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miércoles, 27 de agosto de 2014

Capitulo 14 Cofradías e hipocresías.

Bartola de 17 años en 1866 en pleno complot de los azules, una joven soñadora y alegre, algo despreocupada, propio de la juventud, cuya adolescencia transcurriría en medio de la Guerra Federal, viviendo un cumulo de experiencias que la transformarían en mujer, época en la cual se enteraría de hechos que cambiarían su realidad.
Repentinamente su frágil mundo interior comienza a derrumbarse al deducir que la dicotomía de su origen oculto, no solo de ser hija ilegitima sino también de haber nacido de una mujer indígena, la despojaba del derecho al árbol genealógico, colocándola al margen de las rígidas reglas sociales y religiosas de su época, sumamente traumático. Había sido criada dentro de una familia de mantuanos, quienes alardeaban de poseer apellidos que podían rastrearse hasta sus antepasados españoles y franceses, llegando hasta el primer Santeliz en arribar a estas tierras, no solo era ser adinerado sino también tener un árbol genealógico demostrable, fundamental en estos remotos tiempos.
Al quedar asentado en su registro parroquial, donde el cura escribe despectivamente “hija natural de Juana Bautista Castro indígena de este pueblo” resaltando su doble deslustrado origen, impidiéndole ocupar un puesto relevante en la sociedad y el ingreso a los exclusivos colegios, ya por el simple hecho de ser mujer, estaban menoscabados. Tan importante era esto que cuando se quería perjudicar a alguien se ponía en duda el antiguo linaje al que se pertenecía a través de rumores o de panfletos lanzados anónimamente en las plazas. 
En este siglo prevalecían las costumbres de la Colonia, permaneciendo la sociedad atrapada irremediablemente en sus normas que sin embargo trasgredían, doble moral típica de la época victoriana, llamada así por la Reina Victoria de Inglaterra, tiempos del secretismo, lo oculto, de lo que nadie hablaba pero todos conocían como los escándalos de María Pinto de Cárdenas narrados solo en la oscuridad de la noche, cuidándose de aparentar de día cumplir las reglas de buena conducta, cuyas faltas acarreaban sanciones morales aunque con diferentes bemoles de acuerdo al nivel o escala que se ocupara socialmente.
Mentir era un privilegio, un arte practicado por los mantuanos, su poder les permitía comprar indulgencias incluso anticipadamente, una especie de fondo de ahorros para poder pecar, pagaban penitencias de diferentes categorías desde colocarles los nombres de los santos a sus hijos hasta trabajos comunitarios en las capellanías o en la organización de las fiestas patronales, daban colaboraciones para cubrir los gastos de misas especiales, así sus faltas eran perdonadas.  
Existía una escala de valores centrada en los bienes materiales de la cual derivaba el poder que era necesario preservar a través de una clara división marcada por los apellidos, encargándose de ello estaban las godarrias o hermandades religiosas, influyentes grupos cívico-religiosos conformados alrededor de unas cuantas familias, unidas por sus endogamias o matrimonios entre parientes cercanos con intereses comunes, conocidos como los godos caroreños caracterizados por ejercer un dominio de la sociedad y de la educación, residenciados en una de las tres ciudades más tradicionales en cuanto a las costumbres españolas como lo fueron también Mérida y La Grita.
Brillaban por su gran cultura, las fluidas conexiones entre sus parroquias eclesiásticas con el mundo exterior, les permitía la difusión del conocimiento universal a través del correo postal a caballo o mula, mucho antes de la existencia del telégrafo y el ferrocarril, destacando a estos pobladores del resto del país. Debemos recordar que las bibliotecas estaban bajo el resguardo de la Iglesia desde la Inquisición, por ende tenían su monopolio, administraban centros de enseñanzas muy avanzados, esto explica porque los habitantes del Cantón Carora, situado en la Provincia de Barquisimeto, además de ser fervorosos cumplidores del ceremonial católico gozaban de una gran educación. Sus hijos tenían acceso a los mejores institutos del país y del mundo entre los que se encontraba el colegio “La Concordia” ubicado en El Tocuyo, fundado en 1863 por Egidio Montesinos quien lo dirigía e impartía la importante cátedra, para estos tiempos, de Urbanidad y Buenas Maneras, este instituto funcionaba bajo la guía de los Dominicos y Franciscanos, facilitándoles sus recintos repletos de innumerables libros y manuscritos con los últimos progresos en matemáticas, anatomía, geografía, filosofía, ademas de idiomas tales como griego, francés y latín, permitiendo que los bachilleres se graduaran políglotas.
Estas poderosas godarrias caroreñas establecerían las diferencias con Siquisique, Quíbor e incluso El Tocuyo, pueblos eclipsados del mapa político-social del país a partir de la tercera década del siglo XX, debido a que el pilar que sostenía a estos otros grupos sociales era su estamento militar, quienes al emigrar a otras ciudades en busca de mejores oportunidades provocan el derrumbe de sus economías que estaban basadas en el café, vaciando a estos pueblos, que se desvanecieron de la historia.
