Una balacera ruge por encima de las cabezas de los
soldados ese fatídico día de junio, el comandante de la tropa, conocida como
“Los Cívicos” les grita, busquen refugio, corren pasando por encima de los muertos,
¡Diríjanse al Cabildo! Están siendo atacados sorpresivamente por el General
Enrique Díaz procedente de Barquisimeto al mando de un contingente de hombres a
caballo que entran a la plaza con las banderas amarillas de los liberales ondeando
al son de las trompetas, traen órdenes de acabar con el último bastión de los azules
quienes habían tomado Carora comandados por el General Pilar Bracho en
sustitución del fallecido General Fréitez.
Dos meses antes, en abril de 1870, se habían enfrentado allí
las tropas del General León Colina, lugarteniente de Guzmán Blanco
el cual liderizaba la insurrección liberal, derrocados dos años antes por los
azules, contra las del General Buenaventura Fréitez en representación del
gobierno conservador, resultando muerto junto a 30 de sus hombres, conocida esta
guerra de Abril por esto como brutal y sangrienta. “En este día, fueron
sepultados en el Cementerio, sin permiso del Cura y Celador, como treinta
hombres, cuyos nombres no pudieron saberse: y no se les hizo oficios de
sepultura, porque no los llevaron a la Iglesia parroquial á causa de que todos
murieron trágicamente en el combate de ayer”.
Sucede que ante la
retirada de León Colina de la ciudad para continuar la campaña por el país, la
todavía fuerte Revolución Azul, sumado a la ineptitud de los amarillos para
mantener el control local, toman el poder nuevamente con el apoyo
de Federico Carmona, entonces Jefe Departamental al mando de “Los Cívicos”,
un selecto cuerpo de reserva integrado por jóvenes de la ciudad, estando así las cosas
durante casi dos meses, en junio se le ordena al General Díaz retomar la ciudad.
La situación para los azules ese día 19 junio de 1870 era muy crítica pues esperaban recibir
refuerzos de un grupo de siquisiqueños dirigidos por los hermanos Mora, los cuales no llegarían debido
a un error estratégico que cometerían al decidir separarse en Aregue,
quedándose el General Pedro Mora para defender esta plaza, mientras su hermano
continua camino hacia Carora a poner en aviso al General Bracho de la presencia
de los hermanos Álvarez alzados contra los azules que vienen detrás de ellos y
quienes también decidieron dividirse en dos contingentes, permaneciendo el
General Antonio José Álvarez al mando de los que vencieron a los Generales
Pedro Mora y Fernando Catarí al no lograr conseguir el apoyo de los locales de
Aregue y Río Tocuyo pues estaban a favor de los amarillos, movimiento al cual
pertenecían las indiadas encabezados por los caciques Castros.
Mientras tanto el General Froilán Álvarez sigue detrás
del debilitado General José Mora lo que permitió derrotarlo en el camino, en dicho combate esta Bartola como tropera, a pesar de sentir un miedo que la hacía
temblar descontroladamente, sin embargo logra sobreponerse, su formación de
sanadora la ayudaría, tenía un deber que cumplir, aun a costa de su vida, si
fuera necesario lo haría, contribuyendo con el decisivo triunfo de los
liberales. Además de combatir como un soldado más, su principal labor consistía
en atender a los heridos gracias a los conocimientos obtenidos de los libros
custodiados desde la Inquisición y resguardados en las bibliotecas de las
Iglesias, teniendo acceso debido a la amistad con el rebelde párroco Oropeza su
mentor y apoyo espiritual desde la traumática experiencia vivida a orillas del
río cuando fuera violada dos años atrás, igualmente con el cura de Río Tocuyo quienes le
enseñaría latín y griego para que pudiera adentrarse en el mundo secreto del
saber científico de la medicina, puestos en práctica en las innumerables
guerras que le tocaron vivir en la ruta de Río Tocuyo, eje central de la
historia del siglo XIX.
