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miércoles, 24 de noviembre de 2021

Las Clarisas Capítulo X Ruinas Conventuales

 

De Santa Ángelus Dominius solo quedaría como recuerdo la puerta de su capilla, en ese devastado paisaje, aquellas mujeres se arrancarían sus hábitos dejándolos desparramados por doquier, luego irreverentemente lanzarían lejos de si los velos negros y blancos, como un  grito de libertad, contemplándolos mientras alzaban vuelo arrastrados por el viento cual hojas secas desterradas de aquel funesto destino, el último acto realizado que certificaba la muerte de Dominius y de su  alargada sombra de autoridad controladora, omnipresente, que supervisaba y criticaba por cualquier motivo o causa, con el único fin de quebrantar paulatinamente la dignidad humana hasta llegar a convertir a la persona en un ser inseguro, dependiente de la opinión o la aprobación de la Abadesa, tan superior incluso por encima del bien y del mal, hasta ese día que finalmente se realizaría el vuelo de los velos.  

                                         Ruinas conventuales. Fotografía de JAO

Después de ocurrida aquella última singularidad, cada quien tomaría un sendero diferente, esa noche brillaría la luna de sanación para aquellas prisioneras.

David, impactado al enterarse de que Marco a quien admiraba, era su verdadero padre, que para complicar más el asunto, estaban ambos enamorados de la misma mujer, el verdadero motivo de la cruel actitud mostrada los últimos días hacia su persona, sin embargo paradójicamente debido a las revelaciones y la tragedia sucedida, se reencontraría con su vocación, despejando sus tormentosas dudas acerca de su fe que lo perseguían desde que intimara con Alicia. Se iría a un monasterio de la Compañía de Jesús en otro pueblo lejano, antes de abandonar Santa Ángelus, va al cementerio a visitar la tumba de Marco para despedirse, una lápida identificada con un corto epitafio “Aquí descansa cristianamente MR”, un gato negro está sentado allí y al verlo sale corriendo, repentinamente observa que al lado esta otra muy parecida que dice “Aquí descansa Anónimo G”, se queda meditando como era posible que siendo el capellán del Convento no se enteró de ese sepelio, lo cual era extraño. ¿Quién realizó la ceremonia? Algo no está bien, las dos lápidas resaltan por su sencillez, ambas tienen solo iniciales, no los nombre completo. Repite para sí, G…, G… ¿A quién conoce cuyo nombre empiece por G?. Entonces llega José el sepulturero y lo interroga.

              Señor José, ¿Quién está sepultado aquí?.

              Ay, Padre le confesaré la verdad a usted no le puedo mentir. ¡Esa es la tumba de  Gastón!

              ¿Gastón? ¿Acaso se trata del perro?

              Si, Padre, es una larga historia, pero le aseguro que se trató de una buena obra que le hice a las novicias pues no soportaban la idea de que su amado perro se lo comieran los zamuros.

Aquel joven sacerdote se recoge hacia atrás el cabello que cae sobre sus ojos al agacharse para rezarle una oración a Marco, le coloca sobre su tumba el anillo que desato aquel fatídico torbellino mientras medita en los inesperados caminos de la vida y del orgullo.   

David con los años llegaría a ser un destacado jesuita por su benevolencia y gran don reconciliador, con el correr del tiempo también transitaría por un sorpresivo sendero, finalmente su padre materializaría sus deseos para él.

Milagro había logrado reunir un importante capital producto de la sustracción clandestina de la limosna administrada por ella. Gracias a su amistad con Angélica la retiraría subrepticiamente de Santa Ángelus, mediante salidas que le facilitaba la dueña de las llaves a cambio de una pequeña dádiva que con el tiempo la ayudaría igualmente a reunir su propio capital. Esta previsión protegió este dinero del saqueo de los piratas, al estar fuera del Convento, enterrado a los pies de un árbol en un lugar del bosque.

Al abandonar los hábitos, con esta fortuna emprendería su negocio de dulces y galletas, situado en la calle principal del pueblo, también adquiriría una solariega casa frente a la plaza. Se uniría con una de las jóvenes novicias que sería su asistente y su pareja.

Isabel que había sido encerrada en el claustro de castigo por los maltratos dado a la anciana Abadesa, lugar donde se encontraba cuando ocurre la llegada de los piratas, quienes rompen la puerta para entrar y revisar el claustro, al irse la dejan libre, escapa en medio del caos del incendio sin que nadie se entere.

