Una mujer observa aquella chiquilla de
cabellera con visos amarillos bañados por el sol, repentinamente es descubierta, le lanza un jubiloso saludo: madrina, madrina! La ve acercarse, por un momento
se diluye el tiempo, está a punto de decirle Julianita, cuando se da cuenta de
que el parecido con su hija era innegable, en ese instante decide intervenir en
su destino.
Se llamaba Petra, el femenino de Pedro, extraño
para ser el nombre de una niña de un pequeño caserío como La Unión, evidentemente
fue escogido por la devoción a San Pedro, ella nacería con el nuevo siglo, nunca
se pudo precisar la fecha exacta.
La madre, una de las mujeres del grupo a
quienes ayudo Bartola a emigrar de Río Tocuyo en busca de nuevos horizontes, tenía
dos hijos cuando queda embarazada de Goyo Castro, el cual colaboraba con su
madre dándole apoyo logístico a estas personas, conformados por parientes
pobres, indígenas o simples campesinos desplazados, uno de estos emigrantes sería
Teófila Matute, conociendo al futuro padre de su hija, el cual le ofrecería sustento
ante sus carencias y desamparo, la consecuencia sería esta hija, Petra Matute o
simplemente Pepita.
Es traída a vivir a El Toronal, Goyo no
podía criarla por estar casado y la esposa no la aceptaba. En esta época era
costumbre que los hijos habidos fuera del matrimonio, como única manera de
tener acceso a la posición social que les pertenecía por derecho de nacimiento,
era ser separados de sus madres para ser criados dentro de la familia de su
padre, ocultando su origen, en algunos casos hasta el apellido materno, así
había ocurrido con Bartola, años atrás una Nieto había intercedido por ella, la
vida tenia extraño recovecos, idéntica razón, el inmenso parecido de ambas a sus
abuelas.
Cuando María Adelina se entero de que era
sobrina de Pancho Castro, acepto llevársela con ella, ya conocía su afable
personalidad, dándole una posición respetable dentro del hogar, acorde a su sangre
pero en secreto, otro más de la familia. Se convierte en la mano derecha de la
abuela, estaban muy unidas, tenía autoridad para disciplinar a sus hijos, le
era fiel de manera incondicional.
Era cuentista de las leyendas de la zona,
cada historia guardaba un significado educativo, principios y valores
inculcados a través del folclor Venezolano, que sabiamente utilizaba a la perfección.
Crecí escuchando los cuentos de espantos, de duendes, de Tío Tigre y Tío Conejo
a su alrededor, narrados en la hacienda durante las vacaciones, allí no
existían ni televisión, ni radio, ni teléfono.
Estos cuentos fueron herramientas
poderosas en nuestra educación, por ejemplo: La Sayona, el espanto que se le aparecía
a los hombres infieles, siempre era Pancho el protagonista. Años después me enteraría
de los líos del abuelo, entendiendo el por qué ocupaba el lugar de este
personaje. La historia comenzaba con un anochecer de luna llena, el abuelo montado
a caballo rumbo a Aguada Grande, donde tenía una mujer con varios hijos, lo que
no se aclaraba en la narrativa, repentinamente en la penumbra veía la
silueta de una mujer de espalda que caminaba por la orilla de la carretera con igual
rumbo, al acercarse para piropearla, creyendo que se trataba de una soltera del
pueblo, ella volteaba a mirarlo permitiendo ver su horripilante rostro, era de
terror, según se decía los espantaba hasta matarlos del susto, Pancho se
salvaba, al correr de regreso a su casa, puerto seguro vedado a La Sayona, jurando no volver a faltarle a su mujer.
Para enseñarnos el amor y respeto a la
madre usaba el del espanto de la Llorona, Pepita comenzaba a hablar con una voz
gruesa, que producía escalofríos pues el entorno era propicio al estar inmerso
en la espesa oscuridad de la noche, en la hacienda eran más profundo que en la
ciudad, una breve pausa para el dramatismo: una mala hija, había matado a su
propia madre, al momento de morir esta la maldice, condenándola a recorrer por
siempre los caminos, llorando con el rostro oculto. La versión masculina de
esta historia era la del Silbón, quien había asesinado a sus padres quedando condenado
a cargar un saco con los huesos de ellos, sonándolos mientras silbaba. Un
argumento infalible era cuando a uno de nosotros se nos ocurría ser malcriado,
Pepita lo miraba a uno y decía “te va a salir La Llorona o el Silbón”, eso
bastaba para corregirnos.
Existían otra leyenda de la Llorona, la
segunda era la mala madre que había asesinado a su bebe recién nacida, es maldecida
por los vecinos, convirtiéndose en un espanto que lloraba llamando a su hija,
se decía que robaba niños que andaban solos, separados de sus familiares, cuando
Pepita nos cuidaba siempre nos advertía “no salgan solos afuera pues se los
puede robar La Llorona” método efectivo para permanecer bajo el perímetro de su
mirada.
