Una inmensa y pálida luna llena se refleja sobre el
paisaje agreste rodeado por un abrumador silencio, alterado solamente por los
gemidos de una solitaria mujer que esta pariendo en las riberas del río Tocuyo
donde había conocido la pasión del amor verdadero, gracias al sangriento suceso
acecido en Caracas, es un 24 de marzo de 1849 y el incesante tintineo del agua
corriendo arrullaría aquella recién llegada al mundo del siglo XIX.
Fatigada
por el parto, se recuesta brevemente mientras presencia el amanecer, anunciado por
el canto del gallo y de los pájaros, a lo lejos se escuchan los jornaleros
iniciando sus labores de campo, la madre cansada y feliz aprovecha los primeros
rayos del sol que se asoman tímidamente en el horizonte imprimiendo un
refulgente matiz dorado al mundo de penumbras que poco a poco desaparece,
iluminando suavemente a su pequeña permitiéndole observarla detalladamente,
repentinamente se alarma al darse cuenta de algo que interpreta como una señal,
un mal presagio que la cubre.
Era de piel blanca y ojos que semejaban un trozo de
cielo, inesperadamente como un relámpago que desgarra la oscuridad, cae en
cuenta del parecido con los de aquella mujer, María Bartola Nieto, que le
susurraría secretamente al oído ser su abuela, a la cual había cuidado
amorosamente hasta su muerte, decide darle el mismo nombre a la niña, al entender el por qué de esa afirmación y cuyos rasgos de la recién nacida dividirían su vida entre
dos mundos, el indígena y el europeo, sin llegar a pertenecer totalmente a
ninguno de ellos, llevándola a vivir
una
vida signada por secretos y silencios que marcarían el destino de sus descendientes.
María Bartola Castro, llegaría al mundo bajo el manto rojo del
gobierno conservador de los Monagas, en
un ambiente de confabulaciones políticas a favor del liberalismo amarillo, en
contra de los godos autores del vil asesinato del indio Reyes Vargas y del
sangriento fusilamiento del congreso repudiado en Río Tocuyo, su pueblo natal, apenas habían transcurrido 28 años de la Batalla de Carabobo.
Los primeros meses de
nacida transcurrirían confinada en su casa como ocurría con todos los niños de
la época con el fin de evitarles enfermedades contagiosas, un día su madre
temiendo estar en pecado, no deseando postergar mas el bautizo, decide
efectuarlo, es un 5 de enero de 1850, se aparece sorpresivamente en
la Iglesia con la chiquilla en brazos, pidiéndole al sacerdote santificarla, lo
que se cumple en una escueta ceremonia muy diferente de aquella otra que Juana
Bautista había visto a escondidas 17 años atrás.
Acude sola, sus parientes indígenas de la rama
materna no se sentían a gusto representando a una niña de rasgos españoles y
sus parientes paternos blancos no conocían su existencia debido a la doble
clandestinidad de su concepción, así que cuando el cura en propiedad Juan Nepomuceno
Rivero le pregunta por los padrinos, ella le confiesa parte de su dilema y ante
esta situación es llamada para ocupar este puesto la hermana del cura, Rosalía
Rivero quien al ver el parecido de la pequeña con los Nieto-Santeliz se percata
de lo sucedido.
Al terminar la ceremonia Rosalía recoge su
sombrilla y se dirige por las polvorientas calles del pueblo hasta el hogar de
Juana Paula Nieto Brizuela con el propósito de revelarle la existencia de la
niña, quien al enterarse del bautizo recién acaecido en la iglesia parroquial
se da cuenta del porque de la abrupta desaparición de Juana Bautista de su casa,
ocurrido hacia más de un año, cuestión que nunca llego a entender pues había
sido criada amorosamente junto a sus hijas, ahora con esta información cree
descifrar el misterio, conjeturando que de alguna manera alguien de su familia
está involucrado.
