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sábado, 9 de febrero de 2019

Capítulo 64 La conocida y arcaica fe.

Después de más de 150 años de las duras experiencias de Bartola Castro, nuestra antepasada, aquí estoy narrándoles esta historia, parte de nuestra tradición oral, junto a algunas de las vivencias de mi madre y otras mías que quise compartir con ustedes, que están allí en este momento, del otro lado de esa ventana, asomados a un pedazo de existencia descrito de una manera cotidiana e íntima.
Por el rechazo de la UCLA debido a mi condición de discapacitada, llame a mi padre con el fin de que me asesorara en materia legal. Durante mi niñez habíamos mantenido cierto grado de acercamiento, de lo cual siempre se encargó mi madre, nunca la escuche expresarse mal de él o de las razones de su separación, no demostraba rencor o amargura por su divorcio, todo lo contrario, me incentivaba a escribirle periódicamente, incluso había venido una vez a Barquisimeto a visitarme en una de mis cirugías ortopédicas, luego cuando viajamos a Margarita ella había planificado pasar por San Juan de Los Morros a que conociera a mis hermanos, sus hijos en una segunda unión, algo que debió haberle anunciado pues no hubo sorpresas en ellos. Al escribir e investigar para este relato concluí que de alguna manera mantenía contacto con mi padre, las razones de su separación había sido por una secuencia de hechos políticos fortuitos o expresándolo románticamente, cosas del destino, que los empujo por senderos diferentes que en algún momento, el regreso se convirtió en infranqueables para ambos.
Esta asesoría legal me llevo a conocerlo como ser humano y profesional, descubrir nuestras afinidades. Me aconsejo que aceptara la evaluación de un comité conformado por tres médicos especialistas en rehabilitación, solicitado por la UCLA, uno de ellos fue mi médico tratante el Dr. Regulo Carpio, quien consultó mi caso a diferentes organismos especializados en EE.UU, todos coincidieron que no existían razones médicas que impidieran continuar la carrera de medicina, debido al amplio abanico de especialidades, una de las cuales era la investigación, que podía desempeñar sin problemas. Igualmente me recomendó solicitar por escrito el ofrecimiento de beca de parte de la UCLA, así lo hice.
Varias personalidades de la ciudad abogaron por mi caso, entre ellas Doris Parra de Orellana, quien me conocía de cuando me otorgó la beca de estudios. A pesar del amplio clamor de estudiantes y ciudadanos, incluso de haber dictado opinión a mi favor el propio comité evaluador de la UCLA, las autoridades de la escuela de medicina no cedieron su postura y me dieron su oferta de cubrir mis gastos en el extranjero por escrito. Ante esto, mi padre me dijo que tenía tres caminos; aceptaba la beca para estudiar en el exterior otra carrera, demandaba por daños y perjuicios, lo cual conllevaba a renunciar para optar entrar a otra universidad dentro del país, por el escándalo mediático que ocurriría ante esta inédita demanda; o pasaba página, retirándome calladamente de la UCLA, , así acababa con el alboroto causado por mi caso, de esta manera poder buscar otra universidad en el país que me aceptara para continuar estudiando medicina. Recuerdo que le pregunte si no me sucedería lo mismo, entonces me informó que había llamado al Dr. Félix Pífano, fundador del Instituto de Medicina Tropical, profesor de la UCV pariente y amigo de su niñez nacido igual que el en San Felipe, con quien consultó mi caso, asegurándole que si podía ser médico pues en esta carrera existía un amplio abanico de posibilidades, le ofreció darme un cupo en la UCV ademas al graduarme, ser su pupila en dicho Instituto. Caracas era complicado para mi madre y yo pues en ese caso no contaríamos con el apoyo económico de la UCLA, así que, gracias a su referencia logre una entrevista con el rector y el decano de la Universidad de Carabobo, quienes al conocerme consideraron que si podía desempeñarme suficientemente y me aceptaron, siempre se los agradeceré. Nos mudamos a Valencia a la casa de una prima por 2 años, luego nos fuimos con un hijo recién divorciado de la morocha Adelina. El proyecto original eran dos años para graduarme pero tardamos más de lo esperado por las huelgas estudiantiles del periodo de gobierno de Luís Herrera Campins,
