Dos Velo Negro caminan a lo largo de un corredor tenuemente iluminado por los rayos del sol naciente, van al jardín en busca de unas flores para colocarle al Santísimo, al llegar a la fuente se topan inesperadamente con un monumental tigre de rayas negras y amarillas que sale de la cocina llevando colgante una sangrante gallina entre sus fauces, aún viva y todavía aleteando convulsamente, el felino deteniéndose las mira de frente, por unos segundos se observan, sus ambarinos ojos se destacaban sobre las manchas blancas de su frente, al gruñir deja ver sus largos colmillos dando la sensación de ser un asesino dispuesto a matar. Ante el sorpresivo encuentro, instintivamente todos huyen asustados, por un lado el animal salta por la pared a ocultarse al bosque con su preciado tesoro y a la vez las dos monjas corren despavoridas gritando histéricas, alertando del peligro.
—
Un tigre entro
al Convento! ¡Un tigre entro al Convento!
Jamás había sucedido un hecho igual, terrorífica novedad
que urge tocar nuevamente el campanario para convocar a la congregación a
resguardarse mientras dan aviso a la autoridad civil.
La Hermana Ángela temerosa de toparse con la fiera lleva una tea encendida para protegerse, sube con cautela las escalinatas hasta alcanzar la campana, que nunca antes habían sido repicadas en tan corto tiempo por sucesos tan inusuales como estos dos últimos acaecidos, nadie imaginaba que los próximos serían peor.
—
¡El Convento se
va a incendiar! ¡Apaguen la fogata! ¡Apaguen a la Hermana María! — Ordena
imperiosamente la Abadesa, sorprendida por el inusual hecho.
Las monjas corren veloces a sacar la leña de la
cocina, rociarla con resina y prenderla, el negro humo las envuelves favorecido
por una brisa lenta que surge del cercano bosque produciendo un sonido familiar
del oscilar de los árboles, era un momento relajante, las Hermanas están
mirando hipnóticas las lengüetas de fuego que se alzaban al firmamento,
sintiéndose seguras allí, repentinamente el viento regresa nuevamente pero con
fuerza haciendo estallar feroces llamaradas de la fogata que peligrosamente
amenazan al Convento. Una de las religiosas reunidas alrededor de la protectora
lumbre, se le incendia el hábito comenzando a gritar y contornearse como loca. Nuevas
indicaciones se imparten desaforadamente.
Correrías, tropiezos entre sí, empujones, gritos desaforados imperan en el lugar, transformado
en un revoltillo de negros hábitos asediadas por el perro cuidador, ladrando y
saltando nerviosamente a su alrededor. La Hermana Cristina que venía de la
biblioteca se encuentra con aquella loca escena y rápidamente comienza a ayudar
a controlar el fuego que devoran vorazmente las negras vestimentas, un preámbulo
de lo que sería su funesto fin. Estando en ese alboroto tocan insistentemente el
portón de entrada, salen la lega Juana y la Hermana Consuelo, únicas
presentables pues las demás estaban con sus rostros y hábitos ennegrecidos de
hollín, al asomarse se encuentra con el mismísimo Jefe Civil quien muy
amablemente viene a notificarles personalmente que el tigre de bengala se le
había escapado al circo en su camino a Villafranca, el conductor de la carreta
que trasportaba al animal sin darse cuenta había caído en un bache rompiéndose
el eje de las ruedas, cayendo aparatosamente por la montaña, destrozándose la
jaula en mil pedazos, gracias a lo cual el felino logró escapar.
—
Es un animal muy
valioso por lo exótico, les informo para su tranquilidad que lo acababan de
atrapar, fue fácil encontrarlo pues venían siguiéndolo y el los conoce pues son
sus domadores, estaba durmiendo detrás del Convento después de comerse una
gallina, únicamente quedaba el reguero de plumas, parece que solo tenía hambre,
como ustedes guardan estas aves vivas en
su cocina, debe haberlas olfateado y entro a robar.
Durante la explicación, la experta en amor, Juana,
nota las nerviosas miradas entre Consuelo y Don Pedro, un nuevo pecado se abría
paso en el Convento.
