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viernes, 14 de noviembre de 2014

Capitulo 24: La propaganda.

Estando sentados en las sillas de cuero de chivo, Antonio y Bartola escuchan atentamente a Federico quien inicia la conversación explicándoles los acontecimientos políticos locales que estaban en desarrollo: “se ha organizado secretamente un movimiento político llamado La Propaganda, en Carora esta liderizado por el General Juan Agustín Pérez, junto a un grupo de conservadores y liberales, viejos enemigos de los Castro por los sucesos ocurridos en 1876. Esta enemistad con su clan, me preocupa para un plan que pondré en marcha”.

Les aclara “como uds saben, Juan Agustín Pérez, es el nuevo encargado de la Recaudación de Rentas, nombrado recientemente por el General Juan Evangelista Bracho en su calidad de Jefe Civil y Militar de Carora, sustituyendo a Vicente Sosa, por cierto grado de  desconfianza que le estaba despertando”.

Carmona Oliveros, mientras se toma un café recién colado, sigue hablando: “el olfato político de Bracho no estaba equivocado, pues un grupo, llamados los Tradicionalistas, organizados por Vicente Sosa, habían llevado a cabo una reunión conspirativa durante la celebración del Cantorío de Primera Misa, del recién llegado padre Lisímaco Gutiérrez, realizada el 21 de septiembre de 1.884 en la iglesia de San Juan Bautista, en la cual firmaron un acuerdo de unión con La Propaganda estadal para defender al liberalismo”.

Parientes uds están al tanto, que a nivel nacional todo transcurre pacíficamente, se ha logrado un periodo de bonanza a pesar de la escandalosa corrupción de Guzmán Blanco, quien al finalizar su segundo período en 1884 se retiro del poder, no se sabe si está en la finca de Chuao, malversada a la Universidad Central, obligados a canjearla por bonos de la deuda consolidada que él mismo había adquirido previamente o si se encuentra en su extensa mansión de Antínamo, lujosamente decorada con pinturas, estatuas, adornos extranjeros, fuentes y además con inmensos jardines semejantes a Versalles, otros dicen que se fue a su palacio en París donde vive como un noble pero lo cierto es que esta ausente". 
No se podía negar el desarrollo del país alcanzado gracias a él, clave de su permanencia en el poder, así que garantizando la continuidad a su gestión, dejaría a su hombre de confianza en el poder, Joaquín Crespo. Sin embargo, la prosperidad no le llegaba a todos, el malestar entre algunos caudillos estaba floreciendo, como sucedía en Carora, debido al monopolio de los contratos con el gobierno que ejercía el General Juan Evangelista Bracho, favoreciendo exclusivamente a su grupo de seguidores y familiares, conocidos como los brachistas. Este hombre no sospecharía que el nombramiento del nuevo Recaudador daría origen a una sucesión de acontecimientos fatales, al usar este cargo para sumarse a la traición. 

“Así que, el General Juan Agustín Pérez se incorpora al grupo de los Tradicionalistas, trayéndose a un grupo de partidarios, pero con objetivos diferentes a los del nivel estadal. Estos confabuladores se unen por su descontento contra los brachistas, por negarles la participación en los negocios del régimen, razón por la que se suman tanto liberales como conservadores, todos con un elemento en común, eran godos o mantuanos en defensa de sus intereses económicos menoscabados por Bracho, su objetivo era sacarlo del cargo”.

