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sábado, 25 de septiembre de 2021

Las Clarisas Capitulo III Laude, unas sandalias y un gato.

 Al acercarse pisa un gato negro que maúlla lastimeramente, rompiendo la magia de ese instante, la Velo Negro al escuchar el ruido introduce rápidamente sus manos dentro del hábito y gira con la máscara de dulzura colocada instantáneamente en su rostro.     

      ¡Padre, me asustó!. Exclama la recatadísima monja.

El hombre enarca ambas cejas, asombrado la observa detalladamente con sus penetrantes ojos negros, cae en cuenta que es una persona  totalmente opuesta a lo que pensaba hasta ese momento, que no era lo que aparentaba, eso le gusta, mucho, más de lo que ninguna otra dama antes le había interesado.

 

 Disculpe Hermana, no fue mi intención. Dice con una melodiosa voz dando un paso atrás, remedando una recatada actitud igual a la de ella.


Al notar la picardía disimulada de sus ojos, ingenuos y malévolos a la vez, decide seguirle el juego. El ducho y sagaz Provincial observa su belleza e inteligencia, su capacidad de fingir, evidentemente oculta algo o mucho, lo cual exacerba su curiosidad arrastrándolo hacia un irremediable laberinto de pasiones que sería fatídico, a partir de aquel momento aquella mujer le robaría su esencia.

¿Qué busca, que persigue? Se pregunta para sus adentros sin poder responderse, decide vigilar a esta Hermana al igual que a la Bibliotecaria, debe poner más atención a estas monjas, bajo esa monótona capa de velos negros albergaban un rico submundo que evidentemente podía beneficiarlo o perjudicarlo, el cual no había visto por estar concentrado en alcanzar su objetivo, un error imperdonable.

Esa misma noche buscaría la información que necesitaba, en el mejor confesionario que existía en todos los tiempos: la cama de una pareja de amantes. 

Monseñor había iniciado una intriga para conseguir ser Obispo, para ello se convertiría en el amante de Isabel con el fin de tenerla bajo su control y obtener su apoyo, exacerbaba las aspiraciones de la ambiciosa Hermana ofreciéndole que la escogería para ocupar el cargo de Superiora, la endulzaba con la idea que entre ambos lograrían alcanzar grandes metas, ella Abadesa y el Obispo, después conquistarían la capital y tal vez el mundo, le preguntaba para alentarla en sus ambiciones ¿Por qué no?, era lo planeado, hasta el día que piso el funesto animal. 


—Isabel, tengo una sensación que algo malo sucederá, acabo de pisar un gato negro afuera cuando venía para acá, es de mala suerte, por eso me tarde, estaba revisando los alrededores viendo si no había otro animal del circo. Bueno, no importa, olvídalo. — Comenta e inmediatamente usando el factor sorpresa, pregunta simulando una actitud despreocupada.

     ¿Dime que secreto esconde Alicia? —Requiere aprovechando un momento de relajación de ella cuando juega con la selva de vellos de su tórax desnudo.

     ¿Quién te hablo del hijo de ella? — Exclama la rolliza y alta mujer, extrañada, sin darse cuenta que hablan de dos secretos diferentes.

              Lo deduje por algo que escuche casualmente, — Comenta, mintiendo al percibir que ella habla de otro asunto.

              Cuéntame los detalles. — Solicita amorosamente creyendo erróneamente que era eso la causa de su nerviosa actitud demostrada en el recién intento de allanamiento  del Convento.

              Últimamente la observas mucho, ¿Acaso te interesa? — Inquiere  recelosa la rechoncha mujer fijando sus ojos en el rostro del hombre para observar su reacción, él lo percibe y automáticamente se cubre de una máscara inexpresiva que usaba frecuentemente.

      ¿Yo? Nunca me he fijado en ninguna Clarisa. — Responde intencionalmente con desagrado para disipar sospechas.

Sin embargo el instinto femenino de Isabel le advierte el naciente capricho que siente su amante por Alicia y al especular que ese interés podía desencadenar situaciones indeseables entre ellos, al conocer que ambos eran fogosos, decide contarle el secreto guardado por años, había llegado el momento de usar aquella turbia historia, su objetivo es que el sacerdote se desencantara, que no fuera a usar los efectos de las asaduras de testículos, del té de anís y de las olletas de gallo en otra cama, que con tanto esmero había ordenado servirle en los almuerzos que realizaba en el Púdico Convento, cae en cuenta que el viril hombre ha idealizado a la joven por su aparente recato virginal, no imaginaba lo lejos que estaba de la verdad.

La Hermana Alicia, joven en relación a las otras Velo Negro, recién cumpliría veintiocho años de edad, con apenas dos años de haber llegado a Santa Ángelus Dominius, proveniente de otro Convento de un pueblo relativamente cercano, donde había permanecido por cinco años. Oriunda de una familia que llenaba todas las condiciones sociales de la época, muy rica, de gran abolengo, sin rastro de sangre manchada, un padre poderoso con nexos militares y religiosos, con quienes todos realizaban grandes negocios, su fuente de poder.

