Al acercarse pisa un gato negro que maúlla lastimeramente, rompiendo la magia de ese instante, la Velo Negro al escuchar el ruido introduce rápidamente sus manos dentro del hábito y gira con la máscara de dulzura colocada instantáneamente en su rostro.
— ¡Padre, me asustó!. — Exclama la recatadísima monja.
El hombre enarca ambas cejas, asombrado la observa detalladamente con sus penetrantes ojos negros, cae en cuenta que es una persona totalmente opuesta a lo que pensaba hasta ese momento, que no era lo que aparentaba, eso le gusta, mucho, más de lo que ninguna otra dama antes le había interesado.
— Disculpe Hermana,
no fue mi intención. — Dice con una melodiosa voz dando un paso atrás, remedando
una recatada actitud igual a la de ella.
Al notar la picardía disimulada de sus ojos, ingenuos y malévolos a la vez, decide seguirle el juego. El ducho y sagaz Provincial observa su belleza e inteligencia, su capacidad de fingir, evidentemente oculta algo o mucho, lo cual exacerba su curiosidad arrastrándolo hacia un irremediable laberinto de pasiones que sería fatídico, a partir de aquel momento aquella mujer le robaría su esencia.
¿Qué
busca, que persigue? Se pregunta para sus adentros sin poder responderse,
decide vigilar a esta Hermana al igual que a la Bibliotecaria, debe poner más
atención a estas monjas, bajo esa monótona capa de velos negros albergaban un rico
submundo que evidentemente podía beneficiarlo o perjudicarlo, el cual no había visto
por estar concentrado en alcanzar su objetivo, un error imperdonable.
Esa misma noche buscaría la información que necesitaba, en el mejor confesionario que existía en todos los tiempos: la cama de una pareja de amantes.
Monseñor había iniciado una intriga para conseguir ser Obispo, para ello se convertiría en el amante de Isabel con el fin de tenerla bajo su control y obtener su apoyo, exacerbaba las aspiraciones de la ambiciosa Hermana ofreciéndole que la escogería para ocupar el cargo de Superiora, la endulzaba con la idea que entre ambos lograrían alcanzar grandes metas, ella Abadesa y el Obispo, después conquistarían la capital y tal vez el mundo, le preguntaba para alentarla en sus ambiciones ¿Por qué no?, era lo planeado, hasta el día que piso el funesto animal.
—Isabel, tengo una
sensación que algo malo sucederá, acabo de pisar un gato negro afuera cuando
venía para acá, es de mala suerte, por eso me tarde, estaba revisando los
alrededores viendo si no había otro animal del circo. Bueno, no importa,
olvídalo. — Comenta e inmediatamente usando el factor sorpresa, pregunta simulando
una actitud despreocupada.
— ¿Dime que secreto esconde
Alicia? —Requiere aprovechando un momento de relajación de ella cuando juega
con la selva de vellos de su tórax desnudo.
— ¿Quién te hablo del hijo
de ella? — Exclama la rolliza y alta mujer, extrañada, sin darse cuenta que
hablan de dos secretos diferentes.
—
Lo deduje por algo que escuche
casualmente, — Comenta, mintiendo al percibir que ella habla de otro asunto.
—
Cuéntame los detalles. — Solicita
amorosamente creyendo erróneamente que era eso la causa de su nerviosa actitud
demostrada en el recién intento de allanamiento del Convento.
—
Últimamente la observas
mucho, ¿Acaso te interesa? — Inquiere recelosa la rechoncha mujer fijando sus ojos en
el rostro del hombre para observar su reacción, él lo percibe y automáticamente
se cubre de una máscara inexpresiva que usaba frecuentemente.
— ¿Yo? Nunca me he fijado en
ninguna Clarisa. — Responde intencionalmente con desagrado para disipar
sospechas.
Sin
embargo el instinto femenino de Isabel le advierte el naciente capricho que
siente su amante por Alicia y al especular que ese interés podía desencadenar
situaciones indeseables entre ellos, al conocer que ambos eran fogosos, decide
contarle el secreto guardado por años, había llegado el momento de usar aquella
turbia historia, su objetivo es que el sacerdote se
desencantara, que no fuera a usar los efectos de las asaduras de testículos,
del té de anís y de las olletas de gallo en otra cama, que con tanto esmero había
ordenado servirle en los almuerzos que realizaba en el Púdico Convento, cae en
cuenta que el viril hombre ha idealizado a la joven por su aparente recato
virginal, no imaginaba lo lejos que estaba de la verdad.
La
Hermana Alicia, joven en relación a las otras Velo Negro, recién cumpliría veintiocho
años de edad, con apenas dos años de haber llegado a Santa Ángelus Dominius,
proveniente de otro Convento de un pueblo relativamente cercano, donde había
permanecido por cinco años. Oriunda de una familia que llenaba todas las
condiciones sociales de la época, muy rica, de gran abolengo, sin rastro de
sangre manchada, un padre poderoso con nexos militares y religiosos, con
quienes todos realizaban grandes negocios, su fuente de poder.
— Ha llegado la hora de que te cuente los pormenores que me relató Don Luis, el sufrido padre
de Alicia, según fue una niña rebelde, se pasaba horas en las cabañas de los
obreros de la hacienda, se perdía por el bosque sin que nadie supiera que hacía,
debía corregirla todo el tiempo, no se comportaba como una dama, usaba malas
palabras que lo avergonzaban, que sacrificó toda su vida para darle educación
pero ella no quería aprender solo haraganear, resultó ser una mal agradecida. —
Expresa la celosa Abadesa girando en su dirección para mirarlo a los ojos.
Continúa el relato…
— Hermana Isabel imagínese que para mortificarme se
encapricho con un granjero vecino que era oscuro de piel y estaba comprometido,
embarazándose. — Me decía Don Luis.
Razón que lo obligó a internarla en un convento algo
lejos de Villafranca, específicamente en Catollica, para salvar la honra de la
familia. Lo más triste fue tener que entregar al niño en adopción, ella no quería
responsabilidad, es una casquivana que no escarmentaba.
— En Catollica continuaría siendo una irrespetuosa, enamorando
a un oficial a quien convenció que se fugaran juntos. Gracias a Dios fue
alertado de la situación y logro remediarlo. — Me seguiría contando Don
Luis.
Su padre debió mover sus contactos para su traslado
a Santa Ángelus y, que al joven militar lo reubicaran en un destacamento lejos
de aquí. Me manifestó que siempre le había dado dolores de cabeza y esperaba
que la vida en este claustro la enderezara. Igual me pidió que la nombrara de
sacristana para mantenerla lejos de las otras actividades del Convento que
podían despertar ambiciones en ella.
Al terminar este relato, Isabel piensa que al desnudar en toda su
crudeza a Alicia conseguiría que Marco se desilusionara al saber que no era
ninguna recatada, pero sorpresivamente, sin saberlo en ese momento, obtiene el
efecto contrario, el hombre se obsesiona con poseerla, su entendimiento se
nublaría por este capricho.
Monseñor era una persona fría y calculadora, ambicionaba el poder y el
reconocimiento público, anhelado desde que un día estando junto a sus padres en
un acto solemne de la iglesia local por la visita del Cardenal, viendo aquel
ceremonial y la pleitesía rendida a aquella figura envuelta en los dorados y brillantes
lienzos semejando una joya, su cabeza cubierta por una tiara de rey, las
personas alrededor embelesadas, parecían que veían una divinidad, en ese momento
se propuso llegar a estar en su lugar, recibir todos esos honores, costara lo
que costara.
Al
día siguiente el Provincial camina por el largo pasillo de Santa Ángelus va nuevamente
a la biblioteca, se desplaza como un felino lentamente, concentrado en sus pensamientos,
sorprendido ante aquella novedosa sensación que le despierta el recordar a
Alicia, cuando sorpresivamente la distingue delante de él, sus pisadas apenas
producían un levísimo crujido sobre el suelo de rustico ladrillo de un terreo
color arcilloso geométricamente colocado, su corazón se acelera. La sigue
cautelosamente, repentinamente ella cruza en un recodo y deja de verla, se apresura
tratando de alcanzarla pero al desembocar en el otro pasillo, no está, había
desaparecido, mira hacia ambos lados, repentinamente una voz detrás de él
pregunta:
—
Padre, ¿Se le
perdió algo? ¿Lo puedo ayudar?
El alto hombre de negra sotana voltea y fija su mirada en los ojos de
ella, son de un verde profundo, inexpresivos, borrosos, semejantes a un pozo de
aguas estancadas cuyo fondo no se distingue, presagian un peligro que lo atraen
misteriosamente. Un escalofrío recorre su nuca mientras se hunde en aquella
extraña mirada.
