Las campanas de Santa Ángelus Dominius repiquetean
angustiantemente, las Hermanas corren a la capilla, al llegar un coro de alaridos desgarran aquella
quietud paradisíaca, murmullos enredados, pasos cortos y agitados se van acercando
al origen fatídico de lo que sucedía, está allí en el aquel deslumbrante
presbiterio situado a los pies de un dorado altar cuyos santos parecen mirar
condenatoriamente lo sucedido a sus pies. Un hombre yace exánime en
el frío suelo como un cristo sacrificado con sus múltiples heridas.
Un presbiterio
manchado. Fotografía de JAO
Una mancha escarlata
desgarra la armonía del geométrico piso bañado de una santa luz proveniente de
las colgantes lámparas del imponente techo abovedado, originando un acogedor efecto
de cambiantes tonalidades castaño en sus rústicos ladrillos, aquel sangriento redondel
se incrementa gradualmente alrededor de la figura, cual fatídica sombra parecía
pretender envolverlo hasta desvanecerlo, era Marco.
Una plateada daga deshonrosamente
manchada con sangre, yace a su lado delatoramente, tal como un amante que no
puede ocultar su culpabilidad, está impúdicamente visible sin importarle ser
descubierta, unas huellas ensangrentadas dejadas por unos pequeños pies van desapareciendo
poco a poco marcando una trayectoria hasta la puerta de un claustro, delatando
su autoría.
Momentos antes el Provincial presenciaría una extraña escena en el
jardín, una muy comprometedora, se trataba de David quien cercaba con su cuerpo
a Alicia, apretándola sensualmente contra un árbol, juguetonamente le alcanza
la mano y la toma intentando arrancarle algo, desde la distancia, Marco no
ve con precisión de que se trata, pero la química era obvia entre ellos.
Repentinamente una fría brisa recorre el lugar meciendo la copa de los
árboles, produciendo el choque entre sus hojas que origina un crujiente murmullo
que rompe el encanto del momento, percatándose los jóvenes que alguien está
allí, detienen su retozo observando en derredor descubriendo la presencia de Monseñor,
inmediatamente Alicia se desprenda de los brazos del joven capellán y sale
corriendo. David se tensa dubitativamente
por unos segundos mirando curiosamente al intruso quien está pasmado ante la
escena que se desarrollaba, no podía creer lo que veía.
Como un rayo que cae repentinamente, los recuerdos se agolpan en su
mente uno tras otro: David llegando mojado, descalzo y arañado, las sandalias de
fraile que aparecieron en Santa Ángelus Dominius, el brillo que observó en la
mano de Alicia aquel día del gato negro, el desaparecido anillo que le había
regalado a la madre de David, entonces todo queda claro en su mente como una
luz que ilumina su alrededor. Gira y sale corriendo a la casa parroquial, al
llegar busca como loco a María, a la que encuentra en el solar trasero lavando
la ropa, la toma por un brazo sacudiéndola violentamente, procediendo a
interrogarla, le grita exigiéndole que le muestre la joya.
—
No la tengo. Esta
extraviada, no sé qué se hizo. — Responde la mujer acongojadamente.
Finalmente entendería. El anillo era la clave, no las sandalias. ¡Eran
amantes! Por Dios, ¿Cómo había pasado ese detalle por alto?. En eso llega David
que lo venía siguiendo y al entrar ve el forcejeo entre ambos.
—
¡Suelta a mi madre!
— Demanda el
joven.
Marco al verlo se desata el cordón de uso diario con el que amarraba su
sotana, la cual lleva tres nudos que representan la Pobreza, la Castidad y la
Obediencia, piedras angulares de los franciscanos, que en realidad era lo menos
que el supuesto devoto fraile practicaba.
Un diablo anda suelto. Pintura de Juan Chirinos.
