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miércoles, 5 de noviembre de 2014

Capitulo 23: Coro, la cosmopolita.

Sus dedos recorrían como un huracán aquella lista de nombres y sus historias, comerciantes, maestros de obras, profesionales, piratas como Isidro Oliveros capturado en su buque en alta mar por los marinos de la compañía Guipuzcoana en 1777 trasladado a Caracas, donde se le veía caminando libremente por sus calles a pesar de su condición de prisionero. El registro no parecía tener fin.
Repentinamente experimenta una extraña sensación, mentalmente ve como su vida transcurre delante de sus ojos: su nacimiento en las orillas del río Tocuyo, su primera comunión que coincidió con el desembarco de Ezequiel Zamora, el día cuando fue mancillada por los azules, su educación de manos de los sacerdotes de Aregue y Río Tocuyo, sus tutores, quienes la instruyeron en ciencia, religión y arte, su participación como tropera y medico en la revolución de abril de 1870, su matrimonio con Antonio, el nacimiento de sus hijos, su huida a las montañas de San Pedro.
Una mujer recorre la ciudad de Coro, la capital portuaria de Venezuela, sus decenas de comercios de la floreciente comunidad sefardita salpican las calles, múltiples avisos cuelgan de sus puertas, informando al publico sus variados artículos, unos importados, otros nacionales: mesas, vidrieras y regalos de Salomón López Fonseca, el negocio de J. Myerston y Co. anunciando sus "Máquinas de coser" para los talleres de costura y las familias pudientes, las posadas y mesones como el de Julio Capriles con su cartelón mecido por el viento indicando “Comida”.
Destacándose estaban las múltiples firmas comerciales de los Sénior, se encontraban por doquier en las calles adoquinadas de Coro, como la “I. A. Sénior e hijo” de Isaac Sénior, otra era la de “Sénior Hermanos” de Josías y Abraham Sénior asociados con Alberto Henríquez en los ramos de velería, jabonería, tenería y extracción de aceites, pero el más floreciente negocio de esta familia era el circuito exportador de La Casa Sénior, especializados en tres productos sumamente valiosos para la época: el café, las pieles de chivo y el dividive, árbol de zonas semiáridas de cuya semilla se extraía un tinte con gran demanda internacional en la industria de la curtiembre, conocido como el grano de oro, llevado a los mercados de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania en bergantines a través de los puertos de Liverpool, El Havre, Hamburgo, New York y New Orleans, transportados como contrabando en el primer tercio del siglo XIX, luego salían legalmente del estanque portuario en La Vela de Jeudah Sénior, dueño además de numerosos hatos de cabras, ganado, plantaciones de caña de azúcar, haciendas de café, caballos, mulas y casas en Coro, Carora, Maparari, Bobare y Barquisimeto, donde establecieron otra sucursal de esta firma.
Caminando por este maremagno de locales con mercancías de todo tipo, de repente un aviso llama la atención, parecía increíble, se trataba de la oferta de bergantines o goletas para la venta, propiedad de Joseph Curiel, apoderado de judíos holandeses de Curazao dueños de estos navíos, asociado junto a David Hoheb, primer judío en nacionalizarse como venezolano, quien era propietario del derecho de peaje del Puerto de La Vela, ambos especialistas en la navegación mercantil entre Curazao y Venezuela, tradición de sus antepasados desde el siglo XVII, cuyo negocio demostraba la fuerte demanda de navegación debido al intenso intercambio comercial de la zona con el mundo conocido, tanto legal como de contrabando.
Al llegar a La Vela, el puerto propiamente dicho de Coro, lo visual te copaba, el espectáculo era intenso a pesar de los nauseabundos olores de desperdicios y excrementos. La plaza Antillana de la aduana con la estatua de la mujer holandesa, el mar azul con decenas de barcos de todo tipo y tamaño fondeados, bergantines con sus numerosas velas desplegadas vibrando al viento, barcos a vapor lanzando al aire una humeante neblina negra que salía desde un inmenso tabaco clavado en su cubierta, los sudorosos hombres descargando y subiendo bultos, los arreos de bestias, carretas y carruajes esperando para el traslado de mercancías y personas, comerciantes a caballo y a pie, estudiantes que partían o llegaban de lejanas tierras en busca del saber, principalmente los hijos de los Caroreños, era una experiencia inigualable, un día Bartola navegaría en una de estas embarcaciones, llevaría el alma y el corazón destrozado.   
Otro floreciente negocio cuyo aviso se encontraba en estas calles, eran los de compra-venta de diferentes propiedades y prestamos monetarios, perteneciente al comerciante Mordehay Henríquez, quien igualmente se ocupaba de la "Sociedad Estudiosa" supuestamente cultural, cuya primera reunión fue realizada en la casa de su secretario, José Henríquez, estando presentes, Jacob Curiel, Benjamín Henríquez, Isaac Sénior, David Curiel y este personaje Mordehay, viajero frecuente a Carora en asuntos comerciales. Una de las primeras obras de teatro presentadas por esta sociedad, fue sobre los druidas, antigua cultura europea, relacionada con rituales místicos y el ocultismo.
