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sábado, 20 de marzo de 2021

¿Cuanto del cerebro usamos?

 

El encéfalo está compuesto por tres partes: el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico. 


Elaborado por AEC


El cerebro es la porción más grande del encéfalo y está formada por dos hemisferios (o mitades) derecho e izquierdo conectadas por el cuerpo calloso. Controla los movimientos voluntarios, el habla, la inteligencia, la memoria, las emociones; procesa la información que recibe a través de los sentidos. Representa el 3% del peso del cuerpo, consume el 20 % del oxígeno y el 50 % de la glucosa que entran en nuestro cuerpo.

                                                         Hemisferios derecho e izquierdo. IGMO

En el curso de un solo día, utilizamos nuestras funciones cerebrales  al 100% de manera alternativa, de no ser así este hubiera involucionado, sin embargo, por su funcionalidad, es imposible que podamos activar de manera significativa todas las áreas en un mismo instante.

Los investigadores a través de la tecnología de imágenes han demostrado que, al igual que los músculos del cuerpo que se alternan, gran parte del cerebro está continuamente activo durante un período de 24 horas, incluso durante el sueño. “La evidencia muestra que a diario se utiliza el 100 % del cerebro”.

A lo largo de las últimas dos décadas, los estudios en neurociencias han permitido entender que el cerebro humano funciona como un ecosistema, en que diferentes procesos neuronales cooperan o compiten, de acuerdo a las necesidades y el contexto formando circuitos neuronales, uno de ellos son los que generan la creatividad artística cuya clave es el aprendizaje implícito, que está estrechamente relacionado con la intuición. Se denomina aprendizaje implícito a la capacidad de aprender sin prestar atención, de manera incidental y en forma inconsciente, resaltando el papel de la intuición en este tipo de aprendizaje.

La dinámica de estas redes o circuitos neuronales explica cómo funciona el cerebro de un artista al crear, esto también ocurre en múltiples actividades cotidianas en las que necesitamos ser creativos para resolver distintos problemas y desafíos. Los científicos piensan que tal disparo neuronal y las conexiones interneuronales es lo que da lugar a todas las funciones superiores del cerebro.

La creatividad, fundamento de nuestros avances científicos, lo hemos conseguido mediante la competencia y la colaboración entre estas redes y, esto tal vez, es lo que nos convierte en el animal con las capacidades tecnológico más avanzadas, permitiéndonos obtener facultades que no poseemos de manera natural por evolución como por ejemplo la capacidad de ecolocalización del delfín o la visión nocturna de algunos animales, pero que hemos logrado conseguir con la tecnología. 

                  

Durante la evolución de nuestra especie, si no usáramos todo el cerebro, éste habría ido disminuyendo, la realidad demuestra que ha ido aumentando su volumen. No tendría razón, desde el punto de vista evolutivo, mantener un órgano que no se utiliza, como ha ocurrido con las muelas del juicio o el apéndice. El mito de que solo utilizamos el 10% del cerebro no tiene cabida, ya que si de verdad no se utilizara el restante 90%, no tendría sentido su existencia.

El otro mito es que hay especies animales que usan mayor porcentaje de cerebro que el ser humano, tal como el delfín solo por el hecho de poseer ciertos sentidos que para ellos es normal acorde a su ambiente que habitan. Si esto fuera así a Marte hubieran llegado estos cetáceos y no el ser humano. 

El Perseverance viene a demostrar que no existen fronteras para la inteligencia humana. Que no es cuestión de magia o poderes paranormales, o producto de algún secreto ancestral, es solo desarrollo de nuestras facultades mentales, principalmente la creatividad que nos permite resolver problemas novedosos incluso antes de que se presenten, tal como el desafió que planteó superar el amartizaje que conllevo pasar de 20.000 kilómetros por hora a posar el robot suavemente sobre la superficie de Marte, a una velocidad inferior a dos (2) kilómetros por hora, en tan solo siete (7) minutos, conocidos como "los siete minutos del horror".