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miércoles, 25 de enero de 2023

Roz Mystírio. Capítulo I Diurno y nocturno.

 

Una refulgente cabellera castaña cuyos rizos se enredaban por el viento que al unísono hacia vibrar un vaporoso vestido nacarado sobre el cuerpo de una niña de 10 años que corría con sus brazos estirados, abriendo y cerrando las manos imitando unas garras emitiendo un gruñido feroz semejando un atemorizante animal, perseguía a un tropel de bulliciosos chiquillos que huyen alocadamente a través del largo corredor que bordeada un patio central con árboles y plantas proporcionándoles una fresca sombra al lugar. La despavorida bandada buscaba ansiosamente un escondite entre la arboleda para evitar ser atrapados por su implacable cazadora. Contrastando al fondo se escucha una armoniosa melodía que desentonaba con aquel retozo de los pequeños.

 

A pesar del ruido originado por los niños, las parejas bailaban animadamente una mazurca asidos de las puntas de los dedos conservando la distancia entre ellos al mantener los brazos estirados,  girando al son de la música, ejecutada en el órgano traído desde Europa por el camino de recuas, venía con un método de enseñanza llamado “Método Mealso” con las instrucciones para su uso, muy apreciado ya que hacían muy agradable estos populares encuentros donde además de tocar este instrumento o el piano algún presente cantaba algo de moda. Estas reuniones se debían a diferentes motivos familiares o  simplemente por el placer de compartir alegremente en una tarde de tertulias.

Las actividades de cada grupo siempre se efectuaban en ambientes diferentes, manteniendo cierta distancia entre adultos y niños, lo cual no era permitido en esa época donde los menores no intervenían en las conversaciones de los mayores que generalmente era de algún pecaminoso desliz de un conocido o del tumultuoso acontecer político. Bartola participaba en estas reuniones, integrada como un miembro más de la familia, sin imaginar que ese día comenzaría a abrirse una caja de ocultos secretos.

Allí se distinguía una reunión de caballeros de ceño fruncido parados cerca de un ventanal para refrescarse del inclemente calor del verano, hablaban en voz baja notándose su preocupación de los sucesos políticos y los rumores de una inminente guerra. Otro grupo de despreocupados jóvenes situados más allá les recitaban  poemas en latín o francés a las solteras con el fin de conquistarlas, luciendo sus engalanados portes que mostraban como pavos reales en una ruda competencia entre ellos, ocasión que aprovechaban para realizar citas para verse a escondidas a orillas del río y obtener el ansiado premio del amor. Otros caballeros jugaban a las cartas debajo de los árboles del jardín interno que permitía dispersar el humo de los tabacos, apostaban dinero y animales ajenos a los intereses de los demás invitados.

En un salón contiguo usado como recibidor, algo apartado, un círculo de damas sentadas en unos grandes sofás conversan animadamente, una de ellas secando su sudoroso rostro con un pañuelo bordado, se inclina íntimamente hacia la que está a su lado  y le comenta:   

—Tía Francisca, este mes ha sido intenso por las festividades que hemos dado aquí, entre el bautizo del hijo de la Comadre María Luisa, la boda de mi sobrino, el hijo de Rita, el cumpleaños de mi hija y ahora este de la pequeña parienta Bartola, son demasiados compromisos, la familia ha crecido tanto, estoy agotada! — Exclama la rolliza mujer.

Mirando fugazmente a su enjuta parienta mientras su mano revolotea por el contorno impreciso de su moño, intentando infructuosamente devolver a su sitio unos rebeldes cabellos salidos de su lugar, suspira y remata.

—Y falta mi aniversario de bodas!

La delgada mujer junto a ella que se refresca con un bello abanico pintado con imágenes de aves, escuchándola atentamente, le comenta:

—Juana, esas fiestas te deben haber costado más dinero que el gastado por las esposas de los hermanos Zubillagas en la misa de la bendición de la imagen de la Virgen del Rosario hecha en Carora, según dicen los chismorreos fue para obtener una indulgencia especial. ¿Acaso pecados de la carne? — Riposta mientras le guiña un ojo a su interlocutora.

—En ese grupo no se sabe quién necesita más las indulgencias, si ellos o ellas! — Dice irónicamente Rita, hermana de la anfitriona, desde su poltrona algo alejada.

—Además de la música, en ese pago estaba incluido unas coristas y no le habían dicho nada a sus maridos, los cuales se pusieron furiosos por el dispendio! — Completa la obesa tía Cándida Rosa sentada más allá.

—Ave María Purísima, ¿Quién ha visto bailarinas en una misa? —Pregunta la morena María Luisa.

—Comadre, se refiere a cantantes de coro y no lo que usted entendió!  — Le aclara Juana Paula a la despistada comentarista antes de interrumpir la charla por un incidente que ocurría en el corredor.