Nos veníamos a Barquisimeto todos los viernes, mi mama Helena me esperaba, con el carro cargado con las maletas lista para partir de viaje, a las puertas del salón de clase, salíamos al mediodía, llegábamos a las 2 de la tarde, las dos solas, nunca tuve miedo de accidentes o atracos durante estos recorridos, pues ella era lo que se dice “echada para adelante”. Recuerdo una vez que el carro se nos apagó, ella maniobró logrando con el impulso que traíamos alcanzar el hombrillo o zona de la carretera para detenerse, inmediatamente se bajó, saco de la maletera su caja de herramienta, abrió el capó para revisar el motor, mientras tanto un desconocido se había detenido en el carril contrario con la intención de ayudarnos, pero al ver aquella decidida y resuelta mujer se quedó observando, mi madre Helena le dio unos golpes a la distribución, limpio los bornes, ajusto unos cables, dio la vuelta, se montó en el carro y giro las llaves, cuando el motor encendió a toque, el señor se rió a carcajadas y se fue. Para otras eventualidades mi tío Neptalí, que entonces era comandante de la policía de Valencia, le había dado un carnet que la identificaba como agente especial de la policía de Carabobo, con permiso de porte de arma y ordenes de prestarle toda la ayuda solicitada. Aun hoy recuerdo a Neptali advirtiéndole a mi madre que ese carnet era por si tenía un problema andando en la carretera conmigo. Pero mi madre era una cosa seria, le gustaba correr. Las veces que nos pararon en una alcabala fue por venir a exceso de velocidad, lo cual hacia a propósito, entonces ella sacaba su identificación de agente secreto, los GN se le cuadraban, decían “pase señora agente” y ella lo disfrutaba enormemente.                   
El último día de clases, mis compañeros se habían llevado varias cajas de cerveza para celebrar al salir del salón, dentro del campus universitario, nos rociaron de pies a cabezas, a mi mama Helena igualmente la mojaron, mientras le decían que ella también se había graduado pues siempre me llevaba y me buscaba. Me acompaño toda mi carrera.
El Colegio de Médicos del Estado Carabobo tenía por costumbre realizar un brindis de bienvenida a los nuevos profesionales, a cada graduando le proporcionaban una mesa para varios invitados con una botella de whisky, refrescos y música. Invite a mi padre, el cual estaba viudo, recuerdo su inmenso orgullo con el que decía “mi hija la doctora”. A partir de allí comenzó una historia entre Helena y Vicente que les narrare después.    
Después de una huelga universitaria que casi duro diez meses, en octubre de 1983 finalmente fue el acto académico, mi mamá Helena me contaba como se había emocionado cuando subí al escenario a recibir el título de médico, todos los allí presentes se pararon y aplaudieron, estaba tan nerviosa que esto no lo recuerdo, luego regresamos a Barquisimeto.
Me tome el resto del año de vacaciones para organizar la celebración de mi grado, la cual realice en la casa de la 37. Recuerdo que mi tío Neptalí me había dado su regalo adelantado, una caja de whisky Old Parr, le pregunte porque lo hacía, a lo cual respondió que las personas nunca sabemos cuando vamos a morir, como medico le di la razón, pero le argumente que el estaba joven y sano por lo que no existían razones para que eso ocurriera. El me argumentó que quería estar seguro de darme el regalo para mi fiesta, sabia lo importante que era aquello para las dos, nos había visto luchar por aquella meta. Por esas cosas impenetrables de la vida, mi tío Neptalí no estuvo en mi graduación, partió en enero de ese año.  
Celebramos con toda mi familia y amigos, esta fue una gran fiesta que mi mama Helena y yo disfrutamos. Después de esto me dedique a buscar trabajo, introduje solicitud en los estados Yaracuy y Lara. Como parte del realismo mágico de la vida, la primera oferta que me hicieron, fue una suplencia de un reposo prenatal, en la Medicatura de Guama, pueblo donde había nacido mi padre Vicente y mi abuelo Ricardo Cordido. Allí fui por tres meses con mi mama Helena, nos  quedamos durante la semana en la solariega casa que había pertenecido a los Cordido, donde vivía la prima Meche Cordido, quien me narro las historias de los antepasados de mi padre.
