Un lugar llamado Carora
Un extravagante reptil cubierto de espinas a lo largo de su delgado cuerpo atraviesa veloz aquella fantasmagórica región semidesértica desapareciendo mágicamente en una hendidura del cuarteado y reseco suelo librándose del inclemente calor provocado por el abrasador sol que desdibujaba el horizonte salpicado de cardones y cujíes.
Perezosamente
unos chivos mordisquean las hojas de los arbustos indiferentes al árido ambiente que las rodea, inquietante desolación
que no permitía vislumbrar que alguna vez allí se escribieron las páginas de
una historia crucial, sepultadas en la memoria y la arena del tiempo, resguardadas
por un sinnúmero de secretos que esperaban ser parteados, quizás algún día.
Esta
agreste región en un remoto tiempo daría origen a una mujer signada por una vorágine
de turbulentas vivencias a veces felices, otras intensamente agrias y dolorosas.
Su
infancia transcurriría dentro de un acogedor ambiente familiar, estimulando a una
alegre joven cuya risa cantarina llenaba su entorno, irradiando un magnetismo imposible
de ignorar.
Como
todo joven era de carácter despreocupado y rebelde, hasta que un día una
traumática experiencia como una oscura tormenta invernal la envolvería violentamente
alejándola de su inocencia de manera dolorosa a partir del cual su vida tomaría
un inesperado sendero provocando que la realidad
conocida se derrumbara al revelarse una
oculta verdad, la cual como un río desbordado impetuosamente buscaría su trayecto,
un destino inevitable.
Su mundo estaría atrapado por una diversidad
de normas que constituían las asfixiantes tradiciones de la Colonia pero las
cuales no impedían que fueran trasgredidas, el pecado era practicado impunemente
reinando
una doble
moral, propiciando el secretismo, lo oculto, el
arte de la hipocresía, de lo que nadie hablaba pero todos conocían.
Existía una condena insalvable,
el franco rechazo social de acuerdo al
linaje, los nobles o puros de sangre y los de sangre manchada o descendientes
fuera del matrimonio. La pureza de sangre era tan importante
que si se
quería perjudicar a alguien bastaba con poner en duda su árbol genealógico regando
rumores anónimamente o lanzando panfletos en la plaza del pueblo sobre su
origen.
Los privilegios del poder se preservaban a
través de una clara división de clases marcadas por los apellidos, encargándose
de ello estaban las godarrías, influyentes grupos cívico-religiosos conformados
alrededor de unas cuantas familias unidas por sus endogamias o matrimonios entre
parientes quienes ejercían un dominio en esta sociedad, residenciados
en localidades sumamente tradicionales en cuanto a las costumbres españolas.
Junto
a la poderosa Iglesia Católica existían Centros Educativos muy avanzados, formando
ambos un binomio encargado de resguardar los privilegios obtenidos por la sangre. Para tener
acceso a estos Colegios debías ser noble, los manchados no gozaban de este beneficio
a menos que contaras con un oculto padrino.
Bajo estas circunstancias se desenvuelve esta historia que se desplegará
en tres poblados íntimamente ligados por su ascendencia, costumbres, pecados y antagonismos donde las vicisitudes
de la protagonista se mezclaran en un torbellino cada vez más complejo.
Carora,
comarca con un dominante comportamiento conservador y fieles cumplidores del ceremonial católico que apuntala un gran arraigo con la tierra donde
nacieron. Aun hoy, sus domingos están marcados por la misa y la salida al
club social en donde comparten una agradable conversación de intrigas
familiares y de conspiraciones políticas, todos conocidos y emparentados, siendo
característico el típico saludo: Pariente, ¿Como esta?.
Como
cualquier otro pueblo, alrededor de la plaza estaba la guarnición militar, los poderes públicos y las viviendas principales. Un ir y venir de transeúntes te envolvía,
sonidos de cascos de caballos, el vociferado de los pregoneros y el aguatero
con sus burros cargando el agua de manantial para los hogares. En las esquinas
de la plaza se observaba a los vecinos reunidos para enterarse de las noticias traídas por los viajeros, el correo, o
comentar el
último escándalo de alguna familia,
siendo los preferidos.
