De Santa
Ángelus Dominius solo quedaría como recuerdo la puerta de su capilla, en ese
devastado paisaje, aquellas mujeres se arrancarían sus hábitos dejándolos
desparramados por doquier, luego irreverentemente lanzarían lejos de si los
velos negros y blancos, como un grito de
libertad, contemplándolos mientras alzaban vuelo arrastrados por el viento cual
hojas secas desterradas de aquel funesto destino, el último acto realizado que
certificaba la muerte de Dominius y de su alargada sombra de autoridad controladora,
omnipresente, que supervisaba y criticaba por cualquier motivo o causa, con el
único fin de quebrantar paulatinamente la dignidad humana hasta llegar a
convertir a la persona en un ser inseguro, dependiente de la opinión o la
aprobación de la Abadesa, tan superior incluso por encima del bien y del mal, hasta
ese día que finalmente se realizaría el vuelo de los velos.
Después de ocurrida aquella última singularidad, cada quien tomaría un
sendero diferente, esa noche brillaría la luna de sanación para aquellas
prisioneras.
David, impactado al enterarse de que Marco a quien admiraba, era su verdadero padre, que para complicar más el asunto, estaban ambos enamorados de la misma mujer, el verdadero motivo de la cruel actitud mostrada los últimos días hacia su persona, sin embargo paradójicamente debido a las revelaciones y la tragedia sucedida, se reencontraría con su vocación, despejando sus tormentosas dudas acerca de su fe que lo perseguían desde que intimara con Alicia. Se iría a un monasterio de la Compañía de Jesús en otro pueblo lejano, antes de abandonar Santa Ángelus, va al cementerio a visitar la tumba de Marco para despedirse, una lápida identificada con un corto epitafio “Aquí descansa cristianamente MR”, un gato negro está sentado allí y al verlo sale corriendo, repentinamente observa que al lado esta otra muy parecida que dice “Aquí descansa Anónimo G”, se queda meditando como era posible que siendo el capellán del Convento no se enteró de ese sepelio, lo cual era extraño. ¿Quién realizó la ceremonia? Algo no está bien, las dos lápidas resaltan por su sencillez, ambas tienen solo iniciales, no los nombre completo. Repite para sí, G…, G… ¿A quién conoce cuyo nombre empiece por G?. Entonces llega José el sepulturero y lo interroga.
—
Señor José, ¿Quién está sepultado
aquí?.
—
Ay, Padre le confesaré la verdad
a usted no le puedo mentir. ¡Esa es la tumba de Gastón!
—
¿Gastón? ¿Acaso se trata del
perro?
—
Si, Padre, es una larga historia,
pero le aseguro que se trató de una buena obra que le hice a las novicias pues
no soportaban la idea de que su amado perro se lo comieran los zamuros.
Aquel joven
sacerdote se recoge hacia atrás el cabello que cae sobre sus ojos al agacharse
para rezarle una oración a Marco, le coloca sobre su tumba el anillo que desato
aquel fatídico torbellino mientras medita en los inesperados caminos de la vida
y del orgullo.
David con los
años llegaría a ser un destacado jesuita por su benevolencia y gran don
reconciliador, con el correr del tiempo también transitaría por un sorpresivo sendero,
finalmente su padre materializaría sus deseos para él.
Milagro había logrado reunir un importante
capital producto de la sustracción clandestina de la limosna administrada por
ella. Gracias a su amistad con Angélica la
retiraría subrepticiamente de Santa Ángelus, mediante salidas que le facilitaba
la dueña de las llaves a cambio de una pequeña dádiva que con el tiempo la
ayudaría igualmente a reunir su propio capital. Esta previsión protegió este
dinero del saqueo de los piratas, al estar fuera del Convento, enterrado a los
pies de un árbol en un lugar del bosque.
Al abandonar
los hábitos, con esta fortuna emprendería su negocio de dulces y galletas, situado
en la calle principal del pueblo, también adquiriría una solariega casa frente
a la plaza. Se uniría con una de las jóvenes novicias que sería su asistente y
su pareja.
