho su sucia historia? ¡Te has convertido en un pecador, me decepcionas!

David desde pequeño admiraba a Marco, queriéndolo emular, dándose cuenta de esto, el Provincial lo estimula a seguir la carrera sacerdotal. Pero el joven abrigaba dudas sobre tener una verdadera vocación, idea que lo atormentaba obsesivamente desde aquel día que se tropezara en la sacristía con Afrodita, la diosa del amor, creyéndose enamorado de esa encantadora mujer, autentica personificación de la serpiente del Edén, tan similar era que hasta le daría a probar el fruto prohibido, afianzando la idea de dejar los hábitos y fugarse con ella. Sin saberlo había iniciado un peligroso triangulo con su padre, paradójicamente esta trágica y conflictiva relación le serviría para despejar sus vacilaciones y descubrir la fortaleza de su indeclinable vocación sacerdotal.

El Provincial regresa a Santa Ángelus, comenzaba a lloviznar nuevamente, sin embargo no percibe las primeras frías gotas de agua que caían sobre sus velludos brazos, un pensamiento corroe su alma, necesitaba volver lo más rápido posible, monta apresuradamente el caballo que era de su exclusivo uso personal, el animal tiembla ante la furia de su amo que lo fustiga cruelmente, va enceguecido, su altiva figura expuesta a los golpes de la fuerte brisa, la cual parecía querer detenerlo de su funesto destino, mensaje o mejor dicho un aviso de la naturaleza al cual permanecía indiferente.

Al llegar se baja como una exhalación dejando el sudoroso animal a la vista de todos, ya no le importa nada, solo su pasión desenfrenada, su aspecto era de un loco con su cabello revuelto y mojado, choca con Berta a quien le grita desaforadamente que convoque urgente a Alicia en la capilla, sería su última orden, un solo pensamiento ocupa su mente, exigirle una explicación de su situación sentimental con David y en caso de estar errado en la interpretación de los confusos hechos, pedirle una relación formal, casarse, formar una familia. Su ímpetu era tan intenso, que no tenía conciencia del tortuoso camino por donde era conducido, por primera vez no sopesaba una decisión tan crucial, nada era más importante que dejar todo atrás, abandonar sus ambiciones, ni siquiera su secreta aspiración de ser Cardenal o Papa, solo aquella mujer, y su amor por ella. Las cartas estaban echadas.

Camina rápidamente, sus sandalias emitían un leve eco al tocar el rustico suelo enladrillado, la sotana danza temblorosamente sobre su cuerpo al son de la suave brisa que proviene del jardín, sin detenerse recorre los corredores del Convento, uno tras otro pasan a su lado vertiginosamente los dobles arcos, proyectando mágicamente múltiples sombras en el iluminado entorno, marcando el camino del destino, era una escena alucinante. Había perdido la sensatez, el control sobre sí mismo, ciego de amor ya no discernía nada con ecuanimidad, una sensación novedosa lo embriagaba, ¿Cómo no valorar ese sentimiento en su justa dimensión? ¿Cómo pudo creer que detentar el poder era lo más importante en la vida? Nunca más, se repetía para sí mismo, cometería ese error, estaba decidido, dejaría el sacerdocio, se arrancaría aquel hábito negro para convertirse en hombre, uno que llenara las aspiraciones de ella, una gran ilusión lo embarga, finalmente entra a la capilla.  

Paralelamente en el Monasterio franciscano, David  se limpia las heridas con ayuda de su madre, igualmente se bate en un conflicto, pero en sentido contrario al de Marco, aquella revelación sobre Alicia despierta en él una tormenta de sentimientos encontrados que iluminarían su camino a la verdad, finalmente las dudas terminaban. Ese día, padre e hijo, gracias a la diosa Afrodita personificada en aquella rubia mujer, encontrarían la esencia de la existencia, su verdad, la de cada uno.    

Aquel camino hacia la capilla se le hacía interminable, al entrar ocurre el encuentro en aquel presbiterio, lugar que parecía acarrear una mala suerte, tanto en el amor como en el desamor. La confesión de la pasión es recibida con indiferencia por la fría deidad que parecía estar esperándola. Ella es cada vez más cruel con aquel ser desnudo de hipocresías que se mostraba, como un niño desamparado y suplicante ante la mujer, que no puede o no quiere evitar sus risotadas casi soeces.

