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miércoles, 24 de abril de 2019

Una fotografía que me contó su historia.

Teniendo en mis manos la fotografía que se tomaran mis abuelos en 1913 al salir de su matrimonio eclesiástico realizado en Barquisimeto, sin ningún otro dato más que sus imágenes, comencé una investigación para conocer el contexto de la época, entender mejor su lado humano y tal vez algo de sus vivencias. Nunca imagine que esto me conduciría a la danza semidesnuda de Isadora Duncan, a los vestidos que llevaban las damas que abordaron el trágico Titanic y al maravilloso mundo del cine mudo, permitiéndome adentrarme a una desconocida sociedad larense, ayudándome a deshacerme de una serie de creencias erróneas, como por ejemplo que esas viejas épocas eran atrasadas y que el interior del país estaba desconectado del resto del mundo. Que equivocada estaba, había modernismo, conocimiento de la realidad mundial, arte, innovación y sobretodo una juventud rebelde.

A finales de siglo XIX, cuando nace la que sería mi abuela, imperaba la moda de la Belle Epoque, de rígidos corsés que estrechaban la cintura destacando pechos, con faldas muy anchas que caían con gran volumen sobre la cadera, llegando hasta el suelo, cubriendo los zapatos, añadiéndole una o varias sobrefaldas con vuelos hasta la rodilla, podían llevar una cola posterior que se extendía por el suelo. Estos grandes volúmenes logrados en las faldas eran gracias a los miriñaques o armadores, consistente en una estructura circular de aros de metal muy ligeros que mantenía huecas las faldas, al sentarse se cerraban como un abanico. Esta moda resaltaba una gran cadera con una pequeña cintura. 

Acercándose al siglo XX, paulatinamente el diámetro del miriñaque se reduce quedando solo hacia atrás en forma ovalada, permitiendo que el delantero de la falda cayera recto, dando a la figura femenina una silueta más vertical. Cambia el punto de atención del cuerpo femenino, de las caderas se pasa al trasero, gracias al polisón. Se continúa usando el corsé resaltando los senos lo que le da a la figura femenina la característica forma de S invertida de esta moda. Con las mangas igualmente sucede una evolución, durante el Romanticismo eran ajustadas al brazo. A partir de 1890 las mangas de los vestidos aumentan de volumen hasta convertirse en grandes piezas decorativas. En 1892 se observa que esta ya no dibuja el hombro de manera natural, sino que posee un leve abultado, adquieren la forma identificada como ‘manga pierna de cordero’ o ‘manga jamón’. La figura femenina pasa así a formar una especie de dos triángulos invertidos unidos en una estrechísima cintura, lo cual daba la impresión del reloj de arena característico en este estilo. Luego esto desaparecería, la manga se convierte en sencilla, comenzando a usarse más corta por debajo del codo.

El cabello también sufre cambios, del peinado altamente sofisticado donde era frecuente el uso de sombreros o mantillas con peinetas de la Era Victoriana del siglo XIXse pasa al estilo “Pompadour” menos elaborado que lo convierte rápidamente en muy popular entre las damas, consistía en un moño recogido en lo alto de la cabeza que se realizaba escarmenando el cabello para darle volumen o se utilizaba un postizo para tal fin, pero manteniendo un aspecto falsamente descuidado, dándole así soporte a los enormes sombreros adornados con plumas y cintas.

Ya para 1910 continua llevándose el cabello recogido en un moño o rodete y adornado con algún accesorio especial, entonces surgen dos actrices que provocaron un cambio revolucionario del peinado.

La primera sería Isadora Duncan, una bailarina que se destacaría en los primeros años del siglo XX. Su puesta en escena era novedosa, apenas algunos tejidos de color azul celeste en lugar de los aparatosos decorados, llevando solo unas túnicas vaporosas que dejaban transparentar su cuerpo y con las piernas desnudas, sin las clásicas medias blancas, bailaba descalza y el cabello suelto, desafiando la rigidez del vestir en el ballet clásico.