Al concluir la amenaza contabilizan los daños de la violación del recinto, solo se perdió una gallina del almuerzo, así que comerían menos cantidad, por supuesto las Velos Blanco y legas. Retoman la rutina, comenzando finalmente con la misa que estaba retrasada, nadie imaginaba que la paz duraría unas cuantas horas, ni que aquel conato de incendio era un presagio de otro que estaba por ocurrir.
Se dirigen prestas a la capilla, ninguna había desayunado aun como era la costumbre pero obedecen la orden.
El monaguillo lleva el incensario el cual balancea mientras camina por el centro de la nave de la pequeña pero hermosa capilla, deja tras de sí un ondulante y delgado hilo de humo que a medida que se desintegra va perfumando el espacio circundante con una aromática fragancia que evoca un misticismo sin igual, al fondo se escucha el coro entonando unos cantos gregorianos, otorgándole aún más una atmósfera de gran recogimiento a aquel blanco recinto. De una gruesa viga de la bóveda del techo se desprende una paloma aleteando nerviosamente quebrando aquel hechizante silencio. Una cabizbaja monja Velo Negro cruza el pasillo y se dirige al confesionario de madera pulida color ámbar, lleva un rosario entre las entrecruzadas y delgadas manos, está en profundo estado contemplativo. Al llegar se arrodilla solemnemente en el acolchado reclinatorio forrado en cuero rojo, un pequeño e íntimo espacio de donde surge una sensación de acogida hospitalaria, acercándose íntimamente alza ligeramente la cabeza hacia la obscura armazón tras el cual está el oculto sacerdote dispuesto a reconciliarla con Dios, a otorgarle el ansiado perdón que supuestamente va a solicitar la piadosa Hermana.
—
Pecar contigo ha
sido el placer más grande que he sentido desde que soy monja, deseo
fervientemente repetirlo, te espero con fervor hoy en el presbiterio. — Dice la penitente con falsa naturalidad, pegando sus
labios provocativamente a la rejilla que los separa y realiza un mohín para
lanzarle un beso.
El confesor carraspea nerviosamente, pasa una mano
por el cabello que cae sobre sus ojos retirándolo hacia atrás.
— Alicia cállate, nos
pueden escuchar.
— Amor, ¿Cuál es el problema?, Ya lo hemos hecho delante del Señor, además el pecado te hace libre. — Expresa con desparpajo la irreverente religiosa.
—
Alicia, estas
blasfemando, el pecado te condena al infierno.
— ¡Deja la mojigatería, no es así, pecar te permite ser feliz! — Indica despóticamente la tentadora mujer.
Para Alicia la devoción que sentía David era un juego
ya que ella era una mujer experimentada, cuyas duras vivencias la habían
convertido en cínica e incrédula mujer, sin embargo le atraía la ingenuidad y
autenticidad del joven pues le permitía ser la dominante, la que siempre tuviera
la razón y humillarlo
por su ignorancia o ingenuidad.
En cambio para el joven tener aquella mujer era como
alcanzar el paraíso pero a su vez esta relación era
tormentosa debido al malestar que le provocaba durante sus conversaciones que
frecuentemente terminaban en una discusión, en las que siempre tenía la
culpable de algo. Cuando tiempo después se enteraría del oscuro secreto de
Alicia, una mezcla de sentimientos contradictorios lo embargarían, por un lado un
gran dolor por las penosas experiencias de ella y a la vez cierto alivio al
verse liberado del yugo en que se había convertido su amante.
Una vez culminada la santa misa donde se dio
gracias por regresar a la normalidad, se dirigen al comedor y después a sus
labores habituales, entonces sorpresivamente la dueña de la autoridad
conventual ordena convocar una reunión urgente.
La Hermana Milagro se pregunta que se traería
entre manos la Superiora, la conocía muy bien y sabía que no hacía nada sin
tener algo calculado, aquella actitud de general parada impartiendo ordenes en
el corredor frente a la Sala Capitular era sospechosa, por decir lo menos.
— Hermana Consuelo
convoque personalmente a todas las Hermanas, discutiremos lo sucedido hoy en el incendio, se
comportaron fatal, además las medidas disciplinarias que se aplicaran a las que
quebrantaron las reglas del claustro ayer, especialmente a la Hermana Raquel que se
conoce el reglamento completo.