Isabel que había sido encerrada en el
claustro de castigo por los maltratos dado a la anciana Abadesa, lugar donde se
encontraba cuando ocurre la llegada de los piratas, quienes rompen la puerta
para entrar y revisar el claustro, al irse la dejan libre, escapa en medio del
caos del incendio sin que nadie se entere.
Se une en
concubinato con Don Luis hasta que ocurre la muerte de la esposa de este por la
tristeza de la separación de su única hija Alicia, realizando finalmente su
sueño de casarse con el hombre más poderoso del pueblo. En el último suspiro de
su edad reproductiva, para su desgracia, se embarazaría y daría a luz el único
hijo varón de ambos, apodado Ponciano, un alcohólico que andaba por el pueblo
semidesnudo, vagabundo y alimentándose de lo que la gente le regalaba. En las
noches se veía a Isabel recorriendo las frías calles de Villafranca buscándolo,
llamándolo con una lastimera voz. Meditando por qué no había muerto en el
incendio que acabó con Santa Angelus, se daba cuenta que hubiese sido un premio
y no un castigo como aquel que estaba recibiendo por culpa de su ambición
desmedida, dispuesta a hacer cualquier cosa por lograr sus deseos.
Raquel se quedaría en el pueblo, casándose
con el carnicero que le garantizaba no tener hambre nunca más, no volvería a
destacarse como conocedora de leyes pues su nueva vida no se prestaba para tal
actividad, su carácter traicionero no le permitiría tener amigos leales ni ser
feliz, ni siquiera sus tres hijos se quedarían con ella, se irían a otro país,
lejos de aquella asfixiante relación de sutiles maltratos.
Cristina después
del incendio del Convento, acudiría a Raquel en busca de ayuda para solicitarle
alojamiento en su casa por un tiempo, pues estaba insolvente y no tenía donde
vivir, inesperadamente ella le comunicaría que no podía porque no poseía un lugar
para albergarla en ese momento pues le habían llegado unos familiares a
hospedarse. Le aparenta solidaridad en su desamparo, se conduele y le ofrece su apoyo, procediendo a darle las
direcciones de varias personas que conocía que alquilaban habitaciones.
Al facilitárselas, Cristina se percata que son las mismas que ya había
obtenido pues eran bastantes conocidas por todo el pueblo debido a que vivían
de ese negocio. Algo no estaba bien, pero lo deja así.
La futura
escritora se dirige a uno de los sitios para rentar, encontrando que la dueña
era una señora algo mayor cuya familia había sido asesinada durante la invasión
de los piratas, quedando sola en el mundo. Esta noble mujer le daría acogida,
llegando a ser como una madre, incluso la dejaría como heredera de sus bienes.
Un día Cristina
caminando por Villafranca se topa con Milagro, se detienen a conversar y ocurre
la siguiente plática:
—
Hola Milagro, ¿Cómo te ha ido
después del incendio?
—
Muy bien, gracias a Dios, y
también gracias a Raquel que me cedió un anexo en la casa de su marido, el cual
estaba desocupado, allí estoy viviendo por
ahora mientras consigo una casa para comprarla.
Cristina no
puede creer lo que está escuchando, entonces eso implicaba que Raquel le había
negado su ayuda. Pero ¿Por qué?. Al continuar la conversación lo descubriría…
—
Nos hemos convertido en buenas
amigas, tanto que me asesoró gratis en la solicitud a las autoridades
eclesiásticas para que nos reintegraran nuestras dotes. —
Explica la locuaz pelirroja.
—
Tú sabes que Raquel conoce las
reglas conventuales al dedillo, resulta que si uno se retira de monja, tiene
derecho que le devuelvan el aporte de la dote que no se utilizó en la
manutención. Y mi hermano, que es el
nuevo Obispo, nos ayudó ante la sede cardenalicia para conseguir su reintegro. Bueno,
en agradecimiento por la asesoría legal que me estuvo dando, le pedí que la
incluyera a ella también en la solicitud. — Continúa revelando.