Repentinamente el bucólico ambiente festivo es quebrantado por una trifulca que se desarrollaba en el grupo de los infantes, uno de  ellos, de aspecto grueso y pelirrojo con pecas en su rubicundo rostro que se intensificaba con el escandaloso llanto que salía de su boca, abierta de par en par como el pico de una garza al atrapar un pez, dejando ver la oscura gruta de sus fauces, señalando a la tenaz cazadora, lanza una acusación:

 —Ella me pego! — Exclama el rollizo niño señalando a la portadora del vaporoso vestido nacarado.  

Ese día se celebraba la Primera Comunión de Bartola, como era costumbre después de la misa se llevaba a cabo el desayuno en el elegante comedor de la solariega casa familiar de estilo colonial cuya dueña era Juana Paula, como correspondía a su nivel social, estaba situada frente a la plaza del pueblo. Al finalizar la comida, efectuado en el mayor silencio mostrando el respeto debido al solemne acto recién realizado en la cercana Iglesia, estando los invitados a punto de levantarse de la mesa para dirigirse al lugar del festejo, una pregunta de la rubia niña que con sus inocentes ojos color del cielo, paralizaría la mudanza del grupo, sería un primer anuncio de lo que estaba por venir:

Tía Juana que significa tener sexo, mi primo Juan dice que ya lo hizo.

Un silencio sepulcral recorre el lugar hasta ese momento un sacrosanto ambiente, alguien carraspea e invita a pasar al salón situado frente al fresco corredor que rodeaba el jardín enclaustrado, conocido así por estar dentro de la casa, donde se daría inicio al festejo, un ofrecimiento que aprovechan como excusa para eludir la pecaminosa explicación solicitada por aquella cándida primo comulgante, recuperando la compostura inician el baile y las amenas charlas, entonces minutos después se desarrollaría el segundo acontecer, pero esta vez reviste un carácter violento.

—Hija, venga acá y dígame que paso! — Ordena la anfitriona.

—Tía, mi primo Tomas me dijo que yo era de sangre manchada, por eso lo abofetee!

—Tía Francisca, hable con su nieto, recuerde que usted tiene una historia similar a la de ella.

—Como se te ocurre compararme?. Me ofendes sobrina, soy una descendiente Santéliz de sangre pura!

Dorotea, por favor lleve a los niños a contarles cuentos. — Ordena la sudorosa Juana Paula a la canosa y encorvada mujer que se acerca.

—Bartola, vaya con la parienta Dorotea, que no pasó nada! — Sugiere la angustiada anfitriona, tratando simular al no prestarle atención al reclamo de su tía a quien taladra con una mirada de reproche ante su hipócrita doble moral.

El grupo se disuelve, nuevamente evaden las respuestas sin imaginar que el destino implacable estaba reclamando su territorio, era  inevitable la revelación o las revelaciones.

Un hábito frecuente dirigido especialmente a los pequeños para tranquilizar sus fogosos ímpetus, era relatarles cuentos o leyendas, estos estaban a cargo de los ancianos de la familia custodios de la memoria histórica. Las preferidas eran la del abuelo llegado de España, la de los abuelos franceses y la de los portugueses, pertenecientes a la tradición oral, centro esencial de sus vidas. Bartola escuchaba estos relatos imaginándose que era la protagonista.

Le fascinaba la vida de María Pinto de Cárdenas, cuyos abuelos franceses arribaron a la naciente Carora donde establecerían su hogar originando a esta mujer y sus impactantes historias. A pesar de su corta edad, era observadora y vivaz, notaba que habían dos relatos, uno glamoroso que vanidosamente detallaban sus tías de día en el salón y otro escandaloso contado por la servidumbre, ocultamente en la noche alrededor del fogón de la cocina. Al escuchar la narrativa, se dejaba llevar por el juego de luces proveniente de las lámparas de velas que rasgaban la penumbra hipnotizándola, aislándose del ambiente a tal punto que llegaba a recrear en su mente de joven adolescente aquellas vivencias, sumergiéndose en ese mágico mundo, transformándose en aquella antepasada. Años después afirmaría que ella era la que había llegado de Europa de 10 años junto a sus padres, que por lo tanto era española peninsular, hecho que le permitía un lugar de primerísima categoría en la sociedad al no quedar duda de su pureza de sangre, borrando su origen manchado que la atormentaba. Una mentira que le serviría para salvar una preciada vida en riesgo debido a acontecimientos acaecidos en el turbulento acontecer político de su vida.

La historia comenzaba con el ingreso al alto círculo social del distinguido caballero Andrés de Sopena y Santelices, el primer Santéliz en arribar a estas tierras, aceptado de inmediato debido al hecho de ser un español peninsular, presentado a las familias más prominentes en glamorosos festejos donde conocería a la destacada María Pinto de Cárdenas con quien formaría una de las parejas más envidiadas por conjugar abolengo, pureza de sangre y riquezas.

Después de un breve romance, se comprometerían en matrimonio, un notorio acontecimiento en el cual la novia luciría un radiante traje largo con armazón para darle un gran volumen, tanto era así que las damas ocupaban con sus abombadas faldas casi todo el salón, contrastando con un corsé ajustado con descote pronunciado por donde se asomaban sus prominentes y níveos senos, el talle bajo con un remate en pico, apuntando sugestivamente a la parte inferior del vestido, sus globosas mangas que llegaban hasta el codo a partir del cual se ceñían al brazo, cabello largo y suelto adornado con cintas, cubierto con una mantilla, propio de la imperante moda francesa.

