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sábado, 2 de octubre de 2021

Las Clarisas. Capítulo III Laude, luna de sangre.

          Hermana precisamente la andaba buscando, necesito que me firme esto. — Le dice pasándole la carpeta marrón que portaba.   

    Déjeme ver, Monseñor. — Expresa ella extrañada mientras revisa aquel documento escrito muy educadamente, utilizando palabras rebuscadas y argumentos que a pesar de la astucia no dejaba duda de la intención de destruir al Obispo.

        Lo lamento Monseñor, no puedo firmarlo sin la autorización de la Abadesa.

        ¿Se está negando? Pregunta amenazante y sorprendido el hombre.

          No, solo es una cuestión disciplinaria, permítame que voy a alcanzarla para solicitarle su permiso, acaba de salir de aquí. — Rebate diplomáticamente Cristina.

     No se moleste Hermana, yo personalmente se lo llevaré. — Refunfuña el Provincial quitándole bruscamente el papel de la mano, no pudiendo disimular su contrariedad ante la resistencia de la Bibliotecaria que inesperadamente resultó ser segura y atrevida.

A todas estas las Hermanas son citadas abruptamente al despacho de la Abadesa, nuevo revuelo en el Convento que no había gozado un  momento de paz desde la tormenta acaecida apenas unos días atrás, se dirigen al lugar con cierto temor y al entrar se enteran que se procederá a la escogencia de las nuevas Velos Negros del grupo de novicias que se estaban formando.

Apresuradamente se da inicio a la reunión, sin darles ni siquiera tiempo a las asistentes para sentarse, Raquel de pie, con aquella autoridad que irradiaba, procede a darle lectura a los nombres de las aspirantes con sus respectivas credenciales: sus padres son casados ante la Santa Iglesia, no tienen antecedentes de sangre manchada. Esto significaba que se conocía su árbol genealógico prácticamente hasta Adán y Eva, algo inverosímil, pero con dinero era posible inventar nobles antepasados. 

             Sus familias pueden pagar la dote anual requerida para su manutención, hecho fundamental.  

      Como pueden darse cuenta todas están muy parejas por lo que fueron seleccionadas este grupo que son las que ejecutaron con más diligencia las tareas asignadas. Carraspea aclarando su garganta para finalizar.

     Lo someto a consideración de la Abadesa para ser ratificado por esta asamblea. — Puntualiza Raquel.

La Superiora encargada manifiesta su conformidad y por puro formalismo pregunta a las presentes si están de acuerdo. Sin esperar la respuesta dando por hecho que van a acatar su decisión, levanta un mazo de madera colocado sobre el gigantesco escritorio aferrado en bloque al suelo, inicia el giro en el aire para dar el golpe sobre su superficie, cuando sorpresivamente el expectante silencio se rompe por un sutil rumor de alguien que se pone de pie y alza su voz categóricamente:

       Me opongo, en ese grupo faltan dos novicias que son excelentes, tienen mejores credenciales que las seleccionadas. Señala aquella asistente del cónclave, abriendo aún más sus grandes ojos color castaño.

            ¡Por lo tanto emitiré un voto de censura!

Las presentes voltean a mirarla asombrada pues hasta ese momento la Hermana Cristina, un personaje invisible que procuraba pasar desapercibida, relativamente joven, con apenas tres años de estancia, sutilmente despreciada por ser considerada una arribista en Santa Ángelus al haber entrado allí gracias a un  anónimo padrino que consiguió su ingreso sin pasar por esta selección y además intocable pues pagaba una dote muy generosa, repentinamente se manifiesta tan atrevida.   

La Hermana Raquel, aun con los documentos del informe sostenido en sus manos, mira a Cristina confundida, súbitamente recuerda haberla divisado conversando varias veces con el Provincial. Una idea cruza por su mente, ¿Acaso ambos tienen un secreto acuerdo? Entonces analiza un detalle que Isabel le había comentado, notaba últimamente a Marco como distraído e indiferente, no había compartido la cama con ella las dos últimas veces alegando estar enfermo, lo cual era de extrañar pues se conocía lo fogoso que era. Súbitamente se le viene un pensamiento ¿Será que Monseñor tiene algo con ella? ¿Va a elegir a Cristina como nueva Abadesa?. Todo parecía indicar que así sería, por lo cual decide mudar sus intereses, brindar su amistad y fidelidad a esta nueva fuente de poder, dedicar todo su encanto para congraciarse con ella, abandonando a la que estaba comenzando a ser inútil, presentía que al contrario, seguir a Isabel sería perjudicial.