—
Ya nos devolvieron el dinero. Pasa
por allá para que Raquel te asesore también. Adiós. — Termina diciendo la parlanchina con aquellos expresivos ojos.
Algún tiempo
después se encuentra nuevamente en la calle con Milagro quien ya se había
mudado para su nueva casa, enterándose que ya no era amiga de Raquel, incluso
no le hablaba, ni quería saber nada de ella pues había descubierto que era una
hipócrita.
—
¿Fuiste a preguntarle cómo
recuperar la dote?. — Pregunta Milagro.
—
No. — Contesta secamente Cristina.
No lo había
hecho pues no lo consideraba necesario, Raquel conocía hartamente su precaria situación
económica y además ya había probado su “solidaridad” con la lista de inquilinos
que le dio cuando le pidió asilo
temporal.
—
Gracias a Dios que no fuiste,
pues esa interesada no da ni su sombra a nadie sino sabe antes lo que va a
obtener de beneficio. Imagínate que le escuche
una inverosímil conversación sin que ella lo supiera, al regresar a la casa
antes de tiempo, la encontré casualmente diciéndole a su perico, si así como lo
escuchas, estaba hablando sola con aquella loca ave, la única a la que le puede
abrir su negra alma, explicándole que me
había dado alojamiento para conseguir la dote gracias a la ayuda de mi influyente
hermano.
Cristina se
queda pensativa, ya sabía desde hacía tiempo que aquella delgada ex Hermana no era el dechado de virtudes que
aparentaba ser, pero nunca lo diría. También estaba consciente que, lo que
realmente le molestaba a Milagro, había sido descubrir que Raquel era una
depredadora y calculadora que no daba nada gratis, peor que ella pues había
logrado engañarla. Que cuando le pidió alojamiento, lo cual no era por no poder
pagar un alquiler, sino por tacaña, hecho contradictorio ante el aparente despilfarro
que demostraba cuando algo le interesaba, sin embargo la verdad era otra, ahorraba
todo lo que podía, y eso lo conocía Raquel, quien aprovechando la debilidad de
la mujer le aparenta hacerle el favor de darle cobijo, pero ya tenía previsto recuperar
el dinero de la dote a través del poderoso nuevo Obispo, su hermano. Para
Milagro deducir que había sido descifrada sin que lo detectara, engañada por
alguien más refinado en el arte de la manipulación que ella, era imperdonable
para su ego.
Cristina sigue
su camino, dejando atrás aquellas miserias, con el tiempo se convertiría en una
galardonada escritora, viajaría por el mundo entero, en uno de esos destinos
tendría una revelación.
Juana y Lucas, el proveedor, se mudarían a otro
poblado ante la posibilidad de ser inculpado en la muerte de Monseñor por aquel
cuchillo que fatídicamente había dejado olvidado en el altar. Allí vivieron felices
y tuvieron 18 hijos. Hoy día todavía se escucha su cantarina risa.
Consuelo, viviría con Don Pedro, el Jefe
Civil, a quien había conocido las veces que invadió el Convento, cuando debido
a su cargo como Discreta, le correspondió intervenir para proteger el claustro.
A partir de entonces lo visitaría clandestinamente, saliendo por la secreta
puerta del cementerio, con ayuda de Juana. Este hombre se convertiría en un
honorable empresario al contar con el apoyo de aquella emprendedora mujer. Tendrían
un hijo que los llenaría de nietos, ella se dedicaría a colaborar en el orfelinato
y sería una persona satisfecha y feliz.
Ángela, se uniría con el cuidador de la
cárcel, serían muy felices, nunca más toco ningún instrumento que produjera un
timbre de llamado, ni siquiera un pequeño silbato.