En
medio de aquella algarabía no era difícil encontrar su
Iglesia adyacente, un poco hacia el fondo de la plaza. Aún hoy al acercarte percibes ciertas peculiaridades, lo primero es la forma rectangular del marco de su
puerta además de estar realizado con piedras, llamando poderosamente la
atención por tratarse de un raro material entre los templos locales, resaltado aún
más por sus formas cubicas encajadas perfectamente, al continuar detallando observas
su torre lateral rematada en forma piramidal puntiaguda todo una composición
geométrica de su fachada que despierta una extraña sensación de la existencia
de un susurrante enigma, uno de los más celosamente guardados por esta sociedad,
remontándose a sus orígenes.
A las
afueras de la ciudad se localizaban las bulliciosas pulperías donde se jugaba cartas, se ingería aguardiente,
se hablaba de negocios, de política y
por supuesto se conspiraba. Allí se adquirían enseres locales y los traídos
clandestinamente por barcos a las costas de Falcón. Un mundo al margen de la
ley que conllevaría a la existencia de crímenes como el ocurrido a unos famosos
hermanos contrabandistas.
Al transitar por sus calles se podían diferenciar
tres clases sociales, no solo por el color de piel sino también por sus riquezas:
la blanca, la india y la negra.
En los blancos existían dos categorías, los
pudientes de abolengo o mantuanos y los blancos de orilla, carpinteros,
herreros, talabarteros, maestros de cantería, sastres, barberos y otras labores.
Dentro de los mantuanos se diferenciaban los nacidos en América de los nacidos
en España quienes detentaban privilegios excepcionales.
Los indios mantenían la propiedad de sus tierras a
través de los Resguardos Indígenas que desencadenaría un fatídico suceso en
estas tierras.
Los negros ocupaban el extremo de la
sociedad como esclavos sin paga.
En los mantuanos prevalecía una rígida sociedad
estamentaria llegando a extremos como negarles la entrada a los mestizos y
mulatos a la Iglesia de San Juan Bautista asignándoles la capilla de El
Calvario para su uso, un fenómeno discriminatorio que abarcaba a los Santos, a
los curas y las Iglesias que a pesar de su preponderante mentalidad católica no
bastaba para superarla.
A la segregación
racial se sumaba lo político, tan era así que las iglesias de las ciudades estaban
reservadas para los curas conservadores y la de los pueblos para los liberales,
despreciados por esta rancia sociedad cuya enemistad daría origen a las
tragedias de los liberales hermanos Aguinagalde.
Uno asesinado a
puñaladas en Barquisimeto por propiciar la abolición de la esclavitud y en el cual estaría involucrado un conocido sacerdote conservador. El otro,
un párroco que por ser
liberal sería expulsado de Carora humillantemente montado de espaldas
en un burro y es el autor de la célebre maldición del Fraile:
“Malditos sean estos godos hasta la quinta generación”.
Aregue era
famoso por la presencia del irreverente cura Domingo Vicente Oropeza, por el
feroz Clan de los indios Castro que le otorgaban fama de ser un
pueblo peligroso y por su Iglesia en la cual se encuentra la morena Virgen de Chiquinquirá,
venerada por los indígenas.
Río Tocuyo era socialmente más tolerante, aceptaban
de buen grado al mestizo aunque sutilmente quedaba algún resquemor, aquí nacería
y crecería la protagonista sumergida en sus contradicciones que marcarían
esta generación.
Era una
época de gran galantería y romanticismo originado de los delicados modales europeos heredados.
Una sociedad preñada de numerosos mitos, leyendas y pasiones nocturnas estimuladas por el caluroso clima que llegaba a rajar el suelo y nublar
la mente de sus pobladores, una especie de caldo que da sazón a los misterios
de esta región y a su sociedad de cómplices.
Bartola visitaba las riberas del Río Tocuyo,
un paisaje que la seducía por el tempestuoso correr de sus aguas transmitiéndole
una paz inigualable, un consuelo a su soledad y donde acaecerían los hechos más
relevantes de su vida.
Mientras contemplaba hipnotizada su
entretejido cauce similar a su enmarañada vida meditaba sobre los temas que la
agobiaban y la herían en lo profundo de su ser.
Perseguiría subsanar esta brecha pero esto
la conduciría a través de una cadeneta de simulaciones que crecerían como una
enredadera hasta cubrirla y
transformarla inexorablemente en la dama invisible con un subyugante mundo de secretos,
sus rosas, esta
es su historia.
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