—
Gracias, Hermana,
busco al gato negro, ¿Usted lo vio?. La Superiora
me solicitó que lo sacara del Convento, dan mala suerte.
—
No, Monseñor no lo vi.
—
Está bien, gracias.
La
religiosa continúa su camino entrando en la biblioteca. Cristina sería
sorprendida por ella a pesar de conocerla.
—
Por favor Hermana me puede
localizar este libro — Indica pasándole un papel enrollado con algo escrito.
La
Bibliotecaria revisa su contenido y no puede evitar abrir los ojos asombrada.
—
Un momento, ya se lo
traigo.
—
Aquí tiene el libro que
necesita. — Dice amablemente la mujer de grandes ojos.
Le
alcanza el Kama Sutra, un antiguo libro hinduista, un clásico sobre el amor en la
literatura sánscrita que trata sobre el disfrute sexual con ilustraciones
explicitas, su autor consideraba al sexo como una “unión divina”.
—
¿Quién le dijo que yo lo
necesito? Aprenda a usar el vocabulario correctamente. — Reclama Alicia con voz
helada y apretando los labios.
—
Disculpe Hermana, tiene
razón utilice el termino equivocado… es el que requirió. — Aclara la
sorprendida Cristina mientras se pregunta: ¿Quién maltrato tan despiadadamente
a aquella mujer para reaccionar tan agresivamente?.
A todas estas en otra parte del Convento, la Hermana
Berta le entrega un paquete a Isabel, después de cavilar
sobre hacerlo o no, son las sandalias, toma esta decisión al sospechar que
puede implicar a Raquel.
— Mire
lo que encontré en la sacristía, evidentemente pertenecen a un franciscano que
salió huyendo después de pecar. — Le espeta mirándola de reojo.
La rechoncha Abadesa revisa aquel sacrílego envoltorio
y le ordena:
— Localice al
Provincial y pídale que se dirija a mi despacho urgentemente, debemos tener una
reunión antes de proceder a la escogencia de las Velo Negro.
El sacerdote recibe el mensaje en el momento que contemplaba a Alicia
alejarse de la supuesta búsqueda del gato, saliendo de su ensoñación acude al
despacho al cual había sido convocado sorpresivamente antes de lo previsto.
Marco entra sin tocar la puerta, su rostro era
inexpresivo, la voluminosa Abadesa comenzaba a fastidiarlo sobremaneramente, su
oscura sotana apenas realiza un aleteo al sentarse, libera un suspiro que esconde
un sutil mensaje que disimula arreglando los negros botones de su hábito.
— Monseñor me
entregaron estas sandalias que pertenecen a uno de tus franciscanos, debes
saber a quién le pertenecen, fueron encontradas la noche de la tormenta durante
la requisa para dar con el prófugo de la cárcel. Creo que habían dos fugitivos,
uno era de tu congregación.
Isabel
le alcanza el paquete al hombre quien lo toma en sus firmes manos que se
destacaban por su tamaño, envolviéndolo entre sus alargados y finos dedos, apartándolas
sin revisarlas.
El alto y atlético clérigo de pelo entrecano de apariencia
aún joven debido a su recia complexión y aspecto musculoso, se acaricia la
corta barba mientras recuerda la noche en que David llegó descalzo y mojado al
monasterio.
— Investigaré,
gracias por su discreción. — Manifiesta diplomáticamente.
Marco
se retira apresuradamente mientras ella lo observa, dándose cuenta de su
molestia a pesar de su disimulo, se queda satisfecha creyendo que su intriga
surtirá efecto, da por hecho que el calzado son de un fraile que sin duda es amante
de Alicia, no cabía otra posibilidad, ella conocía a todas en la congregación,
y está segura que eso terminará con aquel capricho, objetivo que no había
logrado por completo con la revelación de la censurada vida de ella.
El hombre de negro se dirige al jardín buscando un discreto lugar para
descargar su vejiga cuando cerca de la fuente ve a Alicia y David hablando de
forma natural. Estaban relajados, sin embargo su instinto le dice que algo sucede
entre ellos, a pesar de no notarse nada a simple vista, estaba allí sutilmente,
aquella experimentada y pícara monja no cuadraba con el ingenuo David que
conoce.
