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domingo, 27 de abril de 2014

Al maestro con cariño.


A finales de los '60 vi una película titulada Al Maestro con Cariño, cuyo encabezado es pertinente para este artículo, protagonizada por Sidney Poitier, un actor de color que personificaba a un profesor recién llegado a una escuela con alumnos rebeldes a quienes los métodos educativos tradicionales no estaban logrando los resultados deseados por lo cual decide aplicar herramientas innovadoras. En este film además de distinguir los tres pilares que conforman la educación, a saber: la escuela, las herramientas del proceso enseñanza-aprendizaje y el educador, también apreciamos la solidaridad del maestro ante las otras necesidades vitales de sus alumnos. Así que partiendo del principio del buen maestro convicción que tengo por la impronta dejada por innumerables educadores que transitaron en mi formación, siendo uno de ellos Juan José Osteriz, director del Colegio La Salle para 1968, llegado a conducir una época conflictiva que necesitaba una mano fuerte pero a la vez suave en el novedoso trato femenino dentro de este conservador recinto con apenas un año de abiertas sus aulas a la mujer venezolana, exclusivamente masculinas por más de 50 años desde su fundación en 1913. Conformábamos un grupo de jóvenes que nos atraía lo prohibido, hoy nuestros parámetros resultarían risibles, una de esas era fumar a escondidas en el baño, pero los varones tenían la desventaja de su sexo que permitía a los hermanos lasallistas entrar al suyo y capturarlos para llevarlos a la seccional a firmar el aterrador "libro de vida”, si acumulabas tres eras expulsado. Las mujeres gozábamos la cualidad novedosa del recato femenino que convertía al nuestro en zona vedada a los curas por lo tanto fuera de su control y fumar era nuestro reto ejercido impunemente bajo sus narices, pero un día nos enviaron a las limpiadoras, unas féminas traidoras a su género, para atraparnos in fraganti en nuestro reducto emancipado y ser llevadas a la dirección. Recuerdo que mi amiga Estela Crespo y yo permanecíamos asustada esperando en la antesala ser atendidas mientras imaginábamos el castigo que nos darían, estando en estas cavilaciones finalmente aquella gigantesca puerta de madera oscura se abrió y la secretaria nos invitó a pasar, nosotras lo que deseábamos era correr sin detenernos hasta estar a salvo fuera del alcance de aquella amenazante autoridad. Al entrar estaba Juan José Ostériz de pie, vestido de civil, sorprendiéndome que no llevara la sotana habitual, mientras nos sentábamos observé que sobre su escritorio había una caja de cigarrillo que el inmediatamente tomó en sus manos y nos las acercó ofreciéndonosla amablemente, a lo cual respondimos: No señor director, muchas gracias! Con una cálida sonrisa nos informó que en su nueva política estaba convertir la dirección en un recinto disponible a los alumnos para fumar, luego nos dijo que podíamos retirarnos sin recibir una amonestación, salimos aliviadas y decepcionadas por perder el emocionante sabor del peligro de ser expulsadas, ya no valía la pena fumar. Un año mas tarde, palparía otra vez la dimensión humana de este maestro con su apoyo para salvar el año escolar a punto de perder por una cirugía ortopédica realizada debido a las secuelas dejadas por la poliomielitis sufrida en la pandemia que afectó al país en 1.955 y que me mantuvo en cama por casi 5 meses. En su carácter de director y de conformidad con el consejo de profesores se aprobó no contabilizar mis inasistencias, además mudaron el salón a la planta baja para que en enero de 1970 pudiera asistir a clases.
 
 
Nota: Publicado en el diario El Impulso el 14-11-13, Apartado de Lectores, pag A-2.

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