Los invitados a la boda sería lo más selecto de esta floreciente sociedad, sobresaliendo el más célebre e importante personaje de la ciudad cuya presencia era obligatoria, se trataba del Juez Poblador de Río Tocuyo quien al entrar al salón acompañado de su hermano menor y un joven sirviente personal de hermoso porte quien siempre andaba discretamente con él, sin embargo todos sabían el verdadero rol de aquel mancebo de tez morena, causando cuchicheos a su paso.  

El anuncio del ujier ocasionaba un gran revuelo en los invitados por el contrapuesto y escandaloso proceder de ambos hermanos con sus llamativos amantes y la riqueza de sus vestuarios cubiertos de joyas. La acompañante del hermano del Juez venía luciendo un ostentoso y nada discreto traje de finísimos encajes, grandes lazos, pronunciado descote, numerosas cintas y un sombrero de grandes alas con sobresalientes plumas e incrustaciones de diversas joyas que lanzaban destellos multicolores. Al ingresar pomposamente sin ningún recato al recinto, era imposible no dirigir las miradas hacia ellos, siendo detallados minuciosamente por los presentes mientras un crujiente murmullo surgía a su paso al comentar sus últimos desenfrenos.

Ambos eran solteros por razones diferentes, del Juez se rumoreaba secretamente las preferencias de parejas de su mismo sexo, en cambio de su hermano menor era por ser un destacado Casanova que mantenía relaciones con diferentes mujeres, clasificándolas cínicamente en dos grupos: las “algo libres” con quienes dejaría hijos dudosos y las “recogidas” entre las que estaría su acompañante a esta boda, con quien tuvo “hijos ciertos”, el mayor de ellos era heredero de su tío al no tener este descendencia quien también asistía a la recepción. Sin embargo a pesar de esta conducta libidinosa, sus pecados se les perdonaba y sus hijos nacidos fuera de los cánones de la Santa Iglesia eran aceptados a plenitud por ser españoles peninsulares, aunque fuera hipócrita e interesadamente.

El ujier firme en la puerta, nuevamente golpea con su bastón el piso de madera para anunciar la entrada de otro invitado, se trata de un descendiente de un Conde español nacido en aquel lugar el cual también causaría una gran revuelo pues trae a su exótica esposa, una mestiza de la Real Corona, vistiendo un traje típico de su raza lo que la hacía verse muy llamativa. El cuchicheo no se hacía esperar:

—A esa india le otorgaron una Real Cédula para darle categoría de súbdito español para que se pudiera casar con el heredero y sus hijos fueran legítimos con derecho al título nobiliario. — Sentenciaban.

Finalmente, con gran solemnidad se anuncia la entrada al salón de Andrés, el novio elegantemente trajeado con sus pantalones por debajo de la rodilla de donde partían las medias de seda blancas sostenidas con ligeros, zapatillas de tacón con adornos, peluca de cabellera larga recogida en la parte posterior con lazo y luciendo coloretes en sus mejillas, se veía esplendoroso y muy vistoso cuando se inclinaba siguiendo los delicados modales europeos de apasionada sumisión al saludar a las damas, demostrando delicadeza y romanticismo, admirándolas idolátricamente con un vocabulario impregnado de conocimientos de filosofía y poemas, tratándolas con galantería,  conducta acostumbrada que envolvía la atmósfera de esta culta sociedad, el ideal perfecto de ese entonces observada en aquella celebración.

Pocos meses después de la fastuosa ceremonia, un soleado día en un cruce de un polvoriento camino, el matrimonio Santéliz Pinto  elegantemente ataviados, a bordo de un carruaje se encontrarían con los frailes Baza y Obriga cubiertos con sus sudorosas sotanas marrones, quienes se dirigían a lomo de mula al mismo destino que ellos, era Río Tocuyo. Venían a cargo de una larga caravana de indios gayones semidesnudos a pie, trasladados involuntariamente como mano de obra para recuperar la economía del asentamiento que no había despegado desde que fuera fundado debido a las constantes huidas de los lugareños.

La conjugación de estos dos sucesos, sería claves para que finalmente, después de innumerables fracasos, lograran el ansiado nacimiento de este pueblo doctrinero al desencadenarse una serie de acontecimientos ligados a las debilidades humanas. Andrés disimuladamente lanzaba miradas apasionadas a una indígena acariciando sugestivamente su  bigote.

Debido a que la Iglesia Católica imponía una serie de restricciones o impedimentos para casarse, generaba la necesidad de resolverlas mediante una autorización o dispensa matrimonial otorgada por dicha institución por lo que debía contarse obligatoriamente con su beneplácito, regulando así la escogencia de pareja, la reproducción y por ende la sexualidad. Los matrimonios por conveniencia, realizados bajo estos parámetros, no solo para proteger las grandes fortunas sino con el fin de procrear descendientes puros que aseguraran la supremacía de los europeos en la sociedad, eran de gran desapego, propiciando las relaciones extraconyugales tanto del hombre como también de la mujer, derivando los hijos ilegítimos fuera del control de la Iglesia.