Marco sale desaforadamente rumbo a su monasterio
llevando un mal pensamiento, se había dado cuenta que David ya no era virgen, había
descartado que la hubiese perdido con una Clarisa, por puro protocolo había iniciado
una investigación, sospechando de Cristina, concluyendo que había sido con una
sirvienta. Ahora le preocupaba aquella imagen de ellos dos conversando, la
escena le daba vuelta en su cabeza mortificándolo, unos celos como nunca había
sentido lo ahoga. Entra apresuradamente sin detenerse, ordenándole a un franciscano
con el que se tropieza en el trayecto que busque al Capellán David y le informe
que se dirija a su despacho de inmediato.
Al llegar el joven sacerdote, el Provincial lo
invita a sentarse en la silla situada frente de su sobrio escritorio de oscura
madera laqueada, sus cuatros contorneadas patas terminadas en garras de leones dándole
cierto aspecto agresivo, revisa alocadamente un grupo de tres gavetas que están
a su derecha pasando nerviosamente al otro lado donde está un compartimiento con
una puerta tallada ostentando una cara de león con su gran melena, distintivo
de su majestad, el rey de la selva, acorde con la personalidad de aquel hombre,
aliviado al encontrar lo que busca, extrae una cruz, un rosario y un pequeño libro
colocándolos a la vista de ambos. David conoce el uso de aquellos elementos, son
para realizar un exorcismo.
—
Padre,
explíqueme. — Demanda
mientras hace una pausa para ponerse de pie, extrayendo algo más de la gaveta
central de su escritorio procediendo a rodearlo hasta colocarse delante del
joven.
—
¿Cómo
aparecieron sus sandalias en el Convento de las Clarisas?. — Interroga con una voz autoritaria que no dejaba
lugar para el escape.
Una
sutil amenaza. Fotografía de Internet
La intensa luz que entraba por el ventanal del
despacho destacaba aún más su arrogante aspecto, otorgándole un brillo especial
a su alta figura, semejaba a un enviado de Dios, un ángel castigador igual al
de Sodoma y Gomorra, efecto que estimulaba en el joven con los elementos
puestos en escena sobre su escritorio intencionalmente, procurando no taparlos
con su cuerpo y acariciándolos como al descuido, pero era evidente la amenaza
simulada.
El capellán recoge hacia atrás su mechón de cabello
que cae sobre sus ojos, despertando del trance en el cual se encuentra, deja de
observar el verde paisaje de los jardines del monasterio asomados por el deslumbrante
ventanal, rápidamente voltea hacia aquel lumínico gigante y fija su vista en el
objeto que casi le incrusta en su pecho, se retira ligeramente hacia atrás, sorprendido
de esas otras sandalias que le muestra Marco ya que Alicia le había entregado
las suyas asegurándole haberlas conseguido la misma noche de su pasional encuentro,
lo que le da seguridad al responderle a su juez.
— Esa no son mis sandalias, Padre, las mías están en
mi claustro. — Responde
con firmeza.
— Vaya y búsquelas inmediatamente. — Ordena con voz áspera acercándosele
amenazadoramente.
David sale apresuradamente regresando a los pocos
minutos con ellas en sus manos, pasándoselas satisfecho de aclarar la sombra de
dudas, no se preocupaba por el sino de la honra de ella. Monseñor las examina, entregándoselas
con una expresión de alivio en su rostro, aquel mal pensamiento se borró de su
mente, pero de quien son. ¿Acaso otro le disputa el trofeo?
Entonces sucede algo inesperado, cuando el Provincial
se las devuelve, David se percata que tenían una leve diferencia con las suyas y
por lo tanto realmente no le pertenecen como creía. ¿Cómo había sucedido
aquello?
—
Al volver a
verse con Alicia en la capilla, su nido de amor, le cuenta lo sucedido y ella
soltando una risa ahogada le revelaría: Debo confesarte algo, yo no las encontré
pero la noche siguiente me tropecé con un franciscano entrando al claustro de
Consuelo con unas botellas de “Lagrimi Christi” y le pedí sus sandalias a
cambio de mi silencio con respecto al vino.
—
¡Qué barbaridad,
le he mentido al Provincial y tu amenazaste a un franciscano!
—
No seas tonto,
esa actitud mojigata no me gusta de ti, fue por una buena causa. —
Refuta contrariada la desnuda sirena mirándolo con aquellos chispeantes ojos
verdes.
Capilla ardiente. Fotografía de JAO
Más tarde, Marco al retornar a Santa Ángelus le
informa a Isabel que investigó lo de las sandalias, descubriendo que eran del franciscano
que le llevaba licor de noche a Consuelo, al interrogarlo le confeso ser el proveedor
de ella, por cierto el vino de consagrar es robado de tus bodegas, debes poner
atención.
