Aregue 1866
Una carreta
traslada a una marchita joven por un polvoriento camino marcado a ambos lados
por arbustos y cardones, va recostada en las faldas de una morena mujer quien amorosamente
cura las heridas de su maltratado rostro y la cual jugaría un papel inesperado
en su vida, ayudándola a superar lo acontecido a orillas del río Tocuyo apenas
unas horas antes pero que secretamente también tenía otra misión.
Al entrar
recorren Aregue, pueblo de despejado horizonte y límpido cielo azul, distinguiéndolo
a medida que recobraba brevemente la conciencia, ve a un joven sacerdote galopando
veloz en sentido contrario, intenta sentarse pero siente un dolor punzante en
el bajo vientre que se lo impide, busca alcanzar el sitio de donde proviene, entonces
una suave mano se interpone a la suya. Gira la cabeza y la mira, reconociéndola
por su aspecto indígena y quien con dulzura le informaba.
—Ya llegamos, hija aquí estarás a salvo, te protegeré
con mi vida si es necesario.
Alcanzan el
lugar donde se hospedarían gracias a un favor concedido a sus dos parentelas,
los Nieto y los residentes del lugar, los Castro, del cual descendía su madre cuya
identidad desconocía en ese momento.
Un cura de
afable rostro discretamente les hace seña para que ingresen por el portón de
campo, una gigantesca puerta de dos hojas de oscura madera que accedía al patio
trasero de la vivienda, pudiéndose entrar ya fuera en carruaje o a caballo. En
este lugar nacería por segunda vez.
Bartola, hundida
en una espesa bruma de la cual surgía de vez en cuando, lograba diferenciar a un
grupo de mujeres ataviadas con largos camisones de colores terrosos portando collares,
aretes y pulseras, danzando a su alrededor al ritmo de un extraño cántico, mientras
le suministraban brebajes, le colocaban cataplasmas en sus heridas y le exhalaban
el humo de un tabaco encendido, pareciéndole una alucinación.
Fueron interminables
noches en las que se despertaba gritando y temblando agitadamente al soñar que sus atacantes la rodeaban, su
nana, Juana Bautista la tomaba en sus brazos y la acunaba consolándola.
—Shh…. Aquí estoy hija.
Poco a poco su
cuerpo comenzaría a recuperarse de aquella lacerante vivencia, sin embargo su
espíritu permanecería roto por un largo tiempo.
—Padre, ¿Ha visto a Bartola?. No está en su cama y no la
encuentro por ningún lado.
Domingo Vicente dejando de leer levanta la cabeza y le
informa a la preocupada
india.
—Fue a la Iglesia.
Juana Bautista apresuradamente se dirige al lugar, al entrar distingue a Bartola de rodilla en uno de los bancos y percibe su intenso dolor.
La joven delante del majestuoso lienzo de la Virgen de Chiquinquirá está sollozando desconsoladamente, acercándose lentamente desde atrás la india la abraza, ella la identifica por su olor a flores de malagueta que conocía, se levanta aferrándose a la mujer sintiendo que un cálido amor protector la cobijaba, un inédito sentimiento hasta ese momento.
Esta imagen
pintada sobre un tapiz, que por sus rasgos mestizos es conocida como la Virgen
India, venerada por los indígenas locales y con fama de milagrosa, le
concedería el ruego a esta joven dándole consuelo a su pesar, fecha a partir de
la cual se convertiría en su patrona, conduciéndola inesperadamente por el
camino de la conspiración política.
Tanto la Virgen como la Iglesia tienen una historia que se pierde en el tiempo y se entrecruza con las innumerables leyendas de estas tierras. Se cuenta que una india de nombre Chiquinquirá encontró un tubo con un tapiz con dicha imagen, trasladándolo a lo que en un futuro sería el pueblo de Aregue, construyéndole una humilde capilla. Coincidencialmente con este hallazgo acontece que un español de la compañía Guipuzcoana, navegando rumbo a Venezuela fue sorprendido por una tormenta, naufragando en alta mar, ante la precaria situación le ruega a la Virgen del Santo Rosario que lo salve, apareciendo un tonel de madera al que se aferra logrando llegar a la playa. Estando inconsciente tiene una visión de una Virgen en un templo frecuentado por cientos de fieles, al despertar interpreta esto como una solicitud de construirle tal edificación y decide hacerlo en agradecimiento.