Raquel había sido otra hija maltratada quien aprende de forma magistral el arte de la manipulación a través de su encantadora personalidad que se difundía por donde pasaba, segura de sí misma, de gran positivismo y fuerza de carácter. Poseía un don adicional que era la talentosa capacidad de anticiparse a los acontecimientos, de distinguir las oportunidades antes de manifestarse y colarse sutilmente en nuevos escenarios más favorables, perseguía el poder a través del prestigio, era intachable cumplidora de normas y de leyes, las conocía al dedillo, a tal grado que asistía a tribunales religiosos representando legalmente al Convento, su desempeño le había traído reconocimiento como erudita, llenándola de satisfacción pues de niña había sido relegada en la jerarquía de su grupo parental, siempre existía una excusa, si la otra era la hermana mayor, que si el otro era el varón, que si la aquella era la más chiquita de la casa, que si ellos eran sus padres, y así sucesivamente, nunca un sitio destacado para ella, desterrada al último peldaño de su familia, a veces sentía no ocupar ni siquiera un lugar.   

Isabel descarga su ira convulsamente sobre aquel majestuoso mueble, parecía poseída por un espíritu maligno, asestando una tras otro el pequeño martillo sobre la pulida superficie ambarina, la boca fruncida convirtiendo sus labios en una apretada raya blanquecina, alzando la voz, vocifera.

     Orden en la sala, si no hay otra cosa que agregar queda aprobada la propuesta de la Hermana Raquel. — Mira a todas las presente amenazante, levanta el martillo y golpea por última vez, exclamando.

              ¡Aprobado! — Sentencia bruscamente, sin esperar respuestas. 

             Se pueden retirar todas, menos las Hermanas Cristina, Raquel y Consuelo, deberán quedarse para una reunión privada.

En el salón se esparce un silencio sepulcral, solo se escuchan los leves pasos de las religiosas que se retiran cabizbajas con las manos entrelazadas en sus negros pechos. Al salir la última y cerrarse la pesada puerta de obscura madera con un sonido seco, Isabel gira como una  leona e interpela a la rebelde.

         ¿Por qué ese voto de censura?. ¡Explíqueme!. ¿Qué le pasa?. ¿Acaso es mi enemiga?. ¿No se da cuenta que pone en riesgo mi elección?. — Interrogantes que la furiosa e inestable autoridad, lanzaba una tras otra ante la imprevista situación.

Después de una breve discusión, acuerdan buscar una salida diplomática a la delicada situación que arrojaba dudas de la legitimidad del acto realizado pudiendo ser anulado por el Obispo, en el ambiente flota una desagradable sensación, una nebulosa advertencia de que el castillo de naipes comenzaba a desbaratarse. 

Cristina sale preocupada ante lo sucedido, camina por aquel largo y solitario pasillo, medita sobre lo acaecido, no había previsto la reacción de la Superiora. Estaba consciente que era demasiado impulsiva en sus decisiones, a veces, mejor dicho muchas veces, era imprudente al hablar, cuando algo la apasionaba y si consideraba justo la causa a defender, se dejaba llevar por su entusiasmo, como aquel momento. De repente alguien a sus espaldas murmura, es una voz conocida.

             Hermana Cristina, espéreme, quiero decirle algo.

La mujer de grandes ojos oscuros voltea sorprendida, creía estar sola y específicamente aquella presencia, lo hace doblemente, Raquel nunca le había dirigido la palabra a pesar de varios intentos de acercamiento realizados de su parte con algún comentario sobre literatura en la biblioteca.

          No comparto con la conducta de Isabel, me ha decepcionado, nunca pensé que sería capaz de trasgredir las normas de esa manera.

             Yo creí que estabas de acuerdo con ella, no entiendo.

           Así era, hasta ahora, pero esto no lo apruebo, quería aclarártelo porque veo que eres una persona correcta, que no abundan en este lugar.

       Bueno no puedo evitar decir lo que pienso, ni dejar de luchar por lo que creo ni en lo que es justo. — Responde algo extrañada por aquel intempestivo comentario de su parte, ya que ella debía tener conocimiento de esas violaciones al ser la evaluadora del Convento o así lo aparentaba.

    Si me di cuenta desde hace tiempo de tu proceder, quería conversar contigo para proponerte que trabajemos juntas, pero las cosas se complicaron. — Expresa la delgada y atractiva Hermana.

