Posterior a la violación,
Bartola viviría los años más duros de su existencia, inesperadamente su madre
Juana Bautista jugaría un papel fundamental, ayudándola a superar la traumática
experiencia vivida a orillas del río Tocuyo, al conducirla hasta el pueblito de
Aregue en cuya iglesia parroquial se hallaba el lienzo de la Virgen de
Chiquinquirá, de rasgos mestizos por lo que era conocida como la Virgen India,
siendo por esto muy devotos los indígenas locales.
Tanto la iglesia como el
lienzo tienen una historia que se pierde en el tiempo y se cruza con leyendas,
se cuenta que una india de nombre Chiquinquirá encontró un tubo con este tapiz
dentro, siendo trasladado a lo que sería el pueblo de Aregue, instalándola en
una humilde capilla, coincidiendo con una vivencia de un español de la compañía
Guipuzcoana el cual navegando rumbo a a Venezuela sorprendido por una tormenta,
naufragando en alta mar, rogándole a la Virgen del Santo Rosario de quien era
devoto que lo salve, apareciendo milagrosamente un tonel de madera al que se
aferra logrando llegar a la playa, allí tiene una visión de la Virgen en un
templo frecuentado por miles de devotos, interpretando esto como una solicitud
de construirle tal edificación, se dedica a recorrer diferentes caminos, un día
estando en Carora se tropieza con el cura de Aregue a quien le comenta la
visión, ante la descripción es conducido a la capilla para que vea la imagen.
El naufrago la reconoce como su salvadora, cumpliendo con su promesa, le otorga
una gran suma de dinero al presbítero, que además de religioso tenía
conocimientos de bellas artes y arquitectura, para realizar la obra,
dirigiéndola personalmente, resultando una estructura más elaborada que la de
Río Tocuyo, convertida hoy en basílica, de su techo cuelga un
pequeño barco de madera en recuerdo del milagro. Bartola de 19 años
y madre soltera con un hijo de 1 año, durante el gobierno de los azules, se
residencia aquí, volcándose frenéticamente a estudiar en los libros bajo la
administración del cura parroquial, empapándose además de las conspiraciones
políticas comunes en esta región con fama de ser peligrosa, pues los
enfrentamientos despertaban intensas pasiones en ellos.
Gracias a esto se
transformaría en una guerrera con conocimientos en medicina, oportunidad
obtenida por la devoción a la Virgen de Chiquinquirá de Aregue de sus parientes
y madre, los indios Castro, que le permitieron conocer al párroco Domingo
Vicente Oropeza Meléndez, un liberal nacido en 1832, el cual no pensaba ser
cura, habiéndose casado en 1849 inesperadamente queda viudo con un hijo, como
era la costumbre le pide matrimonio a su cuñada, pero ella que no sentía nada
por él, lo rechazaría, ante el desplante, en un arrebato de despecho, se ordena
sacerdote en 1859 convirtiéndose en el cura en propiedad de Aregue, como se
denominaban en aquellos lejanos tiempos al comprar con sus fortunas el derecho
de por vida de ejercer en la parroquia.
Acontece que siendo ya
párroco, la cuñada cambia de opinión aceptándolo finalmente, conviviendo en
concubinato, procreando varios hijos conocidos, aceptados por la comunidad
quienes se hacían la vista gorda ante la situación, resulta que el sacerdote
debido a su fogosidad le era infiel con otras mujeres, generándose un escándalo
social al ser inadmisible tal conducta promiscua pues constituía un mal ejemplo
para los hombres casados, siendo denunciado por las damas de la feligresía ante
sus superiores, los cuales envían a un hermano superior quien lo interroga
diplomáticamente simulando estar interesado en su comodidad, pensando así
evitar el carácter belicoso conocido de este cura: “Padre, Ud. tiene quien le
cocine? Quien le limpie la casa cural? Está bien atendido?” A lo que este
personaje controversial ajeno a toda disciplina, dándose cuenta de las
verdaderas intenciones de las preguntas, le dice: “Si su eminencia, me alimento
tres veces al día, me asean la casa, lavan mi ropa diariamente, duermo muy bien
todas las noches y follo tres veces por semana como Dios manda” ante tal
respuesta, monseñor sale despavorido regresando a Barquisimeto recomendando a
la curia no volver a importunarlo y como los Padres podían ser padres, el caso
fue cerrado.
Este cura a pesar de su
carácter poco benigno, nada tolerante con sus feligreses, como se esperaba de
acuerdo a la investidura religiosa, sin embargo, los que llegaban a ser sus
amigos contaban con su apoyo incondicional, lo que demostraría con Bartola a
quien la instruye en los conocimientos no solo científicos sino también de historias
sobre el cristianismos, sus mártires, en poesía, literatura, escritos en
latín y griego.
Se conoce que Domingo
Vicente Oropeza ocuparía el cargo por más de 40 años hasta su muerte, aun lo
era en 1898, convirtiéndose en cómplice de su pupila, para salvarle la vida al
hijo de ella.
Bartola se mete de lleno
en el hervidero de conspiraciones que existía en Aregue durante el gobierno de
José Ruperto Monagas, donde las festividades religiosas realizadas en la
Iglesia servían para camuflajear las reuniones políticas. Aquí se daban cita
los líderes opositores dentro de los cuales estaban los Castros conocidos como
devotos de la Virgen, familia de Juana Bautista Castro y de Bartola con los que
finalmente se reconciliaría. Ella llegaría a ser patrona de las fiestas
religiosas de este poblado al ser colaboradora del cura, estableciendo un lazo
de amistad, cuya guía espiritual lograría superar el trauma de la concepción de
su hijo.
Este corto periodo del
gobierno de los Azules estuvo caracterizado por una gran inestabilidad política
que favoreció el regreso de la causa liberal, estallaría otra guerra civil, una
más de las tantas que devastaron al país en el siglo XIX, en cuyas tropas en
1870 llegaría Antonio Perozo, quien se convertiría en su marido, un joven militar,
blanco puro que se destacaba del grupo por su altura, su complexión fornida con
barba y bigote recortados delineando su rostro, no sospechaba el encuentro que
tendría con su destino en la casa de los tres balcones.
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