El hermoso paisaje de Río Tocuyo despertaba con el trinar de los pájaros, el inconfundible rebuznar del asno y el cantar del gallo, anunciando la salida del astro rey, el sol, asomándose apretadamente entre las colinas desdibujadas en el brumoso horizonte del pueblo, irradiando con sus primeros rayos al entorno que permitía ver, ya a esa temprana hora, brotando de los techos rojos, miríadas de columnas de humo
alargándose hacia el cielo como queriendo acariciarlo, esparciéndose el olor a leña
quemada de los fogones impregnando el ambiente de aquel aroma característico. En la lejanía se escuchaba un rítmico retumbar
proveniente de los mazos de madera al estrellarse en los pilones, al machacar el maíz para elaborar las arepas, mientras tostaban el café del
desayuno que esparcía un aromático olor, mezclándose con los anteriores, otorgándole un sello inconfundible a estas faenas de cocina realizadas por las mujeres cotidianamente en todos los hogares de aquellos pueblos, de aquellos tiempos, de aquella época, de sortilegios, supersticiones y leyendas.
Poco a poco comenzaban a sumarse los
sonidos de cascos de caballos y el llamado de los pregoneros recorriendo las
calles ofreciendo los productos que traían los vendedores ambulantes en sus
carretas llenas de mercancías: velas, escobas, plumeros! Cruzándose en este
remolino venía el aguatero, trasladando el agua del río en toneles de madera, cargados en arreos de burros, repartiéndola de casa en casa por la mañana y en
la tarde, para el consumo diario, luego de ser filtrada en la piedra del tinajero. Además de
este ir y venir, en las esquinas de la plaza se
reunían los vecinos a enterarse del último acontecimiento, el ambiente poco a poco se
trasformaba en una algarabía del quehacer humano propios de la actividad comercial y social.
Las casas eran fabricadas con la
técnica del tapial encofrado, una armazón de madera donde se vaciaban mezclas
de diferentes fórmulas, las más populares eran la de tierra o barro apisonado
conocida como bahareque que permitía una rápida construcción pero poco resistente. Las realizadas de calicanto,
cemento antiguo, un conocimiento masón transmitido secretamente en épocas
pasadas entre maestros constructores, eran más solidas debido
a que la tierra se humedecía con cal diluida a
la que se añadían distintas proporciones de otros materiales del entorno como
arena y arcilla, el secado duraba meses lo cual entorpecía su uso masivo, al
terminar se le colocaba un friso o enlucido, mezcla casi pura de cal y arena
para proteger la pared de la lluvia y el viento además de darle un mejor
acabado, permitiendo la existencia de estas estructuras hasta hoy día. Un
ejemplo de este tipo de construcción lo podemos apreciar en la iglesia San Juan
Bautista de Carora situada en la plaza, realizada con la técnica del tapial y
mampostería, con un frente geométrico logrado por sectores de formas cubicas y
triangulares dispuestos simétricamente, formas con un significado gnóstico que demuestran su construcción por maestros masones, todo recubierto de pizarra, sin ningún
ornamento, una torre lateral rematada en forma piramidal puntiaguda
característico de los edificios herrerianos de final del siglo XVI y principios
del XVII, que permite inferir su fecha de construcción, al igual que la llegada de los expertos
maestros venidos de otras tierras. Su interior estaba sostenido por columnas de
madera con una base de piedra tallada por canteros.
Tanto las viviendas como la Iglesia estaban ubicadas en
las cercanías de la plaza, ademas de los poderes públicos, los comercios y
calles principales. A las afueras de la ciudad se podían localizar pulperías de
campo donde se jugaba a las cartas, bebían café o aguardiente mientras hablaban
de negocios y de política, se adquirían enseres, artículos artesanales y
europeos traídos de contrabando por barcos llegados a las costas de Falcón.
