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jueves, 11 de septiembre de 2014

Capitulo 6 Ah, diablo!

El hermoso paisaje de Río Tocuyo despertaba con el trinar de los pájaros, el inconfundible rebuznar del asno y el cantar del gallo, anunciando la salida del astro rey, el sol, asomándose apretadamente entre las colinas desdibujadas en el brumoso horizonte del pueblo, irradiando con sus primeros rayos al entorno que permitía ver, ya a esa temprana hora, brotando de los techos rojos, miríadas de columnas de humo alargándose hacia el cielo como queriendo acariciarlo, esparciéndose el olor a leña quemada de los fogones impregnando el ambiente de aquel aroma característico. En la lejanía se escuchaba un rítmico retumbar proveniente de los mazos de madera al estrellarse en los pilones, al machacar el maíz para elaborar las arepas, mientras tostaban el café del desayuno que esparcía un aromático olor, mezclándose con los anteriores, otorgándole un sello inconfundible a estas faenas de cocina realizadas por las mujeres cotidianamente en todos los hogares de aquellos pueblos, de aquellos tiempos, de aquella época, de sortilegios, supersticiones y leyendas. 
Poco a poco comenzaban a sumarse los sonidos de cascos de caballos y el llamado de los pregoneros recorriendo las calles ofreciendo los productos que traían los vendedores ambulantes en sus carretas llenas de mercancías: velas, escobas, plumeros! Cruzándose en este remolino venía el aguatero, trasladando el agua del río en toneles de madera, cargados en arreos de burros, repartiéndola de casa en casa por la mañana y en la tarde, para el consumo diario, luego de ser filtrada en la piedra del tinajero. Además de este ir y venir, en las esquinas de la plaza se reunían los vecinos a enterarse del último acontecimiento, el ambiente poco a poco se trasformaba en una algarabía del quehacer humano propios de la actividad comercial y social. 
Las casas eran fabricadas con la técnica del tapial encofrado, una armazón de madera donde se vaciaban mezclas de diferentes fórmulas, las más populares eran la de tierra o barro apisonado conocida como bahareque que permitía una rápida construcción pero poco resistente. Las realizadas de calicanto, cemento antiguo, un conocimiento masón transmitido secretamente en épocas pasadas entre maestros constructores, eran más solidas debido a que la tierra se humedecía con cal diluida a la que se añadían distintas proporciones de otros materiales del entorno como arena y arcilla, el secado duraba meses lo cual entorpecía su uso masivo, al terminar se le colocaba un friso o enlucido, mezcla casi pura de cal y arena para proteger la pared de la lluvia y el viento además de darle un mejor acabado, permitiendo la existencia de estas estructuras hasta hoy día. Un ejemplo de este tipo de construcción lo podemos apreciar en la iglesia San Juan Bautista de Carora situada en la plaza, realizada con la técnica del tapial y mampostería, con un frente geométrico logrado por sectores de formas cubicas y triangulares dispuestos simétricamente, formas con un significado gnóstico que demuestran su construcción por maestros masones, todo recubierto de pizarra, sin ningún ornamento, una torre lateral rematada en forma piramidal puntiaguda característico de los edificios herrerianos de final del siglo XVI y principios del XVII, que permite inferir su fecha de construcción, al igual que la llegada de los expertos maestros venidos de otras tierras. Su interior estaba sostenido por columnas de madera con una base de piedra tallada por canteros.
Tanto las viviendas como la Iglesia estaban ubicadas en las cercanías de la plaza, ademas de los poderes públicos, los comercios y calles principales. A las afueras de la ciudad se podían localizar pulperías de campo donde se jugaba a las cartas, bebían café o aguardiente mientras hablaban de negocios y de política, se adquirían enseres, artículos artesanales y europeos traídos de contrabando por barcos llegados a las costas de Falcón.