     Ha llegado la hora de que te cuente los pormenores que me relató Don Luis, el sufrido padre de Alicia, según fue una niña rebelde, se pasaba horas en las cabañas de los obreros de la hacienda, se perdía por el bosque sin que nadie supiera que hacía, debía corregirla todo el tiempo, no se comportaba como una dama, usaba malas palabras que lo avergonzaban, que sacrificó toda su vida para darle educación pero ella no quería aprender solo haraganear, resultó ser una mal agradecida. — Expresa la celosa Abadesa girando en su dirección para mirarlo a los ojos. Continúa el relato…

  Hermana Isabel imagínese que para mortificarme se encapricho con un granjero vecino que era oscuro de piel y estaba comprometido, embarazándose. — Me decía Don Luis.  

Razón que lo obligó a internarla en un convento algo lejos de Villafranca, específicamente en Catollica, para salvar la honra de la familia. Lo más triste fue tener que entregar al niño en adopción, ella no quería responsabilidad, es una casquivana que no escarmentaba.

  En Catollica continuaría siendo una irrespetuosa, enamorando a un oficial a quien convenció que se fugaran juntos. Gracias a Dios fue alertado de la situación y logro remediarlo. — Me seguiría contando Don Luis.

Su padre debió mover sus contactos para su traslado a Santa Ángelus y, que al joven militar lo reubicaran en un destacamento lejos de aquí. Me manifestó que siempre le había dado dolores de cabeza y esperaba que la vida en este claustro la enderezara. Igual me pidió que la nombrara de sacristana para mantenerla lejos de las otras actividades del Convento que podían despertar ambiciones en ella.

Al terminar este relato, Isabel piensa que al desnudar en toda su crudeza a Alicia conseguiría que Marco se desilusionara al saber que no era ninguna recatada, pero sorpresivamente, sin saberlo en ese momento, obtiene el efecto contrario, el hombre se obsesiona con poseerla, su entendimiento se nublaría por este capricho.

Monseñor era una persona fría y calculadora, ambicionaba el poder y el reconocimiento público, anhelado desde que un día estando junto a sus padres en un acto solemne de la iglesia local por la visita del Cardenal, viendo aquel ceremonial y la pleitesía rendida a aquella figura envuelta en los dorados y brillantes lienzos semejando una joya, su cabeza cubierta por una tiara de rey, las personas alrededor embelesadas, parecían que veían una divinidad, en ese momento se propuso llegar a estar en su lugar, recibir todos esos honores, costara lo que costara.       

 Al día siguiente el Provincial camina por el largo pasillo de Santa Ángelus va nuevamente a la biblioteca, se desplaza como un felino lentamente, concentrado en sus pensamientos, sorprendido ante aquella novedosa sensación que le despierta el recordar a Alicia, cuando sorpresivamente la distingue delante de él, sus pisadas apenas producían un levísimo crujido sobre el suelo de rustico ladrillo de un terreo color arcilloso geométricamente colocado, su corazón se acelera. La sigue cautelosamente, repentinamente ella cruza en un recodo y deja de verla, se apresura tratando de alcanzarla pero al desembocar en el otro pasillo, no está, había desaparecido, mira hacia ambos lados, repentinamente una voz detrás de él pregunta:

  Padre, ¿Se le perdió algo? ¿Lo puedo ayudar?

El alto hombre de negra sotana voltea y fija su mirada en los ojos de ella, son de un verde profundo, inexpresivos, borrosos, semejantes a un pozo de aguas estancadas cuyo fondo no se distingue, presagian un peligro que lo atraen misteriosamente. Un escalofrío recorre su nuca mientras se hunde en aquella extraña mirada.

              Gracias, Hermana, busco al gato negro, ¿Usted lo vio?.  La Superiora me solicitó que lo sacara del Convento, dan mala suerte.

              No, Monseñor no lo vi.

              Está bien, gracias.

La religiosa continúa su camino entrando en la biblioteca. Cristina sería sorprendida por ella a pesar de conocerla.

              Por favor Hermana me puede localizar este libro — Indica pasándole un papel enrollado con algo escrito.

La Bibliotecaria revisa su contenido y no puede evitar abrir los ojos asombrada.

              Un momento, ya se lo traigo.

              Aquí tiene el libro que necesita. — Dice amablemente la mujer de grandes ojos.

Le alcanza el Kama Sutra, un antiguo libro hinduista, un clásico sobre el amor en la literatura sánscrita que trata sobre el disfrute sexual con ilustraciones explicitas, su autor consideraba al sexo como una “unión divina”.

              ¿Quién le dijo que yo lo necesito? Aprenda a usar el vocabulario correctamente. — Reclama Alicia con voz helada y apretando los labios.

              Disculpe Hermana, tiene razón utilice el termino equivocado… es el que requirió. — Aclara la sorprendida Cristina mientras se pregunta: ¿Quién maltrato tan despiadadamente a aquella mujer para reaccionar tan agresivamente?.

A todas estas en otra parte del Convento, la Hermana Berta le entrega un paquete a Isabel, después de cavilar sobre hacerlo o no, son las sandalias, toma esta decisión al sospechar que puede implicar a Raquel.

 Mire lo que encontré en la sacristía, evidentemente pertenecen a un franciscano que salió huyendo después de pecar. — Le espeta mirándola de reojo.

La rechoncha Abadesa revisa aquel sacrílego envoltorio y le ordena: 

      Localice al Provincial y pídale que se dirija a mi despacho urgentemente, debemos tener una reunión antes de proceder a la escogencia de las Velo Negro.

El sacerdote recibe el mensaje en el momento que contemplaba a Alicia alejarse de la supuesta búsqueda del gato, saliendo de su ensoñación acude al despacho al cual había sido convocado sorpresivamente antes de lo previsto.

