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miércoles, 21 de enero de 2015

Capitulo 27: La simulación.

En un bosque de semerucos en las afueras de Barquisimeto tres hombres ocultos entre las sombras conversan en voz baja, son: Aquilino Juárez, Federico Carmona y Elías Torres Aular, discuten sobre las estrategias a seguir en el complicado panorama político.
“Me informaron que el general Crespo desde su liberación de la cárcel de La Rotunda esta confinado en su hacienda El Totumo, situada en el estado Guárico, desde donde ha logrado establecer contacto con varios generales de confianza” les dice Aquilino Juárez a los otros dos hombres quienes escuchan atentamente, “está coordinando un movimiento nacional, la Revolución Legalista, lo esencial ahora es organizarnos, recuperar nuestra gente para alzarnos nuevamente, cada uno debe ir a lo suyo, separarnos para buscar adeptos en diferentes escenarios”.
Juárez continua hablando, “debido al triunfo electoral de los continuistas existen grandes expectativas de cambio, hasta los altos mandos militares están apoyándolos, entre ellos los generales León Colina y Bracho en Carora, debemos actuar con sigilo, esperar la caída de su popularidad, el desencanto de sus seguidores y del pueblo. Si procedemos en este momento nos aniquilarían, sería un error político.”
Eran los inicio de 1890, habían triunfado electoralmente los continuistas con Raimundo Andueza Palacio como Presidente, poseían apoyo de poderosos opositores al régimen de Guzmán Blanco, permitiéndole una confrontación mas frontal al hombre de París de lo que hiciera su antecesor Rojas Paúl, a esto se une en el estado Lara el general Montañez junto a los godos de Carora, es un peligroso momento para La Propaganda y los hombres partidarios del liberalismo pro guzmancista liderizado por Joaquín Crespo.
Federico les informa: “ya tenemos fusiles suficientes como para armar un ejército de 500 hombres, mi contacto en Río Tocuyo que uds conocen, las tiene bajo buen resguardo, cuando lo ordene Crespo a través de ud general Juárez, saldremos a tomar el gobierno regional. Carora no es seguro, pululan los traidores, me iré a mi pueblo donde estoy resguardado por mi parentela, los carmoneros, desde allá organizaré la insurrección clandestinamente, trasmitiré las indicaciones que debemos esperar el momento oportuno, dejar que el gobierno se hunda para así recuperar nuestras fuerzas políticas”.
“Correcto” le responde Juárez refrescándose el rostro con su sombrero y le acota a Torres Aular “ud debe ser nuestro infiltrado en el ejército, nadie debe saberlo, guardaremos las apariencias, solo responderá a nuestro mando directo”.
Estos hombres planeaban apoderarse del poder local, en su estrategia estaría el lanzamiento nuevamente de la candidatura de Aquilino Juárez a la Presidencia del Estado, sin imaginar que se repetiría el enfrentamiento con un viejo contendor.
Mientras tanto en una cantina de Barquisimeto se da otra reunión, no tan secreta como la ocurrida entre las sombras de los semerucos, son dos conocidos personajes, los generales Eusebio Díaz y Ángel Montañez quienes planean enfrentar a Juárez y Carmona: “General Díaz, me encargaré a través de mi recién fundada publicación periodística “La Palanca” de desprestigiarlos ante sus seguidores, principalmente al general Carmona quien tiene una deuda pendiente conmigo, Ud encárguese de anular las aspiraciones electorales de Aquilino Juárez, el general Bracho me asegura que tiene asegurada a Carora y su gente.”    
Ese año fue muy peculiar, se inauguraría el telégrafo en Carora, el alumbrado público en Siquisique y el ferrocarril Bolívar en Barquisimeto, simultáneamente los crespistas o legalistas son obligados a salir del poder junto a la agrupación política local “La Propaganda” que se disuelve ante la debacle del guzmancismo agravado por el fallido golpe de estado dado por Joaquín Crespo al presidente Rojas Paul.