Las calles principales eran empedradas con enlozados con aceras, sin embargo la gran mayoría eran de tierra, al llover se dificultaba el transitar, sobre todo a las damas con sus largos vestidos, algunas alumbradas con un farol de vidrio donde se colocaba una vela de grasa que el farolero, hombre encargado para tal fin, encendía al caer la noche, enviando sombras fantasmagóricas a su alrededor, despertando la imaginación junto a los temores de los transeúntes, época de fantasmas y duendes, de pasiones nocturnas cuando el diablo andaba suelto, tentando la moral y buenas costumbres de los fieles católicos, originando mitos y leyendas, la más famosas es la del diablo de Carora.
De este mito se conocen dos versiones ocurridas a mediados del siglo XVIII, la de Doña Inés de Hinojosa  y su amante Jorge Voto, quien disfrazado de monje asesina una madrugada al marido de ella, Don Pedro de Ávila, protegidos en la oscuridad de la noche por el cura, quien les facilita la huida a Santa Fe. La otra historia es la de los hermanos Buenaventura, Enrique y Gabriel Hernández Pavón acusados de ser contrabandistas, perseguidos acuden a asilarse en el convento de San Francisco, asaltado por la muchedumbre enloquecida, quienes a pesar de las protestas del prior, fueron sacados a la fuerza, llevados a la plaza para ser fusilados con arcabuces junto a una de sus hermanas que los acompañaba, ese día mueren 9 personas en total. Al regresar la cordura, los participantes del sangriento suceso se dan cuenta de lo grave de su proceder, no solo de haber violentado una iglesia sino el haber matado a una mujer inocente, estremeciendo la bucólica paz del  pueblo, para cubrir sus pecados culpaban al diablo de su proceder diciendo que andaba suelto. Ah, diablo!
Esta era una sociedad muy pudiente como lo demuestra el hecho de que en 1883 debido a la bendición de la imagen de la Virgen del Rosario es realizada una misa, costeada por las esposas de los hermanos Agustín y Antonio María Zubillaga, quienes le escriben al párroco para quejarse de lo escandaloso que había resultado, pues abarcaba el pago de la música y las coristas, lo que no estaba estipulado en el contrato original. En 1884, los vecinos de la ciudad dan una contribución para la construcción de la acera de la iglesia de Carora a petición del  cura párroco Dr. Maximiano Hurtado.
Estas familias organizaban en sus casas tertulias vespertinas iluminadas por candelabros con velas, asistiendo sus amistades y parentelas a oír música interpretada en el piano o la flauta que eran muy populares, a leer poemas algunos escritos en latín o francés, jugar al escondite, a las cartas o escuchar las narraciones de los abuelos llegados de Europa que formaban parte de la tradición oral. En las celebraciones festivas, por motivos que abundaban, se escuchaba vals, mazurca y polkas ejecutadas en el órgano traído desde Europa, por el camino de recuas a estos poblados, venía con un método de enseñanza llamado “Método Mealso” que acompañado de otros instrumentos musicales hacían muy agradable estas reuniones, ocasión en la que se vestían con sus mejores trajes y se  danzaba al estilo europeo. Estas eran aprovechadas por los jóvenes solteros para intercambiar palabras y realizar citas para verse a escondidas a orillas del río.
El hombre se comportaba como todo un caballero tratando a la mujer con galantería al estilo de la sociedad francesa, admirándola idolátricamente, conducta acostumbrada todavía a principios del siglo XX. El romanticismo, la actitud de apasionada sumisión hacia la mujer con un proceder lleno de finezas, con un vocabulario impregnado de conocimientos de filosofía, poemas y una gran educación marcaban la atmósfera de esta culta sociedad. 
Bartola participada en las reuniones integrada como un miembro más de la familia, escucharía las historias que luego asumiría como si le pertenecieran, tomando para si este origen al afirmar, varios años después, que había llegado de Europa de 10 años de edad junto a sus padres, que era española peninsular, buscando un lugar de primerísima categoría en la sociedad al no quedar duda de su pureza de sangre, borrando así su origen manchado, el de su hijo Pancho y sus descendientes. Una mentira para salvar una vida.


    
Iglesia San Juan Bautista de Carora realizada con calicanto.

Puerta con marcada influencia masónica. 
Típica casa de bahareque.
 Registro Parroquial del enterramiento de los hermanos Pavon o Pabon.

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