Se une en concubinato con Don Luis hasta que ocurre la muerte de la esposa de este por la tristeza de la separación de su única hija Alicia, realizando finalmente su sueño de casarse con el hombre más poderoso del pueblo. En el último suspiro de su edad reproductiva, para su desgracia, se embarazaría y daría a luz el único hijo varón de ambos, apodado Ponciano, un alcohólico que andaba por el pueblo semidesnudo, vagabundo y alimentándose de lo que la gente le regalaba. En las noches se veía a Isabel recorriendo las frías calles de Villafranca buscándolo, llamándolo con una lastimera voz. Meditando por qué no había muerto en el incendio que acabó con Santa Angelus, se daba cuenta que hubiese sido un premio y no un castigo como aquel que estaba recibiendo por culpa de su ambición desmedida, dispuesta a hacer cualquier cosa por lograr sus deseos.

 Raquel se quedaría en el pueblo, casándose con el carnicero que le garantizaba no tener hambre nunca más, no volvería a destacarse como conocedora de leyes pues su nueva vida no se prestaba para tal actividad, su carácter traicionero no le permitiría tener amigos leales ni ser feliz, ni siquiera sus tres hijos se quedarían con ella, se irían a otro país, lejos de aquella asfixiante relación de sutiles maltratos.

Cristina después del incendio del Convento, acudiría a Raquel en busca de ayuda para solicitarle alojamiento en su casa por un tiempo, pues estaba insolvente y no tenía donde vivir, inesperadamente ella le comunicaría que no podía porque no poseía un lugar para albergarla en ese momento pues le habían llegado unos familiares a hospedarse. Le aparenta solidaridad en su desamparo, se conduele  y le ofrece su apoyo, procediendo a darle las direcciones de varias personas que conocía que alquilaban habitaciones.

Al facilitárselas, Cristina se percata que son las mismas que ya había obtenido pues eran bastantes conocidas por todo el pueblo debido a que vivían de ese negocio. Algo no estaba bien, pero lo deja así.

La futura escritora se dirige a uno de los sitios para rentar, encontrando que la dueña era una señora algo mayor cuya familia había sido asesinada durante la invasión de los piratas, quedando sola en el mundo. Esta noble mujer le daría acogida, llegando a ser como una madre, incluso la dejaría como heredera de sus bienes.

Un día Cristina caminando por Villafranca se topa con Milagro, se detienen a conversar y ocurre la siguiente plática:

              Hola Milagro, ¿Cómo te ha ido después del incendio?

              Muy bien, gracias a Dios, y también gracias a Raquel que me cedió un anexo en la casa de su marido, el cual estaba  desocupado, allí estoy viviendo por ahora mientras consigo una casa para comprarla.

Cristina no puede creer lo que está escuchando, entonces eso implicaba que Raquel le había negado su ayuda. Pero ¿Por qué?. Al continuar la conversación lo descubriría…

              Nos hemos convertido en buenas amigas, tanto que me asesoró gratis en la solicitud a las autoridades eclesiásticas para que nos reintegraran nuestras dotes.   Explica la locuaz pelirroja.

              Tú sabes que Raquel conoce las reglas conventuales al dedillo, resulta que si uno se retira de monja, tiene derecho que le devuelvan el aporte de la dote que no se utilizó en la manutención.  Y mi hermano, que es el nuevo Obispo, nos ayudó ante la sede cardenalicia para conseguir su reintegro. Bueno, en agradecimiento por la asesoría legal que me estuvo dando, le pedí que la incluyera a ella también en la solicitud. Continúa revelando.

              Ya nos devolvieron el dinero. Pasa por allá para que Raquel te asesore también. Adiós. Termina diciendo la parlanchina con aquellos expresivos ojos.     

Algún tiempo después se encuentra nuevamente en la calle con Milagro quien ya se había mudado para su nueva casa, enterándose que ya no era amiga de Raquel, incluso no le hablaba, ni quería saber nada de ella pues había descubierto que era una hipócrita.

              ¿Fuiste a preguntarle cómo recuperar la dote?. — Pregunta Milagro.

              No. Contesta secamente Cristina.

No lo había hecho pues no lo consideraba necesario, Raquel conocía hartamente su precaria situación económica y además ya había probado su “solidaridad” con la lista de inquilinos que le dio cuando le pidió  asilo temporal.

              Gracias a Dios que no fuiste, pues esa interesada no da ni su sombra a nadie sino sabe antes lo que va a obtener de beneficio.  Imagínate que le escuche una inverosímil conversación sin que ella lo supiera, al regresar a la casa antes de tiempo, la encontré casualmente diciéndole a su perico, si así como lo escuchas, estaba hablando sola con aquella loca ave, la única a la que le puede abrir su negra alma,  explicándole que me había dado alojamiento para conseguir la dote gracias a la ayuda de mi influyente hermano.