Los hijos de Joseph fundaron la primera farmacia de Coro. Uno de ellos, Jacobo, casado con la caroreña Zoila Antonia Meléndez, se convertiría al catolicismo, residenciándose en Carora, sería el dueño de la botica donde Bartola acudía a comprar elixires, como el preparado con la semilla de malagueta, utilizada como analgésico y antirreumático, de sus hojas se extraía un aceite usado en perfumería muy popular en el siglo XIX.     
Joseph Curiel el naviero, fue un destacado personaje de la sociedad coreana, desempeñaba el papel de rabino, además era su matarife ritual, leyes con las técnicas para beneficiar a los animales, dejando su carne apropiada para el consumo, según la tradición judía. En Carora, hoy día, aun se acostumbra lavar las carnes con limón. Otros judíos eran David Hoheb y Namías de Castro,
Namías de Castro, oficiaría numerosas bodas judías, al permitir la tradición judía que un conocedor de la ley pueda realizar los ritos sin necesidad de ser rabino ni de estar en una sinagoga, además los sefardíes eran poco ortodoxo con algunas tradiciones. Este judío desempeñaría en Curazao un papel clave en la toma del poder por parte de Cipriano Castro.
La peregrina vestida de negro continúa su recorrido llegando al cementerio judío, fundado en 1832 por Joseph Curiel junto a su esposa Deborah Maduro, a raíz del fallecimiento de su hija. 
Este camposanto alberga en total 165 sepulturas, de las cuales 16 presentan símbolos de origen masónico: el reloj de arena, el uroboro animal serpentiforme emplumado que engulle su propia cola formando un  circulo, usado en la alquimia; otros son las flores, las garras de león y el pavimento ajedrezado.  
La masonería fue traída por los sefarditas, movimiento en el cual los judíos locales participaron activamente, tanto fue así que fundaron en 1856 la “Unión Filantrópica”. Estas “Sociedades del pensamiento” como se les conocía antiguamente, se inician desde fines del siglo XVIII tanto en España como en las colonias americanas, uno de sus símbolos más conocido es el hexagrama o sello de Salomón, siendo el templo de Salomón su ejemplo más resaltante. Las Iglesias católicas fueron centros clandestinos de la masonería, lo demuestra la fachada de Santa María de la Catedral de Burgos adornada crípticamente con este sello, igual que el de la entrada del cementerio judío de Coro.
Esta era la Venezuela del siglo XIX época de oro de la región centro-occidental, impulsada por la pujante economía de Coro, una palpitante metrópoli con un intenso movimiento de personas nacionales y extranjeras, vorágine multirracial y multicolor que se confundían con los diferentes productos que entraban y salían del país. El visitante que llegaba a esta ciudad por vez primera, era sorprendido ante su desarrollo comercial, la cantidad de inmuebles a lo largo de sus calles repletas de gentes, un ambiente colmado de sonidos de cascos de animales, de los gritos de los vendedores ofreciendo mercancías al mayor y detal, sumidos en una mezcla de idiomas inentendibles de los extranjeros recién llegados, portugueses, franceses, libaneses, alemanes, holandeses, entre otros.
Bartola, en un profundo sueño se ve a sí misma, acompañada de los masones de Coro principalmente los sefarditas Castro y otros destacados miembros, conocedores de las ciencias prohibidas por la Inquisición. Serían sus tutores en la siguiente etapa de su vida, le facilitarían adentrarse a las profundidades del espíritu, viajaría en sus bergantines rumbo a Curazao donde sufriría una transformación tan radical como la de la crisálida a mariposa.
Señora Bartola, un hombre viene por el camino” escucha que le dicen saliendo del trance ensoñador, se coloca una mano sobre los ojos para taparse el sol y poder distinguir mejor, es un día de 1885, el visitante trotando a caballo levanta una polvareda a su paso, repentinamente lo reconoce, por su mente cruza el recuerdo de un herido en la casa de los tres balcones.
Finalmente arriba a la hacienda, situada en Parapara, caserío que distaba 16 kilómetros de Río Tocuyo, prácticamente una prolongación del mismo poblado, ella y su marido lo esperan en la puerta, “pase pariente y refrésquese con agua del aguamanil”. Después de saludar, de alzar a los niños en brazos, les diría el motivo de su visita: una invitación para participar en un nuevo movimiento político militar, de carácter local que estremecería a Carora y sus pueblos cercanos, conocido como La Propaganda. 
El recién llegado les informa que fue llamado para que se sumara a este movimiento, a lo cual había accedido, pero tenía sus recelos, por lo que quería armar un grupo de su entera confianza y que ellos lo coordinaran, era el General Federico Carmona Oliveros. 
Para Bartola la ocasión era muy oportuna, necesitaba pensar en otra cosa que no fuera los misterios cripto-judíos, así que acepta, había dejado de ser guzmancista pero aun era liberal, cree poder incidir en un nuevo rumbo, a pesar de la promesa hecha a su marido de no participar más en política, se había dado cuenta que era una debilidad que debían corregir, no quería volver a sentirse perseguida como cuando borró su nombre de sus pinturas, para evitar la deshonra a su marido. 
Durante los 5 años que abarcó este movimiento, vivirían la mejor época de su poder político, se promete no dejarse acosar nuevamente, cuan equivocada estaba. 







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