—     Sé que me amas, soy el hombre para ti con experiencia! 

      ¡Monseñor que ingenuo es usted! — Dice Alicia tapándose la boca con una mano mientras continua riéndose ahogadamente.

Al ser rechazado, comienza una acalorada discusión entre ambos, Marco le lanza fuertes acusaciones, humillándola con palabras muy crudas.

      Eres una mujer alegre, promiscua, te has revolcado con varios hombres, entre esos mi hijo, David. — Grita el desaforado hombre mientras se le acerca amenazante hasta arrinconarla. — ¿Acaso te sorprende que sea mi hijo?.

             ¡Jugaste con los dos! —Exclama el sacerdote con un dejo de dolor.

           No Monseñor, con usted todavía no lo hecho! —Responde cínicamente la mujer.  

Ante esta respuesta, Marco se le abalanza encima mientras ella deja de reír, retrocediendo lentamente hasta chocar con el altar, se sostiene en él y entonces toca un frío objeto que está allí, el entorno a su alrededor se había disuelto, debido a aquellas palabras idénticas a los maltratos que recibía de parte de su padre, que la habían hecho viajar en el tiempo y proyectarlos en la figura autoritaria del Provincial, instintivamente toma el instrumento y responde ciegamente, estaba en otro tiempo y lugar.

Poco antes de estos acontecimientos, un hombre flaco y demacrado, desaparecido el día de la tormenta llega a la cárcel de Villafranca, casi sin aliento ruega que lo metan preso nuevamente, afirma ser el fugitivo de la noche de la tormenta. Al preguntarle donde estuvo todo ese tiempo, explica que fue secuestrado por unas duendes del bosque, que casi lo matan de tanto exigirle sexo. Mentira que dice ante la vergüenza que sentía de revelar que en realidad eran las Clarisas. Los policías se ríen estruendosamente creyendo que está loco, le preguntan dónde es ese lugar pues ellos quieren ir a disfrutar de esas mieles de placer.  

Lo sucedido era que por esas cosas del destino o de la mala suerte, ese día en que desatara de la furia de Zeus, al ver al sacerdote escapando por el cementerio descubre la entrada secreta por la lavandería, decidiendo esconderse en el Convento, al ingresar se topa con una puerta en uno de los corredores de la segunda planta que estaba medio abierta y al ingresar allí se encuentra frente a una solitaria figura desnuda, la cual se contorneaba emitiendo sonidos de placer mientras sus manos subían y bajaban por su cuerpo hasta llegar al monte de Venus, un crujido lo delata, descubriéndolo la monja que habitaba el claustro quien maravillada piensa que aquel ser era una bendita aparición del cielo al notar aquel peñasco que sobresalía de entre sus piernas, un obsequio Divino que decide compartir con su mejor amiga, en secreto ambas cambian placeres libidinosos por el encubrimiento, lo amarran a la cama, descubren el placer de la tortura a un sumiso que por vez primera no son ellas, lo mantienen prisionero, le aplican el fugitivo el contenido del secreto baúl pasionario de la Abadesa, correas, látigos, disfraces pero principalmente el polvo de cantárida supuestamente para recuperar el agotamiento de la pasión, ocasionado al complacer a aquel exigente y cada día más numeroso público que casi acaban con la vida del pobre hombre, al querer obtener un máximo beneficio, al desconocer sus efectos adversos provocado ante el abuso.  

Por culpa de la irritación causada en aquella deseada zona tuvieron que guardar abstinencia por varios días, siendo interminables para ellas, ya no se satisfacían con los toques solitarios ni mutuos, a pesar de este doloroso percance no todo fue tan mal para el pobre hombre pues recibió esmeradas atenciones, bañado con esponja como bebe, consentido con suaves almohadas, perfumadas sabanas y principalmente alimentos fortificantes cuyos poderes eran conocidos por las piadosas Hermanas, tales como asadura de testículos de chivos y toro, la famosa olleta de gallo y otras exquisiteces que le fueron administrados bajo estricta vigilancia, turnándose entre sí ferozmente para ser la primera en detectar los signos de recuperación del convaleciente órgano.