Berta terminaría por
reunirse con las cinco hijas que había dado a luz, en esas ruidosas noches del
Convento de supuestos espantos, bajo el amparo solidario del pecado en común. Eran
de diferentes padres, quienes nunca se identificaron. Su manutención la
realizaba con los préstamos que le facilitaba Milagro a cambio de los secretos compartidos
del Convento y de su discreción sobre la novicia que visitaba de noche. Compraría
una pequeña casa con lo sustraído del depósito de Santa Ángelus, que comercializaba
en el pueblo con ayuda de Juana y su verdulero. En estas salidas escondidas, regresaba
embarazada. Trabajaría cuidando enfermos a domicilio.
Las novicias jóvenes junto al grupo de frailes que habían sido
sus acompañantes durante las correrías en las noches de brujas en Villafranca, se
fugarían de aquel imperio del odio.
Al concluir el
apurado acto del entierro, el cementerio queda abrumadoramente vacío, un frio
viento lo recorre mientras los asistentes abandonan rápidamente el lugar
llevando en sus rostros la carga de sus miedos ante lo nuevo que se avecinaba,
la incertidumbre se enseñoreaba en el Convento.
Las novicias se
dan cuenta que están desamparadas, la autoridad se ha desvanecido, ni Isabel, ni
el Provincial ni su mentora la Hermana Raquel están más. Entonces asimilan que después
de haber sido la manzana de la discordia, el origen de la debacle ocurrida o
por lo menos así lo percibían, pues desconocían lo del anillo de la pasión, ahora
resultaba que eran seres invisibles, nadie las determinaba, las desechaban como
algo inservible, sin ningún valor para aquella congregación. Se miran entre sí,
casi estuvieron a punto de dividirse por aquella escogencia de algunas de ellas
para ingresar a Santa Ángelus. Una verdad cruelmente abrumadora, al entender
que realmente eso no tenía importancia para las poderosas Velos Negros, solo habían
sido una pieza en un juego de poder, una realidad que las asaltaba mostrando el
duro rostro de la hipocresía.
—
Ahora, ¿Qué somos? —Pregunta
una.
—
¡Aves libres! —Responde
otra.
En ese momento no
eran ni novicias ni Velos Negros, la razón de permanecer allí ya no existía, se
abrazan entre si llorando, un llanto liberador y deciden huir, conocen el
bosque como si fuera un amigo entrañable, entran rápidamente al Convento para
cambiarse los negros hábitos por sus antiguos trajes de vibrantes colores
florales, al salir se topan con los jóvenes frailes envueltos en sus marrones
sotanas, que las están esperando, llevan algunas teas encendidas para alumbrar
el camino de la independencia. Se marcharían de aquel fatídico lugar poco antes
de que ocurriera la invasión de los piratas. En medio de aquella trifulca nadie
se daría cuenta de su ausencia, solo revelada por una nota dejada para sus
padres: “Nos fuimos a ejercer la sinceridad, a conocer el amor verdadero”
Fundarían una
compañía itinerante de teatro, recorrerían el mundo presentando sus obras inspiradas
en aquellas realizadas los locos viernes en el bosque, sus experiencias
personales las ayudarían a organizar la primera comunidad sin prejuicios desde
el punto de vista de la sexualidad y la libertad de vestirse sin acatar normas
sobre el género, ni de sentir de acuerdo a lo establecido socialmente como aceptado.
A la abadesa nueva le donarían una vieja casona donde junto a
las Hermanas con vocación que no renunciaron a sus hábitos, fundarían un modesto
Convento, por un tiempo sería clandestino debido a las prohibiciones imperantes
del entonces gobierno, hasta que llegaría al poder otro Presidente y un nuevo
Papa quienes les darían los permisos y sus bendiciones para abrir la congregación.
Aquella abandonada
casona ostentaba una leyenda de amor, había sido erigida por un hombre
locamente enamorado de una bailarina a quien quería convencer de quedarse a
vivir con él, en esa majestuosa mansión edificada al mejor estilo francés, con
muchas habitaciones y salones para recibir invitados y hacer grandes festejos
para deleite de su amor, según contaban los lugareños, la bailarina no acepto
el obsequio pues implicaba perder su libertad, marchándose y dejando al hombre abandonado
quien termino muriendo de amor, un mal común en aquellos tiempos.