— Ella tiene un hijo oculto,
un bastardo de un vulgar trabajador de su hacienda, además casado, por culpa de
eso su padre se vio obligado a internarla en un Convento cercano, fuera de
aquí, donde nadie conociera su pecaminosa historia, llevándola a la vecina Catollica,
de allí pensaba fugarse con otro amante que conoció, un oficial del ejército, debido
a ese motivo, para evitar otra deshonra, Don Luis tuvo que solicitarle al
Obispo su traslado para acá. Ella no es una niña inocente como aparenta su rostro
angelical, es una mujer corrida en plaza, demasiado pecadora para tu inexperta
juventud. — Expone Marco, en una atropellada perorata
al unísono que su rostro se congestiona de sangre, parecía estar a punto de
explotar como un volcán dispuesto a soltar toda la ardiente lava que llevaba internamente
oculta.
—
Llevas el diablo
por dentro, eres un mal agradecido o demasiado ingenuo, después de todo lo que
he hecho por ti, ¿Acaso no lo sabes? Tengo las
manos manchadas de sangre para asegurar tu futuro. ¡Yo soy tu padre, David!
— Por ti asesine el
Obispo y su amante, ahora me pagas con esta traición, revolcándote con esa Clarisa,
una libertina.
¿Nadie te había dicho su sucia historia? ¡Te has convertido en un pecador, me
decepcionas!
David
desde pequeño admiraba a Marco, queriéndolo emular, dándose cuenta de esto, el
Provincial lo estimula a seguir la carrera sacerdotal. Pero el joven abrigaba dudas
sobre tener una verdadera vocación, idea que lo atormentaba obsesivamente desde
aquel día que se tropezara en la sacristía con Afrodita, la diosa del amor, creyéndose
enamorado de esa encantadora mujer, autentica personificación de la serpiente
del Edén, tan similar era que hasta le daría a probar el fruto prohibido, afianzando la idea de dejar los hábitos y fugarse con ella. Sin saberlo había iniciado
un peligroso triangulo con su padre, paradójicamente esta trágica y conflictiva
relación le serviría para despejar sus vacilaciones y descubrir la fortaleza de
su indeclinable vocación sacerdotal.
El Provincial regresa a Santa
Ángelus, comenzaba a lloviznar nuevamente, sin embargo no percibe las primeras frías
gotas de agua que caían sobre sus velludos brazos, un pensamiento corroe su
alma, necesitaba volver lo más rápido posible, monta apresuradamente el caballo
que era de su exclusivo uso personal, el animal tiembla ante la furia de
su amo que lo fustiga cruelmente, va enceguecido, su altiva figura expuesta a
los golpes de la fuerte brisa, la cual parecía querer detenerlo de su funesto destino, mensaje o mejor dicho un aviso de la naturaleza al cual permanecía indiferente.
Al llegar se baja como una
exhalación dejando el sudoroso animal a la vista de todos, ya no le importa
nada, solo su pasión desenfrenada, su aspecto era de un loco con su cabello
revuelto y mojado, choca con Berta a quien le grita desaforadamente que convoque
urgente a Alicia en la capilla, sería su última orden, un solo pensamiento
ocupa su mente, exigirle una explicación de su situación sentimental con David
y en caso de estar errado en la interpretación de los confusos hechos, pedirle
una relación formal, casarse, formar una familia. Su ímpetu era tan intenso,
que no tenía conciencia del tortuoso camino por donde era conducido, por
primera vez no sopesaba una decisión tan crucial, nada era más importante que dejar
todo atrás, abandonar sus ambiciones, ni siquiera su secreta aspiración de ser
Cardenal o Papa, solo aquella mujer, y su amor por ella. Las cartas estaban
echadas.