Cristina se queda pensativa, ya sabía desde hacía tiempo que aquella delgada ex  Hermana no era el dechado de virtudes que aparentaba ser, pero nunca lo diría. También estaba consciente que, lo que realmente le molestaba a Milagro, había sido descubrir que Raquel era una depredadora y calculadora que no daba nada gratis, peor que ella pues había logrado engañarla. Que cuando le pidió alojamiento, lo cual no era por no poder pagar un alquiler, sino por tacaña, hecho contradictorio ante el aparente despilfarro que demostraba cuando algo le interesaba, sin embargo la verdad era otra, ahorraba todo lo que podía, y eso lo conocía Raquel, quien aprovechando la debilidad de la mujer le aparenta hacerle el favor de darle cobijo, pero ya tenía previsto recuperar el dinero de la dote a través del poderoso nuevo Obispo, su hermano. Para Milagro deducir que había sido descifrada sin que lo detectara, engañada por alguien más refinado en el arte de la manipulación que ella, era imperdonable para su ego.   

Cristina sigue su camino, dejando atrás aquellas miserias, con el tiempo se convertiría en una galardonada escritora, viajaría por el mundo entero, en uno de esos destinos tendría una revelación.

Juana y Lucas, el proveedor, se mudarían a otro poblado ante la posibilidad de ser inculpado en la muerte de Monseñor por aquel cuchillo que fatídicamente había dejado olvidado en el altar. Allí vivieron felices y tuvieron 18 hijos. Hoy día todavía se escucha su cantarina risa.

Consuelo, viviría con Don Pedro, el Jefe Civil, a quien había conocido las veces que invadió el Convento, cuando debido a su cargo como Discreta, le correspondió intervenir para proteger el claustro. A partir de entonces lo visitaría clandestinamente, saliendo por la secreta puerta del cementerio, con ayuda de Juana. Este hombre se convertiría en un honorable empresario al contar con el apoyo de aquella emprendedora mujer. Tendrían un hijo que los llenaría de nietos, ella se dedicaría a colaborar en el orfelinato y sería una persona satisfecha y feliz.

Ángela, se uniría con el cuidador de la cárcel, serían muy felices, nunca más toco ningún instrumento que produjera un timbre de llamado, ni siquiera un pequeño silbato.

Berta terminaría por reunirse con las cinco hijas que había dado a luz, en esas ruidosas noches del Convento de supuestos espantos, bajo el amparo solidario del pecado en común. Eran de diferentes padres, quienes nunca se identificaron. Su manutención la realizaba con los préstamos que le facilitaba Milagro a cambio de los secretos compartidos del Convento y de su discreción sobre la novicia que visitaba de noche. Compraría una pequeña casa con lo sustraído del depósito de Santa Ángelus, que comercializaba en el pueblo con ayuda de Juana y su verdulero. En estas salidas escondidas, regresaba embarazada. Trabajaría cuidando enfermos a domicilio.

Las novicias jóvenes junto al grupo de frailes que habían sido sus acompañantes durante las correrías en las noches de brujas en Villafranca, se fugarían  de aquel imperio del odio.

Al concluir el apurado acto del entierro, el cementerio queda abrumadoramente vacío, un frio viento lo recorre mientras los asistentes abandonan rápidamente el lugar llevando en sus rostros la carga de sus miedos ante lo nuevo que se avecinaba, la incertidumbre se enseñoreaba en el Convento.

Las novicias se dan cuenta que están desamparadas, la autoridad se ha desvanecido, ni Isabel, ni el Provincial ni su mentora la Hermana Raquel están más. Entonces asimilan que después de haber sido la manzana de la discordia, el origen de la debacle ocurrida o por lo menos así lo percibían, pues desconocían lo del anillo de la pasión, ahora resultaba que eran seres invisibles, nadie las determinaba, las desechaban como algo inservible, sin ningún valor para aquella congregación. Se miran entre sí, casi estuvieron a punto de dividirse por aquella escogencia de algunas de ellas para ingresar a Santa Ángelus. Una verdad cruelmente abrumadora, al entender que realmente eso no tenía importancia para las poderosas Velos Negros, solo habían sido una pieza en un juego de poder, una realidad que las asaltaba mostrando el duro rostro de la hipocresía.

              Ahora, ¿Qué somos? —Pregunta una.

              ¡Aves libres! —Responde otra.