Al terminar esta suplencia, me vine a Barquisimeto donde trabaje como médico en los caseríos cercanos de Piedra Colorada y El Tostado, hasta que me ofrecieron el cargo de médico rural en el pueblito de Cubiro, para cumplir con el articulo 8 de lo establecido por la Ley del Ejercicio de la Medicina, llegue en julio de 1984, quedándome hasta diciembre de 1985. Estando aquí, mi papa Vicente nos visitaría todos los fines de semana, le pidió a mi mama Helena que se volvieran a casar en la alcaldía del pueblo, ella no acepto y le propuso que se quedaran como amigos. Incluso me pidió su mano pensando que yo era el obstáculo pero le aclare que no me metía en sus asuntos y ella tampoco en los míos, nos respetábamos. 
Durante este año conocí a la que sería mi hija, gracias al destino, llego a mi vida en un momento especial. Analizaba las posibilidades de hacer un posgrado pues cuando fui al Ministerio de Educación a entregar mis notas de graduación, requisito por estar becada durante la carrera, por mi promedio me ofrecieron otra beca, esta vez en el exterior, calificaba para la Gran Mariscal de Ayacucho, quería la libertad de irme adonde el viento me llevara. Estando en estas elucubraciones, habiendo entregado esto a Dios, un día apareció en mi consulta, la que seria mi niña. Ella y yo nos compenetramos por nuestro parecido, ambas luchadoras, realistas y de metas a conseguir. Mi mama Helena me dijo, hija por ley de vida me iré primero que tú y ella será tu familia. Al igual que ella aprecié la necesidad de dejar en el mundo algo más que recuerdos, de tener descendencia, sentía que algo o alguien me faltaba, un a quien dejarle nuestro patrimonio, nuestras vivencias, nuestra historia. Así que las palabras de Helena me impulsaron además de una triste experiencia recién vivida con un familiar que no dejó hijos, y su viuda hubo de lidiar con quienes sorpresivamente reclamaron derechos pero nunca cumplieron obligaciones. Decidí adoptarla, lo hice con todas la de la ley, se convirtió  en mi hija legitima con los deberes y derechos de ser mi heredera. Comenzó la etapa de madre con su primera comunión, estudios, curso de modelaje, quince años, fiestas en el Colegio de Médicos, viajes, una intensa vida social que giraba en torno a mi hija. Hoy entiendo aquellas palabras de mi madre, lo intuyó o lo visualizó, no lo puedo adivinar, pero su profecía se cumplió, ella se fue y a quien tengo a mi lado, en mi vejez es a mi niña hoy convertida en una gran mujer. Dicen que el buen maestro se conoce por el alumno, mi madre fue una excelente maestra.   
Cuando nos mudamos a Barquisimeto, mi padre continúo viniendo, pasamos momentos muy agradables. Vicente y Helena disfrutarían una madura y libre relación durante casi 12 años que duraron sus visitas, dejo de venir en el año 95, no quiso que mi madre Helena lo viera enfermo. Mi hermano Tulio me aviso de su gravedad, cuando llegamos a San Juan de los Morros ya había fallecido, pero logramos estar en su entierro, cuando estaban bajando su féretro a la tumba, mi madre Helena le lanzo una rosa roja como despedida.     
En 1986 hice el postgrado de Salud Publica en la UCLA, quienes pusieron cierta resistencia, pero finalmente fumamos la pipa de la paz, además estaba postulada y becada por el MSAS para ser Directora del Hospital de Duaca, cargo que ocupe en 1987, allí nos mudamos las tres.