Las constantes peleas por el preciado trofeo ocasionaron que a la final todas se enteran de la presencia del fugitivo de la cárcel, el oculto misterio sería revelado en todo su esplendor, una se lo dice a la otra en calidad de secreto sumarial y, así se va esparciendo entre estas dulces religiosas, hasta ese momento cubiertas de un níveo manto virginal, paulatinamente el grupo va aumentando hasta que la congregación entera de las Velos Blanco se suman al impúdico placer, brindándoles un motivo de felicidad, escaso para ellas dentro de la férrea sociedad estamentaria en la cual habitaban. Inesperadamente, por vez primera las pobres les ganarían una a las ricas y poderosas Velos Negros.

Por otro lado, apenas horas antes las jóvenes novicias protagonizarían algo insólito. El fuego propio de su edad buscaba drenarse de múltiples formas en ese rígido ambiente, uno de los placeres que disfrutaban eran sus escapes al bosque pero estas salidas por ser ocasionales no las satisfacían plenamente, así que dentro del Convento siempre estaban planeando alguna tremendura, salían a hurtadillas de noche a husmear quien entraba secretamente a las apasionadas citas de las Velos Negros para sorprenderlos y asustarlos haciéndose pasar por almas en pena, riéndose discretamente salían corriendo, otra de sus favoritas era colocar sapos en los claustros de ellas con el fin de aterrorizarlas, también hurgaban en la cocina para sustraer cualquier exquisita comida, una vez colocaron grillos dentro de la capilla, incluso restos de animales muertos para que por el mal olor se retiraran sin terminar de rezar, lo cual las aburría sobremanera.

Una de sus obligaciones era la de cuidar y alimentar al perro guardián de Santa Ángelus, un peludo Collie blanco y dorado de gran tamaño a quien ellas habían bautizado con el nombre de Gastón, al cual amaban sobremanera, representando el amor maternal arrebatado al entrar al Convento con sus férreas normas de no permitir visitas, surgiendo un fuerte vínculo afectivo con el animal.

Resulta que la noche anterior al encuentro entre Marco y Alicia, el animal fallece al atragantarse con un hueso de su comida, constituyendo una tragedia para las jóvenes, después del impacto de la repentinamente pérdida de su amada mascota, conociendo que la orden era que los restos de los animales se tiraran por el voladero del cerro para que sirvieran de alimento a las aves de rapiña, deciden que no lo permitirán y acuerdan enterrarlo, habían visto que en el almacén guardaban varios ataúdes listo para cualquier emergencia, por lo que se dirigen al sitio para substraer uno clandestinamente, luego lo llevan a la sacristía donde nuevamente discuten de la necesidad de vestirlo acorde al acto ya que le iban a dar cristiana sepultura, pero se tropiezan con un problema, existía solo un tipo de atuendo disponible, finalmente visten a Gastón con los hábitos de una Velo Negro que toman del tendedero en la lavandería donde eran colgados para que se secaran al sol.

Una de ellas protesta por el irrespeto de hacerlo de mujer siendo macho, pero las demás la convencen de que no hay otra posibilidad y que deben proceder lo más rápido posible ante de que las descubran.

              ¿Cómo lo sacaremos de aquí?

              Yo sé dónde está la llave de esta puerta que da al cementerio.                 

La novicia se refería a la segunda puerta que estaba a un lado del presbiterio, la cual era rara vez usada ya que solo se abría en caso de entierros, puesto que proporcionaba un acceso directo al camposanto privado de la Abadía y cuya llave era guardada por Berta en el mismo almacén. 

Cuando llegan al lúgubre lugar consiguen al enterrador realizando labores de mantenimiento en las tumbas, quien al verlas tan nerviosas cuchicheando entre si y conociéndolas por sus irreverentes expediciones al bosque, las interroga sobre a quién llevan en el ataúd pues él no tenía conocimiento del fallecimiento de algún miembro de la congregación. Ellas responden al unísono con diferentes respuestas, por lo cual el delgado viejo deduce que se traen algo entre manos, les exige que abran el cajón o de lo contrario llamará de inmediato a la Abadesa.