En cambio en Carora, prevalecían las costumbres conservadoras con su catolicismo de masa, constituyendo un legado que apuntalaba a la sociedad al mantener férreamente sus tradiciones, desarrollando un gran arraigo con la tierra donde nacieron y no se adaptarían a la Venezuela petrolera con su transculturización de estilo norteamericano, evitando por esto su total dispersión. Aun hoy, los domingos caroreños están marcados por la salida a la misa y al club social Torres donde los asistentes, mayormente descendientes de europeos, comparten una agradable conversación de intrigas familiares y de conspiraciones políticas, todos se conocen y saludan con el típico, ¿pariente como esta?.
Esta sociedad clasificaba al ciudadano tomando en cuenta dos parámetros, la posesión de bienes materiales y su raza blanco, indio o negro. Los blancos estaban divididos en tres clases sociales: los europeos ricos terratenientes, los americanos herederos de los anteriores y por último los pobres sin poder económico, considerados blancos de orilla, eran los carpinteros, herreros, talabarteros, maestros de cantería, sastres, barberos y otros.
A partir de estas clases sociales se iniciaría el mestizaje con los indios, posteriormente al ser introducido el negro al país se originaría el mulato, luego de la cruza entre ellos surgirían los pardos, predominando en la población venezolana.  
A los indios se les empleaban para cultivar la tierra y criar ganado pero no eran esclavos, pagándoles por su trabajo aunque en menor cuantía, gozaban de algunos beneficios al estar protegidos por las Leyes de Indias entre los que se contaba la propiedad de sus tierras a través de los Resguardos Indígenas, no sucediendo igual con los negros que ocuparon el extremo de la sociedad como esclavos sin derechos y totalmente menospreciados tanto por los blancos como por los indígenas.
Los blancos españoles con sus descendientes eran la clase dominante, dueños de las inmensas tierras, del poder político y miembros de las poderosas cofradías. Cuando emerge la burguesía comercial, blancos que habían prosperado con los negocios derivados de la guerra, se integrarían a los ricos de cuna por la necesidad de proteger sus prebendas, manteniendo el poder hegemónico a través del partido conservador.
En la sociedad caroreña existía una rígida relación vertical, llegando a extremos como el de despreciar a la Virgen de Chiquinquirá de Aregue por ser la Virgen morena o india, en cambio a San Jorge, su patrono, era considerado de abolengo, venerado en la iglesia de San Juan Bautista sin mezclarse con los mestizos y mulatos para quienes estaba la capilla de El Calvario y la iglesia de Aregue, fenómeno discriminatorio a pesar de su preponderante mentalidad católica, su fe no era tal que les permitiera superar las diferencias de clases y razas, arrastrando en esto hasta los Santos y las iglesias. Esto llegaba incluso al clero, observándose que en las ciudades predominaban los conservadores y en los pueblos doctrineros, los amarillos o liberales como el caso del cura de Aregue, Domingo Vicente Oropeza, mal vistos por la rancia sociedad caroreña. Esta división daría origen a las tragedias de los hermanos Aguinagalde, de ideas liberales, que contrariaban los intereses de las acaudaladas cofradías caroreñas, Martín quien fuera gobernador de Barquisimeto y asesinado en un bar junto a su escolta por propiciar la abolición de la esclavitud de los negros, según comentarios de la época, dicho complot fue organizado por un sacerdote de ideas conservadoras, y el otro Aguinagalde sería el fraile Ildefonso expulsado de Carora por defender a los indios Castro de la expropiación ilegal de sus tierras por parte de los poderosos terratenientes.
Los pueblos doctrineros de Río Tocuyo y Siquisique eran menos clasista, mantenían una relación horizontal entre sus pobladores permitiendo una vida algo más relajada, por eso vemos como prosperan Generales descendientes de indios con una gran influencia en el país, incluso estuvieron bajo el mando directo del Libertador y de diferentes Presidentes. Aquí los mantuanos aceptaban de mejor grado al mestizo, sin embargo siempre quedaba algún resquemor en lo más profundo de su ser.
Bartola crece en esta sociedad de fuertes creencias religiosa donde el acontecer cotidiano se centraba alrededor del ceremonial religioso copando casi todo el calendario anual, sus contradicciones entre caridad cristiana y exclusión social, en la cual las buenas costumbres además de las obligaciones junto a la pureza de sangre marcan esta generación.
Este mundo de secretos ocultos para guardar las apariencias la mantienen social e intelectualmente prisionera, por lo que visitaba con frecuencia las riberas del Río Tocuyo, paraje que la seducía por su cautivadora belleza, sintiendo consuelo a su soledad, allí meditaba sobre las cosas que la agobiaban, de ser una Nieto pero sin derecho al apellido, que la mujer a quien había visto como de la servidumbre era realmente su madre y además indígena, manchándola con su sangre.
También empezaba a entender el por qué algunos hombres de su familia le susurraban al oído palabras que no eran apropiadas para una señorita de su clase y que le despertaban sentimientos contradictorios, por un lado el halago a su belleza que le agradaba pero por otro se percataba que a sus primas no se las decían por ser consideradas una falta de respeto, lo que la incomodaba sintiendo que algo en ella la hacía culpable, vejándola en lo profundo de su ser. Debido a esto, gran parte de su vida, perseguiría subsanar la brecha de su origen mestizo, obtener una cabida plena en su familia.
Era inteligente, sagaz y ambiciosa, cualidades con las que lograría sus propósitos, no imaginaba la vorágine que estaba por venir.


