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domingo, 3 de abril de 2016

Capitulo 38 Los últimos años de Bartola.

A finales de su vida, Bartola recordaba a Cipriano Castro nostálgicamente comentando discretamente “ese loco de Cipriano hasta pariente mío era” lazo que no era de extrañar pues existía un nexo entre las iglesias de Carora, Mérida y La Grita de cadenas migratorias comunes, por lo que es probable que las ramas de apellidos Castro que vinieron a Venezuela desde España fueran orientadas por sus párrocos y dirigidos a estos poblados preponderantemente católicos.
Bartola era una mujer educada, culta, de mediana estatura siempre delgada, de piel blanca, pelo castaño, manos con dedos largos, ojos azules, cintura pequeña y caderas contorneadas, rostro ovalado, facciones suaves y muy hermosa. Su personalidad era magnética pero de particularidad fuerte y dominante, muy decidida, le gustaba tomar las riendas de los conflictos, era muy sociable y generosa, apoyaba a sus hijos incondicionalmente a quienes amaba profundamente, ayudaba al necesitado, daba hasta lo que no tenía, incluido los bienes del abuelo Pancho de los que disponía como suyos. Se cuenta que una noche estando de visita en El Toronal, Pancho escuchó un ruido en el patio frente al cuarto en el que dormía, donde estaba el café secándose, pensando que era un ladrón se levanto armado dispuesto a disparar, repentinamente de la oscuridad salió ella, hijo soy yo, explicándole que estaba recogiendo café para regalarlo a los pobres. Igualmente tomaba los alimentos que almacenaban para el verano en la despensa y los repartía entre los necesitados, cuando las mujeres que trabajaban en la casa le decían al abuelo lo que estaba sucediendo, el respondía que la dejaran hacer lo que quisiera.
Visitaba con frecuencia El Toronal pues era la que atendía los partos de su nuera y ademas organizaba los bautizos de los niños del caserío, mandaba a buscar al cura a Aguada Grande y se paraba junto al clérigo, quien se lo permitía, realizando el ritual en conjunto como si fuera también sacerdote. Sus nietos la llamaban Mamatola, mi mamá Helena la recuerda como mujer cariñosa a quien querían mucho pues compartía con ellas en sus juegos infantiles, cuando ella estaba de visita la disciplina se relajaba pues su madre María Adelina se abstenía de regañarlas mientras estuviera en la hacienda.
Bartola por su ferviente catolicismo y gran espíritu de colaboración participaba en las fiestas religiosas de Aregue como patrona, como eran conocidas las organizadoras, esta amistad con el irreverente sacerdote de Aregue le permitiría el acceso a los recintos privados de las Iglesias Parroquiales, no solo de Aregue sino también de la de Río Tocuyo, de cuyo curas era muy amiga y pariente, por lo que pudo disponer de los libros ocultos que custodiaban, en ellos estudió lo relacionado a los conocimientos médicos de la época, llegando a ser una partera muy diestra, según se relataba en sus manos nunca falleció una madre, si el niño estaba atravesado lo enderezaba y si moría los desarticulaba extrayéndolo del útero, salvando a la madre de una complicación que era una sentencia de muerte en esta época. Manejaba el arte de la medicina natural, el uso de las hierbas y sus poderes curativos, sus pacientes siempre se curaban por lo que era famosa. Mi madre Helena la recuerda recetando con ayuda de varios libros que cargaba siempre con ella y consultaba periódicamente. Ella trasmitiría estos conocimientos a su nuera enseñándole la preparación de pócimas a base de hierbas, le regalaría un libro llamado El Médico de la Familia, gracias al cual ningún de ellos perdería la vida durante la infancia a pesar de lo difícil de la época y de varios episodios de enfermedades importantes ocurridas en las niñas.
La historia de la Medicina se remonta a Grecia, Asia, Babilonia y Persia conocido como el mundo Helénico, siendo Hipócrates 400 años antes de Cristo quien relaciona la enfermedad con condiciones ambientales apartando la medicina de la superstición. Por otro lado, el mundo Árabe mantenía un desarrollo científico debido a los aportes de la medicina India. Las traducciones del griego al árabe unifican todos estos conocimientos y le da un nuevo impulso a la ciencia médica como una entidad separada del mundo mágico-religioso junto al cual se había practicado hasta estos tiempos. Cuando los árabes invaden a España en el siglo VIII de la Edad Media llevan consigo estos tratados médicos greco-árabes siendo traducidos al latín, el idioma universal para entonces, iniciando su propagación en el mundo occidental. Los monjes cristianos conservaron el saber de la medicina durante la época medieval al preservarlos de la inquisición, los centros de enseñanza y prácticas médicas estaban localizados en los monasterios, un secreto bien guardado, siendo los únicos poseedores de este saber, posteriormente la caridad cristiana dio origen al hospital. A través de la Iglesia Católica se dispersan estos conocimientos a las Colonias de América.