Había uno, que arrancaba lágrimas a
cántaro, era el cuento del Amor de Madre, ejemplo de la devoción incondicional
de una madre, dispuesta hasta dejarse matar por su hijo y aun así perdonarlo. Esta
era la historia: una mujer algo madura logra milagrosamente tener un hijo,
cuando este se hace adulto, se enamora surgiendo el conflicto con la suegra, la
muchacha le solicita al joven, como prueba de amor, que le arranque el corazón
a su mama y se lo traiga, si quiere volver a verla. Al principio el muchacho
duda pero finalmente ante la separación de la novia, la complace, mientras
corría con el corazón guardado en una caja, se tropieza cayendo al suelo
estrepitosamente, sorpresivamente de la caja surge la voz de su madre que le
pregunta: ¿te hiciste daño, hijo? Esta historia nos dejaba bien asentado que amor
de madre, hay uno solo.
Los más fascinantes eran de los duendes, existían
gran variedad de ellos, tanto de sexo como de tareas a cumplir, buenos y malos,
gigantes y pequeños. Unos secuestraban a las personas, como le sucedió al
hermano mayor de Pepita, según contaba ella, un día se perdió, nunca se supo de
él, se lo había llevado una duenda.
Otros duendes cuidaban el ambiente, entre
estos estaban los custodios de las nacientes de las aguas y de los calvarios,
sitios marcados por una cruz. Cuando un familiar fallecía, al terminar el
novenario, se acostumbraba salir en romería por el camino rezando cinco
misterios alternados con un canto fúnebre, en el lugar que se finalizaba, allí
se plantaba una cruz con el nombre del difunto, esto eran los calvarios, donde todos
los meses se le colocan flores al difunto, si alguna persona intentaba profanar
sus alrededores, era espantado por el duende guardián.
Uno de las más interesantes y populares es
El Ceretón, un duende que se apoderaba de las jóvenes solteras, haciéndose
invisible lograba entrar a las casas, robándose a la mujer deseada. Cuando una
muchacha se desaparecía de su casa, empezaban los rumores de haber sido el Ceretón
el culpable. Una vez pasando vacaciones en El Toronal, una de las jóvenes visitantes
salió a montar caballo, como no regresaba, inmediatamente comenzó la historia
de que se la había llevado un Ceretón, al final del día apareció, quedando su
honra a salvo pues era obra de un duende, con esta explicación se satisfizo la
familia.
Pepita también contaba las historias de Bartola,
entre las cuales estaba la de las morocotas enterradas, sus trances, el poder
de alejar malos espíritus. Las de la emboscada al bisabuelo Teodoro, donde
intentaron matarlo lo que motivo la salida de El Toronal, épocas
convulsionadas.
Además de vivir en El Toronal, se mudaría a
la casa de los abuelos en Barquisimeto, encargándose de la familia. Después de
la muerte de la abuela, junto a Mamayu, pasa a ser una madre sustituta, terminó
de criar a Enrique a quien quería como a un hijo. Fue la chaperona de los amores de las
solteras, siempre las acompañaba durante los paseos y las visitas de los enamorados. Ella
llevaba los mensajes ocultos de mi tía Roselia a su novio Andrés Sánchez, buscado
por contrabando quien se escondía en la casa de la tía Pancha, ubicada en la
calle 31 donde vivía la familia Ramírez Giménez, después que se vinieron de
Santa Rosa debido al largo trayecto que recorrían las niñas para ir a la escuela
de Barquisimeto. Cuando la casa de la carrera 19 se disolvió, después de los
matrimonios de Ana y Roselia, Pepita se mudaría a vivir con la morocha Adelina ayudándola
a criar a los niños. Varios años después se iría a Caracas donde se encarga de
mi cuidado mientras mi mama Helena trabajaba. Finalmente regresa a casa de mi
tía Ana en la calle 37 donde transcurre el resto de su vida.
Pepita como la llamábamos todos
cariñosamente, nunca se casó ni tuvo hijos, un día me confesó que en su vida existió una gran
pasión, un amor imposible que no pudo realizar.
Ella era delgada, muy activa, siempre
risueña, alegre, la recuerdo realizando alguna tarea, su pasión era la repostería,
se movía febrilmente elaborando las tortas de piña volteada, los pastelitos de
carne, las crujientes torrejas azucaradas, los tequeños de queso, los canapés
multicolores, los suspiros rematados con crestas largas para los cumpleaños de
los niños de la familia. Me pegaba a su falda, para en un descuido, meter un
dedo en la dulce masa para probarla, me gustaba mucho, ella me decía que me iba
a doler la barriga porque estaba cruda. Otras veces la contemplaba en las calurosas
tardes de Barquisimeto, cosiendo, tarea más
tranquila que la repostería, lo hacía en una maquina Singer negra la cual tenía
un pedal inferior que al presionarlo con un movimiento rítmico de sus pies,
emitía un chirrido al girar el motor que movía la aguja que recorría la tela cosiéndola
hasta lograr el producto final.
El único mal que ella padecía era la
migraña, cuando esto sucedía se encerraba en su cuarto con las persianas
cerradas, en la oscuridad pues la luz le molestaba, se quedaba quieta, callada,
era extraño verla así, mis tías
ordenaban que nadie hiciera ruido para no molestarla, todos caminábamos de
puntilla. Ella muere en 1990, en el ancianato de Santa Rosa.
hermosa historia de Pepita, la relata exactamente como la recordamos !!
ResponderEliminarHermosa historia, leerlA me trajo a la memoria gratos recuerdos. los cuentos, los dulces, los pastelitos,..
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