Iglesia parroquial de Carora

jueves, 21 de agosto de 2014

Capitulo 13 La salida, 10 años después…

La vida de Bartola estaría signada por una serie de acontecimientos violentos que comenzarían en 1856, debido a las apetencias que despertaba la posesión del fértil valle de Río Tocuyo, muy codiciadas por los señores caroreños. Habiéndose generado una escasez de las tierras por estar repartidas entre los descendientes locales desde hacía más de 100 años, quedando las pertenecientes a los indígenas entre los que se contaban el grupo de los Castro, dueños ancestrales gracias a los Resguardos Indígenas otorgados por la Corona Española, reconocido como una concesión legítima, lo cual origina una pugna que abarcaba varias décadas, desde la muerte del Indio Reyes Vargas, quienes en defensa de sus derechos se habían enfrentado con los Álvarez, por lo que fueron considerados como peligrosos, catalogando los godos a Río Tocuyo como una “tierra malhadada”. 
Los godos o conservadores, figurando de manera relevante el General Froilán Álvarez, intentan otra vez arrebatarles de manera violenta las tierras a estos pobladores, desconociendo el derecho de propiedad. Al enterarse de este plan el Fraile Ildefonso Aguinagalde, párroco de Carora, de ideas liberales, quien debido a la enemistad existente entre los Aguinagalde con los Álvarez por pretender ambas familias la supremacía del poder total tanto económica, como militar y religiosa, se opone ferozmente, tomando partido a favor de los indígenas, logrando bloquearlos en sus intenciones. En venganza, los Álvarez propician su expulsión a Caracas y lo hacen de manera humillante montándolo en un asno sentado al revés, originando la “maldición del fraile” que les profirió por varias generaciones, a su salida de Carora en 1859. 
Esta nueva disputa agravaría aun mas las diferencias políticas existentes con el grupo de los Castros, centro del torbellino de odios desde entonces, por lo que Juana Bautista trata de mantener a su hija alejada de este conflicto ya estaba siendo criada como mantuana, además que sus antepasados indígenas habían cedido a su padre blanco, algunos derechos de explotación de estas tierras.
Bartola, celebraría su décimo cumpleaños en los albores de la Guerra Federal iniciado en Coro, lucha armada entre liberales y conservadores, posteriormente generalizada a todo el país, conocida como Guerra Larga por la duración de 5 años. En estos tiempos todas las "Revoluciones" empezaban en los hoy conocidos Estados Falcón y Lara, eje geopolítico de vital importancia por su economía, abarcando a Río Tocuyo por estar situado en una encrucijada, involucrando a sus pobladores. Este conflicto se debió a que los conservadores se oponían a modificar el orden social establecido desde la Colonia, permaneciendo prácticamente invariable a pesar de la guerra de independencia, propiciando el nacimiento del partido liberal, conocidos como federalistas ya que la autonomía de las provincias eran su principal bandera de lucha política, exigiendo además el fin de las desigualdades sociales proclamando los ideales de libertad. Esto colocaba al pueblo contra los conservadores quienes eran los poderosos terratenientes propietarios de los grandes hatos ganaderos o latifundios, cuya eliminación era usado como una poderosa arma de propaganda política.
Un día de finales de enero de 1859, el sonido de los cascos de las bestias irrumpen en la pacifica rutina del  pueblo, al escucharlos Bartola sale de su casa corriendo como un huracán, detrás va su nana Juana Bautista llamándola ansiosamente: niña Bartola regrese aquí, esa no son cosas de mujeres, además acaba de comulgar y carga a Dios adentro. Haciendo caso omiso logra escabullirse entre la multitud para ver a los arrieros que entran a la plaza trayendo la noticia del desembarco en La Vela de Coro, acaecido el 22 de ese mes, de Ezequiel Zamora proveniente de Curazao. El alborozo es grande al conocerse que el general León Colina, conocido líder coreano, en conjunto con el recién llegado están organizando la toma de Siquisique, necesitan hombres y sobran los voluntarios.
Llegaría el federalismo impulsando al decaído movimiento liberal, anulado hacía 11 años cuando los sucesos del fusilamiento de 1848, identificados con el color amarillo que ondearía en banderas en el país por 30 años despertando en Bartola la pasión por la política.
Desde ese momento Río Tocuyo se transformaría en un hervidero de pasiones integrándose inmediatamente sus pobladores a este ejército, jugando un rol protagónico las indiadas de estas regiones, apoyados con armas y pertrechos traídos por los revolucionarios. A ellos se les incorporan algunos conservadores caroreños como los Generales Froilán Álvarez U, Juan Evangelista Bracho y Juan Agustín Pérez, quienes al ver el inminente triunfo se pasan al bando liberal, no por idealismo sino por intereses económicos, estos personajes jugarían un papel fatídicos en el devenir de la vida de Bartola.
Meses después a mediados de 1859, los riotocuyenses junto a la joven que a pesar de su corta edad sentía mucho interés por estos acontecimientos, no era de extrañar pues el pueblo donde había nacido estaba al tanto de las intrigas ocurridas en el país, se enteran del desembarco del General Juan Crisóstomo Falcón en las playas de Palma Sola, estado Carabobo, procedente igualmente de Curazao, viene acompañado por un grupo de destacados venezolanos integrados por el comandante y culto joven Antonio Guzmán Blanco, por Joaquín Crespo un adolescente formado al servicio de estos militares, lideres junto a Zamora de esta insurrección.
Según los rumores y cartas llegadas siguieron rumbo a la ciudad de Barquisimeto para tomarla, efectuándose el 3 de septiembre, suscitando una gran manifestación de júbilo en Río Tocuyo, vislumbraban por fin el derrocamiento de los conservadores, quienes habían retomado Siquisique al mando de los paecistas hermanos Torrellas, desalojando a los indios alzados a favor de la federación al aprovechar la ausencia de Zamora quien se encontraba luchando en los Llanos junto a su tropa. Al llegar a la ciudad de Barquisimeto, los revolucionarios se enteran de la pérdida de esta vital plaza, por lo que Falcón decide partir de inmediato, era un primero de octubre de 1859, en el recorrido pasarían por Río Tocuyo, llegando el 3 de ese mismo mes, deteniéndose para abastecerse y alimentar a la tropa teniendo la oportunidad Bartola de ver a estos tres imponentes hombres a caballo, cuya gallardía impresionarían su mente juvenil. El destacamento seguiría camino alcanzando en pocas horas a las riberas del Río Tocuyo, que estaba crecido constituyendo un gran inconveniente para la avanzada de la tropa. Pero Falcón habiéndose quedado en la retaguardia, enterado de lo que acontece, ordena a sus hombres cruzarlo de cualquier modo, obedeciendo las instrucciones, el primer Batallón lo franquea por el conocido paso de La Aduana, único sitio menos profundo por donde se podía vadear el río, cayendo herido en este intento su comandante, debido a que los hermanos Torrellas tenían montado en el Cerro de los Balcones, situado del otro lado, un cañón apuntando al estratégico lugar, quedando expuestos a tiro, por lo que los primeros hombres fueron diezmados, a pesar de los muertos, otros lograron pasar. Cuando el General Juan Crisóstomo Falcón alcanza las riberas del río, la batalla había comenzado, viéndose obligado a lanzarse a la crecida montado sobre el nervioso animal que se resiste ante el peligro de ser cubierto por las aguas, el hombre lo espolea mientras lo anima gritándole: arre, arre caballo! conduciéndolo firmemente con las riendas, saltan sobre los cadáveres que flotan en las aguas teñidas de rojo por la sangre de estos valientes, logrando finalmente cruzar, retoma el mando dirigiendo el combate personalmente, única forma de mantener el respeto de sus hombres.
Los federales obtienen la victoria quedando el campo de batalla cubierto de heridos y muertos de ambos bandos. Caen prisioneros los hermanos Torrellas, varios oficiales y gran número de soldados junto al equipo de guerra con excepción del Cañón, que ante la inminente derrota rodaron por el cerro hundiéndose en las aguas, en un sitio que llaman las Peñas, donde se dice que todavía debe estar.
Este enfrentamiento duro desde las 5 de la tarde hasta las 7 de la noche de ese día 3 de octubre, a pesar de que los conservadores no eran sino 400 hombres, resistieron las 2 horas del combate, finalmente tuvieron que capitular debido a la superioridad abrumadora de los revolucionarios. Después de un descanso de 4 días, el General Falcón sale con destino a Coro, su ciudad natal donde acamparía, dejando órdenes de conducir a Barquisimeto a los hermanos Torrellas, con todas las consideraciones que ameritaban aquellos aguerridos soldados, conducta gallarda muy propia de estos tiempos.  
Bartola veía pasar al tropel de hombres a caballo, entre los cuales estaban sus parientes, surgiendo repentinamente envueltos, como algo mágico, en una nube de dorados cristales de polvo, rodeados de una fama legendaria, armados con machetes y máuseres o arcabuces de un solo tiro con bayoneta, sus pechos cruzados con dos cinturones de cuero donde llevaban doce pequeños depósitos de madera, con la medida de pólvora necesaria para la carga de la recámara y colgando de su cintura una bolsa de cuero con 12  balas respectivas. Esta cantidad era suficiente, a pesar de la baja frecuencia de disparo de este tipo de arma. por cada tiro era obligatorio recargar de pólvora al máuser, realizado por el tubo del cañón, colocando luego la bala y empujándola hasta el fondo, esta arma fue de gran letalidad, aumentando significativamente las bajas debido a que las luchas eran frontales sin cubrirse.
Ella manejaría diestramente los máuseres gracias a sus parientes soldados a quienes perseguía tenazmente hasta obligarlos a dejarla disparar secretamente, ya que, a las mantuanas no les estaba permitido participar en las luchas armadas, esta experiencia le daría una idea diferente del significado de la política, participando activamente en las pugnas de los rojos, los azules y los amarillos.
El asesinato de Zamora ocurrida en San Carlos al año siguiente, acarrea un descalabro en las filas de los federales, la cual es utilizada por el gobierno para proclamar a Páez como dictador. Ante los acontecimientos, Falcón encontrándose en Coro atraviesa las serranías de Parupáno, acompañado del General Víctor Rodríguez, su intención era atacar nuevamente a Siquisique. Al llegar al caserío La Unión, a pocos kilómetros de Aguada Grande, se encontrarían sorpresivamente con las fuerzas oficialistas al mando del comandante José María Álvarez, al ser derrotados, huyen, son perseguidos por los federales sin lograr ser alcanzarlos pues el río estaba otra vez crecido, impedidos de pasarlo pues los del gobierno habían dejado el lanchón del otro lado, además vadearlo a caballo era imposible por lo profundo, siendo por esto obligados a regresar a Churuguara. Allí le escribiría a Páez, proponiéndole una entrevista con el fin de suspender las hostilidades, realizándose en las Sabanas de Carabobo, sin lograr un acuerdo, comienzan de nuevo las hostilidades en 1862. Finalmente Juan Crisóstomo Falcón logra vencer, llegando al poder un año después.
Estos fueron los primeros enfrentamientos militares entre las tendencias conservadoras y las liberales en la Venezuela del siglo XIX, donde participaron Matías Salazar, Hermenegildo Zavarce y Francisco Linares Alcántara, protagonistas del mundo tricolor de Bartola, quien no le temía a las cosas pueriles que a las otras damas asustaban como los actos de guerra que implicaba matar, sería tropera equivalente femenino de soldado, además participarí

a en la atención de los heridos, la sangre no la espantaba, nadie podría doblegarla, por esto fue considerada una mujer de hierro, una especie de Doña Barbará pero de corazón noble y de gran caridad cristiana.
Después de la Guerra Federal, el país esta arruinado, hundido en una grave crisis económica, iniciándose en 1866 otro alzamiento protagonizada por los “azules" una coalición que obligarían al Presidente Falcón a retirarse a su hacienda en Coro. Esta nueva alianza de conservadores y liberales, logran derrocarlo dos años después. A partir de estas fechas los godos asumen como distintivo político este color y los liberales el amarillo.
 

Juan Crisóstomo Falcón al mando.

viernes, 15 de agosto de 2014

Capitulo 5 Iglesia y sexo.

Los tejados rojos de las casas coloniales fueron la base oculta de los innumerables deslices de la naciente sociedad colonial, era frecuente ver a la luz de la luna, a los caballeros saltando los altísimos muros, trepando y deslizándose silenciosamente como felinos por los rojos techos, entrando a las habitaciones de las damas por los ventanales dejados intencionalmente abiertos, ambos amantes complacidos con estas incursiones clandestinas, quedando las tejas rotas o el reguero de piedras en los solariegos patios como testigos mudos de las pasiones prohibidas, un mundo subterráneo de sexualidad, donde proliferaba no solo el adulterio sino también la prostitución que en definitiva dio origen a la sociedad actual. Juan de Carvajal, fundador de El Tocuyo, sería uno de los primeros de estos contradictorios procederes conocidos, al traer consigo a la recién fundada ciudad capital, en 1545, a una liberada sevillana, con quien vivía sin casarse, convirtiéndose en el centro de los escandalosos comentarios de sus 160 habitantes españoles.  
La naciente clase social local del Cantón Carora se caracterizaba por sus tradicionales costumbres típica de los españoles, jugando la Iglesia un papel dominante al ejercer un férreo control a través de la regulación de la educación y la reproducción. Paradójicamente a estas estrictas normas se desarrollaba otro mundo de libertinaje totalmente diferente. De esto no escapaban los religiosos, hombres como mujeres quienes nos legaron sus historias, una muy famosa fue la primera protesta en contra de la discriminación de género en 1633 en la joven ciudad de Trujillo, protagonizada por las monjas clarisas, comunidad perteneciente a la orden franciscanas, dedicadas a la vida contemplativa en clausura. La única oportunidad de una religiosa de pecar dentro del claustro era con su confesor, pero los embarazos las delataban obligándolas al asesinato de los recién nacidos quienes eran enterrados en las gruesas paredes de los conventos o tirados a los acueductos o ríos. Esto originaría el reclamo de las monjas clarisas de ejercer su derecho al rol de madres, por supuesto, clandestinamente, al igual que los frailes quienes se tomaban literalmente su oficio de “padres”. Así surge esta exigencia a la jerarquía eclesiástica de permitirles, en igualdad de condiciones, pasar de “hermanas” a “madres” ademas de hacerse de la vista gorda ante la lujuria de ellas, uno de los 7 pecados capitales, frecuentemente cometidos por esta sociedad, un ejemplos fue el del párroco de Aregue, Domingo Vicente Oropeza, que narraré mas adelante.
Como consecuencia de este choque entre las normas y la incontenible fuerza de la naturaleza humana se daban estas relaciones libertinas con sus inevitables consecuencias, los embarazos de las señoritas de sociedad o de una viuda desconsolada que debían ser eliminados o en el mejor de los casos ocultados, hijos adulterinos que eran entregados a familias de una categoría social inferior a quienes se les proporcionaba algún dinero para su crianza o si no, abandonados a su suerte en las puertas de un convento o en bosques cercanos protegidos solo por el hado, salvándose si algún caminante casualmente los encontraba, si era la "voluntad" de Dios, la mayoría morían de frío o servían de alimento a los animales. Incluso las mujeres casadas que durante las ausencias de sus maridos concebían debían ocultarlo, estos hijos a veces eran criados en el mismo seno familiar como hijos de la servidumbre, existen múltiples ejemplos de ellos.
Esta situación se exacerbaba en las guerras cuando las restricciones se abandonaban por lo efímero de la vida, urgiendo que las necesidades básicas fueran satisfechas a modo de compensación por lo cruento de los conflictos, lo cual enredaba aun más el complejo entramado social existente. La población indígena no escapaba de este turbulento mundo, las relaciones sexuales con los españoles eran comunes aportando las desconocidas enfermedades venéreas desde el mismo descubrimiento, manteniéndose en el tiempo a pesar de la estigmatización social. En Río Tocuyo, origen de esta historia, se daría inicio entre los Santeliz y los gayones traídos por los padres Baza y Obriga, originando un intenso mestizaje que gradualmente borraría prácticamente las diferencias étnicas, nacerían las familias multirraciales característica de Venezuela, tan era así que cuando el obispo Martí pasó por este territorio en 1776 reportaría en su diario, la ausencia de nativos, al no distinguirlos del resto de pobladores.
Las inmensas fortunas originaba la necesidad de las familias pudientes de evitar su dispersión o el descenso en la escala social de sus miembros, esto era vital, lo cual impulsaría las endogamias o matrimonios entre un reducido grupo de parientes, incluso, de las personas mayores con los jóvenes. Se exigía un comportamiento adecuado dentro de lo moral y éticamente aceptado, la mujer debía casarse, obligatoriamente puesto que la sociedad era machista, no era admitido que se valieran por sí misma, pasando de la tutela de su padre a la protección de su marido y en caso de viudez, a la de sus hijos varones o de sus familiares masculinos. La Iglesia Católica al imponer una serie de restricciones que constituían los impedimento para casarse, regulaba la escogencia de pareja, la reproducción y por ende la sexualidad. La consanguinidad era el más importante y debido a que casi toda la sociedad del Cantón Carora estaba emparentada, generaba la necesidad de resolverla, por lo que se implementó una autorización o dispensa matrimonial otorgada por dicha institución, de esta manera debía contarse con su beneplácito para el matrimonio entre la clase poderosa, manteniendo su control sobre ella. Al lado de esta razones económicas, estaban la escasez de habitantes y las distancias prácticamente insalvables debido a que el principal medio de comunicación eran los traslados a pie o en bestias que consumían largos periodos de tiempo, pudiendo los viajes abarcar meses e incluso años con riesgos de muertes por accidentes, catástrofes naturales o enfermedades, limitando el intercambio poblacional. Estas altas tasas de mortalidad tanto en hombres, por las innumerables guerras, como en mujeres, debido al embarazo y el parto, ocasionaban una carestía de consortes que limitaba el mercado matrimonial entre no parientes, por lo que la sociedad anterior al tranvía, del automóvil y los aviones, tenían que recurrir a las endogamias como medio de conservación de la especie, fenómeno que se observaba mundialmente en todos los niveles socio-económicos. 
Se pudiera hablar de un mercado matrimonial donde cada quien poseía una escala acorde a su patrimonio y se cotizaba en su entorno según este valor. El acto religioso del matrimonio imponía otros requisitos imperantes, los contrayentes debían conocer las doctrinas cristianas, siendo sometidos a un examen por parte del sacerdote. Las proclamas publicas se realizaban obligatoriamente en tres misas intercaladas previas al acto eclesiástico, en busca de un obstáculo que algún vecino conociera, también el interrogatorio a los testigos quienes confirmaban o no lo declarado por los novios. Esto debía cumplirse de manera impositiva tanto para los consortes como por parte del sacerdote so pena de excomunión si se saltaba algún protocolo, de lo cual se dejaba constancia en el registro parroquial para evitar sanciones.
Otro requisito era que la prohibición de las relaciones sexuales prematrimoniales, de allí la costumbre de los largos periodos de compromiso y posterior al acto matrimonial los padres no entregaban a la novia hasta pasado cierto tiempo, con el fin de garantizar que no estuviera embarazada, tradición que perduró hasta bien entrado el siglo XX. Si mentían al respecto, el matrimonio podía ser anulado.
Si una pareja de solteros con hijos participaban su voluntad de casarse debían someterse a cumplir penitencias, comulgar y separación temporal de la novia fuera del hogar a sitios lejanos mientras se formaban en la doctrina cristiana.
Las faltas a estas normas eran reparadas por la Iglesia, así vemos casos donde si una mantuana salía embarazada sin casarse podía ser perdonada, al demostrar no haber participado voluntariamente en el acto sexual, bastaba solo su palabra para que su virtud fuera restaurada por obra de la poderosa Iglesia Católica, resultando el producto de su embarazo socialmente aceptado, muy diferente a los hijo de las indígenas como el caso del Indio Reyes Vargas, aún siendo amparado por su padre blanco se consideraban productos del pecado.
Estos paradigmas conducían a los matrimonios por conveniencia no solo para proteger las grandes fortunas sino de procrear descendientes puros que aseguraran la supremacía de los europeos en la sociedad. Las uniones realizadas bajo estos parámetros eran de gran desapego, llevando a las relaciones extraconyugales no solo del hombre sino de la mujer, floreciendo los hijos ilegítimos fuera del control de la iglesia y floreciendo ademas la necesidad de mentir.
Todas estas prohibiciones y al mismo tiempo las maneras para violar la norma expresada mediante las dispensas, por supuesto con un costo monetario cancelado por las familias pudientes que junto al pago de otros “servicios” como los funerarios, bautismos, matrimonios y la venta de indulgencias para obtener el perdón de Dios, representaban cuantiosos ingresos para la Iglesia quien todo lo regía, derivando de allí el poder absoluto sobre la sociedad.  
 Vitral de la Iglesia de Rio Tocuyo. Municipio Torres. Estado Lara.