En ese momento no eran ni novicias ni Velos Negros, la razón de permanecer allí ya no existía, se abrazan entre si llorando, un llanto liberador y deciden huir, conocen el bosque como si fuera un amigo entrañable, entran rápidamente al Convento para cambiarse los negros hábitos por sus antiguos trajes de vibrantes colores florales, al salir se topan con los jóvenes frailes envueltos en sus marrones sotanas, que las están esperando, llevan algunas teas encendidas para alumbrar el camino de la independencia. Se marcharían de aquel fatídico lugar poco antes de que ocurriera la invasión de los piratas. En medio de aquella trifulca nadie se daría cuenta de su ausencia, solo revelada por una nota dejada para sus padres: “Nos fuimos a ejercer la sinceridad, a conocer el amor verdadero” 

Fundarían una compañía itinerante de teatro, recorrerían el mundo presentando sus obras inspiradas en aquellas realizadas los locos viernes en el bosque, sus experiencias personales las ayudarían a organizar la primera comunidad sin prejuicios desde el punto de vista de la sexualidad y la libertad de vestirse sin acatar normas sobre el género, ni de sentir de acuerdo a lo  establecido socialmente como aceptado.

A la abadesa nueva le donarían una vieja casona donde junto a las Hermanas con vocación que no renunciaron a sus hábitos, fundarían un modesto Convento, por un tiempo sería clandestino debido a las prohibiciones imperantes del entonces gobierno, hasta que llegaría al poder otro Presidente y un nuevo Papa quienes les darían los permisos y sus bendiciones para abrir la congregación.

Aquella abandonada casona ostentaba una leyenda de amor, había sido erigida por un hombre locamente enamorado de una bailarina a quien quería convencer de quedarse a vivir con él, en esa majestuosa mansión edificada al mejor estilo francés, con muchas habitaciones y salones para recibir invitados y hacer grandes festejos para deleite de su amor, según contaban los lugareños, la bailarina no acepto el obsequio pues implicaba perder su libertad, marchándose y dejando al hombre abandonado quien termino muriendo de amor, un mal común en aquellos  tiempos.  

El pueblo tenía la esperanza que aquel pequeño y humilde Convento, en comparación con Santa Ángelus, se convirtiera en un faro de moral y religiosidad, pero las pasiones humanas siempre son las mismas en cualquier época, lugar o circunstancia, las aguas inexorablemente buscan el río.  

Gabriel, el mulato amor imposible de Alicia apareció misteriosamente muerto, según se comentaba, había resbalado y caído accidentalmente por un precipicio. Alicia siempre sospecho que fue su padre, debido a que este fatídico suceso ocurriría convenientemente justo días antes de su traslado de Catollica a Santa Ángelus. Previo a su embarque él se lo confesaría, era falso lo del accidente y ella notaba el placer que sentía en decírselo.

Gabriel estaba casado con una buena mujer que era infértil y criaría al  hijo de Alicia como suyo, al quedar viuda conocería a un vendedor de mercancías que casualmente pasaría por Villafranca, al irse se la llevaría a la capital junto al niño a quien adoptaría, dándole su apellido y educación, sería Fernando Carvajal, el primer hombre de color y de origen humilde en ser Presidente de su país.

El destino marcaba nuevamente una jugada, un recién electo Presidente se entrevista con el Cardenal para despedirlo antes de su importante viaje al Vaticano, donde su presencia había sido requerida para la elección del nuevo Papa, ya que el anterior había fallecido, sin imaginarse que el escogido sería precisamente su persona para ocupar tan relevante cargo, en la conversación ambos descubrirían que eran de Villafranca, al enterarse Fernando que había sido franciscano del monasterio de su pueblo, le preguntaría si por casualidad había conocido a la Hermana Alicia, en confesión le revela que era su madre y deseaba encontrarla.

David se queda observando al hombre pensando que Dios escribe derecho en renglones torcidos y sus caminos siempre conducían a él y allí estaba dándole la oportunidad de retribuirle a aquella mujer los momentos de felicidad recibidos de ella, su primer y único amor terrenal, además la posibilidad de rescatar su alma.

Disponía de la dirección donde residía Alicia gracias a Cristina, quien en los viajes de presentación de sus libros, iniciando una nueva investigación para escribir sobre una famosa Maison de Plaisir, donde todos los pecados eran permitidos, regentada por una bella mujer cuya fama traspasaba fronteras, de nombre Allegra, conocida así por su risa espontánea y cantarina, la localizaría por casualidad.

Todo había sucedido al ubicar el lugar en cuestión, al cual se dirigía para entrevistar a su dueña, repentinamente al acercarse distinguiría en una cercana calle a una conocida que camina apresuradamente, entonces la sigue y ve que sorpresivamente ingresa en la famosa casa de placeres, al preguntar a un vendedor ambulante parado enfrente, quien era aquella mujer, le daría una respuesta que la dejaría pasmada, Alicia y Allegra eran una misma persona.

