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lunes, 18 de noviembre de 2019

El adivino.


Estando de médico rural por allá en la década de los 80, en Cubiro, un frío pueblito del estado Lara, una neblinosa mañana de diciembre, llego a la emergencia de la Medicatura un poblador de la localidad, su aspecto era el del típico agricultor de los campos Venezolanos, enjuto, estatura media, de aspecto engañosamente envejecido, difícil para calcular la edad, pues a veces parecen ser mayores de lo que realmente son debido a la dureza del trabajo a la intemperie y la pobre alimentación que ocasiona un gran desgaste físico, estaba pálido y con dificultad para respirar. Venía acompañado de varios familiares, quienes lo traían engalanado con su mejor ropa para ir al doctor, algo muy común en nuestro país.

Después de examinarlo y con el soporte técnico de Ascardio, época en que los médicos recién graduados contábamos con un entrenamiento intensivo especializado en cardiología en esta institución larense, de obligatorio cumplimiento previo a la designación en un medio rural, quienes dotaban de material, fármacos y equipos como electrocardiógrafo, oxígeno y teléfono con un audífono adaptable para que un especialista de la institución pudiera escuchar a distancia los latidos cardíacos del paciente en cuestión, para dar soporte en el diagnóstico. Luego de revisar la base de datos donde estaba registrado el paciente con antecedentes de mal de Chagas, se concluye que se trataba de una insuficiencia cardíaca en fase terminal. Ascardio me indica que no lo refiera allá pues lo que ellos harían era igual a lo que se disponía en aquel pueblo productor de papas, enredado entre montañas y casi tocando el cielo, ya que contaba con los recursos suficientes y el entrenamiento, además de la comunicación expedita con ellos.
Decido dejarlo hospitalizado con el tratamiento clásico de estos casos, oxigeno, diuréticos, acostado en cama clínica en posición semi sentada, rutina médica, hasta ese momento todo iba bien pero, entonces sucedió algo inesperado y comienza la historia de lo que aconteció después, razón del porque titule este escrito como “El Adivino”.
Habiéndole explicado a los familiares del grave diagnóstico de su padre, preguntan que si se estaba muriendo, les respondo que ahora estaba compensado y por los momentos no será, ellos insisten que les de la fecha fatal, yo les aclaro que no puedo responderles pues eso solo Dios lo sabe. Dejándolos en la habitación con el paciente pensando que su presencia lo ayudaría anímicamente, me retiro a almorzar a la casa del médico contigua a la Medicatura cuando recibo una llamada de la enfermera para que fuera allá inmediatamente pues estaba sucediendo una irregularidad. Al llegar encuentro al cura del pueblo dándole la extremaunción y repartiendo las pertenencias con las cuales lo habían llevado vestido, la mejor ropa que tenían. El cura ordenaba cual general, el reloj para Juan, el sombrero para Pedro, la chaqueta del liquiliqui para José y así lo iban desvistiendo poco a poco, entregando en vida la humilde herencia en presencia de aquel dulce viejito que asistía impasible con los ojos que saltaban de sus órbitas aterrorizado, nunca olvidare aquella mirada como pidiéndome auxilio cuando entre a la habitación. Luego de solicitarle al personal de guardia que sacaran al cura, a los familiares, que lo volvieran a vestir, ponerle su reloj; me dirigí al consultorio y en privado le pregunte intrigada al cura que hacía, su respuesta me sorprendió al decirme que el paciente se estaba muriendo y yo como médico lo debía saber igual que él. 
Yo soy médico, es cierto, respondi, pero también soy católica y como tal no me atrevo a tratar de adivinar los designios de Dios como ud. me parece una irreverencia, una actitud soberbia al querer demostrar un control sobre el futuro que no es cierto, así que le agradezco Padre, que ud en la iglesia y yo en la medicatura. Para terminar esta historia, el cura se fue molesto conmigo, nunca más volvió a visitar un enfermo en la Medicatura mientras estuve allí, el paciente no murió ese día, ni al otro, vivió un mes con calidad de vida, con su reloj y sombrero puestos, con la dignidad que merecen los seres humanos.