A partir de aquel momento Raquel esperaría a Cristina para ir juntas al comedor, frecuentaba más a menudo la biblioteca para platicar con ella, las demás observaban extrañada la nueva naciente amistad.

Ese mismo día, poco antes, dos personajes que permanecen ajenos al conflicto que se desarrollaba en sus entrañas, tendrían un misterioso encuentro. Casualmente ambos se dirigen a la biblioteca. Ella estaba liberada de asistir a las convocatorias de la Sala Capitular por ser la Sacristana, responsable de tener todo listo para realizar las misas, incluso en casos de emergencia. El Provincial, también exento de la reunión, al verla en la distancia la sigue, creyendo ser fortuito, lo que no sabe es que no era casual.

Marco entra cautelosamente observando que están solos ni siquiera la encargada del lugar está allí, por lo que decide iniciar una conversación con Alicia, se acerca al estante de madera, seleccionando un libro escrito en griego y camina silenciosamente hacia la absorta mujer quien no da señales aparente de haberlo visto. El Provincial comienza a caer en una trampa mortal.

              ¿Hermana, puede ayudarme a traducir este capítulo de la Ilíada? Me han dicho que usted lee el griego a la perfección.

El también domina el idioma pero se hace el desentendido a sabiendas que ella se daría cuenta de que se trata de una excusa para entablar una conversación.

     Si Monseñor, permítame por favor. — Responde la mujer sin manifestar sorpresa en su inexpresivo rostro, evidenciando que había notado la llegada del clérigo.  

Estira su mano para tomar el libro, lo mira indiferente y fugazmente, sin detallarlo, dejándolo sorprendido. 

              Gracias Hermana, déjeme acercar una silla para que pueda escucharla, soy un poco sordo. — Dice el hombre, creyendo que le sigue el juego.

Ella comienza a traducir con una melodiosa voz, su relato era perfecto lo que demostraba un dominio de aquel idioma, el sacerdote está fascinado cuando imprevistamente exclama:

              Con su venia Monseñor, me voy a quitar el velo, el calor es insoportable.

Sin esperar su aprobación ejecuta la acción, liberando su dorada cabellera cayendo majestuosamente sobre sus hombros e inmediatamente comienza a jugar con el de una forma insinuante, pasándolo de un lado al otro de su largo cuello permitiéndole lucir su esbeltez y la tersura de su nívea piel. Él la observa, su brújula gira como loca, no puede interpretar aquella situación, el rostro de ella conserva una gran dureza no acorde con lo que hace o con lo que él cree que hace, tampoco levanta la cabeza para mirarlo, lo que esperaba, una indicación más franca de ser un coqueteo, pero no. Por primera vez está confundido ante el inesperado evento, provocando cada vez un mayor e intenso interés por la peligrosa mujer, las dudas lo carcomen cual adolescente ante su primera experiencia amorosa, desea acariciar aquel cuello de cisne e impulsivamente decide decirle algo romántico, manifestarse apasionadamente cuando repentinamente ella se levanta, colocándose apresuradamente la cofia mientras le manifiesta:

  Monseñor me tengo que retirar, debo atender otro asunto, el deber me llama. — Le manifiesta con una dulcísima voz.

  No se preocupe Hermana, entiendo, será en otra oportunidad. — Responde poniéndose rápidamente de pie caballerosamente.

Se queda parado aturdido y encendido de pasión, estuvo a punto de tomarla por el cabello y girarla hacia el para besarla. ¿Hubiera sido un error? ¿Mal interpreto su proceder? ¿O ella jugaba con él?.

Saliendo absorto del lugar acariciando estos pensamientos sobre el descubrimiento de la fuerte atracción sentida hacia Alicia, una servicial entra apresuradamente entregándole una nota, se devuelve unos pasos para colocarse bajo un rayo de luz de un ventanal con el fin de iluminar su contenido mientras la abre rasgando uno de sus bordes procediendo a leer con fruición, aquel pedido de auxilio de Isabel: tenemos un problema, Cristina veto la selección de las novicias. Una inesperada oportunidad se abría para aquel seducido Monseñor y no la desperdiciaría.

Cuan equivocada estaba Isabel, no era uno, eran dos complicaciones, pues la enigmática y atrayente conversación en la biblioteca se convertiría en el incentivo final para cambiar de planes con respecto a la escogencia de la Abadesa que estaba por realizarse, ya había ocurrido el percance con el gato negro, dejándolo encaprichado con ella, ahora con esta provocación, era un reto, una obsesión mortal, un impulso irresistible. Decide repartir nuevas cartas.