El pueblo tenía la
esperanza que aquel pequeño y humilde Convento, en comparación con Santa
Ángelus, se convirtiera en un faro de moral y religiosidad, pero las pasiones
humanas siempre son las mismas en cualquier época, lugar o circunstancia, las
aguas inexorablemente buscan el río.
Gabriel, el mulato amor imposible de
Alicia apareció misteriosamente muerto, según se comentaba, había resbalado y
caído accidentalmente por un precipicio. Alicia siempre sospecho que fue su
padre, debido a que este fatídico suceso ocurriría convenientemente justo días
antes de su traslado de Catollica a Santa Ángelus. Previo a su embarque él se lo
confesaría, era falso lo del accidente y ella notaba el placer que sentía en decírselo.
Gabriel estaba casado
con una buena mujer que era infértil y criaría al hijo de Alicia como suyo, al quedar viuda
conocería a un vendedor de mercancías que casualmente pasaría por Villafranca, al
irse se la llevaría a la capital junto al niño a quien adoptaría, dándole su
apellido y educación, sería Fernando Carvajal, el primer hombre de color y de
origen humilde en ser Presidente de su país.
El destino
marcaba nuevamente una jugada, un recién electo Presidente se entrevista con el
Cardenal para despedirlo antes de su importante viaje al Vaticano, donde su
presencia había sido requerida para la elección del nuevo Papa, ya que el
anterior había fallecido, sin imaginarse que el escogido sería precisamente su
persona para ocupar tan relevante cargo, en la conversación ambos descubrirían
que eran de Villafranca, al enterarse Fernando que había sido franciscano del monasterio
de su pueblo, le preguntaría si por casualidad había conocido a la Hermana
Alicia, en confesión le revela que era su madre y deseaba encontrarla.
David se queda
observando al hombre pensando que Dios escribe derecho en renglones torcidos y
sus caminos siempre conducían a él y allí estaba dándole la oportunidad de retribuirle
a aquella mujer los momentos de felicidad recibidos de ella, su primer y único
amor terrenal, además la posibilidad de rescatar su alma.
Disponía de la
dirección donde residía Alicia gracias a Cristina, quien en los viajes de
presentación de sus libros, iniciando una nueva investigación para escribir sobre
una famosa Maison de Plaisir, donde todos los pecados eran permitidos, regentada
por una bella mujer cuya fama traspasaba fronteras, de nombre Allegra, conocida
así por su risa espontánea y cantarina, la localizaría por casualidad.
Todo había
sucedido al ubicar el lugar en cuestión, al cual se dirigía para entrevistar a
su dueña, repentinamente al acercarse distinguiría en una cercana calle a una
conocida que camina apresuradamente, entonces la sigue y ve que sorpresivamente
ingresa en la famosa casa de placeres, al preguntar a un vendedor ambulante parado
enfrente, quien era aquella mujer, le daría una respuesta que la dejaría pasmada,
Alicia y Allegra eran una misma persona.
Estando de
regreso en su país, la famosa escritora se encuentra con el Cardenal, con quien
mantenía la única amistad conservada de Santa Ángelus, ambos se identificaban por
sus valores, afinidad que conduciría a una estrecha confianza incluso de conocer
el secreto de la pasión sucedida entre David y Alicia. A pesar de los años y la
distancia, se escribían frecuentemente pues ella colaboraba en una organización
de ayuda al necesitado que coordinaba su amigo religioso.
Al verse
nuevamente le indicaría la dirección de la
rubia mujer sin entrar en detalles de la inocultable vida que llevaba. Sin
embargo al Cardenal no le fue difícil enterarse de cuál era la profesión que ejercía,
la Iglesia todo lo conocía, sus redes de información abarcaban el mundo.