Al entrar a Carora se encuentran con el contingente que
viene llegando del General Enrique Díaz a quien se unen para rematar al General
Pilar Bracho, muriendo ese día en el combate Salustiano Alcalá, Jefe Civil de Carora casado
con Berdiana Riera Aguinagalde, familia con un tormentoso historial, cuyo tío
Martín Aguinagalde gobernador de Lara fue asesinado a puñaladas en un controversial
complot donde según rumores estaría un famoso sacerdote como autor intelectual y
su otro tío, el padre Fray Idelfonso Aguinagalde expulsado de Carora por
liberal, autor de la maldición lanzada a este pueblo y que por lo visto se
cumpliría ese día.
Federico Carmona quien estaba atrincherado con sus tropas
en la Casa de Gobierno resistiendo valientemente desde las alturas de los tres
balcones que miran a la plaza permitiéndole un ángulo de tiro estratégico para
defender el cabildo, fatídicamente es alcanzado por una bala de los liberales
recién llegados, cayendo herido y no pudiendo evitar que los enemigos tomaran
la plaza.
En las tropas de
ocupación provenientes de Barquisimeto estaría el oficial Antonio
Perozo,
sería centro en la vida de Bartola, la tropera y sanadora quien también llega ese día
allí, pero proveniente de Aregue, formando parte del destacamento de Froilán Álvarez,
cruzando sus pasos con estos dos personajes; el joven militar guzmancista al
cual conocería de vista en el campo de batalla y el herido quien se había marchado de su pueblo junto a sus padres varios años antes,
muy vinculado a los Nieto, casado con una goda caroreña convirtiéndose
en un próspero comerciante, cuya ambición lo llevaría a protagonizar una
sucesión de eventos que marcarían el destino de los tres.
Recorre la plaza Bolívar buscando
soldados heridos, sin importar si eran azules o liberales, entre los cuerpos divisa
a uno que agoniza, se acerca cuando una mano suplicante se alza hasta ella y
con voz trémula, apenas audible le pide ayuda, “no me deje morir sin una
bendición”. Se arrodilla al lado del hombre agonizante, observa el negro
agujero de una herida de bala en el pecho por donde fluye sangre incontenible, sorpresivamente lo reconoce, era uno de sus violadores, el padre de su hijo, instintivamente se aparta de él, pero una voz interior le dice que su deber
cristiano, de misericordia, era darle consuelo en ese último momento de su
vida, practicar la compasión divina, nuevamente se arrodilla a su lado y
busca en la bolsa que llevaba donde cargaba sus hierbas medicinales, algunos
instrumentos médicos y un espeso líquido con el que va marcando la cruz en la
frente y en el pecho, era el aceite sagrado, en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, dice mientras canaliza la energía divina a través de ella. “Invoco a la Divinidad, a tu Ángel Guardián, a la Madre María para que
te tome en sus brazos". El moribundo ve que la Virgen de Chiquinquirá toma el
lugar de la mujer, mientras esta se desvanece.
El aceite utilizado por la Iglesia para realizar la unción a los enfermos y también la extremaunción a los moribundos generalmente era aceite de oliva, escaso y costoso, así que popularmente usaban otros como el de nardos, solo debía estar bendecido por un sacerdote en la misa de jueves santo, el cual sus amigos párrocos de Aregue y Río Tocuyo se lo suministraban clandestinamente por si lo necesitaba en la guerra. La tradición judía acepta que no es necesario orar dentro de una sinagoga, ni es imprescindible que un rabino dirija los rezos o que oficie en una boda o en un entierro, cualquier miembro familiarizado con la ley y capaz de realizar el ritual, puede hacerlo, lo que explicaba este proceder heredado de sus antepasados judíos sefarditas.
