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jueves, 7 de enero de 2016

Capitulo 36 Damián Perozo

Un incendio cruje en los viejos registros parroquiales de la Iglesia de Rio Tocuyo, los libros correspondientes al año de 1876 desaparecen devorados por las llamas, cerca de la plaza, sobre un caballo una mujer observa con lagrimas en los ojos, una tristeza arrasa su espíritu, sin poder evitarlo pues el hilo de los acontecimientos la habían conducido irremediablemente hasta allí. Su pecado confesado hacía pocas horas, de rodillas ante su párroco, amigo y confesor a quien le lanzó la sentencia: Padre tengo que incendiar su Iglesia! Hija por Dios, no me asustes, que sucede?
Los caroreños habían apoyado a Cipriano Castro como una solución temporal para suplir la necesidad de un caudillo que llenara el vacío dejado por Joaquín Crespo, un grave error de cálculo cometido por los liberales amarillos, no solo logro dividirlos, sino que a diferencia de Guzmán Blanco, Castro los iría eliminando físicamente enviándolos a guerras perdidas de antemano.
A Castro lo enfrenta, entre otros, los godos y liberales unidos junto a su enemigo tradicional el Mocho Hernández, quien iniciaría una revuelta desde Coro donde contaba con seguidores, apoyado por caroreños, entre ellos el conocido José María Riera un personaje clave quien protagonizaría una tragedia local. Los rebeldes logran ocupar Barquisimeto, designándose para sofocar el alzamiento al General Jacinto Fabricio Lara, acantonado en Siquisique, partiendo un 5 de diciembre 1899 rumbo a la capital del estado Lara donde se encontraban los revolucionarios Nacionalistas, arribando allí entre el 23 y 24 de diciembre de ese año, iniciándose el combate donde pierden la vida el General Juan Bautista Salazar, compadre de Bartola y otros militares de alto rango compañeros de su marido, una avanzada que misteriosamente fueron abandonados por Jacinto Lara, quien llega “tarde” a reforzarlos, sospechándose de tratarse de una orden de Castro para salir de estos militares pocos confiables.
Además de este descalabro para Bartola, los amarillos serían desplazados por los godos quienes conforman una fuerza política que obtuvo el poder de la nueva Dictadura, encabezados por Pablo Riera en Carora, instalando una dominación a través de sus familiares consanguíneos, los rieristas, los cuales obtienen en exclusiva las prebendas económicas, despertando rencores dentro de los excluidos, debido a lo cual las disputas políticas toman protagonismo en un nuevo escenario violento. Para agravar la situación de encono, la actitud de inestabilidad política de José María Riera de gran ascendencia dentro de los caroreños cuya familia era oriunda de estas tierras, quien de mochista en la época de Crespo se pasa al bando de Castro durante el golpe de estado para luego del triunfo regresar nuevamente a las filas del Mocho Hernández, quien lideriza un intento para derrocar del poder a Castro donde participaría José María Riera,  en calidad de jefe de la oligarquía caroreña. En vista de esto los enemigos de los rieristas, miembros también de la coalición del gobierno, utilizan esta situación para defender sus intereses menoscabados y salen en persecución del alzado contra el gobierno, alcanzándolo en el sitio conocido como el “Pozo de las Zábilas”, cerca del poblado de Burere al oeste de Carora, en la refriega un balazo lo alcanza en la ingle, al intentar montar en el caballo, llega un piquete de las tropas de Rafael Montilla donde venía algo rezagado el General Rafael Aranguren, lugarteniente del fallecido General Federico Carmona, quien le guardaba rencor por múltiples razones, principalmente los sucesos protagonizados por los Rieras contra La Propaganda. Así que al alcanzarlo Aranguren, obedecería las ordenes expresa de Castro de eliminar a todos los mochistas, pero también lo haría en nombre de los carmoneros y del asesinato de Antonio Perozo, sumado al acaparamiento de los rierista en la economía local, en los cuales se habían visto perjudicado sus familiares de Siquisique con negocios en Carora, sobradas razones por la cual a pesar de verlo mortalmente herido y desangrándose, lo remató a balazos un 17 de abril de 1900. Posteriormente el General Rafael Aranguren, encontrándose en un botiquín en Siquisique, fue asesinado en venganza por Medardo Oropeza Riera, sobrino de José M. Riera, quien a su vez fue asesinado en el camino por las tropas que lo conducían preso a Barquisimeto, época donde las deudas de sangre se heredaban y se pagaban a pesar del tiempo, sentencias de muerte imperecederas.