Marco entra sin tocar la puerta, su rostro era inexpresivo, la voluminosa Abadesa comenzaba a fastidiarlo sobremaneramente, su oscura sotana apenas realiza un aleteo al sentarse, libera un suspiro que esconde un sutil mensaje que disimula arreglando los negros botones de su hábito.

 Monseñor me entregaron estas sandalias que pertenecen a uno de tus franciscanos, debes saber a quién le pertenecen, fueron encontradas la noche de la tormenta durante la requisa para dar con el prófugo de la cárcel. Creo que habían dos fugitivos, uno era de tu congregación.

Isabel le alcanza el paquete al hombre quien lo toma en sus firmes manos que se destacaban por su tamaño, envolviéndolo entre sus alargados y finos dedos, apartándolas sin revisarlas.

El alto y atlético clérigo de pelo entrecano de apariencia aún joven debido a su recia complexión y aspecto musculoso, se acaricia la corta barba mientras recuerda la noche en que David llegó descalzo y mojado al monasterio.

        Investigaré, gracias por su discreción. — Manifiesta diplomáticamente.

Marco se retira apresuradamente mientras ella lo observa, dándose cuenta de su molestia a pesar de su disimulo, se queda satisfecha creyendo que su intriga surtirá efecto, da por hecho que el calzado son de un fraile que sin duda es amante de Alicia, no cabía otra posibilidad, ella conocía a todas en la congregación, y está segura que eso terminará con aquel capricho, objetivo que no había logrado por completo con la revelación de la censurada vida de ella.

El hombre de negro se dirige al jardín buscando un discreto lugar para descargar su vejiga cuando cerca de la fuente ve a Alicia y David hablando de forma natural. Estaban relajados, sin embargo su instinto le dice que algo sucede entre ellos, a pesar de no notarse nada a simple vista, estaba allí sutilmente, aquella experimentada y pícara monja no cuadraba con el ingenuo David que conoce. 

Marco sale desaforadamente rumbo a su monasterio llevando un mal pensamiento, se había dado cuenta que David ya no era virgen, había descartado que la hubiese perdido con una Clarisa, por puro protocolo había iniciado una investigación, sospechando de Cristina, concluyendo que había sido con una sirvienta. Ahora le preocupaba aquella imagen de ellos dos conversando, la escena le daba vuelta en su cabeza mortificándolo, unos celos como nunca había sentido lo ahoga. Entra apresuradamente sin detenerse, ordenándole a un franciscano con el que se tropieza en el trayecto que busque al Capellán David y le informe que se dirija a su despacho de inmediato.

Al llegar el joven sacerdote, el Provincial lo invita a sentarse en la silla situada frente de su sobrio escritorio de oscura madera laqueada, sus cuatros contorneadas patas terminadas en garras de leones dándole cierto aspecto agresivo, revisa alocadamente un grupo de tres gavetas que están a su derecha pasando nerviosamente al otro lado donde está un compartimiento con una puerta tallada ostentando una cara de león con su gran melena, distintivo de su majestad, el rey de la selva, acorde con la personalidad de aquel hombre, aliviado al encontrar lo que busca, extrae una cruz, un rosario y un pequeño libro colocándolos a la vista de ambos. David conoce el uso de aquellos elementos, son para realizar un exorcismo.

              Padre, explíqueme. — Demanda mientras hace una pausa para ponerse de pie, extrayendo algo más de la gaveta central de su escritorio procediendo a rodearlo hasta colocarse delante del joven.

              ¿Cómo aparecieron sus sandalias en el Convento de las Clarisas?. Interroga con una voz autoritaria que no dejaba lugar para el escape.

           

                                   Una sutil amenaza. Fotografía de Internet

La intensa luz que entraba por el ventanal del despacho destacaba aún más su arrogante aspecto, otorgándole un brillo especial a su alta figura, semejaba a un enviado de Dios, un ángel castigador igual al de Sodoma y Gomorra, efecto que estimulaba en el joven con los elementos puestos en escena sobre su escritorio intencionalmente, procurando no taparlos con su cuerpo y acariciándolos como al descuido, pero era evidente la amenaza simulada.     

El capellán recoge hacia atrás su mechón de cabello que cae sobre sus ojos, despertando del trance en el cual se encuentra, deja de observar el verde paisaje de los jardines del monasterio asomados por el deslumbrante ventanal, rápidamente voltea hacia aquel lumínico gigante y fija su vista en el objeto que casi le incrusta en su pecho, se retira ligeramente hacia atrás, sorprendido de esas otras sandalias que le muestra Marco ya que Alicia le había entregado las suyas asegurándole haberlas conseguido la misma noche de su pasional encuentro, lo que le da seguridad al responderle a su juez.

  Esa no son mis sandalias, Padre, las mías están en mi claustro. Responde con firmeza.

  Vaya y búsquelas inmediatamente. Ordena con voz áspera acercándosele amenazadoramente.

David sale apresuradamente regresando a los pocos minutos con ellas en sus manos, pasándoselas satisfecho de aclarar la sombra de dudas, no se preocupaba por el sino de la honra de ella. Monseñor las examina, entregándoselas con una expresión de alivio en su rostro, aquel mal pensamiento se borró de su mente, pero de quien son. ¿Acaso otro le disputa el trofeo?