El aceite utilizado por la Iglesia para realizar la unción a los enfermos y también la extremaunción a los moribundos generalmente era aceite de oliva, escaso y costoso, así que popularmente usaban otros como el de nardos, solo debía estar bendecido por un sacerdote en la misa de jueves santo, el cual sus amigos párrocos de Aregue y Río Tocuyo se lo suministraban clandestinamente por si lo necesitaba en la guerra. La tradición judía acepta que no es necesario orar dentro de una sinagoga, ni es imprescindible que un rabino dirija los rezos o que oficie en una boda o en un entierro, cualquier miembro familiarizado con la ley y capaz de realizar el ritual, puede hacerlo, lo que explicaba este proceder heredado de sus antepasados judíos sefarditas.
"Mediante esta santa unción te libre de tus pecados,
te conceda la salvación, te cuide y conforte durante este trance a la vida
eterna. Amén”. Bartola se queda callada, cuando el hombre en un último
esfuerzo la toma por la mano, confesándole que él fue quien la mancilló y
rogándole que lo perdonara para poder morir en paz. Ella contesta después de un
breve instante, asciende tranquilo, ya lo hice, por eso te doy mi paz y yo me quedo en
paz. Y se hizo un profundo silencio, ocurriendo una transformación en ella, un cambio de
sentimientos, una liberación. La culpa del hombre y el odio de ella habían desaparecido, trasmutado. Finalmente ambos estaban en paz.
Se levanta del suelo, cuando le
avisan que en la casa de la alcaldía conocida como la casa de los tres balcones
habían unos heridos, se dirige allá apresuradamente, en la vía ve a los generales Enrique Díaz y Froilán Alvarez dándole instrucciones a un joven oficial, notando su gallardía, lo detalla brevemente, suficiente para marcar sus destinos, continua caminando y al entrar su sorpresa es
grande cuando entre los heridos esta un hombre conocido quien yace en un charco
de sangre en el suelo, un escalofrió recorre su espalda presagiando que aquella
escena se repetiría en su vida, pasarían 20 años. Inmediatamente se agacha y se
coloca de cuclillas para atenderlo, deteniendo la hemorragia comprimiendo la
herida, El conocido recupera la conciencia, algo confuso cree estar viendo el bello
cielo azul de su pueblo natal y una añoranza de Río Tocuyo se le viene encima, al
enfocar mejor la vista se da cuenta que son los ojos de una mujer, reconociéndola
pues compartían una parentela y un mismo pueblo natal. Ella le dice en voz baja
“te estoy sacando una bala del hombro” a lo cual él responde “yo creía que solo
sabias disparar y montar a caballo como un hombre” Ella sonríe discretamente y le
ordena que mire fijamente el dije que cuelga de su cuello, una triqueta que usaba no solo para hipnotizar sino también por sus poderes curativos y de canalizar bendiciones. Federico entra en un
estado alterado de conciencia y comienza a hablar como si estuviera en
confesión, le comenta que nunca había estado de acuerdo con lo sucedido aquel
día a orillas del río cuando soldados acantonados en Carora la habían
deshonrado, debido a eso no les permitió entrar en “Los Cívicos”.
Bartola le contesta que eso ya había quedado atrás
gracias a la Virgen de Chiquinquirá de Aregue, sus almas ya descansan en paz,
en la plaza pude distinguirlos entre los muertos, a uno de ellos, aun vivo, alcance a darle la
extremaunción, serán enterrados anónimamente.
El dice “Bartola yo soy un azul y sin embargo me salvas
la vida” ella le aclara que la caridad cristiana no reparaba en ayudar incluso
al enemigo, continua “tus parientes, sobretodo Gregorio Nieto, me pidieron que
te protegiera, además mientras soñabas me confesaste que muy pronto regresaras
a tus raíces liberales originales” Asombrado pregunta ¿Yo dije eso? Bartola le específica
“Si, cuando te hipnotice”
Ella se levanta, recoge sus implementos y le dice antes
de despedirse: cuida esa herida, te coloque algunas hierbas medicinales para
que sanes rápido. Con el correr del tiempo reiniciarían una amistad que
perduraría hasta la muerte de Federico.
Ruta seguida ese día 19 de junio de 1870
Casa de los tres balcones.
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