Al tratarse esta Hermana de una de sus favoritas,
decide encubrirla ante el Provincial, aquello no representaba un inconveniente
para ella, ya conocía su vicio, que además ambas secretamente compartían. Pero
le quedaba otro problema mayor, el franco enamoramiento de su amante que no
había logrado acabar. Lo nota impaciente, hastiado, al borde de dar un giro
inesperado que podía poner en riesgo sus planes.
—
El objetivo de mi presencia es para
advertirte la jugada que prepara el Obispo con las novicias, fui informado que
enviará a su secretario personal para que presencie el acto de escogencia e
intervenga. Concentrémonos
en esto y dejemos las habladurías de cocina para otro momento.
—
Creo que se debe
sacar provecho de la situación y escribirle una misiva al Cardenal denunciando
la conducta vilipendiosa del señor Obispo. — Dice el hombre
inclinándose en la silla para acercarse algo amenazante hacia Isabel, sabía que
ella no tomaba riesgos y rehuía firmar esa carta.
—
Debes hacerlo junto a las Hermanas
Discretas, así la denuncia tendrá un gran peso. Recuerda una mano lava a la
otra. — Redondea el Provincial mientras se acomoda hacia atrás en la silla
mirándola socarronamente.
—
Este no es el momento apropiado para
atacarlo, ten en cuenta que Su Excelencia tiene sus admiradoras dentro de este
Convento y le deben haber informado de nuestra sociedad para perjudicarlo, nos
corresponde esperar inteligentemente la crucial escogencia de las nuevas Velo
Negro y mi elección definitiva como Abadesa. —Responde Isabel.
En el Convento había numerosas solicitudes para
ingresar a sus filas y la selección corría a cargo de la Hermana Raquel, la
cual se realizaba después de culminar el año de estudios. Al enterarse Isabel
que entre estas novicias existían varias fieles al Obispo con la expresa misión
de votar por otra Abadesa que sería la candidata alterna que presentaría el
bando sublevado en su contra, decide impedir la aprobación de las confabuladas.
En vista de la delicada situación la Superiora
encargada, se reúne con Raquel y Consuelo en la Biblioteca, sitio para
conversaciones que no debían pasar como oficiales ni llamar la atención, les plantearía
bloquear a las infiltradas y adelantar la elección.
—
Hermana Raquel, Monseñor
me informó que dentro del grupo de novicias hay varias que una vez elegidas
como Velo Negro impedirán mi ascenso al cargo, recuerde que los votos a mi
favor están muy ajustados, procure que no clasifiquen.
—
Pero ellas
tienen excelentes credenciales, no puedo violar las reglas. — Exclama la delgada y metódica religiosa.
—
Si eso sucede,
yo no seré Abadesa, ¿Eso es lo que quieres? — Inquiera la rechoncha figura.
—
¡Sabes muy bien
que no es así! —Expresa
la monja de dulce aspecto que contrastaba con su firme voz.
—
También debemos
adelantar el acto para hoy mismo, el Obispo enviara a su secretario con una lista
de los nombres escogidos por él para imponerlas usando su autoridad, eso no lo
podemos permitir. — Dice Isabel recorriendo con la mirada a ambas
mujeres.
—
Eso es muy
grave, quiere decir que Su Excelencia planea entorpecer tu elección. —Señala
Raquel.
—
Por eso mismo, convóquelas
inmediatamente y arregla la lista. — Ordena la arrogante interina.
En eso entra la Bibliotecaria quien venía de orar,
topándose con el extraño cónclave que se desarrolla allí. Raquel disimulando la
invita a integrarse a la conversación pero sagazmente cambia el tema con la finalidad
de engañarla sobre el verdadero motivo de la reunión. Las otras dos dándose
cuenta le siguen el juego, necesitaban tener aliadas y no enemigas, por lo
menos momentáneamente. Igual sucede con Cristina, que percibe la situación como
si hubiera atravesado un portal entrando a una realidad paralela, intrigada
también se suma al teatro.
Para completar la extraña mañana, a los pocos
minutos de retirase las tres confabuladas, entra Marco a la biblioteca, quien
trae algo en las manos. Se acerca a
Cristina con pasos lentos tal cual felino en cacería, su oscura mirada la alerta.
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