El general Bracho, apoyado por Graciano Riera Aguinagalde y los también generales Froilán Álvarez y León Colina, había retomado el poder político en Carora quedando anulado Federico Carmona, debiendo conjurar las amenazas de muerte que se ciernen sobre su cabeza. Este hombre al pasar por Carora rumbo a su pueblo, se consigue con un corre y corre debido a la llegada del Dignísimo Arzobispo de Caracas y Venezuela Críspulo Uzcategui Oropeza, descendiente caroreño. Todas las damas competían en muestras de afecto a través de la comida típica local como el lomo prensado, el pimpinete un chorizo elaborado con carne de res y cerdo, la olleta una sopa de carne de gallo que levantaba controversias entre las cocineras sobre si se le debía dar a su eminencia, por los efectos afrodisíacos que según tenía, acordando por consenso servirle un buen mondongo de chivo más acorde con su investidura, por la mesa desfilan vertiginosamente las arepas con la mantequilla envuelta en hojas de maíz dándole un exquisito sabor, la dulcería resaltando el de mango o de leche, los quesos regionales en diferentes formas de crineja o de tapara, obsequiados al ilustre visitante de paso por la ciudad, a punto de sufrir una indigestión. En medio de esta guerra de platos nadie nota la presencia del recién llegado, siendo este acontecimiento providencial para pasar inadvertido.
Recibiendo el Arzobispo una invitación del cura de Río Tocuyo para celebrar dos solemnes misas de confirmación en la Iglesia Parroquial para los niños de la localidad, la primera el último día del mes de julio y la segunda el primero de agosto de 1890, aprovecha la oportunidad para alejarse aliviado de la feroz competencia entre las cocineras caroreñas que lo habían llevado a cometer el pecado de la gula, iría acompañado por Maximiano Hurtado cura en propiedad de Carora como correspondía a su alta investidura, quien deja encargado al presbítero auxiliar Leandro Antonio Colmenárez.
Pero sucede que Río Tocuyo al ser un pueblito pequeño, se regaban los rumores rápidamente, enterándose el General Ángel Montañez a través de su esposa, recientemente informada por sus familiares Yépez, tía y prima, residenciadas en ese pueblo, de la existencia de un armamento traído de contrabando, obtenida por indiscreciones cometida por el hijo adolescente de Bartola, de nombre Damián, quien en un arranque de pasión le había comentado a su novia lo del armamento, a su vez ella le comentaría esta información a las trabajadoras de su casa, estas a sus maridos hasta que finalmente llega a oídos de los Yepez, así que este hombre imparte ordenes a su gente, conocidos como los Chuaos, de dirigirse inmediatamente no a Carora, sino a Río Tocuyo donde estaba Carmona, que lo vigilen y lo sigan, sospecha que allí lo ocultaba, así que por esas cosas del destino todos coinciden en ese pueblo.  
En la primera misa del 31 de julio, bajo el amparo de la Iglesia y de su ilustre visitante, repentinamente se escuchan unas fuertes pisadas de botas que retumban en el sagrado recinto, son los Chuaos, con sus rostros cubiertos por la máscara del odio, largas chaquetas negras revolotean a su alrededor, presagiando algo fúnebre, el ambiente se torna rojizo, vienen de Carora tras su enemigo, encabezados por el hijo del fallecido general del mismo nombre, Juan Pérez Alvarado, casado con Primitiva Riera Montesdeoca y socio comercial de Ángel Montañez, acompañado por varios de sus parientes Montesdeoca junto a su leal amigo Amenodoro Riera, hijo natural de José Ignacio Montesdeoca, la sombra de la muerte los seguía y llevaría el sello de este apellido. 
Este mismo grupo conformarían 9 años después, en 1899, un movimiento conocido como “Unidad Nacional”, estarían: Ángel Montañez, Francisco Nicolás Giménez, Lázaro Perera Montesdeoca, Amenodoro Riera, Ramón Urrieta, José María Riera, Agustín Zubillaga, Vicente Sosa, todos pertenecientes a lo más rancio de los godos caroreños, llegarían a ser sumamente poderosos a partir de Castro y durante la dictadura de Juan Vicente Gómez.  