Federico Carmona continua relatándoles minuciosamente que, en ese contexto, fue invitado a sumarse al movimiento por algunos integrantes que lo conocían, las razones eran económicas, sin embargo a sus manos había llegado una carta del General Sosa, quien al enterarse de la incorporación de los antiguos conservadores y cambiar la esencia del movimiento para convertirlo en una lucha local contra los brachistas, molesto, le recuerda a su amigo Juan Agustín Pérez su cercanía a Bracho y como este lo favoreció sobre su persona al quitarle la Recaudación de Rentas para dársela y le aclara que, a pesar de ser cierto que Graciano Riera Aguinagalde, era godo, no obstante era preferible a los conservadores convertidos en supuestos liberales, lo que no sucedía con Carmona y otros recién aceptados en el grupo, con los que no compartía por ser godos radicales, le advierte que estos últimos lo buscan porque lo necesitan pero después lo traicionaran, que no debe apartarse de los liberales puros, igualmente le dice que si Bracho gobernó mal en los últimos años, peor lo hicieron los conservadores durante los 30 años de su dominio.
Otro que se opone a La Propaganda, es el comerciante sefardita venido de Curazao, Emil Maduro, residenciado en Carora, amigo cercano a Juan Agustín Pérez, de quien se aleja por estar en desacuerdo pues también desconfiaba de los antiguos conservadores venidos a este movimiento, que consideraba un desatino. Maduro adversaba ferozmente a los godos caroreños quienes lo acosaban constantemente.
Este comerciante era un liberal radical, admirador de la revolución francesa y de la toma de La Bastilla, criticaba a los liberales flexibles como Graciano Riera Aguinagalde, Ramón Urrieta, Francisco Nicolás Giménez y a Remigio Giménez por haberse adherido a La Propaganda, penetrado por los conservadores. Afirmaba que los liberales de Carora vivían criticándose y traicionándose entre ellos, lo que les traería graves consecuencias al olvidarse que los verdaderos enemigos políticos eran los godos dueños absolutos del comercio, la cría de animales, el sacerdocio, la agricultura y la farmacia, por lo que esta división entre liberales para asociarse con los conservadores recalcitrantes solo serviría para entregarles también el poder político y el manejo de la administración pública.
Por lo tanto, conociendo estas protestas por su ingreso a La Propaganda, sabiendo que la invitación se debía a su habilidad para recoger fondos por sus contactos en las altas esferas sociales y militares en Barquisimeto, agravado por ser Bracho amigo incondicional del general disidente León Colina, por lo que al enfrentarlo Carmona Oliveros en esta conspiración, se colocaba por segunda vez en su contra, la primera cuando lo adversó  bajo las órdenes de Buenaventura Fréitez en 1870, algún día se lo cobraría, las deudas de honor se pagaban siempre.
Mientras el visitante se para y se acerca a la mesa para colocar la taza, les dice que por todo esto, había decidido formar un grupo de aliados con sus parientes en Río Tocuyo con el fin de protegerse, destinaría una parte importante del dinero para comprar armas clandestinamente, conformando otro polo de poder que equilibrara el panorama político, estarán al mando de mi sobrino político, Gregorio Nieto Santeliz, como uds conocen, está casado con mi apreciada sobrina, Rosaura Figueroa Carmona, de sangre mestiza como ud Bartola y de mi entera confianza. Gregorio es nieto de su amada madrina, Juana Paula Nieto, conozco del afecto de hermanos que se profesan, sin embargo cuando le pedí que escogiera a alguien capaz de realizar esta misión por demás riesgosa y difícil, luego de explicarle las cualidades que necesitábamos para lograr nuestros objetivos, de la necesidad de tener experiencia en conspiración, valor para actuar, contactos en Coro y poder transitar frecuentemente por esta ruta de forma desapercibida, fundamental para ocultar el contrabando, me sorprendió con su recomendación, pero luego me convenció con sus razones, finalmente no entiendo cómo yo no lo percibí primero, ya te había visto desempeñarte en la guerra, mis dudas en cuanto a tu destreza en artes conspirativas, me las aclaró tu fiel y apreciado amigo, el cura de la Iglesia de Río Tocuyo, Juan Nepomuceno. Me explicó que cuentas con contactos sefarditas, comerciantes expertos en contrabando ilegal entre Coro y Curazao, hábiles en este viejo arte. Luego de una breve interrupción para encender un tabaco, finalmente Federico revela el objetivo de su visita, solicitarle a Bartola ocuparse de traer las armas a Parapara, nadie sospecharía que en ese apartado lugar se ocultaría un arsenal ni que una mujer fuera la artífice, en cambio Antonio llamaría la atención por su condición de militar. 