Terminaba de leer la misiva de Isabel aun parado en la puerta de la biblioteca cuando entra Cristina quien viene de la extraña conversación con Raquel en el corredor, va apurada y se lleva por delante al Monseñor quien le lanza agresivamente una recriminación.

    Hermana me decepcionó, pensaba que era más diplomática, ¿Cómo es posible que se inmiscuya en la escogencia de las nuevas Velo Negro?. Usted ni siquiera pertenece al órgano de consulta de las Discretas.

      Disculpe Monseñor, era mi opinión personal. — Responde la religiosa de grandes ojos oscuros mientras piensa que Gracias a Dios no le confesó quien era su protector, el Ministro de Finanzas del Presidente, un hijo fuera del matrimonio de su tía, una infidelidad de su familia, un secreto muy bien guardado que en conocimiento de aquel peligroso hombre podía ser fatal.

       Por un tiempo pensé en postularla para Abadesa, pero desde aquel día que se negó a firmarme la carta para denunciar las vagabunderías del Obispo, me di cuenta quien era usted, una débil.

              No se preocupe por eso Monseñor, no estoy interesada en el cargo, por favor déjeme pasar. — Exige Cristina con voz autoritaria.

              No me hable así, ¡Yo soy el Provincial!

              ¡Y yo soy la jefa de la Biblioteca, me debe respeto! — Responde la mujer en tono autoritario y con mucha seguridad.

             Un duelo que presagiaba un inminente colapso dentro del tejido social de aquel bucólico Convento. A partir de aquel momento cambiaría sus prolongadas estancias en la biblioteca por algunas visitas a la Capilla, disimulaba estar orando mientras permanecía de rodillas en una actitud de recogimiento nunca antes visto, para observar a la Sacristana, quien al percatarse del hecho comenzaría un juego de seducción, llevado a cabo al servir el vino de consagrar, pasando su dedo índice a lo largo de la silueta de la copa, que en sus curvas semejaba el sinuoso cuerpo de una mujer, quedando resaltado al realizar aquel lento movimiento desde la base ascendiendo hasta alcanzar el borde de la copa en el cual se detenía acariciando varias veces el círculo de su boca para luego hundir su dedo sugestivamente en su rojo contenido, simulando el acto de pasión amorosa, momento en que miraba fugazmente a Marco quien estaba a punto de estallar debiendo cubrir su enrojecido rostro dentro de sus manos. Al terminar la misa, Monseñor se dirigía al altar a prender una vela esperando que Alicia saliera de la Sacristía, pero ella nunca se dejaba ver.  Isabel lo observaba tratando de adivinar que le estaba sucediendo a su clandestino amante, lo conocía muy bien, algo debía tramar. 

Bajo estas convulsas condiciones de la vetada elección de las nuevas Velos Negros y la actitud remolona de Monseñor, llegaría el tan esperado momento para que las Clarisas de Santa Ángelus procediesen a la elección de la nueva superiora.

Estando todo listo en la rojiza Sala Capitular, las monjas acreditadas para tal fin, acomodadas en sus aterciopeladas sillas escarlatas situadas a lo largo de la pared, siguiendo un estricto orden de antigüedad, el despejado espacio central con un escritorio en un extremo y el apoltronado sillón presidencial del Provincial en el otro extremo, los votos claramente establecidos,  algo inesperado se presentaría.

Marco había decidido cambiar de objetivo y emplearía su intrigante poderío para que ganase la Hermana Alicia.


                                                            Sala capitular. Fotografía de Internet.

Oficialmente hasta ese momento apoyaba a la que era su amante, pero implementaría una nueva estrategia para conquistar a la sensual y rubia monja a como diera lugar, lo cual no era tan fácil, deduciéndolo por su picara conducta, era necesario deslumbrarla, halagarla.

Debido a esto se le ocurre la idea de postularla para el cargo buscando obtener su amor, milagrosamente sus planes se ven favorecidos por lo recién sucedido con el veto de Cristina que dejaba abierta una brecha de ilegalidad permitiéndole colarse por ella y disimular estar procediendo ajustado a la norma para corregir el entuerto y debilitar a Isabel.

