sábado, 25 de septiembre de 2021

Las Clarisas Capitulo III Laude, unas sandalias y un gato.

 Al acercarse pisa un gato negro que maúlla lastimeramente, rompiendo la magia de ese instante, la Velo Negro al escuchar el ruido introduce rápidamente sus manos dentro del hábito y gira con la máscara de dulzura colocada instantáneamente en su rostro.     

      ¡Padre, me asustó!. Exclama la recatadísima monja.

El hombre enarca ambas cejas, asombrado la observa detalladamente con sus penetrantes ojos negros, cae en cuenta que es una persona  totalmente opuesta a lo que pensaba hasta ese momento, que no era lo que aparentaba, eso le gusta, mucho, más de lo que ninguna otra dama antes le había interesado.

 

 Disculpe Hermana, no fue mi intención. Dice con una melodiosa voz dando un paso atrás, remedando una recatada actitud igual a la de ella.


Al notar la picardía disimulada de sus ojos, ingenuos y malévolos a la vez, decide seguirle el juego. El ducho y sagaz Provincial observa su belleza e inteligencia, su capacidad de fingir, evidentemente oculta algo o mucho, lo cual exacerba su curiosidad arrastrándolo hacia un irremediable laberinto de pasiones que sería fatídico, a partir de aquel momento aquella mujer le robaría su esencia.

¿Qué busca, que persigue? Se pregunta para sus adentros sin poder responderse, decide vigilar a esta Hermana al igual que a la Bibliotecaria, debe poner más atención a estas monjas, bajo esa monótona capa de velos negros albergaban un rico submundo que evidentemente podía beneficiarlo o perjudicarlo, el cual no había visto por estar concentrado en alcanzar su objetivo, un error imperdonable.

Esa misma noche buscaría la información que necesitaba, en el mejor confesionario que existía en todos los tiempos: la cama de una pareja de amantes. 

Monseñor había iniciado una intriga para conseguir ser Obispo, para ello se convertiría en el amante de Isabel con el fin de tenerla bajo su control y obtener su apoyo, exacerbaba las aspiraciones de la ambiciosa Hermana ofreciéndole que la escogería para ocupar el cargo de Superiora, la endulzaba con la idea que entre ambos lograrían alcanzar grandes metas, ella Abadesa y el Obispo, después conquistarían la capital y tal vez el mundo, le preguntaba para alentarla en sus ambiciones ¿Por qué no?, era lo planeado, hasta el día que piso el funesto animal. 


—Isabel, tengo una sensación que algo malo sucederá, acabo de pisar un gato negro afuera cuando venía para acá, es de mala suerte, por eso me tarde, estaba revisando los alrededores viendo si no había otro animal del circo. Bueno, no importa, olvídalo. — Comenta e inmediatamente usando el factor sorpresa, pregunta simulando una actitud despreocupada.

     ¿Dime que secreto esconde Alicia? —Requiere aprovechando un momento de relajación de ella cuando juega con la selva de vellos de su tórax desnudo.

     ¿Quién te hablo del hijo de ella? — Exclama la rolliza y alta mujer, extrañada, sin darse cuenta que hablan de dos secretos diferentes.

              Lo deduje por algo que escuche casualmente, — Comenta, mintiendo al percibir que ella habla de otro asunto.

              Cuéntame los detalles. — Solicita amorosamente creyendo erróneamente que era eso la causa de su nerviosa actitud demostrada en el recién intento de allanamiento  del Convento.

              Últimamente la observas mucho, ¿Acaso te interesa? — Inquiere  recelosa la rechoncha mujer fijando sus ojos en el rostro del hombre para observar su reacción, él lo percibe y automáticamente se cubre de una máscara inexpresiva que usaba frecuentemente.

      ¿Yo? Nunca me he fijado en ninguna Clarisa. — Responde intencionalmente con desagrado para disipar sospechas.

Sin embargo el instinto femenino de Isabel le advierte el naciente capricho que siente su amante por Alicia y al especular que ese interés podía desencadenar situaciones indeseables entre ellos, al conocer que ambos eran fogosos, decide contarle el secreto guardado por años, había llegado el momento de usar aquella turbia historia, su objetivo es que el sacerdote se desencantara, que no fuera a usar los efectos de las asaduras de testículos, del té de anís y de las olletas de gallo en otra cama, que con tanto esmero había ordenado servirle en los almuerzos que realizaba en el Púdico Convento, cae en cuenta que el viril hombre ha idealizado a la joven por su aparente recato virginal, no imaginaba lo lejos que estaba de la verdad.