Estoy consciente de lo peligroso que te solicito. Ellos aceptan, era aun mas grave permitirles quedarse con todo el poder. 
No vendrá mas para evitar que descubran la confabulación, les comunica que el cacique Silveiro Castro, su pariente y hombre incondicional servirá de enlace, conocía los perros amaestrados que usaban entre ellos para enviarse mensajes en pequeñas bolsas de cuero colgadas al cuello del animal, Bartola se ríe del comentario socarrón de Federico, es una buena idea le contesta. Otra vía de comunicación será a través de la iglesia parroquial y el padre Juan G. Santeliz, ya estaba al tanto. También les informa que Gregorio Nieto, por sus lazos de sangre con los Nieto Santeliz y los grupos indígenas, se encargara de reclutar los hombres de ambas clases sociales para conformar un ejército encubierto.
La organización clandestina abarcaría fundamentalmente la compra de las armas, ocultarlas en un lugar conocido solo por Bartola y Antonio, fabricarían depósitos subterráneos de calicanto para protegerlas de la lluvia, lo harían los maestros de obras masones, el secreto era vital y esta corriente eran expertos en esto.
El dinero sería enviado en talegas llenas con monedas de plata y oro acuñado, ocultos dentro de toneles de cocuy o en cargamentos de café u otro alimento, pasarían por Parapara simulando dirigirse a Coro para ser exportado, usarían diferentes formas y desconocidas rutas, entre ellos los caminos indígenas, por 5 años evitaron ser descubiertos.
Federico, riotocuyense de nacimiento, le daría un gran impulso a esta corriente política, donde participarían, además del grupo de los Castro, los Figueroa, sus también familiares blancos, los Nieto-Santeliz-Brizuela, formando el ala de los carmoneros, incondicionales, unidos por el parentesco consanguíneo de las endogamias y espirituales del compadrazgo.
Comenzaría una etapa nueva de conspiración para Bartola, de otro nivel, ya no sería como tropera en el frente de guerra o como la sanadora de los heridos, este vez estaría en uno más alto, el análisis político, la conspiración, la clandestinidad, tendría incluso que viajar a Coro por la ruta de la sal, la conocería como la palma de su mano. Al recorrerla lo haría, experimentando diferentes estados de ánimo, serian todos los imaginables que puede experimentar un ser humano: dolor, temor, alegrías, expectativas, huidas, aprendizajes, realización. Paradójicamente al querer escapar de los misterios judíos llegaría a navegar en ellos profundamente. Viviría una grandiosa experiencia, conocería personas poderosas, secretos políticos, conflictos familiares y los poderes de la mente.
En este contexto Bartola se enteraría de la identidad de su padre, el último secreto sobre su vida, al presenciar coincidencialmente una enigmática conversación entre su madre y su comadre, ocultas entre los frondosos árboles de la plaza. Ella espera que terminen de hablar y sigue a Juana Bautista hasta su rancho, allí decide emplazarla para que le confiese el motivo de la discusión, sin saberlo esta plática estaba siendo escuchada por otra persona que también las había visto y las estaba siguiendo subrepticiamente.
Su madre le relata lo sucedido: Leonardo y Francisco, algo mayores que ella,  compartían juegos desde niños, al crecer, amaría con pasión a uno pero siempre la miró como una hermana y el otro a quien quería entrañablemente, le correspondía amorosamente, le cuenta como después de casarse su amor imposible, Leonardo, ella había aceptado a Francisco con el cual vivía clandestinamente por estar ya casado con la hija de Juana Paula. Le dice, como en un momento de locura se había entregado a Leonardo aquel día del encuentro en el río quedando embarazada, lo que motivo su huida de la casa de su madrina Juana Paula. Al ser descubierta, Francisco creyó que Bartola era su hija, amándola profundamente por tratarse de su única descendiente, pero la verdad sería otra, era estéril y su verdadero padre era Leonardo.
Francisco quien está oculto detrás de la ventana lanza un grito, el velo del secreto a voces había caído, ante el engaño le pide a ambas mujeres que lo olviden, guardando en secreto lo sucedido para evitar el escándalo dentro de la familia pues todos estaban emparentados.
Bartola, era una Nieto como calladamente se comentaba, no por los vericuetos de las endogamias de Río Tocuyo sino directamente, ahora entendía el apoyo recibido por María Nicolasa Nieto Meléndez en el nacimiento de su hijo Gregorio, producto de la violación. También la afinidad que sentía hacia Gregorio el hijo de Leonardo, actual sobrino político de Federico Carmona Oliveros, era su hermano, llegaría a usar no solamente su nombre para su hijo, sino los de varios de sus hijos que tomaría para sus nietos.
Estando en plenitud de su vida, en paz consigo misma, resuelto todos los misterios que marcaron su nacimiento, Bartola junto a Gregorio Nieto, Silverio Castro y su marido Antonio armarían la mayor confabulación realizada en estas tierras, el apoyo financiero de Carmona Oliveros sería clave para proteger la esencia del movimiento liberal.   

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Capitulo 23: Coro, la cosmopolita.

Sus dedos recorrían como un huracán aquella lista de nombres y sus historias, comerciantes, maestros de obras, profesionales, piratas como Isidro Oliveros capturado en su buque en alta mar por los marinos de la compañía Guipuzcoana en 1777 trasladado a Caracas, donde se le veía caminando libremente por sus calles a pesar de su condición de prisionero. El registro no parecía tener fin.
Repentinamente experimenta una extraña sensación, mentalmente ve como su vida transcurre delante de sus ojos: su nacimiento en las orillas del río Tocuyo, su primera comunión que coincidió con el desembarco de Ezequiel Zamora, el día cuando fue mancillada por los azules, su educación de manos de los sacerdotes de Aregue y Río Tocuyo, sus tutores, quienes la instruyeron en ciencia, religión y arte, su participación como tropera y medico en la revolución de abril de 1870, su matrimonio con Antonio, el nacimiento de sus hijos, su huida a las montañas de San Pedro.
Una mujer recorre la ciudad de Coro, la capital portuaria de Venezuela, sus decenas de comercios de la floreciente comunidad sefardita salpican las calles, múltiples avisos cuelgan de sus puertas, informando al publico sus variados artículos, unos importados, otros nacionales: mesas, vidrieras y regalos de Salomón López Fonseca, el negocio de J. Myerston y Co. anunciando sus "Máquinas de coser" para los talleres de costura y las familias pudientes, las posadas y mesones como el de Julio Capriles con su cartelón mecido por el viento indicando “Comida”.
Destacándose estaban las múltiples firmas comerciales de los Sénior, se encontraban por doquier en las calles adoquinadas de Coro, como la “I. A. Sénior e hijo” de Isaac Sénior, otra era la de “Sénior Hermanos” de Josías y Abraham Sénior asociados con Alberto Henríquez en los ramos de velería, jabonería, tenería y extracción de aceites, pero el más floreciente negocio de esta familia era el circuito exportador de La Casa Sénior, especializados en tres productos sumamente valiosos para la época: el café, las pieles de chivo y el dividive, árbol de zonas semiáridas de cuya semilla se extraía un tinte con gran demanda internacional en la industria de la curtiembre, conocido como el grano de oro, llevado a los mercados de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania en bergantines a través de los puertos de Liverpool, El Havre, Hamburgo, New York y New Orleans, transportados como contrabando en el primer tercio del siglo XIX, luego salían legalmente del estanque portuario en La Vela de Jeudah Sénior, dueño además de numerosos hatos de cabras, ganado, plantaciones de caña de azúcar, haciendas de café, caballos, mulas y casas en Coro, Carora, Maparari, Bobare y Barquisimeto, donde establecieron otra sucursal de esta firma.