Algo más tarde surge Lillian Gish, actriz de cine mudo que se convertiría en el ideal a seguir por las mujeres a partir de 1912, causando una verdadera revolución en el estilo usado hasta entonces del cabello ondulado, imponiendo peinarse con un estilo liso recogido hacia atrás aparentando un cabello corto, con una raya al medio o de lado, adelantándose a la época del charlestón.

Finalizando la primera década del siglo XX vemos unos drásticos cambios en la moda de la mujer tanto en peinados como en el vestir. En este último se eliminan los excesos ornamentales que caracterizaron la figura femenina durante siglos, cuyo objetivo era integrarlas a la decoración del ambiente.

Al desaparecer el corsé y el miriñaque permitió que la mujer se reencontrara con su propio cuerpo y con la moda. Surgen las medias transparentes que crean la ilusión de unas piernas desnudas, escandaloso para la moral de la época. Se da inicio a la simplicidad en el estilo de vestir femenino de la mano de Paul Poiret a partir de 1907, cuyas contribuciones a la moda del siglo XX han sido comparadas a las de Picasso en el arte. Actualizó el vestido estilo Imperio que ya Zhanna Paken anteriormente en 1906, había impuesto en su colección de ropa, pero esta modesta mujer prefirió quedarse en la sombra, en un momento en que los diseñadores masculinos conquistaron la fama y se convirtieron en estrellas. Paradójicamente la revolucionaria moda femenina de esa época la imponían los hombres.

Así que para el año de 1908 es furor el talle imperio, donde la cintura no estaba tan marcada y se situaba más alta. Poiret liberó a la mujer del corsé y del miriñaque, fue llamado "El rey de la moda", impuso el estilo Delfos que marcó la década, con cintura alta, sin corsé y falda recta, que dejan de tener volumen, también crea la falda de medio paso. Este diseñador se inspira en chitones griegos, de una sencillez extrema, la tela plisada cae desde los hombros hasta los pies sin costuras ni rellenos de ningún tipo. Los cuellos altos característicos de esta época entran en conflicto con el escote en V que surge nuevamente. Sus diseños fueron extremadamente populares en la era de preguerra y es parte de la moda usada en el Titanic hundido en abril de 1912.

Conjuntamente con esta simplicidad de líneas de sus vestidos, usaba borlas para adornar, capas o chales con plumas de colores y estolas de zorro que concedían un aire escénico a sus diseños, creó modelos originales inspirándose en diferentes trajes nacionales, sombreros cosacos, mangas húngaras, chaqueta de Rusia, surgiendo de su genio las blusas tipo túnicas, vestido de noche con mangas kimono, en colores vivos combinados con tejidos suaves y flexibles.

Después vendría Jeanne Lanvin una estilista y diseñadora francesa que fundó la más antigua casa de moda parisina, la casa Lanvin. Comenzó su carrera con una colección infantil inspirada en su única hija Marquerite. Luego en 1909 lanzó una colección para mujer que se impone con un éxito arrollador, revolucionario para la época: una línea juvenil pero manteniendo un estilo muy femenino. A partir de ese momento su talento fue reconocido por sus vestidos y los colores usados, pues cambia el espectro de colores habituales por uno mucho más alegre, entre los que destacaría el azul Lanvin. Su prenda estrella serían los llamados "Robes de Style" vestidos hasta los tobillos en tejidos vaporosos que se ajustaban a la parte superior del cuerpo. Sus tres colores fetiches eran: el azul Lanvin, el rosa Polignac en honor a su hija y el verde Velasquez, para conservar la exclusividad de sus colores, fundó su propio taller de tintados en 1923. 

El período 1908-1914 se caracteriza por una gran influencia en la moda femenina llevada principalmente por el teatro, el naciente cine, las revistas, y los cabarets que impulsaron una revolución en el estilo de ropa, cambios que impulsan la liberación de la mujer.

En la fotografía de mi abuela, lo primero que se nota es que no usa el vestido de novia blanco, sino uno de color, por ser en blanco y negro no se puede asegurar cual es, pero posiblemente era un azul Lanvin, su color preferido según la tradición oral trasmitida por mi madre, es el usado por Isadora Duncan en sus esbeltos atavíos estilo griego de Poiret. 

Las evidencias de que seguía la actualidad en la moda de esos años se pueden detallar en esta hermosa fotografía, además del vestido de color, se observa el estilo imperio con falda ligeramente plisada a varios centímetros sobre el zapato, flecos en bordes de mangas y en el descote en V, conjugado magistralmente con un cuello alto realizado en tul transparente salpicado con aplicaciones, ambos conflictivamente de moda, lo cual denota la alta costura del vestido siguiendo el estilo impuesto por Poiret, también las mangas ajustadas debajo del codo dejando los brazos descubiertos, probablemente haya sido importado o realizado en uno de los talleres de alta costura que existían en la ciudad. Ademas lleva una cartera y abanico como accesorios de vestir elegante, el uso de una mantilla que da un aire escénico al diseño, muy de moda. Pero lo más llamativo es el sencillo cabello liso, recogido hacia atrás con carrera a lo Lillian Gish, actriz que se destacaba desde el año anterior a esta fotografía, época para la cual ya había realizado doce películas, la más famosa era An Unseen Enemy, que le permitió imponer su estilo de peinado, en el cual aparentaba un cabello corto masculino, denotando la incipiente rebeldía de la mujer que tendría su máxima expresión en los años 20.

Al ver todo esto en conjunto se puede deducir que esta joven mujer larense, residenciada en Barquisimeto, tenía acceso a lo último en tendencias de moda en el mundo, a modistas vanguardistas y como todo joven, era rebelde e innovadora. Es muy fácil imaginar a esta pareja viendo una película de cine mudo en algún teatro de la ciudad, es de recordar que Barquisimeto fue la ciudad con más salas de cines de Venezuela. Podemos visualizarlos en la oscuridad mientras el novio aprovecha un descuido de las chaperonas para acariciarle discretamente el dedo meñique, tal cual lo captura la fotografía. O imaginarnos a esta joven recorriendo la Calle Comercio, hoy Avenida 20, junto a su madre y hermanas buscando el vestido para su boda, sumergida en un tumultuoso escándalo que surgían de varios puntos simultáneamente, por un lado los tranvías a tracción de bestias,  más allá carruajes llevando pasajeros que pasan veloz, un trote incesante de caballos o mulas con hombres en sus lomos, una multitud a pie recorriendo la vía en busca de sus múltiples servicios y mercancías. Esta arteria vial era el centro de la dinámica actividad comercial donde las personas acudían a la barbería, pulperías, zapaterías, sombrererías, confiterías, boticas o farmacias, carpinterías, talabarterías, herrerías, imprentas, panaderías, negocios de ventas de víveres y de mercancías importadas. También se conseguían locales de médicos, de abogados, talleres de alta costura y de bordados para la confección de todo tipo de vestuario. Era el sitio de la moda femenina.

Mi imaginación vuela y la veo saliendo de la entonces Catedral de Barquisimeto, al terminar el acto del matrimonio eclesiástico, va acompañada en romería por toda la familia asistente y los curiosos transeúntes casuales que se suman, caminan rumbo a los estudios fotográfico de la ciudad. Según establecía la costumbre, los novios debían tomarse un retrato con el fin de dejar constancia de la realización del matrimonio, luego de cumplir con esto, se dirigen en un carruaje techado a la casa de la novia a festejar amenamente con música y comida.  

Barquisimeto era una ciudad pujante, salpicado de salas de cines y teatro, múltiples talleres fotográficos, el más famoso era el de los hermanos González que habían cerrados sus puertas en 1906, sin embargo sus alumnos se multiplicaban por doquier, entre los cuales estaba Amabilis Cordero y otros que dejaron un legado imborrable. 



                                               
                                                   Cambios en la moda del siglo XIX


   
                                          Evolución en el peinado del siglo XIX, XX.