Hasta el siglo XIX el ejercicio de la medicina estaba basado en la observación y la lógica, una ciencia empírica con la visión medieval de la medicina como salvadora del alma y el concepto de la caridad cristiana al cual permanece ligado aun hoy día el ejercicio de esta profesión.
Bartola tendría de esta forma la oportunidad de acceder a estos tratados médicos y otros de diversos contenidos tanto religiosos como de literatura, poesía, pintura etc, traídos por la Iglesia Católica desde España en copias manuscritas, archivos secretos, tal como todavía hoy existen, como por ejemplo: los del Vaticano, registros parroquiales locales, documentos familiares como los de los Zubillaga en Carora a los que aun no se tienen acceso, cuya valiosa información del pasado permanece oculta por la existencia de hechos catalogados como vergonzosos, “pecados” que hoy no tienen vigencia.
Una de estas historias sería la de Ramón Perera Montesdeoca, en la tradición oral de su familia se conoce que participó en un asesinato de un indio militar muy relevante, por la importancia creen se trataba de Reyes Vargas, razón de su extraño funeral no acorde a su gentilicio. Esto es imposible pues Ramón Perera contaba con 8 años de edad cuando ocurrieron los hechos fatídicos del Indio Reyes Vargas, pero su muerte coincidió con la de Antonio Perozo, comandante de la guarnición de Parapara, casado con la india Bartola, entonces figuras relevantes, no solo dentro de la Iglesia al ser patrocinadores sino también socialmente por sus nexos con los Santeliz Nieto y el hecho de ser militar. Ambos fallecimientos ocurren en 1890, en plena visita de Monseñor Uzcategui Oropeza a Carora y Río Tocuyo, un suceso sangriento que empañaba la visita del alto representante eclesiástico, siendo posible que el paso del tiempo y el secretismo que envolvió el fatídico hecho haya alterado la identidad del verdadero fallecido, Antonio Perozo, un importante personaje local.
Bartola tenia ademas lazos consanguíneos con los Santeliz, uno de cuyos miembros era cura parroquial en Río Tocuyo, de quien recibiría no solo orientación profesional en campos como la medicina sino también en pintura, a pesar de no ser formal sin embargo no era de menor calidad que la impartida en los colegios, que por no poseer un apellido de las familias integrantes de las godarrias caroreñas, agravado por su sangre manchada y por el insalvable hecho de ser mujer, le imposibilitaba acceder a la exclusiva educación del siglo XIX. Era común ver este tipo de educación, un ejemplo es el de un caroreño autodidacta, José Remigio Giménez que llego a ocupar el cargo de Secretario de Gobierno del Estado Lara en 1889, reconocido como abogado y quien se desempeño como litigante en varios juicios a pesar de no tener el título universitario.
En Bartola esta falla la suplirían los curas parroquiales que en secreto le permitieron leer diversos libros tanto en latín como en griego, esto ocurre en una iglesia donde las ideas de justicia social y acceso a los humildes se abría paso subrepticiamente en una institución tan excluyente y conservadora como la sociedad a la que ayudaban a perpetuar con sus férreas normas. La corriente liberal había comenzado a brotar en la Venezuela desde la segunda mitad del siglo XIX generando divisiones que terminarían en tragedias como la del Presbítero Carlos Zubillaga llegado a Carora en 1902 procedente de estudiar en Caracas los nuevos postulados de la Encíclica Rerum Novarum o Cosa Nueva en latín, que provocaron un enfrentamiento entre los sacerdotes Agustín Álvarez conservador y este joven levita de ideas revolucionarias, ocasionando que al año siguiente fuera expulsado a Duaca, muriendo en 1911 al perder la razón y lanzarse desde el campanario del Templo como resultado de la persecución de una Iglesia conservadora contra las ideas de avanzada, representado en esta dos familias dueñas del poder absoluto incluido el religioso y el cual defendían ferozmente hasta la muerte, retratando los conflictos sociales de la época.