Para estos tiempos la familia de Juana Paula Nieto
y Juan José Santeliz poseía una numerosa descendencia, dos de ellas eran Ana
Santiaga y Juana del Carmen Santeliz Nieto, casadas con personajes del
acontecer de la sociedad, ejes de esta historia, la primera con Leonardo Nieto
Meléndez nieto de José Joaquín Nieto García al igual que lo era su suegra Juana
Paula. La segunda con Francisco Brizuela también pariente al ser primo en
primer grado de esta mujer. Francisco y Leonardo, primos con algunos pocos
años de diferencia con una relación campechana entre sí, conocían ambos a la
joven Juana Bautista, manteniendo un subterráneo triangulo amoroso entre ellos,
donde uno la amaba y el otro le tenía solo afecto fraternal, pero la
pasión de la mestiza sería para el que no la amaba, conflicto que daría inicio
a esta historia.
Inmediatamente la dama le solicita a la piadosa
hermana del sacerdote que la acompañe para ir al lugar donde vivía Juana
Bautista, al llegar la somete a un ineludible interrogatorio pues además de ser
su parienta, poseía una gran autoridad, no quedándole otra opción que
confesarle el nombre del padre de la niña, siendo acogida por esta noble mujer
como una más de la familia para darle educación y un lugar en el grupo social
al que pertenecía. Juana Paula
era una especie de amorosa matrona y guía espiritual de todos sus parientes
quienes abarcaban la casi totalidad del poblado, intermediaba en los conflictos
entre los matrimonios, aconsejaba a los jóvenes y propiciaba la unidad de la
familia.
Aquella niña a partir de ese momento fué amparada
por esta dama y el entorno de sus más allegados donde estaban sus hijas, yernos
y primos pertenecientes a los Nieto-Brizuela-Santeliz, durante un
tiempo desconoce su enmarañado origen, típico de estos tiempos y de otros
también.
Juana Paula sería madrina de bautizo de dos de los
hijos de Bartola representando el rol de madre hasta su muerte. Ocupando el
lugar de su padre estaría Francisco Brizuela casado con una de las hijas de
Juana Paula, llegando a ser padrino de su boda y además bautizaría a tres de
sus hijos; también era padrino de uno de los Carmona Olivero junto a sus tío
Miguel Brizuela Santeliz y Rita Nieto Brizuela, hermana de Juana Paula y primos
en primer grado entre sí, quienes bautizarían a varios de estos niños.
Francisco comprendía el sentimiento de abandono de
Bartola, igualmente no tenía un padre por ser hijo ilegitimo, pero su origen
blanco puro marca una diferencia que lo protege de la discriminación, decide
asumir este papel por amistad, sin embargo en el fondo de su corazón cree que
realmente lo era o mejor lo deseaba.
Otra muy cercana era María Nicolasa Nieto Meléndez
prima en primer grado de Juana Paula, hermana de Leonardo Nieto Meléndez casado
con otra hija de Juana Paula, del cual se rumoraba secretamente era el
verdadero padre de Bartola, razón por la cual estaba un poco distanciado de la
familia, enviaría a su hermana a representarlo en el bautizo del hijo mayor de
Bartola, como la madrina.
Los Santeliz también jugarían un papel en sus vidas, por un lado estaba Judas padrino de bautizo de un niño Carmona Oliveros y quien
era primo de Manuela Santeliz Salazar, ambos bisnietos de Juan Carlos Santeliz
Pinto. Manuela fue madrina de bautizo de los dos últimos hijos de Bartola, su
escogencia se debe además de ser una pariente, a que los Salazar estaban
emparentados con el General Juan Bautista Salazar, padrino de bautizo de su última
hija Julianita, amigo y compañero de armas de su marido, Antonio Perozo.
Los Salazar tenían un nexo con los Carmona Olivero
evidenciado por la selección de Pedro Salazar para ser padrino de uno de estos
hermanos, dicho personaje estaba casado con María Chiquinquirá Pérez, ligada
consanguíneamente con los Oliveros Pérez de donde descendía la madre de
Federico y también conectado con Juana Paula, pues su hijo
Sinforiano Salazar Pérez se casaría con otra hija de esta mujer. Conocemos así
como los Salazar estaban vinculados a los Nieto y los Carmona.
Tenemos un círculo conectado a Juana Paula, eje
central de la familia Nieto-Santeliz, descendientes de María Pinto de Cárdenas
que rodearían la vida de Bartola y compartiendo nexos con los Carmona Oliveros
formando una red social estrecha, quienes nombran a una de sus hijas como Rita,
por su amistad con la alegre y muy social dama Rita Nieto Brizuela hermana de
Juana Paula.
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