En un bosque de semerucos en las afueras de
Barquisimeto tres hombres ocultos entre las sombras conversan en voz baja, son:
Aquilino Juárez, Federico Carmona y Elías Torres Aular, discuten sobre las
estrategias a seguir en el complicado panorama político.
“Me informaron que el
general Crespo desde su liberación de la cárcel de La Rotunda
esta confinado en su hacienda El Totumo, situada en el estado Guárico, desde donde ha logrado establecer contacto con varios generales de confianza” les dice
Aquilino Juárez a los otros dos hombres quienes escuchan atentamente, “está
coordinando un movimiento nacional, la Revolución Legalista, lo esencial ahora
es organizarnos, recuperar nuestra gente para alzarnos nuevamente, cada uno
debe ir a lo suyo, separarnos para buscar adeptos en diferentes escenarios”.
Juárez continua
hablando, “debido al triunfo electoral de los continuistas existen grandes
expectativas de cambio, hasta los altos mandos militares están apoyándolos,
entre ellos los generales León Colina y Bracho en Carora, debemos actuar con
sigilo, esperar la caída de su popularidad, el desencanto de sus seguidores y
del pueblo. Si procedemos en este momento nos aniquilarían, sería un error
político.”
Eran los inicio de
1890, habían triunfado electoralmente los continuistas con Raimundo Andueza
Palacio como Presidente, poseían apoyo de poderosos opositores al régimen de
Guzmán Blanco, permitiéndole una confrontación mas frontal al hombre de París de
lo que hiciera su antecesor Rojas Paúl, a esto se une en el estado
Lara el general Montañez junto a los godos de Carora, es un peligroso
momento para La Propaganda y los hombres partidarios del liberalismo pro
guzmancista liderizado por Joaquín Crespo.
Federico les informa:
“ya tenemos fusiles suficientes como para armar un ejército de 500 hombres, mi
contacto en Río Tocuyo que uds conocen, las tiene bajo buen
resguardo, cuando lo ordene Crespo a través de ud general Juárez,
saldremos a tomar el gobierno regional. Carora no es seguro, pululan los
traidores, me iré a mi pueblo donde estoy resguardado por mi parentela, los
carmoneros, desde allá organizaré la insurrección clandestinamente, trasmitiré
las indicaciones que debemos esperar el momento oportuno, dejar que el gobierno
se hunda para así recuperar nuestras fuerzas políticas”.
“Correcto” le
responde Juárez refrescándose el rostro con su sombrero y le acota a Torres
Aular “ud debe ser nuestro infiltrado en el ejército, nadie debe saberlo,
guardaremos las apariencias, solo responderá a nuestro mando directo”.
Estos hombres
planeaban apoderarse del poder local, en su estrategia estaría el lanzamiento
nuevamente de la candidatura de Aquilino Juárez a la Presidencia del Estado,
sin imaginar que se repetiría el enfrentamiento con un viejo contendor.
Mientras tanto en una
cantina de Barquisimeto se da otra reunión, no tan secreta como la ocurrida
entre las sombras de los semerucos, son dos conocidos personajes, los generales
Eusebio Díaz y Ángel Montañez quienes planean enfrentar a Juárez y Carmona:
“General Díaz, me encargaré a través de mi recién fundada publicación
periodística “La Palanca” de desprestigiarlos ante sus seguidores,
principalmente al general Carmona quien tiene una deuda pendiente conmigo, Ud
encárguese de anular las aspiraciones electorales de Aquilino Juárez, el general
Bracho me asegura que tiene asegurada a Carora y su
gente.”
Ese año fue muy
peculiar, se inauguraría el telégrafo en Carora, el alumbrado público en
Siquisique y el ferrocarril Bolívar en Barquisimeto, simultáneamente los
crespistas o legalistas son obligados a salir del poder junto a la agrupación
política local “La Propaganda” que se disuelve ante la debacle del guzmancismo
agravado por el fallido golpe de estado dado por Joaquín Crespo al presidente
Rojas Paul.