Caminando por este maremagno de locales con mercancías de todo tipo, de repente un aviso llama la atención, parecía increíble, se trataba de la oferta de bergantines o goletas para la venta, propiedad de Joseph Curiel, apoderado de judíos holandeses de Curazao dueños de estos navíos, asociado junto a David Hoheb, primer judío en nacionalizarse como venezolano, quien era propietario del derecho de peaje del Puerto de La Vela, ambos especialistas en la navegación mercantil entre Curazao y Venezuela, tradición de sus antepasados desde el siglo XVII, cuyo negocio demostraba la fuerte demanda de navegación debido al intenso intercambio comercial de la zona con el mundo conocido, tanto legal como de contrabando.
Al llegar a La Vela, el puerto propiamente dicho de Coro, lo visual te copaba, el espectáculo era intenso a pesar de los nauseabundos olores de desperdicios y excrementos. La plaza Antillana de la aduana con la estatua de la mujer holandesa, el mar azul con decenas de barcos de todo tipo y tamaño fondeados, bergantines con sus numerosas velas desplegadas vibrando al viento, barcos a vapor lanzando al aire una humeante neblina negra que salía desde un inmenso tabaco clavado en su cubierta, los sudorosos hombres descargando y subiendo bultos, los arreos de bestias, carretas y carruajes esperando para el traslado de mercancías y personas, comerciantes a caballo y a pie, estudiantes que partían o llegaban de lejanas tierras en busca del saber, principalmente los hijos de los Caroreños, era una experiencia inigualable, un día Bartola navegaría en una de estas embarcaciones, llevaría el alma y el corazón destrozado.   
Otro floreciente negocio cuyo aviso se encontraba en estas calles, eran los de compra-venta de diferentes propiedades y prestamos monetarios, perteneciente al comerciante Mordehay Henríquez, quien igualmente se ocupaba de la "Sociedad Estudiosa" supuestamente cultural, cuya primera reunión fue realizada en la casa de su secretario, José Henríquez, estando presentes, Jacob Curiel, Benjamín Henríquez, Isaac Sénior, David Curiel y este personaje Mordehay, viajero frecuente a Carora en asuntos comerciales. Una de las primeras obras de teatro presentadas por esta sociedad, fue sobre los druidas, antigua cultura europea, relacionada con rituales místicos y el ocultismo.
Los hijos de Joseph fundaron la primera farmacia de Coro. Uno de ellos, Jacobo, casado con la caroreña Zoila Antonia Meléndez, se convertiría al catolicismo, residenciándose en Carora, sería el dueño de la botica donde Bartola acudía a comprar elixires, como el preparado con la semilla de malagueta, utilizada como analgésico y antirreumático, de sus hojas se extraía un aceite usado en perfumería muy popular en el siglo XIX.     
Joseph Curiel el naviero, fue un destacado personaje de la sociedad coreana, desempeñaba el papel de rabino, además era su matarife ritual, leyes con las técnicas para beneficiar a los animales, dejando su carne apropiada para el consumo, según la tradición judía. En Carora, hoy día, aun se acostumbra lavar las carnes con limón. Otros judíos eran David Hoheb y Namías de Castro,
Namías de Castro, oficiaría numerosas bodas judías, al permitir la tradición judía que un conocedor de la ley pueda realizar los ritos sin necesidad de ser rabino ni de estar en una sinagoga, además los sefardíes eran poco ortodoxo con algunas tradiciones. Este judío desempeñaría en Curazao un papel clave en la toma del poder por parte de Cipriano Castro.
La peregrina vestida de negro continúa su recorrido llegando al cementerio judío, fundado en 1832 por Joseph Curiel junto a su esposa Deborah Maduro, a raíz del fallecimiento de su hija. 
