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lunes, 23 de agosto de 2021

Las Clarisas Prólogo

 


Agradecimientos.

A aquellas personas que prestaron su apoyo en la realización de este nuevo trabajo, especialmente al periodista José Ángel Ocanto (JAO) por sus espectaculares fotografías fuente de mi inspiración, a Oriana Valentina Melo (OM), mi nieta, escritora de gran creatividad, por su asesoría para explorar un nuevo campo, la novela, con ella aprendí como hacer un dialogo y a editarlo, su maravillosa magia en el uso de la palabra y mezclas sin igual para crear imágenes sensoriales, sus ingeniosas ideas que me sacaban del hueco en que a veces caía por mi falta de experiencia en este género literario.

A mi hija Noris Andrea Mendoza (NAMC), Emma Rosa Oropeza (EROR),  GéGé, Correo de Lara y a Osneydi Mujica (OMR) por sus fotografías.

 

Gracias.

 

Anahelena Cordido

Prólogo

 

En algún lugar del mundo, en un poblado cubierto por una sugestiva bruma, llamado Villafranca conocido por las buenas costumbres, el pudor y la caridad imperantes, sobre todo por la gran religiosidad que copaba su quehacer cotidiano fomentado por dos instituciones de religiosos asentadas allí, un día inesperadamente descendería la oscuridad desatando un torbellino de ocultas pasiones humanas cuyo epicentro sería precisamente su famoso Convento de nombre Santa Ángelus Dominius, acabando con aquella rutina preservada desde eras inmemoriales mediante un riguroso cumplimiento de horarios que abarcaban las 24 horas del día, tiempo para rezar, comer, hacer labores, estudiar, dormir y hasta otras cosas, bajo una estricta supervisión ejercida férreamente sobre sus habitantes, que cual colmena de abejas, acataban disciplinadas, obedientes cada una en el lugar social que le correspondía, según las normas que lo establecían, hasta que una vez ...

 

                                                                      Villafranca. Fotografía de JAO

La  victima principal, su campanario y su campanera encargada de marcar este metódico ritmo mediante el repiqueteo anunciando el momento de los deberes, principalmente las horas canónicas, serían las que llevarían la peor parte. 

Existían siete horas canónicas reglamentarias, tres nocturnas, conocidas como las mayores, de asistencia obligatoria a la capilla para la congregación en pleno, comenzando con el Maitines después de la medianoche, el Laudes poco antes de despuntar el alba a las 5 am y la Víspera, apenas anocheciera alrededor de las 6 de la tarde. Las horas menores eran diurnas y no era imprescindible la presencia en la capilla, al escuchar el campanario las religiosas detenían las labores que estuvieran realizando y oraban donde se encontraran; eran cuatro, Prima, Tercia, Sexta y Nona, eran a las 6 am, 9am, 12 m y 3 pm.  

En Villafranca la vida oscilaba entre la bucólica elaboración de sus famosos dulces artesanales, una tradición ligada a los conventos como el de Las Clarisas, por otro lado, estaba su principal distracción que era comentar los escándalos de sus monjas y frailes, expectativas que nunca quedaban defraudadas pues siempre existía uno censurado, originados dentro de sus claustros, interesando al poblado más que a la misma iglesia, acostumbrada a sus debilidades. Pero existían diferentes grados  de escándalos y pecados, los habituales y los innombrados.  

Todo transcurría dentro de lo que pudiéramos llamar común y corriente, aceptable, cuando un día sorpresivamente sucedería una cadeneta de nefastas singularidades quebrantando su quehacer diario, lo insólito, o mejor dicho, el pecado, que no era precisamente venial, se enseñorearía en aquel lugar. Encontrar una explicación de los hechos solo mirando bajo la lupa de lo catalogado como buenas o inmorales costumbres o procederes, es imposible pues se quedaría corto en su esencia; para ello debemos sumergirnos en las arenas movedizas de lo filosófico y, soltar las amarras de los conceptos clásicos del bien y del mal.  

Estas vivencias se cruzaron por el mismo sendero en el cual yo transitaba, en momentos y lugares diferentes, permitiéndome conocer personajes peculiares que enriquecieron mis conocimientos sobre la diversidad de los agujeros negros o núcleos psicóticos que existen dentro de todos los seres humanos, como hacen los escritores, me basé en ellos para realizar esta novela, a veces real, a veces fantasías, otras simuladas, algunas están escritas metafóricamente, pero sin duda de manera descarnada, despojadas de misericordia, sin tapujos ni censuras. 

Sin embargo, de algún modo, a pesar de lo cruento y desvergonzado que puede ser, es un escrito romántico enredado entre conflictos emocionales, ocultas motivaciones y de una feroz lucha de poder y de valores que se contraponen a las ambiciones muy humanas.

Pero principalmente se trata de los irresolutos recovecos de nuestra proceder, no por imposible de cambiar sino por estar prisioneros en jaulas invisibles de paradigmas, estereotipos e hipócritas normas sociales cubiertas por el delgado y antiguo barniz de la doble moral para satisfacer el mundo de las apariencias, la mayoría de las veces soportando pesadas dominaciones que son ajenas a nuestra esencia.

Se preguntaran si estos dramas son autobiográficos o no, a veces me hago igual interrogante y confieso que no les puedo responder a esto pues implicaría entrar en el campo más difícil que existe, mucho más que la ciencia, que es el alma humana, nuestros modos de ser, de no ser y resolver o enredar nuestros senderos de la felicidad, cuya revelación sólo es posible a través de la necesidad de encontrarnos con nosotros mismos, lo que nos permitiría vislumbrarnos tímidamente en ese esquivo espejo de la verdad, asomarnos cautelosamente para evitar espantarla cual animal salvaje que nerviosamente huye al ser enfrentada.

Especulación, fantasía o realidad, tal vez. ¿Existieron o existen los personajes? ¿Sucedieron esos hechos? Sí y no. La repuesta anida en cada uno de ustedes.  Lo cierto es que Santa Ángelus Dominius es el lugar de donde debemos escapar, la cárcel que metafóricamente nos aprisiona, que nos ahoga, que no nos deja ser.

La Hermana Ángela no volvería a tocar las siete reglamentarias campanadas, serían sustituidas por otras siete nefastas y sombrías que se harían rutina, nunca imagino que su santa labor devendría en esa impura tarea, a partir de aquel crucial momento lo maléfico se adueñaría de Santa Ángelus Dominius sacando a flote su verdadero rostro que yacía en lo subterráneo de aquel angelical lugar ejerciendo su cruel dominio, allí ocurriría esta irreverente historia.

 

             Campanadas sombrías. Pintura Ramón Chirinos. Fotografía de JAO

 

 

 

 

 

 

 


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