El Prelado siente
que tiene una deuda pendiente con ella que debe saldar, aquel perdón que no
logro darle años atrás por dudar momentáneamente entre su papel de hijo y el de
sacerdote, cuando se lo fue a dar, ella se había marchado, ahora su deber
cristiano se lo dicta y lo haría.
Ese día sentado
frente a frente los dos amores de Alicia, David le revelaría a Fernando el
lugar donde residía su madre, contándole toda la verdad de su sufrida vida que
conocía muy bien y las causas de su separación. También le detallaría la
profesión que ejercía y del porque había tomado ese camino. Le pide que no la
juzgue, que la perdone.
Un día llegaría
un coche a la casa de la Madame, traía una encomienda, un sobre con el membrete
de la casa de gobierno de su país, contiene una invitación a asistir a la toma
de posesión del nuevo Presidente, habían trascurrido cuarenta años de aquel
otro día que Alicia se fuera de Villafranca.
Al bajar del
avión que la traía de vuelta al mismo punto del que había partido años atrás,
siglos atrás, una eternidad atrás, como por arte de magia finalmente la vida
dejaría su ironía, todo desaparecería, ya no habían más palabras que decir, más
daño que hacer.
Bajo el
inclemente sol ambarino que relumbraba en aquel cielo azul, ocurriría un
prodigio que nadie a su alrededor notaba, la capacidad más maravillosa del ser
humano, la de cambiar para renacer, finalmente había despertado de un largo
sueño. La mitad de su vida había sufrido por no haber podido ser como su padre
quería y la otra mitad se la paso castigándose por no haberlo logrado. A partir
de ese momento comenzaría a conocerse realmente, a ser auténticamente ella.
Alicia no tenía
más razones para seguir siendo la persona casquivana en la cual había devenido,
al salir de la aduana del aeropuerto la esperaba su familia con quien conocería
el amor verdadero, incondicional, sin manipulaciones. Como un impetuoso río,
descubriría que lo importante no era la naciente ni el sinuoso trayecto, sino la
desembocadura, el ancho mar donde todo tiene cabida.
Rodeada
de su hijo, su nuera y sus nietos viviría feliz los últimos años de su
existencia, estaba lejos de imaginarse que otra sorpresiva misiva le llegaría, la
invitación a otra toma de posesión.
En aquella
majestuosa capilla cuya imponente bóveda pintada con los más famosos frescos
del mundo, bajo aquel gigantesco mural donde resaltaba el índice omnipotente
alargándose generosamente hasta alcanzar aquel otro dedo humano para otorgarle
el don más preciado, el de la vida, Alicia se inclinaría respetuosamente para
besar el anillo papal, buscando recibir un milagro similar, el del perdón. No
se atreve a verlo, tal vez la delataría su intensa emoción.
— ¡Absuélvame, Su Santidad, se lo suplico, deme su perdón! — Pide la mujer con voz trémula y cabizbaja.
—
¡Siempre lo tuviste!. En nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te absuelvo! —
Responde el Santo Padre.
Alicia levanta
la cabeza, topándose con su luciente coronilla debido a la instalación de una dominante
calvicie, el cabello que caía sobre sus ojos no estaba, un blanco solideo cubre
la cúspide de aquel dorado desierto. Él tropieza con una diáfana mirada que se
asoma como un tranquilo remanso de paz, el turbulento remolino que arrastraba
hacia un tormento deseado había desaparecido del verdoso fondo de sus ojos. A
su vez, ella nota en los de él un intenso amor, no como aquel del Presbiterio,
sino otra clase de sentimiento, despojado del deseo carnal pero más grande, celestial,
irradiando una deslumbrante pureza, tan intensa que cegaba.
—
¡Ve en paz, ve con Dios, hija!
El círculo se
cerraba, Marco había logrado su deseo de que David llegara a donde no hubiera
podido hacerlo él y además obtendría su perdón a través del perdón dado a
Alicia.
FIN
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