Mi hija termino la primaria en el colegio Padre Díaz de esta ciudad. Viajamos a Margarita en las navidades de 1987, sería una gran experiencia para mi niña. Luego en mayo de 1988 me ofrecieron fundar el departamento de Medicina Preventiva en el Hospital Pastor Oropeza adscrito al IVSS, el segundo en el país después del Hospital Pérez Carreño de Caracas. Nos mudamos a Barquisimeto, al igual que yo, mi hija estudiaría bachillerato en el Colegio La Salle de Barquisimeto, al terminar siguió estudios superiores en el Colegio Fermín Toro, se graduó de Técnico Superior en Educación Preescolar, luego estudio Derecho en la Universidad Fermín Toro, graduándose en el año 2000, siguiendo nuestros pasos, lo cual nos llenó de orgullo.
Los paseos a El Toronal siempre continuaron, fuimos con Vicente varias veces, al igual que mi hija quien disfruto su infancia y juventud en compañía de los primos. Los viajes a la playa eran frecuentes, llegábamos a un hotel y disfrutamos mucho. Siempre manejando mi mamá Helena.
Mi hija se casó en febrero del 2004 con un joven recién graduado de ingeniero agrónomo, este acontecimiento nos llevó a mi mama Helena y a mí a mudarnos de los edificios Arcas a un apartamento en el este de la ciudad, vecinas de mi tía Ana y Roselia, de alguna forma volvíamos a recuperar la casa familiar de la 37. Mi nieta Oriana Valentina nacería al año siguiente, el 16 de abril del 2005, su nacimiento fue una experiencia indescriptible, ese año me jubile anticipadamente por razones políticas ya había empezado la persecución por las ideas políticas, los nuevos dueños del país comenzarían una destrucción de lo que representará avances de cualquier tipo y diera independencia del estado al ciudadano para obtener mejoras en su calidad de vida. Un grupo de médicos teníamos una serie de proyectos para alcanzar metas de alta tecnología en el hospital Pastor Oropeza del IVSS, como era el trasplante de médula ósea en niños con leucemia, se organizó una fundación para recabar fondos privados con los cuales se construyó el área de hospitalización especializado para aplicar esta metodología, se compraron máquinas de laboratorio para obtener las células madres, se dotó al hospital de computadoras interconectadas, se envió a EE.UU al personal de bioanalistas a cursos de manejo de estos novedosos aparatos, todo pagado por la fundación. Faltando 6 meses para realizar el primer trasplante de médula ósea en Barquisimeto, el régimen acabo con este proyecto. El Dr Jesús Campos, hemato-oncólogo pediatra, jefe del servicio a cargo y otros médicos fuimos obligados a irnos bajo chantaje de ser despidos sin derecho a nuestras prestaciones y jubilación, hasta amenaza de cárcel e investigación en los servicios de inteligencia policial por acusaciones falsas de diferentes supuestos delitos, no nos quedó otra que aceptar la jubilación.  
En el 2012 nacería mi segundo nieto Santiago Andrés, época en que comencé a investigar, organizar y escribir este relato, luego de que mi mama Helena se cayera en uno de los apagones fracturándose la cabeza del fémur derecho lo que motivo una cirugía nos mudaríamos a vivir en una casa en Cabudare a finales de 2015, junto a mis hijos, mis nietos y nosotras. 
Mi madre Helena fallecería en mayo del 2017 a los 98 años de edad, su profecía de aquel año de 1985 en Cubiro se cumpliría, los antepasados se van y queda el futuro, que se convierte en presente, hoy tengo una bella familia gracias a ella quien lograría cristalizar esta historia por su sangre de guerrera, como la antorcha que alumbra con su luz la llegada a puerto seguro.
En realidad este relato no tiene fin, continua como la vida misma. Cuál fue el secreto de esta vida plena y rica en el buen sentido? El esfuerzo, la constancia, no dejarme vencer por la adversidad o la opinión negativa de los demás, el apoyo de mi mama Helena, quien gracias al bagaje genético de su abuela Bartola Castro de quien heredo el temple para enfrentar la fatalidad, el carácter emprendedor de su padre Pancho, esa aspiración de la búsqueda del futuro y la educación igual a su madre María Adelina, pero sobretodo creer en uno mismo, que si se puede, que no existe nada imposible, lo que sería la conocida y arcaica fe, que nos permite lograr nuestras metas.