Camina rápidamente, sus sandalias emitían un leve eco al tocar el rustico suelo enladrillado, la sotana danza temblorosamente sobre su cuerpo al son de la suave brisa que proviene del jardín, sin detenerse recorre los corredores del Convento, uno tras otro pasan a su lado vertiginosamente los dobles arcos, proyectando mágicamente múltiples sombras en el iluminado entorno, marcando el camino del destino, era una escena alucinante. Había perdido la sensatez, el control sobre sí mismo, ciego de amor ya no discernía nada con ecuanimidad, una sensación novedosa lo embriagaba, ¿Cómo no valorar ese sentimiento en su justa dimensión? ¿Cómo pudo creer que detentar el poder era lo más importante en la vida? Nunca más, se repetía para sí mismo, cometería ese error, estaba decidido, dejaría el sacerdocio, se arrancaría aquel hábito negro para convertirse en hombre, uno que llenara las aspiraciones de ella, una gran ilusión lo embarga, finalmente entra a la capilla.
Paralelamente en el Monasterio franciscano,
David se limpia las heridas con ayuda de
su madre, igualmente se bate en un conflicto, pero en sentido contrario al de
Marco, aquella revelación sobre Alicia despierta en él una tormenta de sentimientos
encontrados que iluminarían su camino a la verdad, finalmente las dudas
terminaban. Ese día, padre e hijo, gracias a la diosa Afrodita
personificada en aquella rubia mujer, encontrarían la esencia de la existencia,
su verdad, la de cada uno.
Aquel camino hacia la
capilla se le hacía interminable, al entrar ocurre el encuentro en aquel presbiterio,
lugar que parecía acarrear una mala suerte, tanto en el amor como en el desamor.
La confesión de la pasión es recibida con indiferencia por la fría deidad que
parecía estar esperándola. Ella es cada vez más cruel con aquel ser desnudo de hipocresías
que se mostraba, como un niño desamparado y suplicante ante la mujer, que no
puede o no quiere evitar sus risotadas casi soeces.
— Sé que me amas, soy el hombre para ti con experiencia!
— ¡Monseñor que ingenuo es usted! — Dice Alicia tapándose la boca con una mano mientras continua riéndose ahogadamente.
Al ser rechazado, comienza
una acalorada discusión entre ambos, Marco le lanza fuertes acusaciones, humillándola
con palabras muy crudas.
— Eres una mujer alegre, promiscua, te has revolcado con
varios hombres, entre esos mi hijo, David. — Grita el desaforado
hombre mientras se le acerca amenazante hasta arrinconarla. — ¿Acaso te
sorprende que sea mi hijo?.
— ¡Jugaste con los dos! —Exclama el sacerdote
con un dejo de dolor.
— No Monseñor, con usted todavía no lo hecho!
—Responde cínicamente la mujer.
Ante esta respuesta, Marco se le abalanza encima mientras ella deja de reír, retrocediendo lentamente hasta chocar con el altar, se sostiene en él y entonces toca un frío objeto que está allí, el entorno a su alrededor se había disuelto, debido a aquellas palabras idénticas a los maltratos que recibía de parte de su padre, que la habían hecho viajar en el tiempo y proyectarlos en la figura autoritaria del Provincial, instintivamente toma el instrumento y responde ciegamente, estaba en otro tiempo y lugar.
Poco
antes de estos acontecimientos, un hombre flaco y demacrado, desaparecido el
día de la tormenta llega a la cárcel de Villafranca, casi sin aliento ruega que
lo metan preso nuevamente, afirma ser el fugitivo de la noche de la tormenta.
Al preguntarle donde estuvo todo ese tiempo, explica que fue secuestrado por
unas duendes del bosque, que casi lo matan de tanto exigirle sexo. Mentira que
dice ante la vergüenza que sentía de revelar que en realidad eran las Clarisas.
Los policías se ríen estruendosamente creyendo que está loco, le preguntan
dónde es ese lugar pues ellos quieren ir a disfrutar de esas mieles de placer.