Resignadamente las novicias destapan el féretro, acercándose el hombre para examinarlo, quien a pesar de sus experiencias durante tantos años en el oficio de sepulturero, nunca había visto algo parecido, no pudiendo evitar que se le escapara un grito al ver el hocico del perro sobresaliendo entre el negro velo y la ajustada toca blanca de monja que rodeaba su peluda cara.

              José, por favor, te lo suplicamos, entiérralo. ¡No queremos que a Gastón se lo coman los zamuros, es como nuestra madre! — Exclaman las jóvenes revoloteando a su alrededor como una bandada de polluelos, rogándoles llorosas que las perdonara por el sacrilegio de lo solicitado.

 El buen hombre les tenía mucho cariño ya que le recordaban a sus nietas, por lo cual decide condescender y después de calmarse, tanto ellas como él, proceden a sepultar al animal, colocándole la siguiente identificación, “Aquí descansa anónimo G”.

              Qué lindo, José, gracias. — Dicen todas besándolo cariñosamente.

Estando por retirarse del Campo Santo, repentinamente ven a dos mujeres salir del Convento por el área de lavandería. A pesar de ir vestidas como sirvientas las identifican.

                                                              Lápida para un amigo. Foto modificada por AEC

 Resulta que la lavandería poseía una  estratégica ventaja, conectaba con el bosque a través del cementerio, una ruta por la cual se podía llegar al pueblo sin hacerlo por la entrada principal, lo cual permitía salir clandestinamente sin que la Hermana Ángela se enterara, por supuesto siempre y cuando no se temiera a los difuntos.

A este importante lugar se llegaba por un pasillo interno de la edificación transitado solo por las personal subalterno pues era utilizado para sacar la ropa sucia y los pestilentes contenidos de las bacinillas de las Velos Negros, lo cual servía para espantar curiosos.

Esto únicamente lo conocían un pequeño grupo en la cual se encontraban el sepulturero, las curiosas novicias y dos personajes que eran las que más empleaban esta secreta entrada, Juana e Isabel, para que sus amantes las visitaran sin que nadie se enterara, principalmente la Hermana responsable de las llaves del Convento.

                                                          Cementerio de Santa Ángelus. Foto tomada de internet

Era frecuente que el Provincial estacionara ocultamente su coche allí, preciso lugar donde se encontraba el día de la pesquisa en busca del fugitivo, permitiéndole huir a través de ese lugar sin ser detectado por los guardias apostados en el frente. Este cementerio privado había surgido como una alternativa al de la ciudad, otorgándoles a las abadesas y monjas el privilegio de construir sus propios mausoleos que incluso en ese santo rincón, también dividía en dos a la organización social monástica, notándose las bellas esculturas de mármol y bronce con diferentes motivos desde naturaleza viva, ángeles helénicos, figuras mitológicas cristianas que adornaban las tumbas de las Velos Negros, contrastando con las sencillas lápidas pertenecientes al personal de menor jerarquía, que solo motivadas por la caridad cristiana se accedía a ser sepultados junto a ellas, pero marcando la diferencia.

Además de la privacidad, estos camposantos eran cuidados esmeradamente por las legas y personal servicial, estaba protegido por su propia muro perimetral con una puerta de acceso para el sepulturero que también fungía de vigilante, evitando que los animales salvajes o perros escarbaran en las sepulturas para extraer los cadáveres y comérselos dejando esparcidos los restos humanos, tal como sucedía en el cementerio público, causando un gran malestar, siendo frecuentes las quejas y denuncias del poblado ante la autoridad civil por la decidía hacia sus deudos.

              ¿Qué hace la tímida y virtuosa Hermana Consuelo, escapando a esta hora con ayuda de la Hermana Juana?. — Le preguntan las jóvenes al sepulturero.

              ¿A quién va a ver en el pueblo? —Insisten rodeándolo curiosas.

Si revelan lo que descubrieron le diré a la Abadesa quién es el anónimo G. — Les aclara el hombre seriamente.

Las novicias acatan sin imaginar lo que horas después acontecería en ese mismo lugar, la vida tenía sorpresivos recovecos, señalando siempre, aunque sutilmente, una lección, un aprendizaje de humildad.