La Hermana Alicia, joven en relación a las otras Velo Negro, recién cumpliría veintiocho años de edad, con apenas dos años de haber llegado a Santa Ángelus Dominius, proveniente de otro Convento de un pueblo relativamente cercano, donde había permanecido por cinco años. Oriunda de una familia que llenaba todas las condiciones sociales de la época, muy rica, de gran abolengo, sin rastro de sangre manchada, un padre poderoso con nexos militares y religiosos, con quienes todos realizaban grandes negocios, su fuente de poder.

     Ha llegado la hora de que te cuente los pormenores que me relató Don Luis, el sufrido padre de Alicia, según fue una niña rebelde, se pasaba horas en las cabañas de los obreros de la hacienda, se perdía por el bosque sin que nadie supiera que hacía, debía corregirla todo el tiempo, no se comportaba como una dama, usaba malas palabras que lo avergonzaban, que sacrificó toda su vida para darle educación pero ella no quería aprender solo haraganear, resultó ser una mal agradecida. — Expresa la celosa Abadesa girando en su dirección para mirarlo a los ojos. Continúa el relato…

  Hermana Isabel imagínese que para mortificarme se encapricho con un granjero vecino que era oscuro de piel y estaba comprometido, embarazándose. — Me decía Don Luis.  

Razón que lo obligó a internarla en un convento algo lejos de Villafranca, específicamente en Catollica, para salvar la honra de la familia. Lo más triste fue tener que entregar al niño en adopción, ella no quería responsabilidad, es una casquivana que no escarmentaba.

  En Catollica continuaría siendo una irrespetuosa, enamorando a un oficial a quien convenció que se fugaran juntos. Gracias a Dios fue alertado de la situación y logro remediarlo. — Me seguiría contando Don Luis.

Su padre debió mover sus contactos para su traslado a Santa Ángelus y, que al joven militar lo reubicaran en un destacamento lejos de aquí. Me manifestó que siempre le había dado dolores de cabeza y esperaba que la vida en este claustro la enderezara. Igual me pidió que la nombrara de sacristana para mantenerla lejos de las otras actividades del Convento que podían despertar ambiciones en ella.

Al terminar este relato, Isabel piensa que al desnudar en toda su crudeza a Alicia conseguiría que Marco se desilusionara al saber que no era ninguna recatada, pero sorpresivamente, sin saberlo en ese momento, obtiene el efecto contrario, el hombre se obsesiona con poseerla, su entendimiento se nublaría por este capricho.

Monseñor era una persona fría y calculadora, ambicionaba el poder y el reconocimiento público, anhelado desde que un día estando junto a sus padres en un acto solemne de la iglesia local por la visita del Cardenal, viendo aquel ceremonial y la pleitesía rendida a aquella figura envuelta en los dorados y brillantes lienzos semejando una joya, su cabeza cubierta por una tiara de rey, las personas alrededor embelesadas, parecían que veían una divinidad, en ese momento se propuso llegar a estar en su lugar, recibir todos esos honores, costara lo que costara.       

 Al día siguiente el Provincial camina por el largo pasillo de Santa Ángelus va nuevamente a la biblioteca, se desplaza como un felino lentamente, concentrado en sus pensamientos, sorprendido ante aquella novedosa sensación que le despierta el recordar a Alicia, cuando sorpresivamente la distingue delante de él, sus pisadas apenas producían un levísimo crujido sobre el suelo de rustico ladrillo de un terreo color arcilloso geométricamente colocado, su corazón se acelera. La sigue cautelosamente, repentinamente ella cruza en un recodo y deja de verla, se apresura tratando de alcanzarla pero al desembocar en el otro pasillo, no está, había desaparecido, mira hacia ambos lados, repentinamente una voz detrás de él pregunta:

  Padre, ¿Se le perdió algo? ¿Lo puedo ayudar?

El alto hombre de negra sotana voltea y fija su mirada en los ojos de ella, son de un verde profundo, inexpresivos, borrosos, semejantes a un pozo de aguas estancadas cuyo fondo no se distingue, presagian un peligro que lo atraen misteriosamente. Un escalofrío recorre su nuca mientras se hunde en aquella extraña mirada.