Lo sucedido era que por esas cosas del destino o de la mala suerte, ese día en que desatara de la furia de Zeus, al ver al sacerdote escapando por el cementerio descubre la entrada secreta por la lavandería, decidiendo esconderse en el Convento, al ingresar se topa con una puerta en uno de los corredores de la segunda planta que estaba medio abierta y al ingresar allí se encuentra frente a una solitaria figura desnuda, la cual se contorneaba emitiendo sonidos de placer mientras sus manos subían y bajaban por su cuerpo hasta llegar al monte de Venus, un crujido lo delata, descubriéndolo la monja que habitaba el claustro quien maravillada piensa que aquel ser era una bendita aparición del cielo al notar aquel peñasco que sobresalía de entre sus piernas, un obsequio Divino que decide compartir con su mejor amiga, en secreto ambas cambian placeres libidinosos por el encubrimiento, lo amarran a la cama, descubren el placer de la tortura a un sumiso que por vez primera no son ellas, lo mantienen prisionero, le aplican el fugitivo el contenido del secreto baúl pasionario de la Abadesa, correas, látigos, disfraces pero principalmente el polvo de cantárida supuestamente para recuperar el agotamiento de la pasión, ocasionado al complacer a aquel exigente y cada día más numeroso público que casi acaban con la vida del pobre hombre, al querer obtener un máximo beneficio, al desconocer sus efectos adversos provocado ante el abuso.
Por
culpa de la irritación causada en aquella deseada zona tuvieron que guardar abstinencia
por varios días, siendo interminables para ellas, ya no se satisfacían con los
toques solitarios ni mutuos, a pesar de este doloroso percance no todo fue tan
mal para el pobre hombre pues recibió esmeradas atenciones, bañado con esponja como
bebe, consentido con suaves almohadas, perfumadas sabanas y principalmente alimentos
fortificantes cuyos poderes eran conocidos por las piadosas Hermanas, tales
como asadura de testículos de chivos y toro, la famosa olleta de gallo y otras
exquisiteces que le fueron administrados bajo estricta vigilancia, turnándose
entre sí ferozmente para ser la primera en detectar los signos de recuperación
del convaleciente órgano.
Las
constantes peleas por el preciado trofeo ocasionaron que a la final todas se
enteran de la presencia del fugitivo de la cárcel, el oculto misterio sería revelado
en todo su esplendor, una se lo dice a la otra en calidad de secreto sumarial
y, así se va esparciendo entre estas dulces religiosas, hasta ese momento
cubiertas de un níveo manto virginal, paulatinamente el grupo va aumentando
hasta que la congregación entera de las Velos Blanco se suman al impúdico placer,
brindándoles un motivo de felicidad, escaso para ellas dentro de la férrea
sociedad estamentaria en la cual habitaban. Inesperadamente, por vez primera las
pobres les ganarían una a las ricas y poderosas Velos Negros.
Por
otro lado, apenas horas antes las jóvenes novicias protagonizarían algo
insólito. El fuego propio de su edad buscaba drenarse de múltiples formas en
ese rígido ambiente, uno de los placeres que disfrutaban eran sus escapes al
bosque pero estas salidas por ser ocasionales no las satisfacían plenamente,
así que dentro del Convento siempre estaban planeando alguna tremendura, salían
a hurtadillas de noche a husmear quien entraba secretamente a las apasionadas
citas de las Velos Negros para sorprenderlos y asustarlos haciéndose pasar por
almas en pena, riéndose discretamente salían corriendo, otra de sus favoritas
era colocar sapos en los claustros de ellas con el fin de aterrorizarlas, también
hurgaban en la cocina para sustraer cualquier exquisita comida, una vez colocaron
grillos dentro de la capilla, incluso restos de animales muertos para que por
el mal olor se retiraran sin terminar de rezar, lo cual las aburría sobremanera.
Una de sus obligaciones era la de cuidar y alimentar al perro guardián de Santa Ángelus, un peludo Collie blanco y dorado de gran tamaño a quien ellas habían bautizado con el nombre de Gastón, al cual amaban sobremanera, representando el amor maternal arrebatado al entrar al Convento con sus férreas normas de no permitir visitas, surgiendo un fuerte vínculo afectivo con el animal.