Toda esto situación se debía a que la vieja Abadesa en ejercicio durante más de veinte años, luego de una larga vida de buenas obras y santas virtudes, padecería una extraña enfermedad confinándola a una cama sin habla, ni movimiento voluntarios, totalmente incapacitada para dirigir el Convento, realidad que obligaba a nombrar una sustituta, quedando como encargada la enérgica Hermana Isabel. Esto conllevaba a la oportuna responsabilidad de ser la única que la atendiera en su lecho de enferma, habiendo notificado a las altas autoridades de su incapacidad, se decide proceder sin esperar su inminente fallecimiento que se daba por hecho, así había ocupado Isabel el cargo pero necesitaba ser ratificada, algo que parecía fácil pero se estaba complicando.   

Sorpresivamente la rolliza mujer es rechazada por un pequeño pero poderoso clan formado por un grupo de Hermanas sediciosas que estaban en su contra y ahora se manifestaban ante la irregularidad recientemente acaecida debido a que las novicias descartadas, coincidencialmente eran sus parientas, causándoles un gran malestar la decisión, incitándolas a actuar en su contra para impedir el ascenso al cargo de la que consideraban una usurpadora.  

Este inadvertido escenario le viene como anillo al dedo al intrigante Marco que aprovecha el percance para dejar claro su discrepancia con lo sucedido, dirigiéndose a las molestas Velos Negros, pertenecientes a la clase social más selecta de Villafranca, les notifica que esa selección, por estar viciada, queda anulada e inmediatamente plantea una solución al conflicto, sería nombrar a Alicia en sustitución de Isabel.

Entonces las conventuales más viejas, que hasta ese momento permanecían al margen de la discusión, se levantan manifestando su desacuerdo con esa propuesta, no podían resignarse a ser gobernadas por otra con menos antigüedad que ellas, instante que aprovecha la sorprendida Hermana Isabel para declarar que no aceptaba la idea del Provincial pues consideraba que el cargo le correspondía por haber ejercido como Abadesa encargada por varios meses, casi un año ya y según la norma después de ese tiempo solo era necesario ser ratificada, no elegida.

Ante el surgimiento de este obstáculo de no contar Alicia con la experiencia para ser electa, convencido de que su nueva preferida en la votación sería derrotada, Monseñor ordena suspender el capítulo e intenta hablar a la congregación. Isabel nota que se trae algo entre manos pues lo conocía muy bien, rápidamente se atraviesa delante del hombre de oscura sotana, cubriéndolo con su voluminosa figura e impidiéndole el discurso que estaba por desarrollar, inmediatamente les indica a todas las monjas que abandonen la Sala Capitular y se reúnan urgentemente fuera del despacho.

          ¿Qué te sucede Marco, acaso te volviste loco o te embrujaron? — Pregunta a quemarropa la furibunda mujer, clavándole sus oscuros ojos mientras se le acercaba amenazante al rostro del Provincial.

            ¿Planeas traicionarme?. No te lo voy a permitir. — Continúa agresivamente, sacudiendo sus manos, señalándolo con un dedo acusador.

            ¡Veremos! — Responde el hombre retadoramente, añadiendo...

          Yo soy el Provincial, me debes obediencia. — Su gélida mirada le advierte a Isabel sus peligrosos pensamientos.

Coincidencialmente una compañía ambulante de circo arribaría a Villafranca, una caravana multicolor de animales, entre ellos el famoso tigre escapista, variados artistas y las hermosas coristas con el revoloteo de sus cortas faldas danzando al son de las panderetas, no podían faltar, recorriendo sus dos únicas calles principales. Sus bufones, magos y saltimbanquis maravillan con sus juegos de malabares y volteretas sobre los bancos de la plaza atrayendo a la población que se agolpaba boquiabierto a su paso, alterando la bucólica paz de aquel apacible lugar, la rutina de los escándalos de los religiosos degenerarían en algo aburrido ante el novedoso espectáculo.


                                                                             Bufones trágicos. Fotografía de OMR.


Aquel circo prometía sorpresas, las expectativas eclipsaban cualquier otro suceso que pudiera desarrollarse en el  pueblo, incluso lo recién sucedido en el Convento, un preámbulo a su llegada.

La primera trifulca se originó por la ubicación del espectáculo, buscar un buen terreno era imprescindible, debía ser un solar cercano, de fácil acceso, plano para adaptarlo como pista sobre la que realizarían las funciones. Todos los vecinos de buena voluntad ofrecían sus propiedades, sin poder llegar a un acuerdo, el circo no los defraudaría en su generoso y muy sustancial pago del alquiler. La instalación de la carpa sería otro tumulto pues todos los ciudadanos de buena voluntad querían colaborar, por supuesto el verdadero motivo era poder fisgonear las intimidades de los artistas.