Entonces sucede algo inesperado, cuando el Provincial se las devuelve, David se percata que tenían una leve diferencia con las suyas y por lo tanto realmente no le pertenecen como creía. ¿Cómo había sucedido aquello?

              Al volver a verse con Alicia en la capilla, su nido de amor, le cuenta lo sucedido y ella soltando una risa ahogada le revelaría: Debo confesarte algo, yo no las encontré pero la noche siguiente me tropecé con un franciscano entrando al claustro de Consuelo con unas botellas de “Lagrimi Christi” y le pedí sus sandalias a cambio de mi silencio con respecto al vino.

              ¡Qué barbaridad, le he mentido al Provincial y tu amenazaste a un franciscano!

              No seas tonto, esa actitud mojigata no me gusta de ti, fue por una buena causa. — Refuta contrariada la desnuda sirena mirándolo con aquellos chispeantes ojos verdes.

                                                   Capilla ardiente. Fotografía de JAO

Más tarde, Marco al retornar a Santa Ángelus le informa a Isabel que investigó lo de las sandalias, descubriendo que eran del franciscano que le llevaba licor de noche a Consuelo, al interrogarlo le confeso ser el proveedor de ella, por cierto el vino de consagrar es robado de tus bodegas, debes poner atención.  

Al tratarse esta Hermana de una de sus favoritas, decide encubrirla ante el Provincial, aquello no representaba un inconveniente para ella, ya conocía su vicio, que además ambas secretamente compartían. Pero le quedaba otro problema mayor, el franco enamoramiento de su amante que no había logrado acabar. Lo nota impaciente, hastiado, al borde de dar un giro inesperado que podía poner en riesgo sus planes.

              El objetivo de mi presencia es para advertirte la jugada que prepara el Obispo con las novicias, fui informado que enviará a su secretario personal para que presencie el acto de escogencia e intervenga. Concentrémonos en esto y dejemos las habladurías de cocina para otro momento.

              Creo que se debe sacar provecho de la situación y escribirle una misiva al Cardenal denunciando la conducta vilipendiosa del señor Obispo. — Dice el hombre inclinándose en la silla para acercarse algo amenazante hacia Isabel, sabía que ella no tomaba riesgos y rehuía firmar esa carta.

              Debes hacerlo junto a las Hermanas Discretas, así la denuncia tendrá un gran peso. Recuerda una mano lava a la otra. — Redondea el Provincial mientras se acomoda hacia atrás en la silla mirándola socarronamente. 

              Este no es el momento apropiado para atacarlo, ten en cuenta que Su Excelencia tiene sus admiradoras dentro de este Convento y le deben haber informado de nuestra sociedad para perjudicarlo, nos corresponde esperar inteligentemente la crucial escogencia de las nuevas Velo Negro y mi elección definitiva como Abadesa. —Responde Isabel.

En el Convento había numerosas solicitudes para ingresar a sus filas y la selección corría a cargo de la Hermana Raquel, la cual se realizaba después de culminar el año de estudios. Al enterarse Isabel que entre estas novicias existían varias fieles al Obispo con la expresa misión de votar por otra Abadesa que sería la candidata alterna que presentaría el bando sublevado en su contra, decide impedir la aprobación de las confabuladas. 

En vista de la delicada situación la Superiora encargada, se reúne con Raquel y Consuelo en la Biblioteca, sitio para conversaciones que no debían pasar como oficiales ni llamar la atención, les plantearía bloquear a las infiltradas y adelantar la elección.

              Hermana Raquel, Monseñor me informó que dentro del grupo de novicias hay varias que una vez elegidas como Velo Negro impedirán mi ascenso al cargo, recuerde que los votos a mi favor están muy ajustados, procure que no clasifiquen.

              Pero ellas tienen excelentes credenciales, no puedo violar las reglas. Exclama la delgada y metódica religiosa.

              Si eso sucede, yo no seré Abadesa, ¿Eso es lo que quieres? Inquiera la rechoncha figura.

              ¡Sabes muy bien que no es así! Expresa la monja de dulce aspecto que contrastaba con su firme voz.

              También debemos adelantar el acto para hoy mismo, el Obispo enviara a su secretario con una lista de los nombres escogidos por él para imponerlas usando su autoridad, eso no lo podemos permitir. — Dice Isabel recorriendo con la mirada a ambas mujeres.

              Eso es muy grave, quiere decir que Su Excelencia planea entorpecer tu elección. —Señala Raquel.

              Por eso mismo, convóquelas inmediatamente y arregla la lista. — Ordena la arrogante interina.

En eso entra la Bibliotecaria quien venía de orar, topándose con el extraño cónclave que se desarrolla allí. Raquel disimulando la invita a integrarse a la conversación pero sagazmente cambia el tema con la finalidad de engañarla sobre el verdadero motivo de la reunión. Las otras dos dándose cuenta le siguen el juego, necesitaban tener aliadas y no enemigas, por lo menos momentáneamente. Igual sucede con Cristina, que percibe la situación como si hubiera atravesado un portal entrando a una realidad paralela, intrigada también se suma al teatro.

Para completar la extraña mañana, a los pocos minutos de retirase las tres confabuladas, entra Marco a la biblioteca, quien trae algo en las manos. Se  acerca a Cristina con pasos lentos tal cual felino en cacería, su oscura mirada la alerta.


sábado, 18 de septiembre de 2021

Las Clarisas Capitulo III Laude, un tigre y un salón escarlata.