Bartola estaba residenciada en Parapara de Río Tocuyo, caserío ubicado en la ruta que comunicaba a Carora con Siquisique, se podía ir en ambos sentidos a cualquiera de estos dos poblados situados a escasos kilómetros de distancia cuyo viaje se realizaba en pocas horas, siendo uno de las trayectos más transitados de la Venezuela del Siglo XIX y principios del XX, sabemos de los innumerables viajes que ella realizó por estos caminos. Su casa estaba a orilla de esta vía por donde pasaban los arrieros y transeúntes a quienes les daba un café caliente aprovechando la ocasión para informarse de los últimos acontecimientos políticos. Este era el Camino Real por donde pasaron hacendados ricos, militares poderosos y los caudillos políticos en busca de gloria, quienes conocerían a esta mujer de personalidad atractiva, poderosa y deslumbrantemente ataviada con vestidos largos con armador para darle volumen con una cola posterior que arrastraba hasta el suelo, de cabello recogido con peinetas sostenido en la parte superior de la cabeza a la usanza española, experta en el mundo de la política y manejo de armas al participar en múltiples conspiraciones, apoyando siempre los movimientos liberales rebeldes, desempeñándose en diferentes roles tanto como médico o como luchadora política aún a costa de su vida. Fue un personaje conocido y muy respetado, afirmaba ser la dueña de Parapara, no se adaptó a usar vestidos cortos, años después la describirían como la Doña Barbará de Parapara pero de noble corazón.
Después de quedar viuda, en la última etapa de su vida se dedicaría a practicar el espiritismo, gracias al don que heredo de los indios Castro, sus familiares de sangre con quienes se había reencontrado debido a las tormentosas experiencias de su vida. Estos dones los desarrollaría mediante pasajes de iniciación que abarcaban largos ayunos, retiros en lugares apartados, danzas al son de guarura de mano e ingestión de alucinógenos o aguardiente como el cocuy, usado ancestralmente con estos fines. Conocimientos de origen indígena mezclados con los africanos. Luego su horizonte se expandiría al entrar al mundo secreto de los rosacruces, comunes en esta región de judíos sefarditas.
Su evolución espiritual fue paulatina absorbiéndola por completo en los últimos años de su vida, lo cual era rechazado por su hijo Pancho quien no aceptaba ni entendía el nuevo rol, al cual ella no podía renunciar y menos abandonar a su pueblo ante tanta necesidad. Los descendientes de Bartola que vivían con ella relataban que cuando entraba en trance, las ánimas la elevaban arrojándola sobre los cardonales de donde la recogían y le extraían las tunas clavadas en su cuerpo. Existe una leyenda de que “un alma en pena” se le apareció y le dijo donde había escondido un entierro de morocotas de oro y le pidió que lo ayudara a descubrirlo para poder descansar en paz, ella envía a sus nietas al lugar especificado, encontrándolo tal cual lo describió y se disponen a sacarlo cuando repentinamente acontece un gran vendaval que mecía las copas de los árboles circundantes produciendo un sonido como un ulular, creyendo que las estaban espantando por llevar a una niña quienes por ser almas blancas son rechazados por las animas errantes, salieron corriendo para no regresar nunca más al sitio. La verdad de esta historia pudo ser otra, que esta botija la escondió ella y deseando que sus descendientes la encontraran al saber que su hora se acercaba, no queriendo dejar nada que la atara al plano terrenal, pero como aun guardaba el secreto del origen del oro, lo encubrió con la historia del espíritu en pena. Bartola sería la que realmente no descansaría en paz hasta no ser develado su secreto? O sería su gran amigo y compañero de conspiraciones, dueño del tesoro, Federico Carmona?
Aseveraba tener el poder de repeler los malos espíritus, de ayudar a ascender a los espíritus anclados al plano terrenal. En los últimos viajes que realizó a El Toronal la veían hablando sola, las empleadas afirmaban que se estaba poniendo loca, a lo cual ella contestaba que eran las almas en pena que le estaban pidiendo ayuda y preguntaba si no las veían, pero nadie advertía con quien hablaba.
Mi mamá Helena recuerda verla colocando ofrendas de granos de maíz, caraotas y café a los pies del Cují que estaba cerca a los corrales de las vacas para que se dieran buenas cosechas y también encendiendo velas en el cuarto oscuro conocido como de los santos donde oraba, pero siempre a solas, en secreto. Las empleadas que limpiaban temían que la hacienda se incendiara pues ella insistía en mantener todo el tiempo estas velas encendidas. De repente quedaba como hipnotizada, al salir de ese estado o trance nuevamente era la mujer de siempre. Las personas la buscaban asediándola sobremanera para que los ayudara gracias al don de armonizar las relaciones interpersonales o los sanara, obligándola a marcharse misteriosamente sin avisar antes de que su hijo se enojara por la multitud que acudía a ella. Luego del nacimiento de su nieto Enrique Castro en 1928 no regresó a El Toronal nunca más, había llegado la hora de la despedida.