              Gracias, Hermana, busco al gato negro, ¿Usted lo vio?.  La Superiora me solicitó que lo sacara del Convento, dan mala suerte.

              No, Monseñor no lo vi.

              Está bien, gracias.

La religiosa continúa su camino entrando en la biblioteca. Cristina sería sorprendida por ella a pesar de conocerla.

              Por favor Hermana me puede localizar este libro — Indica pasándole un papel enrollado con algo escrito.

La Bibliotecaria revisa su contenido y no puede evitar abrir los ojos asombrada.

              Un momento, ya se lo traigo.

              Aquí tiene el libro que necesita. — Dice amablemente la mujer de grandes ojos.

Le alcanza el Kama Sutra, un antiguo libro hinduista, un clásico sobre el amor en la literatura sánscrita que trata sobre el disfrute sexual con ilustraciones explicitas, su autor consideraba al sexo como una “unión divina”.

              ¿Quién le dijo que yo lo necesito? Aprenda a usar el vocabulario correctamente. — Reclama Alicia con voz helada y apretando los labios.

              Disculpe Hermana, tiene razón utilice el termino equivocado… es el que requirió. — Aclara la sorprendida Cristina mientras se pregunta: ¿Quién maltrato tan despiadadamente a aquella mujer para reaccionar tan agresivamente?.

A todas estas en otra parte del Convento, la Hermana Berta le entrega un paquete a Isabel, después de cavilar sobre hacerlo o no, son las sandalias, toma esta decisión al sospechar que puede implicar a Raquel.

 Mire lo que encontré en la sacristía, evidentemente pertenecen a un franciscano que salió huyendo después de pecar. — Le espeta mirándola de reojo.

La rechoncha Abadesa revisa aquel sacrílego envoltorio y le ordena: 

      Localice al Provincial y pídale que se dirija a mi despacho urgentemente, debemos tener una reunión antes de proceder a la escogencia de las Velo Negro.

El sacerdote recibe el mensaje en el momento que contemplaba a Alicia alejarse de la supuesta búsqueda del gato, saliendo de su ensoñación acude al despacho al cual había sido convocado sorpresivamente antes de lo previsto.

Marco entra sin tocar la puerta, su rostro era inexpresivo, la voluminosa Abadesa comenzaba a fastidiarlo sobremaneramente, su oscura sotana apenas realiza un aleteo al sentarse, libera un suspiro que esconde un sutil mensaje que disimula arreglando los negros botones de su hábito.

 Monseñor me entregaron estas sandalias que pertenecen a uno de tus franciscanos, debes saber a quién le pertenecen, fueron encontradas la noche de la tormenta durante la requisa para dar con el prófugo de la cárcel. Creo que habían dos fugitivos, uno era de tu congregación.

Isabel le alcanza el paquete al hombre quien lo toma en sus firmes manos que se destacaban por su tamaño, envolviéndolo entre sus alargados y finos dedos, apartándolas sin revisarlas.

El alto y atlético clérigo de pelo entrecano de apariencia aún joven debido a su recia complexión y aspecto musculoso, se acaricia la corta barba mientras recuerda la noche en que David llegó descalzo y mojado al monasterio.

        Investigaré, gracias por su discreción. — Manifiesta diplomáticamente.

Marco se retira apresuradamente mientras ella lo observa, dándose cuenta de su molestia a pesar de su disimulo, se queda satisfecha creyendo que su intriga surtirá efecto, da por hecho que el calzado son de un fraile que sin duda es amante de Alicia, no cabía otra posibilidad, ella conocía a todas en la congregación, y está segura que eso terminará con aquel capricho, objetivo que no había logrado por completo con la revelación de la censurada vida de ella.

El hombre de negro se dirige al jardín buscando un discreto lugar para descargar su vejiga cuando cerca de la fuente ve a Alicia y David hablando de forma natural. Estaban relajados, sin embargo su instinto le dice que algo sucede entre ellos, a pesar de no notarse nada a simple vista, estaba allí sutilmente, aquella experimentada y pícara monja no cuadraba con el ingenuo David que conoce. 