El fatídico asesinato de J.M. Riera por el general Aranguren desatan nuevamente los demonios ocultos del rencor contra los carmoneros, lo cual llevan a esta mujer a cambiar sus estrategias y buscar otra solución para sus hijos, principalmente Damián supuesto autor de la muerte de uno de ellos. A partir de este momento se dedicaría a  utilizar lo único que le quedaba, las riquezas del oro del cual era depositaria para obtener el poder que se derivaba de su posesión, especialmente darle protección a Damián, ya no podía ocultarlo más en las agrestes montañas de San Pedro, existía un riesgo evidente de que sus prosperas actividades comerciales lo delataran, era necesario hacer algo más, algo diferente, un encubrimiento que no implicara estar físicamente oculto o llevar una vida clandestina.
Damián era hechura de ella, encarnando todo lo que deseaba ser y que solo había logrado durante los años vividos al lado de su marido Antonio Perozo, arrebatado con la muerte violenta de este. Su hijo era el consuelo a sus sufrimientos, debía salvarlo de sus enemigos y de sí mismo, sus propios tormentos. Finalmente llega a una conclusión debía cambiarle su historia, darle otro nombre que no despertara sospechas, rodearlo de riquezas que no pudieran ser rastreadas hasta ella.
Los acontecimientos se desatan, sale del país enfermo Cipriano Castro y es sustituido por Juan Vicente Gómez a finales de 1908 dando inicio a una feroz dictadura. En 1910 ocurre la muerte en Carora del General Ángel Montañez, el poderoso enemigo político de su familia. Esto le permite a su hijo abandonar las montanas llevando una vida más pública, entrado a comerciar por primera vez personalmente, montar un negocio de compra-venta al mayor y detal en el caserío La Unión. Estando residenciado aquí un día se entera de la venta de una hacienda, en cuya negociación se encontraría con una mujer que lo perturbaría en lo profundo de su corazón, colocándolo en una encrucijada vital. Para entonces era conocido por un nombre ficticio, pero eludiendo cualquier compromiso que lo obligara a identificarse legalmente, para eso usaba a su hermano menor y otro pariente para adquirir propiedades sin ponerlas a su nombre. Por el mismo motivo, con 37 años de edad aun permanecía soltero, a pesar de que su madre, una ferviente católica los había educado bajo los cánones del sagrado vínculo matrimonial, un ideal inculcado por ella. Afirmaba que algún día se casaría pero que primero debía lograr una posición económica sólida, esto no era más que una excusa para encubrir su verdad; mediante estas artimañas había logrado mantenerse alejado de los registros civiles, hasta ese momento Pancho Castro existía sin existir. Secretamente mantenía la esperanza de que algún día recuperaría su vida anterior, su nombre paterno, regresar a su pueblo natal, pero la vida le jugaría una mala pasada, Damián Perozo desaparecería definitivamente tal como le había vaticinado su madre.
El deseo de unirse con esta mujer se vería obstaculizado por las exigencias matrimoniales de sus padres quienes pertenecían a familias tradicional de fuertes creencias religiosas, igual a las que su madre les había enseñado. Hasta ese momento había logrado eludir ese compromiso, sin descartarlo totalmente, no había tenido necesidad de hacerlo. El aseguraba que algún día se casaría, así se lo decía a sus conocidos pero que por los momentos solo había asumido la responsabilidad de una unión libre con todas sus obligaciones menos el matrimonio de ley, la razón era que no podía hacerlo pues se vería forzado a poner en evidencia su verdadera identidad, la cual mediante esta historia y el uso de sus parientes como testaferros en sus propiedades había logrado mantener oculta. Legalmente no poseía nada, por no poder identificarse legalmente. 
Bartola inicia una febril actividad, acude a su parentela, mueve su dinero para comprar testigos para la nueva identidad de su hijo. Había perpetrado un cambio de nombre que no tenia vuelta atrás, creando otro ser, otro hijo, pero faltaba borrar el rastro de Damián, de eso se encargaría también esta guerrera, experta en conspiración y aun con poderosos contactos clandestinos, así le proporcionaría a su hijo lo que hoy se conoce como protección a testigos claves al darle un nuevo nombre y una nueva historia familiar, incluido los registros parroquiales.