 Dos Velo Negro caminan a lo largo de un corredor tenuemente iluminado por los rayos del sol naciente, van al jardín en busca de unas flores para colocarle al Santísimo, al llegar a la fuente se topan inesperadamente con un monumental tigre de rayas negras y amarillas que sale de la cocina llevando colgante una sangrante gallina entre sus fauces, aún viva y todavía aleteando convulsamente, el felino deteniéndose las mira de frente, por unos segundos se observan, sus ambarinos ojos se destacaban sobre las manchas blancas de su frente, al gruñir deja ver sus largos colmillos dando la sensación de ser un asesino dispuesto a matar. Ante el sorpresivo encuentro, instintivamente todos huyen asustados, por un lado el animal salta por la pared a ocultarse al bosque con su preciado tesoro y a la vez las dos monjas corren despavoridas gritando histéricas, alertando del peligro.


Sorpresivo encuentro. Fotografía de Internet.


              Un tigre entro al Convento! ¡Un tigre entro al Convento!

Jamás había sucedido un hecho igual, terrorífica novedad que urge tocar nuevamente el campanario para convocar a la congregación a resguardarse mientras dan aviso a la autoridad civil.   

La Hermana Ángela temerosa de toparse con la fiera lleva una tea encendida para protegerse, sube con cautela las escalinatas hasta alcanzar la campana, que nunca antes habían sido repicadas en tan corto tiempo por sucesos tan inusuales como estos dos últimos acaecidos, nadie imaginaba que los próximos serían peor.  

              Enciendan una fogata en el jardín para espantar a la fiera. Ordena la Hermana Isabel con su autoritaria y profunda voz.


              ¡El Convento se va a incendiar! ¡Apaguen la fogata! ¡Apaguen a la Hermana María! — Ordena imperiosamente la Abadesa, sorprendida por el inusual hecho.  

Las monjas corren veloces a sacar la leña de la cocina, rociarla con resina y prenderla, el negro humo las envuelves favorecido por una brisa lenta que surge del cercano bosque produciendo un sonido familiar del oscilar de los árboles, era un momento relajante, las Hermanas están mirando hipnóticas las lengüetas de fuego que se alzaban al firmamento, sintiéndose seguras allí, repentinamente el viento regresa nuevamente pero con fuerza haciendo estallar feroces llamaradas de la fogata que peligrosamente amenazan al Convento. Una de las religiosas reunidas alrededor de la protectora lumbre, se le incendia el hábito comenzando a gritar y contornearse como loca. Nuevas indicaciones se imparten desaforadamente.

Correrías, tropiezos entre sí, empujones, gritos  desaforados imperan en el lugar, transformado en un revoltillo de negros hábitos asediadas por el perro cuidador, ladrando y saltando nerviosamente a su alrededor. La Hermana Cristina que venía de la biblioteca se encuentra con aquella loca escena y rápidamente comienza a ayudar a controlar el fuego que devoran vorazmente las negras vestimentas, un preámbulo de lo que sería su funesto fin. Estando en ese alboroto tocan insistentemente el portón de entrada, salen la lega Juana y la Hermana Consuelo, únicas presentables pues las demás estaban con sus rostros y hábitos ennegrecidos de hollín, al asomarse se encuentra con el mismísimo Jefe Civil quien muy amablemente viene a notificarles personalmente que el tigre de bengala se le había escapado al circo en su camino a Villafranca, el conductor de la carreta que trasportaba al animal sin darse cuenta había caído en un bache rompiéndose el eje de las ruedas, cayendo aparatosamente por la montaña, destrozándose la jaula en mil pedazos, gracias a lo cual el felino logró escapar.


              Es un animal muy valioso por lo exótico, les informo para su tranquilidad que lo acababan de atrapar, fue fácil encontrarlo pues venían siguiéndolo y el los conoce pues son sus domadores, estaba durmiendo detrás del Convento después de comerse una gallina, únicamente quedaba el reguero de plumas, parece que solo tenía hambre, como ustedes guardan estas aves  vivas en su cocina, debe haberlas olfateado y entro a robar.

Durante la explicación, la experta en amor, Juana, nota las nerviosas miradas entre Consuelo y Don Pedro, un nuevo pecado se abría paso en el Convento.    

Al concluir la amenaza contabilizan los daños de la violación del recinto, solo se perdió una gallina del almuerzo, así que comerían menos cantidad, por supuesto las Velos Blanco y legas. Retoman la rutina, comenzando finalmente con la misa que estaba retrasada, nadie imaginaba que la paz duraría unas cuantas horas, ni que aquel conato de incendio era un presagio de otro que estaba por ocurrir.

Se dirigen prestas a la capilla, ninguna había desayunado aun como era la costumbre pero obedecen la orden. 

El monaguillo lleva el incensario el cual balancea mientras camina por el centro de la nave de la pequeña pero hermosa capilla, deja tras de sí un ondulante y delgado hilo de humo que a medida que se desintegra va perfumando el espacio circundante con una aromática fragancia que evoca un misticismo sin igual, al fondo se escucha el coro entonando unos cantos gregorianos, otorgándole aún más una atmósfera de gran recogimiento a aquel blanco recinto. De una gruesa viga de la bóveda del techo se desprende una paloma aleteando nerviosamente quebrando aquel hechizante silencio. Una cabizbaja monja Velo Negro cruza el pasillo y se dirige al confesionario de madera pulida color ámbar, lleva un rosario entre las entrecruzadas y delgadas manos, está en profundo estado contemplativo. Al llegar se arrodilla solemnemente en el acolchado reclinatorio forrado en cuero rojo, un pequeño e íntimo espacio de donde surge una sensación de acogida hospitalaria, acercándose íntimamente alza ligeramente la cabeza hacia la obscura armazón tras el cual está el oculto sacerdote dispuesto a reconciliarla con Dios, a otorgarle el ansiado perdón que supuestamente va a solicitar la piadosa Hermana.