Pagos de derechos de seña y cera, de misa cantada al por menor con tres acompañantes, otro al por mayor con posas, incienso con derecho a fabrica de tumba en el cementerio.


viernes, 8 de agosto de 2014

Capitulo 7 Diurno y nocturno.

Al cumplir 10 años, en 1859 sería la primera comunión de Bartola, ese día, ademas del acto religioso, accidentalmente se enteraría de una oculta historia que tenía que ver con su destino. Una vez terminada la misa era costumbre realizar el desayuno en la casa familiar, una solariega construcción de estilo colonial situada frente a la plaza del pueblo muy cerca de la Iglesia. Como todas, era de bahareque con paredes muy gruesas, pintadas de blanco con cal que resplandecían al sol, sus techos a cuatro aguas cubiertos de bellas tejas rojas que convergían en un patio central con árboles que le daban una fresca sombra, bordeado por un corredor al que asomaban las habitaciones con camas tipo tijera con una base de lona o de madera con colchones de plumas, todas cubiertas con sábanas bordadas, muy limpias y perfumadas. Los salones para las visitas con amplios ventanales que miraban a la calle, protegidas con baluartes de madera o hierro forjado que permitía comunicarse con los pregoneros o amigos. La entrada era un largo corredor conocido como zaguán, cerrado por dos portones, uno estaba a nivel de la calle que permanecía abierto de día donde las personas sostenían amenas tertulias con los que transitaban por enfrente y el otro constituía la entrada con un postigo o pequeña ventana para ver quien tocaba a la puerta. Estas viviendas se distinguían con el apellido de la familia, como la famosa de los Álvarez, con una geometría rectangular muy parecida, diferenciándose solo por la altura que era proporcional a la riqueza de los dueños, conocidos como los blancos de la plaza.
Posterior al desayuno se pasaba al jardín enclaustrado para entretener a los pequeños, relatándoles leyendas pertenecientes a la tradición oral a cargo de los ancianos de la familia, custodios de la memoria histórica. Las preferidas eran la del abuelo llegado de España, igualmente la de los abuelos franceses y portugueses, narrados cotidianamente siendo centro primordial de sus vidas.
Bartola a pesar de su corta edad, observadora y vivaz notaba que habían dos historias, la glamorosa que contaban sus tías de día en el salón y las escandalosas, relatadas por la servidumbre, ocultamente en la noche alrededor del fogón de la cocina, las cuales escuchaba furtivamente a escondida. 
Al comenzar el relato, se dejaba llevar por el juego de luz proveniente de las lámparas de velas que rasgaban la penumbra dejando ver los árboles en una danza que la hipnotizaban a tal punto que llegaba a visualizar en su mente de joven adolescente, los personajes e historias, sintiendo que la protagonista era ella, aislada del ambiente, sumergida profundamente en este mágico mundo. Sin saberlo entonces eran sus primeros estados de trance que desarrollaría posteriormente, como parte de sus facultades de vidente.
El acontecimientos social protagonizados por su antepasada María Pinto de Cárdenas marcaba estos relatos, su casamiento con el distinguido caballero Andrés de Sopena y Santelices procedente de España, el primer Santeliz en llegar a Carora era narrativa obligatoria. En la Colonia ser peninsular otorgaba un gran prestigio, siendo aceptado en el selecto círculo social de modales europeos, presentado a las mejores familias, en una de ellas conocería a esta prominente señorita con quien formaría una de las parejas más envidiadas por conjugar abolengo, pureza de sangre y riquezas. Se comprometerían inmediatamente después de un breve romance, realizándose la boda un 1 de noviembre de 1694, en cuyo festejo resaltarían los trajes con encajes, lazos, cintas, sombreros de grandes alas con plumas y joyas. Andrés iría con pantalones pegados por debajo de la rodilla de donde partían las medias de seda blancas sostenidas con ligeros, zapatillas con adornos, peluca larga recogidas en la parte posterior con lazo y coloretes en sus mejillas. María de falda larga con armazón para darle volumen, corsé ajustado y descote pronunciado, talle bajo con un remate en pico centrado en la parte delantera del vestido, una sugestiva invitación, mangas largas abombadas hasta el codo y luego ajustadas, cabello suelto y largo con cintas y cubierto con una mantilla, todo muy ostentoso propio de la imperante moda francesa, revistiendo el acto de una atmósfera inolvidable por cumplir con el ideal perfecto de ese entonces, digna de ser recordada y repetida en los salones como parte de la historia familiar.
Pocos meses después de la fastuosa ceremonia, en 1695, un soleado día en un cruce del polvoriento camino rumbo a Río Tocuyo, el matrimonio Santeliz Pinto se encontrarían con los frailes Baza y Obriga, quienes se dirigían al mismo destino a lomo de mula, venían a cargo de una caravana de indios gayones procedentes de Quíbor, trasladados involuntariamente como mano de obra para recuperar la quebrada economía del fundado asentamiento que no había despegado debido a las constantes huidas de los lugareños. Finalmente, después de 75 años, lograrían el ansiado desarrollo gracias a la conjugación de estos dos sucesos claves, el establecimiento de los gayones y la llegada de los Santeliz a la zona, desencadenando los acontecimientos que colocarían a este pueblo doctrinero en el firmamento de los grandes protagonistas del acontecer del agitado y aguerrido siglo XIX, uno de los cuales seria el mestizaje entre los descendientes Santeliz y los gayones.
