Aquellas historias narradas de noche bajo la luz de la luna en El Toronal parecían fantasías, otros cuentos escabrosos o chocantes a la moral y buenas costumbres actuales al no comprender las motivaciones imperantes en el siglo XIX, pero lo llamativo eran los sucesos no contados, dejados allí en la penumbra, levemente insinuados, clamando ser revelados, existía una clave para ser descifrados algún día.
Todo comenzaría con la llegada al país procedentes de Francia, de Juana Pinto y Juan de Cárdenas, coincidencialmente habían compartido juntos el duro viaje en aquel barco, ambos llevaban un mismo objetivo, residenciarse en la pujante Carora de principios del siglo XVII, allí se casarían años después, pero dos años antes de este matrimonio presenciarían la reunión del Ayuntamiento en la cual se decretarían las fundaciones de los nuevos poblados que darían origen al Cantón Carora ocurrida en 1620, un gran acontecimiento, ocasión para asistir vestidos de gala, a la usanza del ostentoso estilo francés. Esta pareja, a través de su descendencia, emprendería un camino que los conduciría a formar parte de las primeras familias en asentarse en uno de los nuevos asentamientos, mediante su hijo Matías y el mestizaje se originaria una de las familias mas notoria de la naciente región, de allí surgiría Bartola, un personaje multifacético, históricamente desconocido que jugo un papel fundamental en el poblado que la vio nacer, incluso con repercusión nacional, cuya herencia vendría de esta reunión constitutiva y los hechos que confluyeron aquel día marcarían su destino 230 años después.
Después del sangriento y feroz siglo XVI de la conquista donde ocurriría el nacimiento de las primeras ciudades, vendría el menos convulsionado siglo XVII marcado por una explosión de fundaciones de los pueblos doctrineros, llamados así por no contar con todos los poderes públicos pero si con un cura doctrinero, entre ellos estaría Río Tocuyo, caracterizándose sus inicios por una gran inestabilidad que duraría los 75 años subsiguientes a su fundación, período que transcurre entre las altas y bajas de los diferentes intentos de su establecimiento y poblamiento.
Todo comenzaría con la llegada al país procedentes de Francia, de Juana Pinto y Juan de Cárdenas, coincidencialmente habían compartido juntos el duro viaje en aquel barco, ambos llevaban un mismo objetivo, residenciarse en la pujante Carora de principios del siglo XVII, allí se casarían años después, pero dos años antes de este matrimonio presenciarían la reunión del Ayuntamiento en la cual se decretarían las fundaciones de los nuevos poblados que darían origen al Cantón Carora ocurrida en 1620, un gran acontecimiento, ocasión para asistir vestidos de gala, a la usanza del ostentoso estilo francés. Esta pareja, a través de su descendencia, emprendería un camino que los conduciría a formar parte de las primeras familias en asentarse en uno de los nuevos asentamientos, mediante su hijo Matías y el mestizaje se originaria una de las familias mas notoria de la naciente región, de allí surgiría Bartola, un personaje multifacético, históricamente desconocido que jugo un papel fundamental en el poblado que la vio nacer, incluso con repercusión nacional, cuya herencia vendría de esta reunión constitutiva y los hechos que confluyeron aquel día marcarían su destino 230 años después.
Después del sangriento y feroz siglo XVI de la conquista donde ocurriría el nacimiento de las primeras ciudades, vendría el menos convulsionado siglo XVII marcado por una explosión de fundaciones de los pueblos doctrineros, llamados así por no contar con todos los poderes públicos pero si con un cura doctrinero, entre ellos estaría Río Tocuyo, caracterizándose sus inicios por una gran inestabilidad que duraría los 75 años subsiguientes a su fundación, período que transcurre entre las altas y bajas de los diferentes intentos de su establecimiento y poblamiento.