              Pecar contigo ha sido el placer más grande que he sentido desde que soy monja, deseo fervientemente repetirlo, te espero con fervor hoy en el presbiterio. — Dice la penitente con falsa naturalidad, pegando sus labios provocativamente a la rejilla que los separa y realiza un mohín para lanzarle un beso.

El confesor carraspea nerviosamente, pasa una mano por el cabello que cae sobre sus ojos retirándolo hacia atrás.


            Alicia cállate, nos pueden escuchar.

          Amor, ¿Cuál es el problema?, Ya lo hemos hecho delante del Señor, además el pecado te hace libre. — Expresa con desparpajo la irreverente religiosa. 

              Alicia, estas blasfemando, el pecado te condena al infierno.

              ¡Deja la mojigatería, no es así, pecar te permite ser feliz! — Indica despóticamente la tentadora mujer.     

Para Alicia la devoción que sentía David era un juego ya que ella era una mujer experimentada, cuyas duras vivencias la habían convertido en cínica e incrédula mujer, sin embargo le atraía la ingenuidad y autenticidad del joven pues le permitía ser la dominante, la que siempre tuviera la razón y humillarlo por su ignorancia o ingenuidad.

En cambio para el joven tener aquella mujer era como alcanzar el paraíso pero a su vez esta relación era tormentosa debido al malestar que le provocaba durante sus conversaciones que frecuentemente terminaban en una discusión, en las que siempre tenía la culpable de algo. Cuando tiempo después se enteraría del oscuro secreto de Alicia, una mezcla de sentimientos contradictorios lo embargarían, por un lado un gran dolor por las penosas experiencias de ella y a la vez cierto alivio al verse liberado del yugo en que se había convertido su amante.

Una vez culminada la santa misa donde se dio gracias por regresar a la normalidad, se dirigen al comedor y después a sus labores habituales, entonces sorpresivamente la dueña de la autoridad conventual ordena convocar una reunión urgente.  

La Hermana Milagro se pregunta que se traería entre manos la Superiora, la conocía muy bien y sabía que no hacía nada sin tener algo calculado, aquella actitud de general parada impartiendo ordenes en el corredor frente a la Sala Capitular era sospechosa, por decir lo menos.

 Hermana Consuelo convoque personalmente a todas las Hermanas,  discutiremos lo sucedido hoy en el incendio, se comportaron fatal, además las medidas disciplinarias que se aplicaran a las que quebrantaron las reglas del claustro ayer,  especialmente a la Hermana Raquel que se conoce el reglamento completo. 

  Hermana Milagro usted verificará la presencia obligatoria de todas las Velo Negro, especifíquele a la Hermana Ángela que no puede faltar a la reunión, fue la que entregó las llaves del portón, grazna aquella desbordante figura.             

La pelirroja, traumatizadas por la pobreza en su niñez, habiéndose convertido en la adultez en una desbordada glotona, siendo tan rechoncha como Isabel, ambas parecidas en lo ambiciosa, diferentes solo en la naturaleza del poder perseguido, ella buscaba el económico que le asegurara su futuro, habiéndose jurado nunca más pasar necesidades. En una época a su familia, muchas veces no les alcanzaban los alimentos para todos, pasaban hambre, sus padres a costa de esfuerzo y grandes sacrificios de años lograría amasar una pequeña fortuna, sin embargo el dinero no era lo único deseado, faltaba el prestigio social, para alcanzarlo le ordenaría a su hija ingresar al Convento de Las Clarisas, sin pensarlo le permitiría ser sumamente rica.  En este lugar desarrollaría el arte de la manipulación en una variante diferente, usando los impagables favores que realizaba, calculados con precisión a quien otorgárselos, buscaba la sumisión a través del agradecimiento. No faltaba una monja que necesitara un préstamo para la manutención de sus clandestinos hijos ocultos en familias del pueblo que cobraban por este favor y Milagro cubría estos gastos. Esta generosidad era solo con quienes podían retornarle “algo” requerido sutilmente por ella, entre esas estaba la encargada de las llaves del portón de salida, Ángela su preferida, por un motivo especial.

Isabel, una mujer desmedidamente ambiciosa, obsesionada con el poder religioso, dispuesta a cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos. Autoritaria, sin escrúpulos e intrigante, cuyos valores y principios estaban al servicio de sus intereses.  Ser segundona la hacía sentirse ahogada, tal como el aire era necesario para vivir, así mismo precisaba del mando para estar presente en el mundo, era una necesidad vital.