Un día el náufrago, encontrándose en Carora, se tropieza con el cura de Aregue a quien le comenta la visión, ante su descripción, es conducido a la capilla para que vea la existente allí, reconociéndola como su salvadora, cumpliendo con su promesa, le otorga una gran suma de dinero al presbítero que además tenía conocimientos de arquitectura y personalmente dirige su construcción.
En aquel Templo, ambas mujeres permanecen abrazadas durante unos instantes, entonces Juana Bautista soltándola y girando la engancha amorosamente por la cintura.
—Ven conmigo, hija.
Lentamente caminan a lo largo del pasillo central hasta los pies del altar labrado en madera que acuna el lienzo de la Virgen Morena. Tomándole una mano se la coloca sobre la imagen y le señala.
—No llores más, hija. Roguémosle que te de la paz.
Ella la observa de reojo, en el fondo de su alma presiente una inminente revelación, desde que habían llegado a Aregue insistentemente le decía hija y decide confrontarla.
—¿Quién eres tú?.
Juana Bautista se desborda cual dique incontenible.
—Soy tu madre.
La apesadumbrada joven, ásperamente le recrimina.
—¿Por qué me lo ocultaste?.
Juana Bautista con un dejo de dolor la observa e intenta explicarle.
—Mírame y mírate, somos como la luna y el sol. Tienes sangre india pero también Nieto, igual que yo, las dos somos mestiza pero, yo soy morena y tú eres blanca con esos hermosos ojos azules, lo que impidió que mi tribu te aceptara, ni padrinos de tu bautizo quisieron ser, por eso la hermana de Juan Nepomuceno ocupo ese lugar.
La morena mujer de oscuro cabello, suspira ante el silencio de la joven.
—Cuando Juana Paula me localizó, se ofreció encargarse de ambas, una propuesta salvadora que me llevo a tomar lo que entonces creí era la mejor decisión para ti, aceptar criarte en su casa sin que conocieras la verdad.
Bartola apartándose abruptamente de su lado, le expresa a la angustiada mujer.
—Ahora entiendo lo que mi primo Tomas me dijo en mi primera comunión y la razón de que algunos parientes me susurraran al oído palabras inapropiadas, que no se las decían a mis primas, provocando que me sintiera sucia.
Luego de un breve silencio duramente le manifestaría.
—Yo no podría separarme nunca de un hijo.
Sin embargo el destino tenía dispuesto otra cosa, años después ella se vería obligada a hacer algo similar pero con cinco de sus seis hijos.
Antes de salir
de allí, suspirando entrecortadamente le demanda.
—Vete, déjame sola, no te
necesito, regresa a Río Tocuyo.
Contradictoriamente al enfrentar aquella dolorosa revelación, la primera rosa de su vida, encontraría cierta paz a su otro sufrimiento y se transformaría en una leona de dos mundos confrontados, separados, unidos, desiguales, que lograría conjugar gracias a su don de liderazgo, protagonizando una historia sin igual en la cual el párroco de Aregue jugaría un papel fundamental convirtiéndose en un amigo incondicional.
Le india Juana Bautista entristecida busca a su confesor para comunicarle que Bartola reaccionó de mala manera a su revelación y le ordenó que regresara inmediatamente a Río Tocuyo.
—Padre, debo irme.
Domingo
Vicente trata de calmarla y le promete cuidar a la joven.
—Dale tiempo para que sane, yo la ayudare a reconciliarse con su historia. Vete tranquila.
Gracias a esta revelación se le abriría un inesperado camino que siempre había deseado.
Domingo Vicente se dirige al jardín donde se encuentra la pensativa joven.
—Bartola, ¿me puedes decir que sucedió?.
Ella alzando la cabeza y secándose unas lágrimas, le responde.
—Padre, soy de sangre manchada.
El cura tratando de consolarla le apunta.
—Ante Dios todos somos
iguales.
Entonces la joven con un áspero tono de voz.