Marco sale desaforadamente rumbo a su monasterio llevando un mal pensamiento, se había dado cuenta que David ya no era virgen, había descartado que la hubiese perdido con una Clarisa, por puro protocolo había iniciado una investigación, sospechando de Cristina, concluyendo que había sido con una sirvienta. Ahora le preocupaba aquella imagen de ellos dos conversando, la escena le daba vuelta en su cabeza mortificándolo, unos celos como nunca había sentido lo ahoga. Entra apresuradamente sin detenerse, ordenándole a un franciscano con el que se tropieza en el trayecto que busque al Capellán David y le informe que se dirija a su despacho de inmediato.

Al llegar el joven sacerdote, el Provincial lo invita a sentarse en la silla situada frente de su sobrio escritorio de oscura madera laqueada, sus cuatros contorneadas patas terminadas en garras de leones dándole cierto aspecto agresivo, revisa alocadamente un grupo de tres gavetas que están a su derecha pasando nerviosamente al otro lado donde está un compartimiento con una puerta tallada ostentando una cara de león con su gran melena, distintivo de su majestad, el rey de la selva, acorde con la personalidad de aquel hombre, aliviado al encontrar lo que busca, extrae una cruz, un rosario y un pequeño libro colocándolos a la vista de ambos. David conoce el uso de aquellos elementos, son para realizar un exorcismo.

              Padre, explíqueme. — Demanda mientras hace una pausa para ponerse de pie, extrayendo algo más de la gaveta central de su escritorio procediendo a rodearlo hasta colocarse delante del joven.

              ¿Cómo aparecieron sus sandalias en el Convento de las Clarisas?. Interroga con una voz autoritaria que no dejaba lugar para el escape.

           

                                   Una sutil amenaza. Fotografía de Internet

La intensa luz que entraba por el ventanal del despacho destacaba aún más su arrogante aspecto, otorgándole un brillo especial a su alta figura, semejaba a un enviado de Dios, un ángel castigador igual al de Sodoma y Gomorra, efecto que estimulaba en el joven con los elementos puestos en escena sobre su escritorio intencionalmente, procurando no taparlos con su cuerpo y acariciándolos como al descuido, pero era evidente la amenaza simulada.     

El capellán recoge hacia atrás su mechón de cabello que cae sobre sus ojos, despertando del trance en el cual se encuentra, deja de observar el verde paisaje de los jardines del monasterio asomados por el deslumbrante ventanal, rápidamente voltea hacia aquel lumínico gigante y fija su vista en el objeto que casi le incrusta en su pecho, se retira ligeramente hacia atrás, sorprendido de esas otras sandalias que le muestra Marco ya que Alicia le había entregado las suyas asegurándole haberlas conseguido la misma noche de su pasional encuentro, lo que le da seguridad al responderle a su juez.

  Esa no son mis sandalias, Padre, las mías están en mi claustro. Responde con firmeza.

  Vaya y búsquelas inmediatamente. Ordena con voz áspera acercándosele amenazadoramente.

David sale apresuradamente regresando a los pocos minutos con ellas en sus manos, pasándoselas satisfecho de aclarar la sombra de dudas, no se preocupaba por el sino de la honra de ella. Monseñor las examina, entregándoselas con una expresión de alivio en su rostro, aquel mal pensamiento se borró de su mente, pero de quien son. ¿Acaso otro le disputa el trofeo?

Entonces sucede algo inesperado, cuando el Provincial se las devuelve, David se percata que tenían una leve diferencia con las suyas y por lo tanto realmente no le pertenecen como creía. ¿Cómo había sucedido aquello?

              Al volver a verse con Alicia en la capilla, su nido de amor, le cuenta lo sucedido y ella soltando una risa ahogada le revelaría: Debo confesarte algo, yo no las encontré pero la noche siguiente me tropecé con un franciscano entrando al claustro de Consuelo con unas botellas de “Lagrimi Christi” y le pedí sus sandalias a cambio de mi silencio con respecto al vino.

              ¡Qué barbaridad, le he mentido al Provincial y tu amenazaste a un franciscano!

              No seas tonto, esa actitud mojigata no me gusta de ti, fue por una buena causa. — Refuta contrariada la desnuda sirena mirándolo con aquellos chispeantes ojos verdes.