— Hermana Milagro usted verificará la presencia obligatoria de todas las Velo Negro, especifíquele a la Hermana Ángela que no puede faltar a la reunión, fue la que entregó las llaves del portón, grazna aquella desbordante figura.
La
pelirroja, traumatizadas por la pobreza en su niñez, habiéndose convertido en
la adultez en una desbordada glotona, siendo tan rechoncha como Isabel, ambas parecidas
en lo ambiciosa, diferentes solo en la naturaleza del poder perseguido, ella buscaba
el económico que le asegurara su futuro, habiéndose jurado nunca más pasar necesidades.
En una época a su familia, muchas veces no les alcanzaban los alimentos para
todos, pasaban hambre, sus padres a costa de esfuerzo y grandes sacrificios de
años lograría amasar una pequeña fortuna, sin embargo el dinero no era lo único
deseado, faltaba el prestigio social, para alcanzarlo le ordenaría a su hija
ingresar al Convento de Las Clarisas, sin pensarlo le permitiría ser sumamente
rica. En este lugar desarrollaría el
arte de la manipulación en una variante diferente, usando los impagables
favores que realizaba, calculados con precisión a quien otorgárselos, buscaba
la sumisión a través del agradecimiento. No faltaba una monja que necesitara un
préstamo para la manutención de sus clandestinos hijos ocultos en familias del
pueblo que cobraban por este favor y Milagro cubría estos gastos. Esta
generosidad era solo con quienes podían retornarle “algo” requerido sutilmente por
ella, entre esas estaba la encargada de las llaves del portón de salida, Ángela
su preferida, por un motivo especial.
Isabel,
una mujer desmedidamente ambiciosa, obsesionada con el poder religioso, dispuesta
a cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos. Autoritaria, sin escrúpulos e
intrigante, cuyos valores y principios estaban al servicio de sus
intereses. Ser segundona la hacía
sentirse ahogada, tal como el aire era necesario para vivir, así mismo precisaba
del mando para estar presente en el mundo, era una necesidad vital.
Estaba
consciente de ser dominada por el monstruo de sus deseos, que pecaba, pero eso desaparecía
cuando se acomodaba en la silla de cuero del despacho de la Abadesa frente al imponente escritorio de ambarina madera, embelesada
se dejaba llevar por sus manos, viajando por las diferentes rugosidades de las bellamente
labradas gavetas que encerraban los más oscuros secretos de los habitantes
tanto de Santa Ángelus como de Villafranca, archivados meticulosamente en
expedientes recopilados por ella, la representación del infierno, contrastando
con su pulida superficie donde se asomaba para ver reflejada su gigantesca imagen
que por un mágico efecto de refracción le proporcionaba un aspecto angelical, otorgándole
una imagen de virtud semejante a un ser paradisíaco, deleitándola profundamente.
Allí sentía que era un ser completo, todopoderoso, gracias al manojo de llaves
de cada una de aquellas gavetas que encerraban su temido contenido, bajo su dominio
absoluto. Su diseño era especial para guardar documentos secretos mediante
gavetas con múltiples sistema de seguridad de llaves y cerrojos con claves
numéricas.
Isabel se identificaba con aquel escritorio de aspecto varonil, sobrio, del cual emanaba una fuerza incomparable, según una leyenda existente en el pueblo, se afirmaba que por esas cosas del destino, Santa Ángelus recibiría para su inauguración un inesperado obsequio proveniente de la monarquía más antigua existente, yendo a parar a aquel remoto y perdido pueblo de Villafranca debido a un inexplicable error de despacho. La población se agolpaba maravillados alrededor del monumental mueble que había sido fabricado de los restos de un naufragio de la flota de su majestad. Una misiva explicativa lo acompañaba: de la madera de ese navío se habían obtenido tres escritorios, obsequiados a los tres jerarcas dominantes del mundo de los tres poderes representativos, monárquico, político y religioso, una trinidad repetida, el número perfecto del misticismo, se creía que si los tres se sentaban simultáneamente, en un mismo momento, formarían un círculo de gran poderío, indestructible, serían intocables. Pero el enviado al poder religioso nunca llego a su destino. Ella soñaba, impulsada por el hechizo de ese mueble, que podría llegar a ser la primera Papisa de la orden de las Clarisas, similar a otra existente ocultamente en tiempos remotos, una leyenda de una mujer que habría ejercido el papado católico ocultando su verdadero sexo, la Papisa Juana. Históricamente existen dos pontífices que calzan en este mito, uno corresponde a Benedicto III, otros dicen que en realidad se trató del Papa Juan VIII, que no era hombre.