Pero, gracias a este encuentro, nacería Río Tocuyo iluminando el firmamento de los grandes protagonistas del agitado y aguerrido siglo XIX, jugando un papel protagónico  aquella primo comulgante, descendiente de los pecados de esta pareja.

Luego de 13 años del matrimonio de María Pinto de Cárdenas, a los 35 años de edad, queda viuda con 7 hijos, una incontenible desazón la embarga, un fuego abrasador la consume, entonces decide cambiar de rumbo y toma una decisión. Todavía era joven, ardiente y ambiciosa, así que un día al salir de la misa dominguera vestida de negro de pies a cabeza, traje, guantes e incluso el sombrero, luto riguroso que debía llevar no menos de tres años, impuesto por las estrictas normas de la época, cruza la calle tomando la dirección contraria, camina firmemente con un cadencioso movimiento de sus caderas que estimulaba la mirada de los caballeros. El destino tenía otros planes y ella también.

Lo más difícil para esta viuda no eran las fúnebres vestimentas que debía usar, era no poder asistir a ningún evento social, salvo las visitas a familiares, guardando las apariencias se dirige a la casa de su media hermana, lugar donde va resuelta a sofocar aquel imperativo ardor. No habiendo transcurrido un año del fallecimiento de su esposo, en una de las idas a la casa de su hermana Cecilia, casada con un viudo andaluz quien tenía varios hijos productos de su primer matrimonio, uno de los cuales era un soltero de 25 años de edad que quería ser cura por lo que se mantenía célibe, el cual también acudía a ese refugio y que furtivamente la miraba al coincidir ambos en aquellos encuentros familiares, sucediendo lo inevitable ante el ardor que consumía a la experimentada y esplendorosa viuda, derritiendo sus célibes intenciones como la cera de una vela, conduciéndolo de la mano por el desconocido mundo del amor, enredados desnudos entre las partituras del piano y el sagrado misal, recorriendo su cuerpo como las cuentas de un rosario en sus misterios gozosos, experimentando por vez primera todo el placer carnal en sus variadas expresiones.

Este joven hombre era Pedro Crespo del Rosal a quien esta bella mujer, 10 años mayor, le arrebataría su virtud, suceso ocurrido bajo el mismo techo que cobijaba a sus parientes sin que sospecharan el volcán de pasiones despertado entre ellos, animando al joven a dejar de lado la vida de recogimiento dedicado solo a las labores de la capellanía, fundada por un valor de 100 pesos para proteger su alma inmortal de ser condenada al infierno por los pecados cometidos, preocupaciones típicas de la época que eran subsanadas a través de las indulgencias obtenidas a través de este comercio, beneficios muy deseados por los católicos de entonces.

Cuando la madura y viuda mujer se casa por segunda vez ocasionaría un gran escándalo en la sociedad por estar en franca violación con lo considerado buenas costumbres, contrastando con lo glamoroso de su primer matrimonio, incluso se le llegó a inventar un sobrenombre despectivo: María Pinto “La Charca”.

Mientras el cortejo se dirigía a la Iglesia San Juan Bautista las damas se asomaban a las puertas de los zaguanes de las casas, abanicándose para espantar el calor y cubrirse la boca para disimular su cuchicheo sobre el irreverente comportamiento de esta viuda.

La novia al traspasar la puerta, cuyo extraño marco de piedras y no de madera encerraban un misterio que esta sociedad ocultaba celosamente, se detiene brevemente para sacudir sus empolvados zapatos alcanzando escuchar alguno de los comentarios:

—La descarada le robo la virtud al joven Capellán.

—Se casa embarazada. — Comentaban horrorizadas y envidiosas.

De esta segunda unión, María Pinto de Cárdenas procrearía 4 hijos, antes de su menopausia, serían medios hermanos de los Santéliz Pinto de Cárdenas, en este nuevo hogar era frecuente ver correteando sus menores hijos junto a sus primeros nietos casi de la misma edad.

El mestizaje entre sus descendientes con los indígenas locales facilitó el establecimiento en estas tierras que daría origen a las madres del indio Reyes Vargas y de Juana Bautista, compartiendo la misma época con lazos de sangre entre ellos, cuyas historias se entretejerían.

Como consecuencia de este choque entre las normas y la incontenible fuerza de la naturaleza humana se daban las relaciones libertinas entre las diferentes clases sociales. La población indígena y los blancos pobres no escapaban de este turbulento mundo, las relaciones sexuales  clandestinas eran comunes. Esta situación se exacerbaba en las guerras cuando las restricciones se abandonaban aún más por lo efímero de la vida, urgiendo que las necesidades básicas fueran satisfechas inmediatamente, enredando sobremanera el complejo entramado social existente.

A partir de estos pecados, la descendencia de esta mujer iniciaría un viaje en el tiempo con ramificaciones y empalmes sumamente complejos.