Estaba consciente de ser dominada por el monstruo de sus deseos, que pecaba, pero eso desaparecía cuando se acomodaba en la silla de cuero del despacho de la Abadesa frente al imponente escritorio de ambarina madera, embelesada se dejaba llevar por sus manos, viajando por las diferentes rugosidades de las bellamente labradas gavetas que encerraban los más oscuros secretos de los habitantes tanto de Santa Ángelus como de Villafranca, archivados meticulosamente en expedientes recopilados por ella, la representación del infierno, contrastando con su pulida superficie donde se asomaba para ver reflejada su gigantesca imagen que por un mágico efecto de refracción le proporcionaba un aspecto angelical, otorgándole una imagen de virtud semejante a un ser paradisíaco, deleitándola profundamente. Allí sentía que era un ser completo, todopoderoso, gracias al manojo de llaves de cada una de aquellas gavetas que encerraban su temido contenido, bajo su dominio absoluto. Su diseño era especial para guardar documentos secretos mediante gavetas con múltiples sistema de seguridad de llaves y cerrojos con claves numéricas.

Isabel se identificaba con aquel escritorio de aspecto varonil, sobrio, del cual emanaba una fuerza incomparable, según una leyenda existente en el pueblo, se afirmaba que por esas cosas del destino, Santa Ángelus recibiría para su inauguración un inesperado obsequio proveniente de la monarquía más antigua existente, yendo a parar a aquel remoto y perdido pueblo de Villafranca debido a un inexplicable error de despacho. La población se agolpaba maravillados alrededor del monumental mueble que había sido fabricado de los restos de un naufragio de la flota de su majestad. Una misiva explicativa lo acompañaba: de la madera de ese navío se habían obtenido tres escritorios, obsequiados a los tres jerarcas dominantes del mundo de los tres poderes representativos, monárquico, político y religioso, una trinidad repetida, el número perfecto del misticismo, se creía que si los tres se sentaban simultáneamente, en un mismo momento, formarían un círculo de gran poderío, indestructible, serían intocables. Pero el enviado al poder religioso nunca llego a su destino. Ella soñaba, impulsada por el hechizo de ese mueble, que podría llegar a ser la primera Papisa de la orden de las Clarisas, similar a otra existente ocultamente en tiempos remotos, una leyenda de una mujer que habría ejercido el papado católico ocultando su verdadero sexo, la Papisa Juana. Históricamente existen dos pontífices que calzan en este mito, uno corresponde a Benedicto III,  otros dicen que en realidad se trató del Papa Juan VIII, que no era hombre. 

Aquella información almacenada allí provenía de dos fuentes, las Hermanas más conocedoras de la comunidad, una Velo Negro, Berta y la segunda de Velo Blanco, Juana, lo que ellas dos no sabían era porque no había sucedido. Berta era la cillera del convento, administraba el almacén o granero donde se guardaban las provisiones y la Hermana Juana, la jefa de cocina, su don para la sazón era famoso además de su locuaz personalidad y conocida fogosidad que era apaciguada por Lucas el proveedor encargado de suministrar las frescas hortalizas, verduras y las lágrimas cristis al Convento. 

En ese recinto repleto de ollas y guisos, las pláticas discurrían alegremente al unísono sobre varias temas a la vez, desorden que semejaba una orquesta sin director y sin censura por ser un área exclusiva para las Velo Blanco, las legas y  las servíciales, encargadas de preparar los alimentos como de la limpieza, situadas en el escalafón más bajo de la organización por lo cual era común una laxitud en las normas del buen comportamiento y del lenguaje procaz que usaban habitualmente, existiendo una gran honestidad entre ellas lo cual no se observaba en el elitesco ambiente de las educadas señoras de Velo Negro. 

A pesar del intenso trabajo manual que realizaban a diario era un entorno muy acogedor. Sumergidas entre escandalosas risas y abundantes chistes subidos de tono, elaboraban los platos típicos locales que degustaban las Velo Negro, tales como el lomo prensado, el pímpinete, un chorizo elaborado con carne de res y cerdo, las arepas que pasaban vertiginosamente por estos mesones junto a la amarilla y cremosa mantequilla, la variada dulcería, los diferentes quesos regionales, todo de producción local, rodeadas de una camaradería muy diferente a la pugnacidad del resto del Convento. 

Era frecuente ver a la Abadesa husmear por este recinto, parecía agradarle el jovial ambiente que se disfrutaba, además de enterarse de ciertos secretos culinarios que ayudaban en el amor. Otra que paradójicamente acudía con frecuencia a la cocina era la discreta Hermana Consuelo para conversar con Juana, intrigaba ver esa amistad tan dispar, tiempo después se sabría el motivo. Juana propiciaba una muy secreta relación amorosa entre dos personajes inimaginables.

              Hermana Juana, ¡Prepare una olleta para el Provincial Marco!. — Orden que originaba chistes entre las cocineras sobre si se le debía dar o no, debido a los efectos afrodisíacos que según poseía esa sopa de carne de gallo y la fama de exceso de entusiasmo del Monseñor, acordando entre ellas servirle un buen mondongo de chivo más acorde con su recato y evitarle una congestión.

En medio de esta trifulca de platos, las actualizaciones sobre el acontecer social no podían faltar, tales como, Doña María salió embarazada estando su marido en la guerra desde hace dos años, Doña Mercedes parió unos gemelos, uno es blanco y el otro negro ¿Eso es posible? Dicen que Don José es adoptado, que sus verdaderos padres son el general Fuenmayor, que embarazo a Doña Alfonsina siendo 20 años mayor, héroe de guerra y casado, por eso no pudieron tapar el entuerto a pesar de ser ella una moza de 15 años. Dicen que el niño Miguel malogró la virtud de la niña Mercedes, su hermana, Ave María purísima todavía dormían juntos y no se dieron cuenta que habían crecido. ¿Sabes quién acaba de parir?, la Hermana Josefina nos desveló anoche. Vieron a la Hermana Milagro saliendo del claustro de una novicia.


  Si ustedes supieran lo que me paso durante la tormenta, tenía una cita secreta y antes de que llegara me introduje aceite de oliva dentro de aquel lugar por recomendación de una yerbatera del pueblo, según sirve para obtener más placer en el amor, creyendo que si me colocaba mayor cantidad, mayor sería mi recompensa, resultó que cuando mi querido verdulero estaba en el furor del acto, ustedes saben que es el mejor momento, mi biscocho comenzó a sonar como si estuviera aplaudiendo, plaf, plaf, plaf acabando con la inspiración de mi Lucas que no entendía que pasaba. Explicaba la locuaz Juana mientras todas reían de sus ocurrencias.


 El plan de Isabel era que al tener bajo su potestad los pecados cometidos por sus habitantes, mantenidos bajo llave en aquel temido escritorio, lograría a través del miedo a su revelación un sometimiento a su persona para ser ratificada como Abadesa. Su autoridad  para decidir quién podría o no acudir al comedor, que alimentos consumirían, y lo más importante donde dormir, no era lo mismo hacerlo en el suelo de la celda de castigo que en sus cómodos claustros, privilegios muy apreciados, permitidos o no, cerrados o abiertos como un grifo de donde brota el maná, usufructuar estos placeres inhibía cualquier conducta que pudiera incomodar a la Superiora.

Ver el terror reflejados en los ojos de las glotonas Hermanas, el desasosiego de perder sus lujos, incluso mayor que el provocado por el tigre, tenerlas allí sentadas en la roja Sala Capitular, los torsos rectos adosados a los espaldares de las sillas con las manos nerviosamente entrelazadas esperando sus sentencias, luego de un breve momento de suspenso finalmente les notifica el castigo: un ayuno general por dos días por no manifestar en clara y alta voz su desacuerdo ante la entrada de los intrusos, van dos veces y no dijeron nada, ni solicitaron una reunión para discutir la novedad, tampoco socorrieron a la Hermana María para apagar su hábito, como era su deber, si no hubiera sido por las Hermanas Cristinas y Alicia no estaría viva.

Aquella reprimenda le producía un goce inmenso al igual que ejercer el control sobre sus vidas, pero más importante era recuperar la reciente jerarquía socavada por la intrusa autoridad civil, demostrar que detentaba el mando; sin embargo este abuso de poder y vejación desmedida ocasionaría consecuencias inesperadas, esa sentencia nunca se cumpliría totalmente.

Las Hermanas abandonan el escarlata salón aliviadas pensando que finalmente todo había llegado a su fin, daban por hecho que la alteración de su rutina terminaba, un prófugo y un tigre habían entrado al claustro, ¿Qué más podía pasar?, no imaginaban que apenas eran dos de las sietes singularidades que ocurrirían, a partir de aquel instante los acontecimientos irían in crescendo hasta desembocar en el vuelo de los velos, acaecido una noche con luna de sanación, la liberación estaba a la vuelta de la esquina.

En Santa Ángelus existía otra autoridad, el Provincial, un personaje que era frecuente distinguir deambulando por sus largos corredores, ya que además de ser su administrador, el encargado de nombrar a los confesores, de convocar y presidir el capítulo provincial, también debía supervisar el fiel cumplimiento de sus normas e informar a sus superiores. Esta presencia le complicaba el panorama a la Abadesa interina para desplegar toda su autoridad, imponer las sanciones a esa violación a la norma le suministraba una oportunidad para demostrar quien ejercía verdaderamente el poder, pavonearse con todo su plumaje extendido, sin embargo, como todo en esta vida, los cálculos nunca son perfectos, una larga cola diabólica brota de toda intriga y se devuelve como un bumerang, el cántaro estaba por romperse. 

A todas estas, Marco se encuentra en el jardín situado frente a los claustros, camina pausadamente cavilando sobre los planes que se aceleran vertiginosamente con la inminente llegada del circo delatado por la inesperada invasión del tigre, además de notar que Isabel le esconde algo que puede poner en peligro sus planes, repentinamente se topa con la belleza de la naturaleza circundante.


               

                                                                Matices de una revelación. Fotografía de JAO


        La recién lluvia que milagrosamente salvaría al Convento, había salpicado de miríadas de diminutas gotas que destellaban en explosivos colores, cual diamantes regados al azar, posados en las esmeraldas hojas, su brillo al juntarse formaban un pequeño arcoíris que bañaban a una figura, al principio no distingue de quien se trata.

Poco a poco, en medio de aquel paraíso de luces, surge Alicia contemplándose algo que resplandece en una de sus manos que mueve  buscando el sol con mundana satisfacción, su altivez arrogante lo deslumbra hipnóticamente.

Hasta ese momento casi no había notado su existencia debido a la actitud de dulce madona virginal que siempre asumía bajando la cabeza sin enfrentar su mirada cuando se encontraban, desviándola a otro lugar recatadamente, exponiendo una insípida humildad, camuflajeándose como un camaleón con el reinante ambiente de recogimiento, haciendo creer a los que la observaban que no era ambiciosa, razón por la que nunca le prestaba atención, diferente a esta otra apariencia manifestada en ese momento, mujer peligrosa, interesante, sorpresivamente lo cautiva.