Las calles principales eran
empedradas con enlozados con aceras, sin embargo la gran mayoría eran de
tierra, al llover se dificultaba el transitar, sobre todo a las damas con sus
largos vestidos, algunas alumbradas con un farol de vidrio donde se colocaba
una vela de grasa que el farolero, hombre encargado para tal fin, encendía al
caer la noche, enviando sombras fantasmagóricas a su alrededor, despertando la
imaginación junto a los temores de los transeúntes, época de fantasmas y
duendes, de pasiones nocturnas cuando el diablo andaba suelto, tentando la
moral y buenas costumbres de los fieles católicos, originando mitos y leyendas,
la más famosas es la del diablo de Carora.
De este mito se conocen dos
versiones ocurridas
a mediados del siglo XVIII, la de Doña Inés de Hinojosa y su amante Jorge Voto, quien disfrazado de
monje asesina una madrugada al marido de ella, Don Pedro de Ávila, protegidos
en la oscuridad de la noche por el cura, quien les facilita la huida a Santa
Fe. La otra historia es la de los hermanos Buenaventura, Enrique y Gabriel
Hernández Pavón acusados de ser contrabandistas, perseguidos acuden a asilarse
en el convento de San Francisco, asaltado por la muchedumbre enloquecida, quienes a pesar de las protestas del prior, fueron sacados a la fuerza, llevados a
la plaza para ser fusilados con arcabuces junto a una de sus hermanas que
los acompañaba, ese día mueren 9 personas en total. Al regresar la cordura, los
participantes del sangriento suceso se dan cuenta de lo grave de su proceder,
no solo de haber violentado una iglesia sino el haber matado a una mujer
inocente, estremeciendo la bucólica paz del pueblo, para cubrir sus pecados
culpaban al diablo de su proceder diciendo que andaba suelto. Ah, diablo!
Esta era una sociedad muy pudiente como lo demuestra el hecho de que en
1883 debido a la bendición de la imagen de la Virgen del Rosario es realizada
una misa, costeada por las esposas de los hermanos Agustín y Antonio María
Zubillaga, quienes le escriben al párroco para quejarse de lo escandaloso que
había resultado, pues abarcaba el pago de la música y las coristas, lo que no estaba
estipulado en el contrato original. En 1884, los vecinos de la ciudad dan una
contribución para la construcción de la acera de la iglesia de Carora a
petición del cura párroco
Dr. Maximiano Hurtado.
Estas familias organizaban en sus casas tertulias vespertinas iluminadas por candelabros con velas, asistiendo sus amistades y parentelas a oír
música interpretada en el piano o la flauta que eran muy populares, a leer
poemas algunos escritos en latín o francés, jugar al escondite, a las cartas o escuchar las
narraciones de los abuelos llegados de Europa que formaban parte de la
tradición oral. En las
celebraciones festivas, por motivos que abundaban, se escuchaba vals, mazurca y
polkas ejecutadas en el órgano traído desde Europa, por el camino de recuas a estos
poblados, venía con un método de enseñanza llamado “Método Mealso” que
acompañado de otros instrumentos musicales hacían muy agradable estas reuniones, ocasión en la que se vestían con
sus mejores trajes y se danzaba al
estilo europeo. Estas eran aprovechadas por los
jóvenes solteros para intercambiar palabras y realizar citas para verse a
escondidas a orillas del río.
El hombre se comportaba como todo un caballero tratando a la mujer con
galantería al estilo de la sociedad francesa, admirándola idolátricamente,
conducta acostumbrada todavía a principios del siglo XX. El romanticismo, la
actitud de apasionada sumisión hacia la mujer con un proceder lleno de finezas,
con un vocabulario impregnado de conocimientos de filosofía, poemas y una gran
educación marcaban la atmósfera de esta culta sociedad.
Bartola participada en las reuniones integrada como un miembro más de
la familia, escucharía las historias que luego asumiría como si le
pertenecieran, tomando para si este origen al afirmar, varios años después, que
había llegado de Europa de 10 años de edad junto a sus padres, que era española
peninsular, buscando un lugar de primerísima categoría en la sociedad al no
quedar duda de su pureza de sangre, borrando así su origen manchado, el de su
hijo Pancho y sus descendientes. Una mentira para salvar una vida.
Iglesia San Juan Bautista de Carora realizada con calicanto.
Puerta con marcada influencia masónica.
Típica casa de bahareque.
Registro Parroquial del enterramiento de los hermanos Pavon o Pabon.
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