Historia prohibida, perteneciente a un mundo de secretos ocultos, a la oscuridad de la noche en resguardo de las apariencias de una conducta intachable. 

 

martes, 10 de enero de 2023

Roz Mystírio. Prologo

 

Un enceguecedor disco ambarino se enseñorea en el firmamento mientras un extravagante reptil cubierto de espinas a lo largo de su delgado cuerpo atraviesa veloz el reseco suelo surcado por miríadas de grietas que delimitan innumerables mosaicos terrosos otorgándole un extraño aspecto cuarteado al paisaje, el lagartijo desaparece mágicamente al deslizarse en una de aquellas hendiduras librándose del inclemente calor que se desprendía, un ardiente vaho que desdibujaba los cardones y cujíes provocando un fenómeno ilusorio de movimiento como si se tratara de una sinuosa danza, armonizada por el son del lamento del viento que elevaba intermitentemente una alucinante polvareda amarillenta que arropaba el árido horizonte. Unos chivos que recorren perezosamente la fantasmagórica región semidesértica encuentran unos arbustos y, cual bailarinas estilizadas, se yerguen en sus patas traseras hasta alcanzar algunas hojas que mordisquean indiferentes ante el sol abrasador y seco ambiente que las rodea, una inquietante desolación la cual no permitía vislumbrar que alguna vez allí ocurrieron numerosas guerras que escribieron las páginas de una historia crucial, sepultadas en la memoria y la arena del tiempo, resguardadas por leyendas y tradiciones, preñadas de dolorosos secretos que esperaban ser parteados, quizás algún día. 

 

  

Solo entonces la oculta historia se desbordaría impetuosamente, como un seco río que busca su cauce, un destino inevitable, finalmente se despojaría de la hojarasca de los misterios cifrados, saliendo de su  estado de hibernación en la que yacía por años. Su naciente estaría en esta agreste región, aguerrida, tumultuosa cuyos pobladores eran apasionados, lugar donde se daría principio a  la vida de una niña signada por una vorágine de intrigas, pasiones y tragedias, intensamente reales y agrias, sumándose al interés por la política y las conspiraciones, al igual que a la mayoría de sus habitantes, pero de forma sin igual, de entrega total.

Su infancia, a pesar de lo agitado del acontecer que la rodeaba, se deslizaría en un cálido ambiente familiar que le brindaba protección, estimulando a surgir a una alegre joven cuya risa cantarina llenaba su entorno, irradiando un magnetismo abrasador imposible de ignorar. Como todo joven era de carácter despreocupado y rebelde, hasta que un día una traumática experiencia, semejante a una oscura tormenta invernal, la envolvería, alejándola de su inocencia por siempre, violentamente llegaría a ser mujer, experimentado de una dolorosa  manera a partir de la cual se iniciaría una vida cargada de enigmas.

Aquel doloroso amanecer su espíritu se separaría en dos y uno de ellos adoptaría la de guerrera indomable. Inesperadamente, este sendero la llevaría a enterarse de hechos ocurridos en su clandestino nacimiento que encubrían una realidad diferente a la conocida hasta entonces, sería el primer secreto develado, después vendrían otros, su frágil mundo interior se derrumbaría al conocer estas verdades, devastadora para ella, ya que había sido criada dentro del grupo social conocido como los mantuanos que alardeaban de un linaje que se podía rastrear hasta el primer antepasado en arribar a dichas tierras, fundamental en estos remotos tiempos en el cual se desarrolla esta historia, tanto era así que si se quería perjudicar a alguien se ponía en duda el árbol genealógico al que se pertenecía a través de rumores o de panfletos lanzados anónimamente en la plaza del pueblo.  Sin embargo esta revelación la ayudarían a encontrarse consigo mismo y con su destino,  arrastrándola inexorablemente por las conspiraciones que protagonizaría y que atesoraría férreamente, un subyugante mundo de secretos en el que transcurrió su vida, un jardín de rosas que revelaremos a través de esta ventana, brillando tan intensamente como nunca antes.

Su deslustrado nacimiento la marcaba, tal como una res al que se le clava un hierro candente en su cuerpo, ubicándola al margen de lo  establecido por las duras normas del siglo XIX, impidiéndole ocupar un lugar relevante en la sociedad en la cual había nacido, causándole confusión ya que había sido alimentada con el engaño de creer tener derechos de sangre, originando en su indómito espíritu una necesidad de subsanarlo, empujándola a buscar diversas rutas para compensar su falta. Con el correr de los acontecimientos lo lograría, pero esto la conduciría a través de una cadena de simulaciones que irremediablemente crecerían como una enredadera enroscándose en la savia de su existencia, absorbiéndola hasta cubrirla con una bruma y transformarla inexorablemente en la dama invisible.   

Esta era una época muy dura ya que imperaban las férreas tradiciones de la Colonia permaneciendo la sociedad atrapada en ellas, no obstante esto no impedía que fueran trasgredidas, reinando una doble moral típica de la época victoriana, llamada así por la Reina Victoria de Inglaterra, hechos que son imprescindible conocer para poder entender las motivaciones de esta mujer, que a veces resultaran chocante. 

