Entradas populares

viernes, 15 de agosto de 2014

Capitulo 5 Iglesia y sexo.

Los tejados rojos de las casas coloniales fueron la base oculta de los innumerables deslices de la naciente sociedad colonial, era frecuente ver a la luz de la luna, a los caballeros saltando los altísimos muros, trepando y deslizándose silenciosamente como felinos por los rojos techos, entrando a las habitaciones de las damas por los ventanales dejados intencionalmente abiertos, ambos amantes complacidos con estas incursiones clandestinas, quedando las tejas rotas o el reguero de piedras en los solariegos patios como testigos mudos de las pasiones prohibidas, un mundo subterráneo de sexualidad, donde proliferaba no solo el adulterio sino también la prostitución que en definitiva dio origen a la sociedad actual. Juan de Carvajal, fundador de El Tocuyo, sería uno de los primeros de estos contradictorios procederes conocidos, al traer consigo a la recién fundada ciudad capital, en 1545, a una liberada sevillana, con quien vivía sin casarse, convirtiéndose en el centro de los escandalosos comentarios de sus 160 habitantes españoles.  
La naciente clase social local del Cantón Carora se caracterizaba por sus tradicionales costumbres típica de los españoles, jugando la Iglesia un papel dominante al ejercer un férreo control a través de la regulación de la educación y la reproducción. Paradójicamente a estas estrictas normas se desarrollaba otro mundo de libertinaje totalmente diferente. De esto no escapaban los religiosos, hombres como mujeres quienes nos legaron sus historias, una muy famosa fue la primera protesta en contra de la discriminación de género en 1633 en la joven ciudad de Trujillo, protagonizada por las monjas clarisas, comunidad perteneciente a la orden franciscanas, dedicadas a la vida contemplativa en clausura. La única oportunidad de una religiosa de pecar dentro del claustro era con su confesor, pero los embarazos las delataban obligándolas al asesinato de los recién nacidos quienes eran enterrados en las gruesas paredes de los conventos o tirados a los acueductos o ríos. Esto originaría el reclamo de las monjas clarisas de ejercer su derecho al rol de madres, por supuesto, clandestinamente, al igual que los frailes quienes se tomaban literalmente su oficio de “padres”. Así surge esta exigencia a la jerarquía eclesiástica de permitirles, en igualdad de condiciones, pasar de “hermanas” a “madres” ademas de hacerse de la vista gorda ante la lujuria de ellas, uno de los 7 pecados capitales, frecuentemente cometidos por esta sociedad, un ejemplos fue el del párroco de Aregue, Domingo Vicente Oropeza, que narraré mas adelante.
Como consecuencia de este choque entre las normas y la incontenible fuerza de la naturaleza humana se daban estas relaciones libertinas con sus inevitables consecuencias, los embarazos de las señoritas de sociedad o de una viuda desconsolada que debían ser eliminados o en el mejor de los casos ocultados, hijos adulterinos que eran entregados a familias de una categoría social inferior a quienes se les proporcionaba algún dinero para su crianza o si no, abandonados a su suerte en las puertas de un convento o en bosques cercanos protegidos solo por el hado, salvándose si algún caminante casualmente los encontraba, si era la "voluntad" de Dios, la mayoría morían de frío o servían de alimento a los animales. Incluso las mujeres casadas que durante las ausencias de sus maridos concebían debían ocultarlo, estos hijos a veces eran criados en el mismo seno familiar como hijos de la servidumbre, existen múltiples ejemplos de ellos.
Esta situación se exacerbaba en las guerras cuando las restricciones se abandonaban por lo efímero de la vida, urgiendo que las necesidades básicas fueran satisfechas a modo de compensación por lo cruento de los conflictos, lo cual enredaba aun más el complejo entramado social existente. La población indígena no escapaba de este turbulento mundo, las relaciones sexuales con los españoles eran comunes aportando las desconocidas enfermedades venéreas desde el mismo descubrimiento, manteniéndose en el tiempo a pesar de la estigmatización social. En Río Tocuyo, origen de esta historia, se daría inicio entre los Santeliz y los gayones traídos por los padres Baza y Obriga, originando un intenso mestizaje que gradualmente borraría prácticamente las diferencias étnicas, nacerían las familias multirraciales característica de Venezuela, tan era así que cuando el obispo Martí pasó por este territorio en 1776 reportaría en su diario, la ausencia de nativos, al no distinguirlos del resto de pobladores.