El general Bracho,
apoyado por Graciano Riera Aguinagalde y los también generales Froilán Álvarez
y León Colina, había retomado el poder político en Carora quedando anulado
Federico Carmona, debiendo conjurar las amenazas de muerte que se ciernen sobre
su cabeza. Este hombre al pasar por Carora rumbo a su pueblo, se consigue con
un corre y corre debido a la llegada del Dignísimo Arzobispo de Caracas y
Venezuela Críspulo Uzcategui Oropeza, descendiente caroreño. Todas las damas
competían en muestras de afecto a través de la comida típica local como el lomo
prensado, el pimpinete un chorizo elaborado con carne de res y cerdo, la olleta
una sopa de carne de gallo que levantaba controversias entre las cocineras
sobre si se le debía dar a su eminencia, por los efectos afrodisíacos que
según tenía, acordando por consenso servirle un buen mondongo de chivo más
acorde con su investidura, por la mesa desfilan vertiginosamente las arepas con
la mantequilla envuelta en hojas de maíz dándole un exquisito sabor, la
dulcería resaltando el de mango o de leche, los quesos regionales en diferentes
formas de crineja o de tapara, obsequiados al ilustre visitante de paso por la
ciudad, a punto de sufrir una indigestión. En medio de esta guerra de
platos nadie nota la presencia del recién llegado, siendo este acontecimiento
providencial para pasar inadvertido.
Recibiendo el
Arzobispo una invitación del cura de Río Tocuyo para celebrar dos solemnes
misas de confirmación en la Iglesia Parroquial para los niños de la localidad,
la primera el último día del mes de julio y la segunda el primero de agosto de
1890, aprovecha la oportunidad para alejarse aliviado de la feroz competencia
entre las cocineras caroreñas que lo habían llevado a cometer el pecado de la
gula, iría acompañado por Maximiano Hurtado cura en propiedad de Carora como
correspondía a su alta investidura, quien deja encargado al presbítero
auxiliar Leandro Antonio Colmenárez.
Pero sucede que Río
Tocuyo al ser un pueblito pequeño, se regaban los rumores rápidamente,
enterándose el General Ángel Montañez a través de su esposa, recientemente
informada por sus familiares Yépez, tía y prima,
residenciadas en ese pueblo, de la existencia de un
armamento traído de contrabando, obtenida por indiscreciones
cometida por el hijo adolescente de Bartola, de nombre Damián, quien en un
arranque de pasión le había comentado a su novia lo del armamento, a su vez
ella le comentaría esta información a las trabajadoras de su casa, estas a sus
maridos hasta que finalmente llega a oídos de los Yepez, así que este hombre
imparte ordenes a su gente, conocidos como los Chuaos, de dirigirse
inmediatamente no a Carora, sino a Río Tocuyo donde estaba Carmona, que lo
vigilen y lo sigan, sospecha que allí lo ocultaba, así que por esas cosas
del destino todos coinciden en ese pueblo.
En la primera misa
del 31 de julio, bajo el amparo de la Iglesia y de su ilustre visitante,
repentinamente se escuchan unas fuertes pisadas de botas que retumban en el
sagrado recinto, son los Chuaos, con sus rostros cubiertos por
la máscara del odio, largas chaquetas negras revolotean a
su alrededor, presagiando algo fúnebre, el ambiente se torna rojizo, vienen de Carora tras su enemigo,
encabezados por el hijo del fallecido general del mismo nombre, Juan
Pérez Alvarado, casado con Primitiva Riera Montesdeoca y socio
comercial de Ángel Montañez, acompañado por varios de sus parientes Montesdeoca
junto a su leal amigo Amenodoro Riera, hijo natural de José Ignacio
Montesdeoca, la sombra de la muerte los seguía y llevaría el sello de este
apellido.
Este mismo grupo
conformarían 9 años después, en 1899, un movimiento conocido como “Unidad
Nacional”, estarían: Ángel Montañez, Francisco Nicolás Giménez, Lázaro Perera
Montesdeoca, Amenodoro Riera, Ramón Urrieta, José María Riera, Agustín
Zubillaga, Vicente Sosa, todos pertenecientes a lo más rancio de los godos
caroreños, llegarían a ser sumamente poderosos a partir de Castro y durante la
dictadura de Juan Vicente Gómez.
También se encuentra
en la Iglesia, Francisco Brizuela, Gregorio Nieto, los Santeliz, los Figueroa y
un personaje clave: Silverio Castro quien es enemigo acérrimo de los Chuaos
desde 14 años antes, cuando ocurrió el alzamiento que protagonizaran los
Castros en contra del General Juan Agustín Pérez, sofocado por un grupo
comandado por este general y los Montesdeoca, resultando muerto dos miembros de
este clan, uno de ellos según comentarios de la época asesinado por Ramón
Perera Montesdeoca, por lo que existían viejas rencillas entre ellos.