Estando de regreso en su país, la famosa escritora se encuentra con el Cardenal, con quien mantenía la única amistad conservada de Santa Ángelus, ambos se identificaban por sus valores, afinidad que conduciría a una estrecha confianza incluso de conocer el secreto de la pasión sucedida entre David y Alicia. A pesar de los años y la distancia, se escribían frecuentemente pues ella colaboraba en una organización de ayuda al necesitado que coordinaba su amigo religioso.

Al verse nuevamente le indicaría la dirección de la  rubia mujer sin entrar en detalles de la inocultable vida que llevaba. Sin embargo al Cardenal no le fue difícil enterarse de cuál era la profesión que ejercía, la Iglesia todo lo conocía, sus redes de información abarcaban el mundo.

El Prelado siente que tiene una deuda pendiente con ella que debe saldar, aquel perdón que no logro darle años atrás por dudar momentáneamente entre su papel de hijo y el de sacerdote, cuando se lo fue a dar, ella se había marchado, ahora su deber cristiano se lo dicta y lo haría.

Ese día sentado frente a frente los dos amores de Alicia, David le revelaría a Fernando el lugar donde residía su madre, contándole toda la verdad de su sufrida vida que conocía muy bien y las causas de su separación. También le detallaría la profesión que ejercía y del porque había tomado ese camino. Le pide que no la juzgue, que la perdone.  

Un día llegaría un coche a la casa de la Madame, traía una encomienda, un sobre con el membrete de la casa de gobierno de su país, contiene una invitación a asistir a la toma de posesión del nuevo Presidente, habían trascurrido cuarenta años de aquel otro día que Alicia se fuera de Villafranca.

Al bajar del avión que la traía de vuelta al mismo punto del que había partido años atrás, siglos atrás, una eternidad atrás, como por arte de magia finalmente la vida dejaría su ironía, todo desaparecería, ya no habían más palabras que decir, más daño que hacer.

Bajo el inclemente sol ambarino que relumbraba en aquel cielo azul, ocurriría un prodigio que nadie a su alrededor notaba, la capacidad más maravillosa del ser humano, la de cambiar para renacer, finalmente había despertado de un largo sueño. La mitad de su vida había sufrido por no haber podido ser como su padre quería y la otra mitad se la paso castigándose por no haberlo logrado. A partir de ese momento comenzaría a conocerse realmente, a ser auténticamente ella.

Alicia no tenía más razones para seguir siendo la persona casquivana en la cual había devenido, al salir de la aduana del aeropuerto la esperaba su familia con quien conocería el amor verdadero, incondicional, sin manipulaciones. Como un impetuoso río, descubriría que lo importante no era la naciente ni el sinuoso trayecto, sino la desembocadura, el ancho mar donde todo tiene cabida.

   Rodeada de su hijo, su nuera y sus nietos viviría feliz los últimos años de su existencia, estaba lejos de imaginarse que otra sorpresiva misiva le llegaría, la invitación a otra toma de posesión.

En aquella majestuosa capilla cuya imponente bóveda pintada con los más famosos frescos del mundo, bajo aquel gigantesco mural donde resaltaba el índice omnipotente alargándose generosamente hasta alcanzar aquel otro dedo humano para otorgarle el don más preciado, el de la vida, Alicia se inclinaría respetuosamente para besar el anillo papal, buscando recibir un milagro similar, el del perdón. No se atreve a verlo, tal vez la delataría su intensa emoción.

              ¡Absuélvame, Su Santidad, se lo suplico, deme su perdón! — Pide la mujer con voz trémula y cabizbaja.

              ¡Siempre lo tuviste!. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te absuelvo! — Responde el Santo Padre.

Alicia levanta la cabeza, topándose con su luciente coronilla debido a la instalación de una dominante calvicie, el cabello que caía sobre sus ojos no estaba, un blanco solideo cubre la cúspide de aquel dorado desierto. Él tropieza con una diáfana mirada que se asoma como un tranquilo remanso de paz, el turbulento remolino que arrastraba hacia un tormento deseado había desaparecido del verdoso fondo de sus ojos. A su vez, ella nota en los de él un intenso amor, no como aquel del Presbiterio, sino otra clase de sentimiento, despojado del deseo carnal pero más grande, celestial, irradiando una deslumbrante pureza, tan intensa que cegaba.

              ¡Ve en paz, ve con Dios, hija!

El círculo se cerraba, Marco había logrado su deseo de que David llegara a donde no hubiera podido hacerlo él y además obtendría su perdón a través del perdón dado a Alicia.

FIN

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