—Sí, pero por ese motivo no pude recibir educación en un Colegio, solo se leer y escribir gracias a Juana Paula. Del resto soy una ignorante.
Una cálida mañana el sacerdote
la llama y se dirige al fondo de su oficina sacando un mazo de llaves de un
bolsillo de su oscura sotana abre una puerta, apartándose a un lado para darle
paso le muestra.
—Bartola acércate,
te revelaré algo.
Ella entra maravillada a aquella secreta biblioteca, se acerca a los estantes y lee algunos títulos impresos en sus lomos, medicina, filosofía, astronomía, matemáticas, historia del cristianismo y de los mártires cristianos. Este último libro, narraba las terribles vivencias de los santos y como la sobrellevaron, conocimientos que la ayudarían a encontrarse con la fe nuevamente, consolando su dolor.
—A partir de hoy las
puertas de este mundo de conocimientos estarán abiertas para ti y yo seré tu maestro,
te convertiré en una persona
letrada como deseas.
—Será un secreto entre
ambos.
Domingo Vicente también la iniciaría en las conspiraciones
políticas que bullían en Aregue, sobre todo los conflictos internos del Clan
Castro.
Ella se volcaría
frenéticamente en los libros de la Iglesia, sería una aprendiz insaciable.
—Vete a dormir, descansa mañana será otro día y los
libros seguirán aquí.
Este cura poseía
una historia peculiar, estando casado inesperadamente queda viudo con un hijo, siguiendo
la costumbre de la época, le pide matrimonio a su cuñada pero es rechazado. Ante
este desplante, en un arrebato de despecho, se ordena sacerdote, ocupando el cargo
de cura en propiedad de Aregue, como se denominaban en aquellos lejanos tiempos
pues compraban con sus fortunas el derecho de por vida de ejercer en la
parroquia.
Acontece que posteriormente
la cuñada cambia de opinión pero ya no podían casarse, entonces deciden convivir
en concubinato. El pueblo lo acepta como un matrimonio, exigiéndole solo dar
ejemplo de fidelidad.
Resulta que el
sacerdote debido a su fogosidad, rompe el tácito convenio siendo escandalosamente
infiel, conducta rechazada ferozmente por ser un mal ejemplo para los hombres
casados del pueblo. Esta situación es denunciada por las damas de la feligresía
ante sus superiores quienes envían a un Arzobispo para que intervenga.
Monseñor, intentando
evitar el carácter belicoso de este cura, simulando estar interesado en su
comodidad, diplomáticamente procede con el siguiente interrogatorio.
—Padre,
¿Ud. tiene quién le cocine?, ¿Quién le limpie la casa cural?, ¿Está bien
atendido?.
El controversial
personaje, ajeno a toda disciplina, dándose cuenta de las verdaderas
intenciones de las preguntas, responde con un dejo de ironía.
— Si
su Eminencia, me alimento tres veces al día, me asean la casa, lavan mi ropa
diariamente, duermo muy bien todas las noches y follo tres veces por semana, tal
como Dios manda.
Ante tal
respuesta, el Supervisor sale despavorido rumbo a Barquisimeto recomendando a
las autoridades religiosas no volver a importunarlo y como los
Padres podían también ser padres, el caso fue cerrado.
Domingo Vicente
Oropeza a pesar de su carácter poco benigno, nada tolerante con sus feligreses,
sin embargo sus amigos contaban con el absolutamente, demostrado con la joven
siendo además de su mentor también su cómplice en varios complots, incluso uno para
salvarle la vida a un hijo por un trágico suceso ocurrido años después. Fue el
párroco de Aregue por 40 años, hasta su fallecimiento apoyando a Bartola.
Un día habiendo transcurrido
cierto tiempo y recuperado sus fuerzas, siente que había llegado la
hora de enfrentar la realidad y se lo comunica.
—Padre,
estoy lista para volver
a
Río Tocuyo.
Camino de regreso rememora el maltrecho
estado en el cual se encontraba apenas tres meses atrás, en cuanto había
cambiado, no sabía si para bien o para mal, debía averiguarlo. Sin embargo una imprevista consecuencia le robaría la naciente
y frágil paz.