Eran tiempos del secretismo, de lo oculto, del arte de la hipocresía, de lo que nadie hablaba pero todos conocían, tal como los dos relatos de la antepasada que dio origen al linaje de dónde provenía, la famosa María Pinto de Cárdenas. Por un lado la historia censurada, la de los escándalos, narrada en la oscuridad de la noche por la servidumbre en la cocina, mientras en el elegante salón iluminado con candelabros se detallaba la otra historia, la epopeya de su primer matrimonio con un rico español.

Pecar era un arte practicado por esta pudiente sociedad, un privilegio otorgado por su inmenso poder que les permitía comprar indulgencias a la Iglesia, incluso anticipadamente, una especie de fondo de ahorros para poder hacerlo sin riesgo de la condena eterna. Esto consistía en cumplir penitencias de diferentes categorías de acuerdo a la falta cometida, desde colocarle los nombres de los santos a sus hijos, trabajos comunitarios en las capellanías o en la organización de las fiestas patronales, o dando colaboraciones en dinero para cubrir los gastos de misas especiales, de esta manera sus faltas eran perdonadas, por supuesto era imprescindible aparentar cumplir las reglas de buena conducta, aunque fuera brevemente. 

Existían sanciones con diferentes bemoles de acuerdo a la pureza de sangre, la más importante era la aceptación social.  No tenía el mismo significado un embarazo sin casarse de una española peninsular o de una rica mantuana que de una blanca de orilla o una indígena. Y esto incluía a los hijos provenientes de estos deslices, unos eran recibidos socialmente con igualdad de derechos y los otro no. En esto jugaba un papel sumamente importante, los bienes materiales de la cual derivaba el poder que era necesario preservar a través de una clara división de clases marcada por los apellidos, encargándose de ello estaban las godarrías o hermandades religiosas, influyentes grupos cívico-religiosos conformados alrededor de unas cuantas familias unidas por sus endogamias o matrimonios entre parientes cercanos con intereses comunes quienes ejercían un dominio en esta sociedad, residenciados en localidades sumamente tradicionales en cuanto a las costumbres españolas.

Una de las características de estas poblaciones a resaltar era la existencia de centros de enseñanzas muy avanzados que junto a la religión, formaban un binomio encargado de resguardar sus derechos de sangre. Los habitantes de estos lugares se distinguían por estar marcados con un fervoroso catolicismo de masas y por gozar de una gran educación, destacándolos del resto del país. Esto se explicaba por contar con bibliotecas, extraordinariamente surtidas, bajo el monopolio y resguardo de la Iglesia desde la Inquisición.

Aun antes de existir el telégrafo y el ferrocarril estas cultas sociedades mantenían fluidas conexiones no solo entre sus parroquias eclesiásticas sino con el mundo exterior gracias a la difusión del conocimiento universal realizado a través del correo postal a caballo o mula. De tal forma que sus hijos tenían acceso a los mejores institutos del país entre los que se encontraban los famosos colegios bajo la guía de Dominicos y Franciscanos con sus recintos repletos con los últimos conocimientos en matemáticas, anatomía, geografía, filosofía, donde se enseñaba griego, francés y latín permitiendo que los bachilleres de entonces se graduaran poliglotas. Pero existía un detalle, para tener acceso a estos privilegios debías ser de sangre noble demostrable por su árbol genealógico, era impensable que una persona de sangre manchada tuviera acceso a ellos, a menos que contaras con un padrino, como sucedió con la dama invisible.

Bajo estas circunstancias se desenvuelve esta historia que se desplegara en tres poblados íntimamente ligados por la sangre, las costumbres, sus pecados, y también por sus antagonismos, además por las vicisitudes de la protagonista que causarían un volcán de pasiones, odios y envidias.

Carora, capital del entonces Cantón, como se denominaba en esa época las divisiones políticos-territoriales, era un lugar donde prevalecían las endogamias, un comportamiento social conservador y cumplidores del ceremonial católico, un legado que apuntalaba su colectividad al mantener férreamente las tradiciones heredadas, desarrollando un gran arraigo con la tierra donde nacieron. Aun hoy, sus domingos están marcados por la misa y la salida al club social en el cual los asistentes, mayormente descendientes de europeos, comparten una agradable conversación de intrigas familiares y de conspiraciones políticas, donde todos se conocen y están emparentados, siendo característico el típico saludo, Pariente, ¿Como esta?.

Como cualquier otro pueblo, al dirigirte a la plaza en cuyo alrededor estaban los poderes públicos, la guarnición militar y las viviendas principales, te envolvía los sonidos de cascos de caballos, el vociferado de los pregoneros recorriendo las callecitas de tierra ofreciendo los productos que traían los vendedores ambulantes en sus carretas llenas de mercancías: ¡velas, escobas, plumeros!. Cruzándose con este remolino, pasaba el aguatero, trasladando el agua del río en toneles de madera cargados en arreos de burros, repartiéndola de casa en casa por la mañana y en la tarde, para el consumo luego de ser filtrada en el tinajero. Sumándose a este ir y venir, propio de la actividad diaria, en las  esquinas de la plaza se reunían los vecinos a enterarse de las noticias traídas por los viajeros o llegadas en el correo, o comentar el último acontecimiento familiar, los preferidos.  

En medio de aquella algarabía, no era difícil encontrar su Iglesia que aun hoy esta adyacente y un poco hacia el fondo de la plaza, pero entonces al acercarte percibes la existencia de ciertas peculiaridades, lo primero que notas es el marco de piedra de su puerta que llama poderosamente la atención por tratarse de un raro material entre los templos locales, resaltado aún más por su disposición en secciones de formas cubicas y triangulares perfectamente simétricas, recubierto de pizarra sin ningún ornamento, al seguir  detallando observas una torre lateral rematada en forma piramidal puntiaguda, todo una composición geométrica que despierta una extraña sensación de un misterio que te susurra algo al oído.  

Este diseño y materiales usados son característico de los edificios herrerianos españoles, que delata no solo su fecha de construcción sino también la existencia de maestros venidos de otras tierras quienes trajeron la fórmula del calicanto usado en su estructura que sumado a las formas geométricas no dejaba duda del origen de sus constructores con su implícito mensaje, uno de los tantos enigmas férreamente guardado en esta tierra.  

A las afueras de la ciudad se localizaban las bulliciosas pulperías  de campo donde se jugaba cartas, bebían aguardiente, hablaban de  negocios, de política y por supuesto se conspiraba. En estos locales se adquirían enseres artesanales y europeos traídos de contrabando por barcos llegados a las costas de Falcón. Un mundo al margen de la ley que conllevaba la existencia de más secretos y hasta crímenes.

Una época caracterizada por la existencia de numerosos mitos y leyendas estimuladas por el caluroso clima que llegaba a rajar el suelo y nublar la mente de sus pobladores, una especie de caldo que da sazón a esta región. A esto contribuía la existencia en algunas calles con faroles de vidrio con una vela de grasa en  su interior que un farolero encendía al caer la noche, surgiendo una tenue luz que proyectaba danzantes sombras fantasmagóricas a su alrededor, despertando los temores de los transeúntes, bordando de supersticiones de fantasmas y duendes, de pasiones nocturnas, de cuando el diablo andaba suelto tentando la moral y buenas costumbres de los fieles católicos, originando numerosas historias, la más famosas es la del diablo de Carora.

De este último se conocen dos versiones, la primera es la de Doña Inés de Hinojosa  y su amante Jorge Voto, el cual disfrazado de monje asesina una madrugada al marido de ella, amparados por la oscuridad de la noche y ayuda del cura, quien les facilita la huida. La otra historia es la de los hermanos Buenaventura, Enrique y Gabriel Hernández Pavón acusados de ser contrabandistas, al ser perseguidos acuden a asilarse en el convento de San Francisco, asaltado por la muchedumbre enloquecida quienes a pesar de las protestas del prior ante la violación del sagrado recinto, fueron sacados a la fuerza, llevados a la plaza donde serían fusilados con arcabuces junto a una de sus hermanas que los acompañaba, ese día mueren nueve personas en total. Al regresar la cordura, los participantes del sangriento suceso se dan cuenta de lo grave de su proceder, no solo de haber violentado una iglesia sino el haber matado a una mujer inocente, estremeciendo la bucólica paz del  pueblo y para cubrir sus pecados culpaban al diablo de su proceder diciendo que andaba suelto. ¡Ah, diablo!

Esta pudiente sociedad no escatimaba en desembolsos, principalmente realizado por las damas tanto para fiestas como para cubrir ostentosos gastos de la Iglesia, tal como la música y coristas para ciertas misas. Al ser  esto de conocimiento de los esposos originaba airados reclamos al cura por estimular estos consumos. Se conoce que los vecinos de la ciudad pagaron la construcción de la acera de la Iglesia de Carora a petición del  cura párroco Dr. Maximiano Hurtado, para acabar con los barriales formados en la época de lluvia. Solo las calles principales eran empedradas con aceras, la gran mayoría eran de tierra, al llover se dificultaba el transitar, sobre todo las damas con sus largos vestidos, los cuales era imprescindible lucir pulcramente en el templo. Era evidente que entre el cura y las damas existía una sociedad de cómplices, de la que sacaba provecho el cura, los gastos que cubrían eran para obtener indulgencias a pecados cometidos, pero ¿Quiénes eran los pecadores, ellos o ellas o ambos? y ¿De cuál pecado se trataba?  

Los mantuanos, clase predominante, tomaban en cuenta la raza, dividiéndola en: blanca, india o negra. Los blancos a su vez en tres clases sociales: los nacidos en Europa, únicos con derechos a ostentar cargos políticos; los nacidos en América, herederos de los anteriores y por último los pobres considerados blancos de orilla, carpinteros, herreros, talabarteros, maestros de cantería, sastres, barberos y otros.

Los indios eran empleados para sembrar la tierra y criar ganado pero no eran esclavos, pagándoles por su trabajo aunque en menor cuantía, gozaban del beneficio de la propiedad de sus tierras al estar protegidos por las Leyes de Indias a través de los Resguardos Indígenas, hecho que desencadenaría un suceso fatídico.

Los negros ocupaban el extremo de la sociedad como esclavos sin reconocimientos y totalmente menospreciados tanto por los blancos como por los indígenas. Sin embargo se les proporcionaba un pedazo de tierra para la construcción de sus hogares y cultivos para su manutención.  

Desde el mismo momento de la colonización se iniciaría, primero el mestizaje con los indios, posteriormente al ser introducido el negro al país surgiría el mulato, luego vendría la cruza entre ellos surgiendo los pardos, predominando en la población venezolana actual.  

Los blancos españoles con sus descendientes eran la clase dominante, dueños de las inmensas tierras, del poder político y miembros de las pudientes cofradías. Cuando emerge la burguesía comercial, blancos sin abolengo que habían prosperado con los negocios derivados de la guerra, se integrarían a los ricos de cuna por la necesidad de proteger sus prebendas, manteniendo el poder hegemónico a través del partido conservador.

En ellos prevalecía una rígida sociedad estamentaria llegando a extremos como en Carora de reservar la capilla de El Calvario para los mestizos y mulatos, negándoles la entrada a la iglesia de San Juan Bautista donde era reverenciado San Jorge, su patrono considerado de abolengo, un fenómeno discriminatorio que alcanzaba hasta los Santos y las Iglesias, a pesar de su preponderante mentalidad católica, sin embargo esto no bastaba para superar la segregación, al igual que al clero. Dominando en las ciudades los conservadores y en los pueblos doctrineros los liberales, el mejor representante era el cura de Aregue, Domingo Vicente Oropeza, mal visto por la rancia sociedad y en cuya Iglesia se encuentra la Virgen de Chiquinquirá, venerada por los indígenas de la zona por ser la Virgen morena o india, lugar donde se desarrollará parte fundamental del acontecer de la historia de Bartola y de su amistad con este cura, clave para ella.   

Esta división daría origen a las tragedias de los hermanos Aguinagalde, de ideas tolerantes que contrariaban los intereses de las acaudaladas cofradías conservadoras, Martín asesinado por propiciar la abolición de la esclavitud y el fraile Ildefonso expulsado de Carora por defender a los indios Castro de la expropiación de sus tierras protegidas por los Resguardos Indígenas y quien sería el autor de la maldición del Fraile: “Malditos sean estos godos hasta la quinta generación”. Desde entonces se dice que toda tragedia que afecte a una de estas familias ¡Es la maldición del Fraile!.

Los habitantes del pueblo doctrinero de Río Tocuyo eran menos clasista, mantenían una relación horizontal entre sus pobladores permitiendo una vida algo más relajada, por eso en ellos prosperaron militares descendientes de indios con una gran influencia en el país. Aquí los mantuanos aceptaban de mejor grado al mestizo, pero sutilmente siempre quedaba algún resquemor en lo más profundo de su ser.

Bartola crece sumergida en esta sociedad impregnada de paradigmas donde el acontecer cotidiano se centraba alrededor del ceremonial religioso copando casi todo el calendario anual con sus contradicciones entre caridad cristiana y exclusión social en la cual preservar las buenas costumbres y las obligaciones religiosas junto a la pureza de sangre marcarían esta generación.

Un mundo de secretos donde era necesario guardar las apariencias, no obstante su documento de nacimiento conocido como registro parroquial la descubría públicamente, proclamando un nacimiento con un turbio origen que la atormentaba, que era necesario ocultar, llevándola a visitar las riberas del Río Tocuyo, paraje que la seducía por su cautivadora belleza, transmitiéndole una paz el  tempestuoso correr de sus aguas, sintiendo consuelo a su soledad. 

Mientras contemplaba hipnotizada su entretejido cauce, similar a su enmarañada vida, meditaba sobre los temas que la agobiaban, de ser una Nieto sin derecho al apellido al ser hija natural, sin padres casados bajo el ritual católico, que la mujer a quien había visto como de la servidumbre era su madre y que además era indígena, manchándola con su sangre. Revelación que le permitió entender el por qué algunos hombres de su familia le susurraban al oído palabras que no eran apropiadas para una señorita de su clase y que le despertaban sentimientos contradictorios, el halago a su belleza que le agradaba pero por otro se percataba que a sus primas no se las decían por ser consideradas una falta de respeto, lo que la incomodaba sintiendo que algo la hacía culpable, vejándola en lo profundo de su ser.

Parte de su vida perseguiría subsanar la brecha de su doble desprestigiado origen, obtener una cabida plena en su familia, deseaba no tener que ocultar sus verdades, sin embargo, contradictoriamente se convertiría en una  mujer llena de misterios y mentiras, forzada por la época que le toco vivir y determinadas circunstancias.

Era inteligente, sagaz y ambiciosa, cualidades con las que lograría sus propósitos, no sospechaba la vorágine que estaba por venir, esta es su historia.