Al día siguiente, 1
de agosto, en el segundo día de misa, se encuentran en la Iglesia nuevamente
Federico Carmona, Gregorio Nieto, Silverio Castro y otro hombre que es el
comandante Antonio Perozo, utilizando el pretexto de la confirmación de varios
niños para reunirse sin llamar la atención.
Cuando Antonio Perozo
es visto con ellos, se dan cuenta de que al ser el marido de Bartola, en
quien se conjugaba las dos familias, Castro y Nieto, ambas carmoneras
incondicionales, se transformaba en un enlace clave de suma
confianza, además por ser un militar activo guzmancista, no levantaba
sospecha, por lo que era perfecto para la amenazada Propaganda y su líder, su
participación garantizaba que las armas no cayeran en manos de sus enemigos,
sería el depositario ideal para el resguardo de estos pertrechos a
utilizarse en algún momento para la defensa de sus intereses políticos al mando
de Federico Carmona y su ejército local.
La presencia en Río
Tocuyo de los poderosos Chuaos colocaba en peligro este pertrecho militar que
junto al oro recabado, servía para sostener la conspiración por lo que debían simular
no tener nada que ver con armas o conspiración, no en vano todos
eran liberales. Carmona utiliza la misa para impartir instrucciones
discretamente a sus seguidores, apaciguarlos, contenerlos mediante su
liderazgo, debían esperar otro momento para el alzamiento, les dice sin
imaginar lo que sucedería al día siguiente ni que esta espera se prolongaría
por casi 2 años.
A pesar del disimulo
con las confirmaciones, los Chuaos al estar dateados se dan cuenta que Carmona
actúa como jefe de los mestizos de Río Tocuyo, evidenciando que estaba al mando
de este peligroso y conocido clan, sumándose ambos rencores que
surgen con mayor furor, desembocando en un sangriento suceso perpetrado
por los actuales enemigos de Carmona y los viejos de los Castro, que coincidencialmente
eran los mismos.
Igualmente al
desenmarañar que Antonio Perozo es el enlace y unido con la recién información
de la existencia de unas misteriosas cajas llegadas a su hato, concluyen
que allí esta la clave, por lo que deciden ir a asaltarlo en búsqueda
del peligroso armamento, lo hacen en la madrugada del día siguiente, 2 de
agosto de 1890, ya tenían experiencia en asaltos anteriores.
Era un periodo de
gran convulsión política, los caudillos lanzados a confrontaciones de dolor y
muerte, sumamente violenta como las ocurridas en Carora donde las luchas
políticas eran llevadas a extremos apasionados, con discursos en las plazas,
atacando al contendor en las calles hasta incluso llegar al recinto mismo
del hogar como sucedió con el de los Perozo. Las autoridades no eran capaces de
mantener el orden dentro de esta anarquía, ya fueran por complicidad o
debilidad.
Durante este peligroso periodo
Bartola pondría en práctica todo lo aprendido en conspiración durante el
contrabando de armas para salvarles la vida a sus hijos mayores,
participantes en el sangriento suceso. Ella los ocultaría en lugares
diferentes, bajo seudónimos o nombres simulados, principalmente a su cuarto
hijo, Damián que por ser hombre y contar con 14 años de edad queda como
responsable visible de los hechos ocurridos ese día, los rodearía de personal de su entera
confianza, ocultándolos hasta el extremo de borrarle su identidad, para
ello contaría con sus contactos clandestinos sumamente influyentes y con
su gran poder económico cuyo origen siempre ocultó, sería lo que hoy día se
conoce como programa de protección a testigos claves en peligro
de muerte.
Su inmenso y desgarrador dolor se transformarían en un deseo de venganza como nunca antes había experimentado, conduciéndola por los senderos del destino de Cipriano Castro, sería su última participación en política. Continuara...
Su inmenso y desgarrador dolor se transformarían en un deseo de venganza como nunca antes había experimentado, conduciéndola por los senderos del destino de Cipriano Castro, sería su última participación en política. Continuara...
Un hombre envuelto en una capa negra presagia una tragedia
Iglesia de Río Tocuyo