Luego de 13 años del matrimonio de María Pinto de Cárdenas, a los 38 años de edad, queda viuda con 7 hijos, confinada socialmente por las estrictas normas que debían observar las mujeres en el periodo de luto durante no menos de tres años, abarcaba vestir de negro de pies a cabeza, no asistir a ningún evento social salvo las misas del domingo y visitas a sus familiares, siendo lo correcto, aceptado y bien visto por la sociedad, sin otra alternativa. La viuda cumple con lo establecido, pero el destino tenía otros planes, iniciando la historia oculta de María Pinto y de la cual Bartola se enteraría ese día de su primera comunión, al entrar sin ser vista a la cocina. 
No habiendo transcurrido un año del fallecimiento de su esposo, en una de las idas de visita a la casa de su media hermana Cecilia, casada con un viudo andaluz con varios hijos productos de su primer matrimonio, uno de los cuales era un soltero de 28 años de edad que quería ser cura manteniéndose célibe, ambos coinciden en un encuentro familiar alrededor del piano, sucediendo lo inevitable ante el fuego abrasador emanado de la experimentada y esplendorosa viuda que derriten sus intenciones como la cera de una vela, conduciéndolo de la mano por el desconocido mundo del amor carnal, enredados desnudos entre las partituras del piano y el sagrado misal amparados por la noche, recorre su cuerpo como las cuentas de un rosario en sus misterios gozosos, experimentando por vez primera todo el placer en sus variadas expresiones.
Este joven hombre era Pedro Crespo del Rosal a quien esta bella mujer 11 años mayor le arrebataría su virtud, bajo el mismo techo que cobijaba a sus familiares, sin que sospecharan el volcán de pasiones despertado entre ellos, animando al joven a dejar de lado la vida de recogimiento dedicado solo a las labores de la capellanía, del cual era fundador por un valor de 100 pesos, con el fin de proteger su alma inmortal de ser condenada al infierno por los pecados cometidos, preocupaciones típicas de la época, subsanadas a través de las indulgencias obtenidas mediante estas capellanías. 
Las contribuciones para las capellanías fueron muy importante en los siglos XVI, XVII y XVIII, proporcionaban un apoyo a la Iglesia tanto económica como en la propagación de la fe mediante la compra de estas indulgencias que le aseguraban al donante una posición mejor en el "más allá", además de lograr para su familia un lugar relevante en el "más acá", beneficios muy deseados por los católicos de entonces.
Cuando la madura y viuda mujer se casa por segunda vez, ocasionaría un gran escándalo en la sociedad caroreña de principios del siglo XVII por estar en franca violación con lo considerado buenas costumbres, contrastando con lo glamoroso de su primer matrimonio, incluso se le llegó a inventar un sobrenombre despectivo: María Pinto “La Charca”, esta era la historia narrada en la cocina entre risas ahogadas de la servidumbre, censurada y oculta.
Al dirigirse a la iglesia San Juan Bautista, construida a principios de 1600 de fachada blanca, cuyo recinto interior era muy sencillo, los pilares eran simples troncos de palo, con un altar hecho de madera natural alumbrado con velas y faroles de hierro forjado, las damas caroreñas reunidas en las puertas de los zaguanes de las casas, abanicándose para espantar el calor, se cubrían la boca para disimular su cuchicheo sobre el irreverente comportamiento de la viuda: “La descarada le robo la virtud al joven Capellán”, “Se casa embarazada”, comentaban horrorizadas y envidiosas. Historia prohibida, pertenecía a un mundo de secretos ocultos, a la oscuridad de la noche, en resguardo de las apariencias de una conducta intachable muy propio de esta época y de otras.
De esta segunda unión, María Pinto de Cárdenas, lograría parir antes de su menopausia 4 hijos, que serían medios hermanos de los Santeliz Pinto de Cárdenas, en este nuevo hogar era frecuente ver correteando sus menores hijos junto a sus primeros nietos, casi de la misma edad.
Desde los inicios de esta residencia también ocurriría el mestizaje entre estos descendientes con los indígenas locales, facilitándoles el establecimiento en estas tierras, ello daría origen a las madres de Juana Bautista, de los indios Reyes Vargas y del héroe Camacaro, compartiendo la misma época con lazos de sangre entre ellos, de normas sociales mas permisivas e inclusivas, pilares de la naciente sociedad riotocuyense. 
A partir de entonces la descendencia de esta mujer iniciaría un viaje en el tiempo con ramificaciones y empalmes sumamente enredados y complejos, uno de ellos daría origen a la multifacética Bartola.