También se encuentra en la Iglesia, Francisco Brizuela, Gregorio Nieto, los Santeliz, los Figueroa y un personaje clave: Silverio Castro quien es enemigo acérrimo de los Chuaos desde 14 años antes, cuando ocurrió el alzamiento que protagonizaran los Castros en contra del General Juan Agustín Pérez, sofocado por un grupo comandado por este general y los Montesdeoca, resultando muerto dos miembros de este clan, uno de ellos según comentarios de la época asesinado por Ramón Perera Montesdeoca, por lo que existían viejas rencillas entre ellos.
Al día siguiente, 1 de agosto, en el segundo día de misa, se encuentran en la Iglesia nuevamente Federico Carmona, Gregorio Nieto, Silverio Castro y otro hombre que es el comandante Antonio Perozo, utilizando el pretexto de la confirmación de varios niños para reunirse sin llamar la atención. 
Cuando Antonio Perozo es visto con ellos, se dan cuenta de que al ser el marido de Bartola, en quien se conjugaba las dos familias, Castro y Nieto, ambas carmoneras incondicionales, se transformaba en un enlace clave de suma confianza, además por ser un militar activo guzmancista, no levantaba sospecha, por lo que era perfecto para la amenazada Propaganda y su líder, su participación garantizaba que las armas no cayeran en manos de sus enemigos, sería el depositario ideal para el resguardo de estos pertrechos a utilizarse en algún momento para la defensa de sus intereses políticos al mando de Federico Carmona y su ejército local.
La presencia en Río Tocuyo de los poderosos Chuaos colocaba en peligro este pertrecho militar que junto al oro recabado, servía para sostener la conspiración por lo que debían simular no tener nada que ver con armas o conspiración, no en vano todos eran liberales. Carmona utiliza la misa para impartir instrucciones discretamente a sus seguidores, apaciguarlos, contenerlos mediante su liderazgo, debían esperar otro momento para el alzamiento, les dice sin imaginar lo que sucedería al día siguiente ni que esta espera se prolongaría por casi 2 años.
A pesar del disimulo con las confirmaciones, los Chuaos al estar dateados se dan cuenta que Carmona actúa como jefe de los mestizos de Río Tocuyo, evidenciando que estaba al mando de este peligroso y conocido clan, sumándose ambos rencores que surgen con mayor furor, desembocando en un sangriento suceso perpetrado por los actuales enemigos de Carmona y los viejos de los Castro, que coincidencialmente eran los mismos.
Igualmente al desenmarañar que Antonio Perozo es el enlace y unido con la recién información de la existencia de unas misteriosas cajas llegadas a su hato, concluyen que allí esta la clave, por lo que deciden ir a asaltarlo en búsqueda del peligroso armamento, lo hacen en la madrugada del día siguiente, 2 de agosto de 1890, ya tenían experiencia en asaltos anteriores.  
Era un periodo de gran convulsión política, los caudillos lanzados a confrontaciones de dolor y muerte, sumamente violenta como las ocurridas en Carora donde las luchas políticas eran llevadas a extremos apasionados, con discursos en las plazas, atacando al contendor en las calles hasta incluso llegar al recinto mismo del hogar como sucedió con el de los Perozo. Las autoridades no eran capaces de mantener el orden dentro de esta anarquía, ya fueran por complicidad o debilidad.
Durante este peligroso periodo Bartola pondría en práctica todo lo aprendido en conspiración durante el contrabando de armas para salvarles la vida a sus hijos mayores, participantes en el sangriento suceso. Ella los ocultaría en lugares diferentes, bajo seudónimos o nombres simulados, principalmente a su cuarto hijo, Damián que por ser hombre y contar con 14 años de edad queda como responsable visible de los hechos ocurridos ese día, los rodearía de personal de su entera confianza, ocultándolos hasta el extremo de borrarle su identidad, para ello contaría con sus contactos clandestinos sumamente influyentes y con su gran poder económico cuyo origen siempre ocultó, sería lo que hoy día se conoce como programa de protección a testigos claves en peligro de muerte.
Su inmenso y desgarrador dolor se transformarían en un deseo de venganza como nunca antes había experimentado, conduciéndola por los senderos del destino de Cipriano Castro, sería su última participación en política. Continuara...
Un hombre envuelto en una capa negra presagia una tragedia

Iglesia de Río Tocuyo