En esta asamblea constitutiva convocada para fundar, entre otros, al poblado de Río Tocuyo donde años después nacería Bartola, estarían los más relevantes vecinos, conmocionando con su presencia los asignados Jueces Pobladores, destacándose el recién nombrado de Río Tocuyo, el muy conocido Capitán Diego Gordon, quien era entonces el Regidor Perpetuo de Carora, hijo de uno de los fundadores de Carora, un solterón del cual se rumoreaba secretamente sus escandalosas preferencias de pareja del mismo sexo, venía acompañado de sus hermanos mayores, Pedro quien era sacerdote y Alonso el Casanova acompañado de su mujer, una española de nombre Luisa de Castro y de su hijo Antonio de 20 años, nacido en ese lugar y heredero de su tío al no tener descendencia.
El extremeño Pedro Gordon de Almazán, padre de estos hermanos, había arribado al país con su esposa en 1569, reclutado en Extremadura para participar en la búsqueda de El Dorado, al equivocar el rumbo, llegarían a Borburata en vez de la desembocadura del Orinoco que era su destino, fracasando en la loca expedición, ante lo cual la esposa le reclama por abrigo y alimento para sus pequeños hijos que llevan con ellos, decidiendo desertar junto a un numeroso grupo de compañeros, encaminándose hacia Barquisimeto que quedaba relativamente cerca.
Llegando a esta ciudad se encuentra con el recién nombrado Gobernador y Capitán General de Venezuela, Hernández de Chaves quien se dirigía a El Tocuyo, entonces capital de Venezuela, con el fin de tomar posesión del cargo, el nuevo gobernante decide contratar a estos hombres como mercenarios, aceptando estos el ofrecimiento de inmediato pues se habían quedado sin trabajo. Al entrar Pedro Gordon a la ciudad capital se encuentra con el revuelo de la conflictiva fundación de Carora que despertaría encontradas pasiones, por lo que es enviado de inmediato a la novel ciudad, participando en la segunda, luego en la tercera y ultima fundación, su eficiente desempeño lo acreditaría para ser nombrado alcalde ordinario y a su muerte ser sepultado con honores en la Capilla Mayor de la Iglesia de San Juan Bautista de Carora.
Sus hijos igualmente jugarían un papel crucial, famosos por sus diferentes historias: el segundo llegaría a ser cura de la naciente Iglesia Parroquial de Carora y luego Obispo de Venezuela; el tercero sería Diego, el Juez Poblador. La cuarta hija nacida aquí en 1572 durante este turbulento periodo, se casaría de 15 años con el Capitán Pedro González, Primer Mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Carora, siendo uno de sus fundadores. Del menor Juan, también nacido en Carora se desconoce su vida. El mayor Alonso, único en dejar descendientes, tan conocido como sus hermanos pero en un campo diferente, era un destacado Casanova que nunca se casó sin embargo mantuvo relaciones con diferentes mujeres, clasificándolas en dos grupos: las españolas “recogidas” con las cuales tuvo hijos ciertos como Antonio y las “algo libres” con quienes dejo hijos dudosos; para serenar su conducta libertina fue síndico del Convento de San Francisco de Carora, lugar “ideal” para consolar a tanta damisela solitaria, en cuyas gruesas paredes estarían enterradas las evidencias del pecaminoso proceder. A su muerte acaecida dos años después de celebrarse el Cabildo Constitutivo, se fundaría una Capellanía ordenada en su testamento para espiar sus numerosos pecados de la carne.
La Constituyente.
La Constituyente.
El ujier parado en la puerta del solemne acto golpea con su bastón el piso de madera para anunciar la entrada de otro invitado, se trata del canario Alonso Hernández Bancalero, llegado al país simultáneamente con los franceses, vendría a esta histórica asamblea acompañado por su joven esposa Ana González de Ocanto, dos de cuyas hijas se enlazarían matrimonialmente tanto con el sobrino del fundador de Río Tocuyo como con el hijo del matrimonio francés Pinto de Cárdenas. Detrás ingresa el caroreño Esteban Ocanto padre de Ana, causando una gran expectativa pues trae a su exótica esposa María Espejo, una mestiza de la Real Corona, nacida a finales del siglo XVI, vistiendo un traje típico de su raza lo que la hacía verse muy llamativa.
Es de hacer notar que en los siglos XV y XVI el mestizaje era admitido porque de cada 10 conquistadores llegados de América, de 8 a 9 venían solos. La manera de garantizar el poblamiento para asegurar el territorio conquistado era el cruce con los indígenas, a quienes se les otorgaba una real cédula para darles categoría de súbditos españoles, por lo que estos matrimonios eran bien visto y sus hijos aceptados a plenitud, condición social diferente a los mestizos del siglo XVII en adelante, cuando nacería Río Tocuyo, ocurriendo un cambio de conducta explicable por la explosión demográfica que coparía más del 65% de los descendientes de los conquistadores, obligando al gobierno español a invertir la estrategia por verse amenazado sus interés monopólicos al no contar con la lealtad de estos hijos americanos, finalizando el mestizaje al imponer el criterio del linaje puro y la peyorativa clasificación medieval del descendiente de sangre manchada, prohibiendo el casamiento con ellos, limitando derechos fundamentales como el estudio y tipo de trabajo que podían desempeñar. De propiciar esta división en castas y resguardar la pureza de sangre se encargaría la poderosa Iglesia Católica.
Es de hacer notar que en los siglos XV y XVI el mestizaje era admitido porque de cada 10 conquistadores llegados de América, de 8 a 9 venían solos. La manera de garantizar el poblamiento para asegurar el territorio conquistado era el cruce con los indígenas, a quienes se les otorgaba una real cédula para darles categoría de súbditos españoles, por lo que estos matrimonios eran bien visto y sus hijos aceptados a plenitud, condición social diferente a los mestizos del siglo XVII en adelante, cuando nacería Río Tocuyo, ocurriendo un cambio de conducta explicable por la explosión demográfica que coparía más del 65% de los descendientes de los conquistadores, obligando al gobierno español a invertir la estrategia por verse amenazado sus interés monopólicos al no contar con la lealtad de estos hijos americanos, finalizando el mestizaje al imponer el criterio del linaje puro y la peyorativa clasificación medieval del descendiente de sangre manchada, prohibiendo el casamiento con ellos, limitando derechos fundamentales como el estudio y tipo de trabajo que podían desempeñar. De propiciar esta división en castas y resguardar la pureza de sangre se encargaría la poderosa Iglesia Católica.
La estirpe.
Matías Pinto de Cárdenas nacido en Carora e hijo de los franceses, crece en un hogar culto, muy bien relacionado con el resto de europeos aquí residenciados. Contrae un primer matrimonio con la hija menor de Ana de Ocanto y Alonso Hernández Bancalero convirtiéndose en concuñado de Antonio Gordon, casado con la hija mayor, entrando así la descendencia de Matías en contacto con el fundador de Río Tocuyo. Matías, después del nacimiento en 1665 de su segunda hija Cecilia, queda viudo casándose nuevamente con Petrona Hernández Pavón de 15 años, sobrina en segundo grado de su fallecida esposa, igualmente perteneciente a los Hernández Bancalero, nieta de un portugués venido a Carora en la misma época que los franceses. La joven Petrona daría a luz a la irreverente María Pinto de Cárdenas, por sus venas correría la mezcla tanto de la noble mestiza real como de franceses, españoles y portugueses, viviría en una familia cuyo tema frecuente era la historia del poblado situado a las riberas del río Tocuyo, despertando su pasión por esta tierra y de cuya estirpe descendería prácticamente toda la clase mantuana asentada aquí. Esta bella y refinada mujer con sangre de Ocanto pero alma Gordon protagonizaría dos descollantes sucesos que fueron la comidilla de la sociedad caroreña por razones opuestas, trascendiendo hasta nuestra época.
Iglesia de San Juan Bautista de Carora.
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