Su muerte acaecida en 1939, cuando contaba 90 años de edad, ocurre estando tranquilamente en un chinchorro tejido por ella, un arte ancestral que trasmitiría a sus hijas y en el cual acostumbraba recostarse para meditar, mientras se mecía al son de la fresca brisa del corredor que daba hacia los corrales de chivo. Finalmente concluye que los enemigos que amenazaban a sus hijos no eran los godos sino la lucha de clases que se produjo cuando las culturas indígenas y españolas se enfrentaron el día en que Nicolás de Federmann en 1530 piso las vírgenes tierras del Cantón Carora, esta revelación la había llevado a tomar conciencia que era ella quien debía desaparecer de sus vidas por ser la única manera de acabar con ese conflicto, al borrar el origen indígena de sus descendientes. Lo que Bartola no estaba por saber era que estos paradigmas dejarían de tener vigencia y el hecho de poseer estas raíces sería un orgullo. O si lo sabía y la causa de su separación fue otra, acaso un requisito para alcanzar un grado mayor de su ascenso espiritual?
Había vivido intensamente y visto la transformación del mundo del siglo XIX al XX, avances tales como el telégrafo, la electricidad, el automóvil, la aviación y el teléfono. Su mente volaba por las guerras, las hambrunas, la violación, las epidemias, el asesinato de su marido, la separación de sus hijos mayores acaecido el mismo día en medio de su dolor, la muerte de todos sus contemporáneos, amigos y parientes cercanos, pero lo peor era presenciar el cambio de las nuevas generaciones, sumiéndola en una gran tristeza, veía como el resentimiento había forjado actitudes de odios entre hermanos que ella no había presenciado ni siquiera en las guerras donde estas emociones negativas existían pero podían discutirse y resolverse pues tenían fundamentos reales, pero estos sentimientos oscuros motivado por causas banales y absurdas, irreales, no eran solucionables en este plano.
La atormentaba ver como aquel Río Tocuyo con grandes familias unidas solidariamente por más de 300 años empezaban a desaparecer, paulatinamente todos aquellos donde se contarían los Perozo, los Carmona, los Nieto y muchos otros mas que se perdieron en la memoria del tiempo, fueron obligados a emigrar de Carora y Río Tocuyo, ante la toma del poder local por los Riera, seguidores de los Bracho, enemigos políticos de La Propaganda, para lograr nuevos horizontes que les brindara un futuro prometedor que se les negaba en su tierra natal.
Presenciaría como los complejos de inferioridad no eran usados como un motor para impulsarse hacia adelante tal como lo hizo ella, sino para hundirse en subterráneos conflictos no resueltos. En sus últimos días rezaba para que sus descendientes no cayeran en ese malhadado torbellino que  vislumbraba como el último circulo de Dante.
Había visto y acompañado a su hijo Pancho Castro en la realización de su matrimonio, convertirse en un rico hacendado y negociante cafetalero con la casa Blohm. Legalizado la compra de su primera propiedad, la hacienda El Toronal, el 11 de abril de 1914, ya casado con la abuela María Adelina con su primera hija por nacer, gracias a la obtención de su nueva identidad, refrendada con su matrimonio principalmente el eclesiástico. Lo vería como con el tiempo compraría otras propiedades, construiría su propia trilladora de café, dándose a conocer en la zona como un hombre muy prospero y generoso, llegando hasta hoy día la referencia de su nombre por estos lados. El primer carro del caserío La Unión lo lleva el, era un Ford T, que compra antes de 1926 y es el que cuando regresando de la casa Blohm en Barquisimeto, por el lecho del río que se usaba como camino para transitar cuando estaba seco en verano, repentinamente escucha un estruendo conocido por este hombre de campo, era la crecida avanzando violentamente, apenas pudo saltar para la orilla del cauce y de ahí vio como el agua se llevaba el carro envuelto en piedras y palos. Posterior a esto compraría un Ford A. Bartola está satisfecha de ver que su hijo consiguió finalmente la paz espiritual.
Viajaría en el tiempo y vería a su descendencia esparcida por el mundo, descendientes Perozo y Castro, sin fronteras y con oportunidades infinitas como nunca soñaron ella y Antonio en Río Tocuyo. Sonríe al ver las cualidades que la caracterizaron en su vida, la pasión por la política, el catolicismo, la inclinación por la medicina, su amor por el campo, la agricultura y la cría, la fiereza de su carácter, plasmados en cada uno de ellos, la sangre era indiscutible, aunque no lo supieran, ella había estallado como una estrella en ellos.    
Según la tradición oral, Bartola no murió como lo hacen la mayoría de las personas, a ella la vinieron a buscar en vida los espíritus con los cuales se comunicaba. Esta información no la he podido descifrar en la totalidad de su significado esotérico. 
Según la tía Julianita, contaba que sus restos reposan en el cementerio a orillas del río donde habían ocurridos los momentos mas trascendentales de su vida. Esta hija quien vivió siempre con ella comentaba que las crecidas del río quizás habían arrasado su tumba, sin embargo, su historia no se borró a pesar de que ella quiso ocultarla por siempre, o no fue así y solo debía estar oculta hasta poder entenderla en su complejidad tanto personal como política y espiritual?. 



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