Aquella información almacenada allí provenía de dos fuentes, las Hermanas más conocedoras de la comunidad, una Velo Negro, Berta y la segunda de Velo Blanco, Juana, lo que ellas dos no sabían era porque no había sucedido. Berta era la cillera del convento, administraba el almacén o granero donde se guardaban las provisiones y la Hermana Juana, la jefa de cocina, su don para la sazón era famoso además de su locuaz personalidad y conocida fogosidad que era apaciguada por Lucas el proveedor encargado de suministrar las frescas hortalizas, verduras y las lágrimas cristis al Convento.
En ese recinto repleto de ollas y guisos, las pláticas discurrían alegremente al unísono sobre varias temas a la vez, desorden que semejaba una orquesta sin director y sin censura por ser un área exclusiva para las Velo Blanco, las legas y las servíciales, encargadas de preparar los alimentos como de la limpieza, situadas en el escalafón más bajo de la organización por lo cual era común una laxitud en las normas del buen comportamiento y del lenguaje procaz que usaban habitualmente, existiendo una gran honestidad entre ellas lo cual no se observaba en el elitesco ambiente de las educadas señoras de Velo Negro.
A pesar del intenso trabajo manual que realizaban a diario era un entorno muy acogedor. Sumergidas entre escandalosas risas y abundantes chistes subidos de tono, elaboraban los platos típicos locales que degustaban las Velo Negro, tales como el lomo prensado, el pímpinete, un chorizo elaborado con carne de res y cerdo, las arepas que pasaban vertiginosamente por estos mesones junto a la amarilla y cremosa mantequilla, la variada dulcería, los diferentes quesos regionales, todo de producción local, rodeadas de una camaradería muy diferente a la pugnacidad del resto del Convento.
Era frecuente ver a la Abadesa husmear por este recinto, parecía agradarle el jovial ambiente que se disfrutaba, además de enterarse de ciertos secretos culinarios que ayudaban en el amor. Otra que paradójicamente acudía con frecuencia a la cocina era la discreta Hermana Consuelo para conversar con Juana, intrigaba ver esa amistad tan dispar, tiempo después se sabría el motivo. Juana propiciaba una muy secreta relación amorosa entre dos personajes inimaginables.
— Hermana Juana, ¡Prepare una olleta para el Provincial Marco!. — Orden que originaba chistes entre las cocineras sobre si se le debía dar o no, debido a los efectos afrodisíacos que según poseía esa sopa de carne de gallo y la fama de exceso de entusiasmo del Monseñor, acordando entre ellas servirle un buen mondongo de chivo más acorde con su recato y evitarle una congestión.
En medio de esta trifulca de platos, las actualizaciones
sobre el acontecer social no podían faltar, tales como, Doña María salió
embarazada estando su marido en la guerra desde hace dos años, Doña Mercedes
parió unos gemelos, uno es blanco y el otro negro ¿Eso es posible? Dicen que Don
José es adoptado, que sus verdaderos padres son el general Fuenmayor, que
embarazo a Doña Alfonsina siendo 20 años mayor, héroe de guerra y casado, por
eso no pudieron tapar el entuerto a pesar de ser ella una moza de 15 años. Dicen
que el niño Miguel malogró la virtud de la niña Mercedes, su hermana, Ave María
purísima todavía dormían juntos y no se dieron cuenta que habían crecido. ¿Sabes
quién acaba de parir?, la Hermana Josefina nos desveló anoche. Vieron a la Hermana
Milagro saliendo del claustro de una novicia.
—
Si ustedes supieran lo que
me paso durante la tormenta, tenía una cita secreta y antes de que llegara me introduje
aceite de oliva dentro de aquel lugar por recomendación de una yerbatera del
pueblo, según sirve para obtener más placer en el amor, creyendo que si me
colocaba mayor cantidad, mayor sería mi recompensa, resultó que cuando mi
querido verdulero estaba en el furor del acto, ustedes saben que es el mejor momento,
mi biscocho comenzó a sonar como si estuviera aplaudiendo, plaf, plaf, plaf acabando
con la inspiración de mi Lucas que no entendía que pasaba. — Explicaba la locuaz Juana mientras todas reían de sus ocurrencias.