El dueño del circo se vería obligado a prohibir esta generosa colaboración ante la queja de sus empleados, causado principalmente por los caballeros aunque no faltaba una atrevida dama que quisiera deleitarse con los músculos de los acróbatas, acarreando un intenso acoso de parte de los benevolentes colaboradores.

Al caer la tarde, en aquel ocaso rojizo, finalmente todo estaría listo para dar comienzo al espectáculo, muy popular ya que permitía asomarse a un mundo de fantasías apartándolos de la cotidianidad de los conflictos tanto familiares como los de sus religiosos, sus variados números deleitaban tanto a chicos como adultos, damas o caballeros, estos últimos atraídos por aquellas exóticas coristas de fama internacional con sus redondeadas figuras e insinuantes pechos que parecían estar a punto de saltar del apretado escote cuando pícaramente se acercaban al público bailando e inclinándose como ofreciéndolos.

Esa misma noche, un sigiloso carruaje negro se acerca a la parte posterior donde se acomodaban las coristas, un hombre desciende de él, se escuchan unas fuertes pisadas de botas que retumban en el lugar, su larga chaqueta negra revolotea a su alrededor como alas de cuervo, cubierta su cabeza con una capucha que oculta su rostro, impidiendo ver la máscara del odio que no presagiaba nada bueno, la rojiza oscuridad parecía anunciar un pecado mortal que estaba por ocurrir. Un fúnebre plan se echaría a andar en uno de los escenarios más insólito e inesperado para algo tan malévolo, un circo.   

A todas estas en la casa Obispal se organizaba una bacanal como las que le gustaban al máximo representante eclesiástico, un religioso con muchas cualidades, amable con sus subordinados, caritativo con los desposeídos, poseía el don de escuchar a los pecadores con amorosa condescendencia. Las damas  lo adoraban pues siempre sermoneaba a sus maridos sobre los deberes matrimoniales y la fidelidad. Los caballeros también lo apreciaban pues cada vez que acudían por sus consejos siempre les brindaba una copita de buen licor que nunca le faltaba en la alacena, el cual obsequiaba junto con la reprimenda y la cómplice absolución a sus pecados compartidos, una alicorada recompensa para aliviar la pesada carga de la penitencia impuesta, la promesa de no  volver a hacerlo, pero como la carne es débil entonces estaba el perdón eterno ante la comprensiva recaída.  

Pero Su Excelencia tenía una debilidad que conocía muy bien el ambicioso Provincial y este planeaba usarlo esa misma noche.      

Marco se pone de pie y camina descalzo hacia una rendija de la carpa que deja filtrar un rayo de luz, levanta el borde de lona para poder observar el gigantesco disco que tal como farol encendido se asomaba incandescente en el horizonte entre oscuras nubosidades, absorto se queda contemplando aquella magnifica luna de sangre mientras reflexionaba sobre lo que estaba por realizar, se pregunta si la leyenda del asesinato de un príncipe ocurrido siglos atrás con una luna similar, era cierta. ¿Coincidencia?.

Voltea y observa a la mujer que esta acostada desnuda en la cama de la cual acababa de retirase, recorre con su vista todo su voluptuoso cuerpo, repentinamente aquella figura se mueve y le pregunta:

              ¿Ya me extrañas?

       Aun no, pero estoy seguro que lo haré más adelante. Comenta aquel musculoso adonis con una extraña expresión en su atractivo rostro de líneas armónicas.

           ¿En qué momento? ¿Acaso cuando estés en los brazos de tu Abadesa?. —Inquiere la bella corista del circo.

             ¡Debo irme! — Responde impaciente.

Inmediatamente comienza a vestirse, encerrándose en sí mismo tras las altas murallas de su atormentado espíritu, no podía permitir que sus sentimientos lo traicionaran sobre la mortal decisión que acababa de tomar, Isabel no le dejaba opción. Sería imperdonable dejarse arrastrar por sus impulsos como un muchacho.

          ¿Te quedo claro lo que debes hacer?. — Pregunta el Provincial a punto de salir apresuradamente de la carpa del circo.

                        

                                                                                  Luna de sangre. Fotografía de JAO.



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