Las inmensas fortunas originaba la necesidad de las familias pudientes de evitar su dispersión o el descenso en la escala social de sus miembros, esto era vital, lo cual impulsaría las endogamias o matrimonios entre un reducido grupo de parientes, incluso, de las personas mayores con los jóvenes. Se exigía un comportamiento adecuado dentro de lo moral y éticamente aceptado, la mujer debía casarse, obligatoriamente puesto que la sociedad era machista, no era admitido que se valieran por sí misma, pasando de la tutela de su padre a la protección de su marido y en caso de viudez, a la de sus hijos varones o de sus familiares masculinos. La Iglesia Católica al imponer una serie de restricciones que constituían los impedimento para casarse, regulaba la escogencia de pareja, la reproducción y por ende la sexualidad. La consanguinidad era el más importante y debido a que casi toda la sociedad del Cantón Carora estaba emparentada, generaba la necesidad de resolverla, por lo que se implementó una autorización o dispensa matrimonial otorgada por dicha institución, de esta manera debía contarse con su beneplácito para el matrimonio entre la clase poderosa, manteniendo su control sobre ella. Al lado de esta razones económicas, estaban la escasez de habitantes y las distancias prácticamente insalvables debido a que el principal medio de comunicación eran los traslados a pie o en bestias que consumían largos periodos de tiempo, pudiendo los viajes abarcar meses e incluso años con riesgos de muertes por accidentes, catástrofes naturales o enfermedades, limitando el intercambio poblacional. Estas altas tasas de mortalidad tanto en hombres, por las innumerables guerras, como en mujeres, debido al embarazo y el parto, ocasionaban una carestía de consortes que limitaba el mercado matrimonial entre no parientes, por lo que la sociedad anterior al tranvía, del automóvil y los aviones, tenían que recurrir a las endogamias como medio de conservación de la especie, fenómeno que se observaba mundialmente en todos los niveles socio-económicos. 
Se pudiera hablar de un mercado matrimonial donde cada quien poseía una escala acorde a su patrimonio y se cotizaba en su entorno según este valor. El acto religioso del matrimonio imponía otros requisitos imperantes, los contrayentes debían conocer las doctrinas cristianas, siendo sometidos a un examen por parte del sacerdote. Las proclamas publicas se realizaban obligatoriamente en tres misas intercaladas previas al acto eclesiástico, en busca de un obstáculo que algún vecino conociera, también el interrogatorio a los testigos quienes confirmaban o no lo declarado por los novios. Esto debía cumplirse de manera impositiva tanto para los consortes como por parte del sacerdote so pena de excomunión si se saltaba algún protocolo, de lo cual se dejaba constancia en el registro parroquial para evitar sanciones.
Otro requisito era que la prohibición de las relaciones sexuales prematrimoniales, de allí la costumbre de los largos periodos de compromiso y posterior al acto matrimonial los padres no entregaban a la novia hasta pasado cierto tiempo, con el fin de garantizar que no estuviera embarazada, tradición que perduró hasta bien entrado el siglo XX. Si mentían al respecto, el matrimonio podía ser anulado.
Si una pareja de solteros con hijos participaban su voluntad de casarse debían someterse a cumplir penitencias, comulgar y separación temporal de la novia fuera del hogar a sitios lejanos mientras se formaban en la doctrina cristiana.
Las faltas a estas normas eran reparadas por la Iglesia, así vemos casos donde si una mantuana salía embarazada sin casarse podía ser perdonada, al demostrar no haber participado voluntariamente en el acto sexual, bastaba solo su palabra para que su virtud fuera restaurada por obra de la poderosa Iglesia Católica, resultando el producto de su embarazo socialmente aceptado, muy diferente a los hijo de las indígenas como el caso del Indio Reyes Vargas, aún siendo amparado por su padre blanco se consideraban productos del pecado.
Estos paradigmas conducían a los matrimonios por conveniencia no solo para proteger las grandes fortunas sino de procrear descendientes puros que aseguraran la supremacía de los europeos en la sociedad. Las uniones realizadas bajo estos parámetros eran de gran desapego, llevando a las relaciones extraconyugales no solo del hombre sino de la mujer, floreciendo los hijos ilegítimos fuera del control de la iglesia y floreciendo ademas la necesidad de mentir.
Todas estas prohibiciones y al mismo tiempo las maneras para violar la norma expresada mediante las dispensas, por supuesto con un costo monetario cancelado por las familias pudientes que junto al pago de otros “servicios” como los funerarios, bautismos, matrimonios y la venta de indulgencias para obtener el perdón de Dios, representaban cuantiosos ingresos para la Iglesia quien todo lo regía, derivando de allí el poder absoluto sobre la sociedad.  
 Vitral de la Iglesia de Rio Tocuyo. Municipio Torres. Estado Lara.

Pagos de derechos de seña y cera, de misa cantada al por menor con tres acompañantes, otro al por mayor con posas, incienso con derecho a fabrica de tumba en el cementerio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario