Uno de los recuerdos que atesoro de mi infancia vividos en el hogar donde crecí era ver a mis tías Ana y Roselia volcadas febrilmente elaborando un vestido alrededor de una gran mesa de madera redonda semejante a la de los caballeros medievales pero con una diferencia, en su borde existían múltiples cajones en bajo relieve que servían para guardar las fichas pues este mueble se había fabricado especialmente para jugar barajas, actividad que se practicaba todas las noches por mis familiares.
Pero
esta mesa tenía múltiples personalidades además de la mencionada, a veces servía
de soporte de tortas y confites de cuanto cumpleaños se celebraban en la
numerosa parentela, a veces para almorzar, otras para hacer la tarea escolar o
jugar los niños, sin embargo la que me gustaba mas era cuando la utilizaban para
la costura inundándola de objetos como la amarilla cinta métrica, los
alfileteros unas almohadillas cubiertos como un puercoespín de agujas y
alfileres, los largos hilos policromos, botones de todos los tamaños y colores,
cierres cortos y largos, brillantes cintas de sedas, encajes, tijeras, objetos minúsculos
como los canutillos una especie de piedrecitas resplandecientes y las telas sobre
las que se colocaban los patrones de costura unos dibujos en papel que se
compraban en la avenida 20 para ser calcados en ellas con ayuda de las tizas de
marcar, luego se recortaban para finalmente pasarla a la maquina Singer negra que
tenía un pedal inferior que al presionarlo con un movimiento rítmico de los
pies emitía un chirrido al girar el motor que movía la aguja con la que cosían
las piezas de telas.
La
diversidad de los coloridos objetos, el aroma desprendido de las telas nuevas,
el sonido al coser me hipnotizaban, mi curiosidad no tenía fronteras: tías, para
que sirven esas piedritas tan pequeñas? Ellas me respondían que esos canutillos
unidos entre si le daban brillo y luz al traje, luego las veía repartiéndose el
trabajo y les preguntaba: Por que tu cortas y ella cose? me explicaban que cada
persona nace con una habilidad especial que le permite realizar un trabajo
perfecto, yo insistía en mi inquietud: Como saberlo? hija, debes descubrirlo con
el estudio y la dedicación, crecí escuchándolas reconocer equivocaciones en la
costura volviendo sobre sus pasos para descubrir el error, también les inquiría
sobre los dedales metálicos que se colocaban en sus dedos cual casco de soldado,
por que los usan? amorosamente me explicaban que se protegían de los pinchazos
de las agujas pues no se daba puntada sin dedal para no salir herida.
Así
fue que durante las calurosas tardes barquisimetanas envuelta en esta mágica
atmósfera de mis tías cosiendo, mientras esperaba a que mi madre llegara del
trabajo, asistía sin saberlo a un
valioso aprendizaje de vida como fueron la organización en equipo, el delegar
tareas al que mejor lo pueda hacer, a planificar, a tomar precauciones en los
riesgos, asumir responsabilidades en las tomas de decisiones, la importancia de
lo pequeño, reconocer los errores sin ningún complejo para corregirlos y
obtener del caos existente el objetivo deseado que surgía poco a poco como sus
vestidos producto de un trabajo en conjunto.
Hoy día me doy cuenta que soy
demócrata gracias a las vivencias alrededor de esta mesa y por este medio quisiera
compartirlas humildemente con los mediadores del terrible conflicto en que nos
encontramos los venezolanos con la esperanza que contribuyan a construir una
verdadera comisión de paz para lo cual es necesario que estén presentes todos los
elementos de la mesa de costura de mis tías.
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