El plan de Isabel era que al tener
bajo su potestad los pecados cometidos por sus habitantes, mantenidos bajo
llave en aquel temido escritorio, lograría a través del miedo a su revelación un sometimiento a
su persona para ser ratificada como Abadesa. Su autoridad para decidir quién podría o no acudir al
comedor, que alimentos consumirían, y lo más importante donde dormir, no era lo
mismo hacerlo en el suelo de la celda de castigo que en sus cómodos claustros, privilegios
muy apreciados, permitidos o no, cerrados o abiertos como un grifo de donde
brota el maná, usufructuar estos placeres inhibía cualquier conducta que
pudiera incomodar a la Superiora.
Ver el terror reflejados en los ojos de las glotonas Hermanas, el desasosiego de perder sus lujos, incluso mayor que el provocado por el tigre, tenerlas allí sentadas en la roja Sala Capitular, los torsos rectos adosados a los espaldares de las sillas con las manos nerviosamente entrelazadas esperando sus sentencias, luego de un breve momento de suspenso finalmente les notifica el castigo: un ayuno general por dos días por no manifestar en clara y alta voz su desacuerdo ante la entrada de los intrusos, van dos veces y no dijeron nada, ni solicitaron una reunión para discutir la novedad, tampoco socorrieron a la Hermana María para apagar su hábito, como era su deber, si no hubiera sido por las Hermanas Cristinas y Alicia no estaría viva.
Aquella
reprimenda le producía un goce inmenso al igual que ejercer el control sobre
sus vidas, pero más importante era recuperar la reciente jerarquía socavada por
la intrusa autoridad civil, demostrar que detentaba el mando; sin embargo este
abuso de poder y vejación desmedida ocasionaría consecuencias inesperadas, esa
sentencia nunca se cumpliría totalmente.
Las Hermanas abandonan el escarlata salón aliviadas pensando que finalmente todo había llegado a su fin, daban por hecho que la alteración de su rutina terminaba, un prófugo y un tigre habían entrado al claustro, ¿Qué más podía pasar?, no imaginaban que apenas eran dos de las sietes singularidades que ocurrirían, a partir de aquel instante los acontecimientos irían in crescendo hasta desembocar en el vuelo de los velos, acaecido una noche con luna de sanación, la liberación estaba a la vuelta de la esquina.
En Santa Ángelus existía otra autoridad, el Provincial, un personaje que era frecuente distinguir deambulando por sus largos corredores, ya que además de ser su administrador, el encargado de nombrar a los confesores, de convocar y presidir el capítulo provincial, también debía supervisar el fiel cumplimiento de sus normas e informar a sus superiores. Esta presencia le complicaba el panorama a la Abadesa interina para desplegar toda su autoridad, imponer las sanciones a esa violación a la norma le suministraba una oportunidad para demostrar quien ejercía verdaderamente el poder, pavonearse con todo su plumaje extendido, sin embargo, como todo en esta vida, los cálculos nunca son perfectos, una larga cola diabólica brota de toda intriga y se devuelve como un bumerang, el cántaro estaba por romperse.
A todas estas, Marco
se encuentra en el jardín situado frente a los claustros, camina pausadamente
cavilando sobre los planes que se aceleran vertiginosamente con la inminente
llegada del circo delatado por la inesperada invasión del tigre, además de
notar que Isabel le esconde algo que puede poner en peligro sus planes,
repentinamente se topa con la belleza de la naturaleza circundante.
Matices de una revelación.
Fotografía de JAO
La
recién lluvia que milagrosamente salvaría al Convento, había salpicado de
miríadas de diminutas gotas que destellaban en explosivos colores, cual
diamantes regados al azar, posados en las esmeraldas hojas, su brillo al
juntarse formaban un pequeño arcoíris que bañaban a una figura, al principio no
distingue de quien se trata.
Poco
a poco, en medio de aquel paraíso de luces, surge Alicia contemplándose algo
que resplandece en una de sus manos que mueve
buscando el sol con mundana satisfacción, su altivez arrogante lo deslumbra hipnóticamente.
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