                                                   Capilla ardiente. Fotografía de JAO

Más tarde, Marco al retornar a Santa Ángelus le informa a Isabel que investigó lo de las sandalias, descubriendo que eran del franciscano que le llevaba licor de noche a Consuelo, al interrogarlo le confeso ser el proveedor de ella, por cierto el vino de consagrar es robado de tus bodegas, debes poner atención.  

Al tratarse esta Hermana de una de sus favoritas, decide encubrirla ante el Provincial, aquello no representaba un inconveniente para ella, ya conocía su vicio, que además ambas secretamente compartían. Pero le quedaba otro problema mayor, el franco enamoramiento de su amante que no había logrado acabar. Lo nota impaciente, hastiado, al borde de dar un giro inesperado que podía poner en riesgo sus planes.

              El objetivo de mi presencia es para advertirte la jugada que prepara el Obispo con las novicias, fui informado que enviará a su secretario personal para que presencie el acto de escogencia e intervenga. Concentrémonos en esto y dejemos las habladurías de cocina para otro momento.

              Creo que se debe sacar provecho de la situación y escribirle una misiva al Cardenal denunciando la conducta vilipendiosa del señor Obispo. — Dice el hombre inclinándose en la silla para acercarse algo amenazante hacia Isabel, sabía que ella no tomaba riesgos y rehuía firmar esa carta.

              Debes hacerlo junto a las Hermanas Discretas, así la denuncia tendrá un gran peso. Recuerda una mano lava a la otra. — Redondea el Provincial mientras se acomoda hacia atrás en la silla mirándola socarronamente. 

              Este no es el momento apropiado para atacarlo, ten en cuenta que Su Excelencia tiene sus admiradoras dentro de este Convento y le deben haber informado de nuestra sociedad para perjudicarlo, nos corresponde esperar inteligentemente la crucial escogencia de las nuevas Velo Negro y mi elección definitiva como Abadesa. —Responde Isabel.

En el Convento había numerosas solicitudes para ingresar a sus filas y la selección corría a cargo de la Hermana Raquel, la cual se realizaba después de culminar el año de estudios. Al enterarse Isabel que entre estas novicias existían varias fieles al Obispo con la expresa misión de votar por otra Abadesa que sería la candidata alterna que presentaría el bando sublevado en su contra, decide impedir la aprobación de las confabuladas. 

En vista de la delicada situación la Superiora encargada, se reúne con Raquel y Consuelo en la Biblioteca, sitio para conversaciones que no debían pasar como oficiales ni llamar la atención, les plantearía bloquear a las infiltradas y adelantar la elección.

              Hermana Raquel, Monseñor me informó que dentro del grupo de novicias hay varias que una vez elegidas como Velo Negro impedirán mi ascenso al cargo, recuerde que los votos a mi favor están muy ajustados, procure que no clasifiquen.

              Pero ellas tienen excelentes credenciales, no puedo violar las reglas. Exclama la delgada y metódica religiosa.

              Si eso sucede, yo no seré Abadesa, ¿Eso es lo que quieres? Inquiera la rechoncha figura.

              ¡Sabes muy bien que no es así! Expresa la monja de dulce aspecto que contrastaba con su firme voz.

              También debemos adelantar el acto para hoy mismo, el Obispo enviara a su secretario con una lista de los nombres escogidos por él para imponerlas usando su autoridad, eso no lo podemos permitir. — Dice Isabel recorriendo con la mirada a ambas mujeres.

              Eso es muy grave, quiere decir que Su Excelencia planea entorpecer tu elección. —Señala Raquel.

              Por eso mismo, convóquelas inmediatamente y arregla la lista. — Ordena la arrogante interina.

En eso entra la Bibliotecaria quien venía de orar, topándose con el extraño cónclave que se desarrolla allí. Raquel disimulando la invita a integrarse a la conversación pero sagazmente cambia el tema con la finalidad de engañarla sobre el verdadero motivo de la reunión. Las otras dos dándose cuenta le siguen el juego, necesitaban tener aliadas y no enemigas, por lo menos momentáneamente. Igual sucede con Cristina, que percibe la situación como si hubiera atravesado un portal entrando a una realidad paralela, intrigada también se suma al teatro.

Para completar la extraña mañana, a los pocos minutos de retirase las tres confabuladas, entra Marco a la biblioteca, quien trae algo en las manos. Se  acerca a Cristina con pasos lentos tal cual felino en cacería, su oscura mirada la alerta.


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