Patio enclaustrado del Club Torres de Carora.

Fogón de campo

lunes, 4 de agosto de 2014

Capitulo 4 Raíces de Ocanto.

Aquellas historias narradas de noche bajo la luz de la luna en El Toronal parecían fantasías, otros cuentos escabrosos o chocantes a la moral y buenas costumbres actuales al no comprender las motivaciones imperantes en el siglo XIX, pero lo llamativo eran los sucesos no contados, dejados allí en la penumbra, levemente insinuados, clamando ser revelados, existía una clave para ser descifrados algún día.  
Todo comenzaría con la llegada al país procedentes de Francia, de Juana Pinto y Juan de Cárdenas, coincidencialmente habían compartido juntos el duro viaje en aquel barco, ambos llevaban un mismo objetivo, residenciarse en la pujante Carora de principios del siglo XVII, allí se casarían años después, pero dos años antes de este matrimonio presenciarían la reunión del Ayuntamiento en la cual se decretarían las fundaciones de los nuevos poblados que darían origen al Cantón Carora ocurrida en 1620, un gran acontecimiento, ocasión para asistir vestidos de gala, a la usanza del ostentoso estilo francés. Esta pareja, a través de su descendencia, emprendería un camino que los conduciría a formar parte de las primeras familias en asentarse en uno de los nuevos asentamientos, mediante su hijo Matías y el mestizaje se originaria una de las familias mas notoria de la naciente región, de allí surgiría Bartola, un personaje multifacético, históricamente desconocido que jugo un papel fundamental en el poblado que la vio nacer, incluso con repercusión nacional, cuya herencia vendría de esta reunión constitutiva y los hechos que confluyeron aquel día marcarían su destino 230 años después.
Después del sangriento y feroz siglo XVI de la conquista donde ocurriría el nacimiento de las primeras ciudades, vendría el menos convulsionado siglo XVII marcado por una explosión de fundaciones de los pueblos doctrineros, llamados así por no contar con todos los poderes públicos pero si con un cura doctrinero, entre ellos estaría Río Tocuyo, caracterizándose sus inicios por una gran inestabilidad que duraría los 75 años subsiguientes a su fundación, período que transcurre entre las altas y bajas de los diferentes intentos de su establecimiento y poblamiento.
En esta asamblea constitutiva convocada para fundar, entre  otros, al poblado de Río Tocuyo donde años después nacería Bartola, estarían los más relevantes vecinos, conmocionando con su presencia los asignados Jueces Pobladores, destacándose el recién nombrado de Río Tocuyo, el muy conocido Capitán Diego Gordon, quien era entonces el Regidor Perpetuo de Carora, hijo de uno de los fundadores de Carora, un solterón del cual se rumoreaba secretamente sus escandalosas preferencias de pareja del mismo sexo, venía acompañado de sus hermanos mayores, Pedro quien era sacerdote y Alonso el Casanova acompañado de su mujer, una española de nombre Luisa de Castro y de su hijo Antonio de 20 años, nacido en ese lugar y heredero de su tío al no tener descendencia.
El extremeño Pedro Gordon de Almazán, padre de estos hermanos, había arribado al país con su esposa en 1569, reclutado en Extremadura para participar en la búsqueda de El Dorado, al equivocar el rumbo, llegarían a Borburata en vez de la desembocadura del Orinoco que era su destino, fracasando en la loca expedición, ante lo cual la esposa le reclama por abrigo y alimento para sus pequeños hijos que llevan con ellos, decidiendo desertar junto a un numeroso grupo de compañeros, encaminándose hacia Barquisimeto que quedaba relativamente cerca.
Llegando a esta ciudad se encuentra con el recién nombrado Gobernador y Capitán General de Venezuela, Hernández de Chaves quien se dirigía a El Tocuyo, entonces capital de Venezuela, con el fin de tomar posesión del cargo, el nuevo gobernante decide contratar a estos hombres como mercenarios, aceptando estos el ofrecimiento de inmediato pues se habían quedado sin trabajo. Al entrar Pedro Gordon a la ciudad capital se encuentra con el revuelo de la conflictiva fundación de Carora que despertaría encontradas pasiones, por lo que es enviado de inmediato a la novel ciudad, participando en la segunda, luego en la tercera y ultima fundación, su eficiente desempeño lo acreditaría para ser nombrado alcalde ordinario y a su muerte ser sepultado con honores en la Capilla Mayor de la Iglesia de San Juan Bautista de Carora.
Sus hijos igualmente jugarían un papel crucial, famosos por sus diferentes historias: el segundo llegaría a ser cura de la naciente Iglesia Parroquial de Carora y luego Obispo de Venezuela; el tercero sería Diego, el Juez Poblador. La cuarta hija nacida aquí en 1572 durante este turbulento periodo, se casaría de 15 años con el Capitán Pedro González, Primer Mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Carora, siendo uno de sus fundadores. Del menor Juan, también nacido en Carora se desconoce su vida. El mayor Alonso, único en dejar descendientes, tan conocido como sus hermanos pero en un campo diferente, era un destacado Casanova que nunca se casó sin embargo mantuvo relaciones con diferentes mujeres, clasificándolas en dos grupos: las españolas “recogidas” con las cuales tuvo hijos ciertos como Antonio y las “algo libres” con quienes dejo hijos dudosos; para serenar su conducta libertina fue síndico del Convento de San Francisco de Carora, lugar “ideal” para consolar a tanta damisela solitaria, en cuyas gruesas paredes estarían enterradas las evidencias del pecaminoso proceder. A su muerte acaecida dos años después de celebrarse el Cabildo Constitutivo, se fundaría una Capellanía ordenada en su testamento para espiar sus numerosos pecados de la carne.                                                               
                                                                      La Constituyente.
El ujier parado en la puerta del solemne acto golpea con su bastón el piso de madera para anunciar la entrada de otro invitado, se trata del canario Alonso Hernández Bancalero, llegado al país simultáneamente con los franceses, vendría a esta histórica asamblea acompañado por su joven esposa Ana González de Ocanto, dos de cuyas hijas se enlazarían matrimonialmente tanto con el sobrino del fundador de Río Tocuyo como con el hijo del matrimonio francés Pinto de Cárdenas. Detrás ingresa el caroreño Esteban Ocanto padre de Ana, causando una gran expectativa pues trae a su exótica esposa María Espejo, una mestiza de la Real Corona, nacida a finales del siglo XVI, vistiendo un traje típico de su raza lo que la hacía verse muy llamativa.
Es de hacer notar que en los siglos XV y XVI el mestizaje era admitido porque de cada 10 conquistadores llegados de América, de 8 a 9 venían solos. La manera de garantizar el poblamiento para asegurar el territorio conquistado era el cruce con los indígenas, a quienes se les otorgaba una real cédula para darles categoría de súbditos españoles, por lo que estos matrimonios eran bien visto y sus hijos aceptados a plenitud, condición social diferente a los mestizos del siglo XVII en adelante, cuando nacería Río Tocuyo, ocurriendo un cambio de conducta explicable por la explosión demográfica que coparía más del 65% de los descendientes de los conquistadores, obligando al gobierno español a invertir la estrategia por verse amenazado sus interés monopólicos al no contar con la lealtad de estos hijos americanos, finalizando el mestizaje al imponer el criterio del linaje puro y la peyorativa clasificación medieval del descendiente de sangre manchada, prohibiendo el casamiento con ellos, limitando derechos fundamentales como el estudio y tipo de trabajo que podían desempeñar. De propiciar esta división en castas y resguardar la pureza de sangre se encargaría la poderosa Iglesia Católica. 
La estirpe.

Matías Pinto de Cárdenas nacido en Carora e hijo de los franceses, crece en un hogar culto, muy bien relacionado con el resto de europeos aquí residenciados. Contrae un primer matrimonio con la hija menor de Ana de Ocanto y Alonso Hernández Bancalero convirtiéndose en concuñado de Antonio Gordon, casado con la hija mayor, entrando así la descendencia de Matías en contacto con el fundador de Río Tocuyo. Matías, después del nacimiento en 1665 de su segunda hija Cecilia, queda viudo casándose nuevamente con Petrona Hernández Pavón de 15 años, sobrina en segundo grado de su fallecida esposa, igualmente perteneciente a los Hernández Bancalero, nieta de un portugués venido a Carora en la misma época que los franceses. La joven Petrona daría a luz a la irreverente María Pinto de Cárdenas, por sus venas correría la mezcla tanto de la noble mestiza real como de franceses, españoles y portugueses, viviría en una familia cuyo tema frecuente era la historia del poblado situado a las riberas del río Tocuyo, despertando su pasión por esta tierra y de cuya estirpe descendería prácticamente toda la clase mantuana asentada aquí. Esta bella y refinada mujer con sangre de Ocanto pero alma Gordon protagonizaría dos descollantes sucesos que fueron la comidilla de la sociedad caroreña por razones opuestas, trascendiendo hasta nuestra época.

Iglesia de San Juan Bautista de Carora.