Este camposanto alberga en total 165 sepulturas, de las cuales 16 presentan símbolos de origen masónico: el reloj de arena, el uroboro animal serpentiforme emplumado que engulle su propia cola formando un  circulo, usado en la alquimia; otros son las flores, las garras de león y el pavimento ajedrezado.  
La masonería fue traída por los sefarditas, movimiento en el cual los judíos locales participaron activamente, tanto fue así que fundaron en 1856 la “Unión Filantrópica”. Estas “Sociedades del pensamiento” como se les conocía antiguamente, se inician desde fines del siglo XVIII tanto en España como en las colonias americanas, uno de sus símbolos más conocido es el hexagrama o sello de Salomón, siendo el templo de Salomón su ejemplo más resaltante. Las Iglesias católicas fueron centros clandestinos de la masonería, lo demuestra la fachada de Santa María de la Catedral de Burgos adornada crípticamente con este sello, igual que el de la entrada del cementerio judío de Coro.
Esta era la Venezuela del siglo XIX época de oro de la región centro-occidental, impulsada por la pujante economía de Coro, una palpitante metrópoli con un intenso movimiento de personas nacionales y extranjeras, vorágine multirracial y multicolor que se confundían con los diferentes productos que entraban y salían del país. El visitante que llegaba a esta ciudad por vez primera, era sorprendido ante su desarrollo comercial, la cantidad de inmuebles a lo largo de sus calles repletas de gentes, un ambiente colmado de sonidos de cascos de animales, de los gritos de los vendedores ofreciendo mercancías al mayor y detal, sumidos en una mezcla de idiomas inentendibles de los extranjeros recién llegados, portugueses, franceses, libaneses, alemanes, holandeses, entre otros.
Bartola, en un profundo sueño se ve a sí misma, acompañada de los masones de Coro principalmente los sefarditas Castro y otros destacados miembros, conocedores de las ciencias prohibidas por la Inquisición. Serían sus tutores en la siguiente etapa de su vida, le facilitarían adentrarse a las profundidades del espíritu, viajaría en sus bergantines rumbo a Curazao donde sufriría una transformación tan radical como la de la crisálida a mariposa.
Señora Bartola, un hombre viene por el camino” escucha que le dicen saliendo del trance ensoñador, se coloca una mano sobre los ojos para taparse el sol y poder distinguir mejor, es un día de 1885, el visitante trotando a caballo levanta una polvareda a su paso, repentinamente lo reconoce, por su mente cruza el recuerdo de un herido en la casa de los tres balcones.
Finalmente arriba a la hacienda, situada en Parapara, caserío que distaba 16 kilómetros de Río Tocuyo, prácticamente una prolongación del mismo poblado, ella y su marido lo esperan en la puerta, “pase pariente y refrésquese con agua del aguamanil”. Después de saludar, de alzar a los niños en brazos, les diría el motivo de su visita: una invitación para participar en un nuevo movimiento político militar, de carácter local que estremecería a Carora y sus pueblos cercanos, conocido como La Propaganda. 
El recién llegado les informa que fue llamado para que se sumara a este movimiento, a lo cual había accedido, pero tenía sus recelos, por lo que quería armar un grupo de su entera confianza y que ellos lo coordinaran, era el General Federico Carmona Oliveros. 
Para Bartola la ocasión era muy oportuna, necesitaba pensar en otra cosa que no fuera los misterios cripto-judíos, así que acepta, había dejado de ser guzmancista pero aun era liberal, cree poder incidir en un nuevo rumbo, a pesar de la promesa hecha a su marido de no participar más en política, se había dado cuenta que era una debilidad que debían corregir, no quería volver a sentirse perseguida como cuando borró su nombre de sus pinturas, para evitar la deshonra a su marido. 
Durante los 5 años que abarcó este movimiento, vivirían la mejor época de su poder político, se promete no dejarse acosar nuevamente, cuan equivocada estaba.