Resulta
que la noche anterior al encuentro entre Marco y Alicia, el animal fallece al
atragantarse con un hueso de su comida, constituyendo una tragedia para las
jóvenes, después del impacto de la repentinamente pérdida de su amada mascota,
conociendo que la orden era que los restos de los animales se tiraran por el
voladero del cerro para que sirvieran de alimento a las aves de rapiña, deciden
que no lo permitirán y acuerdan enterrarlo, habían visto que en el almacén
guardaban varios ataúdes listo para cualquier emergencia, por lo que se dirigen
al sitio para substraer uno clandestinamente, luego lo llevan a la sacristía
donde nuevamente discuten de la necesidad de vestirlo acorde al acto ya que le
iban a dar cristiana sepultura, pero se tropiezan con un problema, existía solo
un tipo de atuendo disponible, finalmente visten a Gastón con los hábitos de
una Velo Negro que toman del tendedero en la lavandería donde eran colgados
para que se secaran al sol.
Una
de ellas protesta por el irrespeto de hacerlo de mujer siendo macho, pero las
demás la convencen de que no hay otra posibilidad y que deben proceder lo más
rápido posible ante de que las descubran.
—
¿Cómo lo sacaremos de aquí?
— Yo sé dónde está la llave de esta puerta que da al cementerio.
La
novicia se refería a la segunda puerta que estaba a un lado del presbiterio, la
cual era rara vez usada ya que solo se abría en caso de entierros, puesto que proporcionaba
un acceso directo al camposanto privado de la Abadía y cuya llave era guardada por
Berta en el mismo almacén.
Cuando
llegan al lúgubre lugar consiguen al enterrador realizando labores de
mantenimiento en las tumbas, quien al verlas tan nerviosas cuchicheando entre
si y conociéndolas por sus irreverentes expediciones al bosque, las interroga
sobre a quién llevan en el ataúd pues él no tenía conocimiento del
fallecimiento de algún miembro de la congregación. Ellas responden al unísono con
diferentes respuestas, por lo cual el delgado viejo deduce que se traen algo
entre manos, les exige que abran el cajón o de lo contrario llamará de
inmediato a la Abadesa.
Resignadamente
las novicias destapan el féretro, acercándose el hombre para examinarlo, quien
a pesar de sus experiencias durante tantos años en el oficio de sepulturero, nunca
había visto algo parecido, no pudiendo evitar que se le escapara un grito al
ver el hocico del perro sobresaliendo entre el negro velo y la ajustada toca blanca
de monja que rodeaba su peluda cara.
—
José, por favor, te lo suplicamos,
entiérralo. ¡No queremos que a Gastón se lo coman los zamuros, es como nuestra
madre! — Exclaman las jóvenes revoloteando a su alrededor como una bandada de
polluelos, rogándoles llorosas que las perdonara por el sacrilegio de lo
solicitado.
El buen hombre les tenía mucho cariño ya que
le recordaban a sus nietas, por lo cual decide condescender y después de
calmarse, tanto ellas como él, proceden a sepultar al animal, colocándole la siguiente
identificación, “Aquí descansa anónimo G”.
—
Qué lindo, José, gracias. — Dicen todas
besándolo cariñosamente.
Estando
por retirarse del Campo Santo, repentinamente ven a dos mujeres salir del
Convento por el área de lavandería. A pesar de ir vestidas como sirvientas las
identifican.
A este
importante lugar se llegaba por un pasillo interno de la edificación transitado
solo por las personal subalterno pues era utilizado para sacar la ropa sucia y
los pestilentes contenidos de las bacinillas de las Velos Negros, lo cual servía
para espantar curiosos.
Esto
únicamente lo conocían un pequeño grupo en la cual se encontraban el
sepulturero, las curiosas novicias y dos personajes que eran las que más
empleaban esta secreta entrada, Juana e Isabel, para que sus amantes las
visitaran sin que nadie se enterara, principalmente la Hermana
Era
frecuente que el Provincial estacionara ocultamente su coche allí, preciso
lugar donde se encontraba el día de la pesquisa en busca del fugitivo,
permitiéndole huir a través de ese lugar sin ser detectado por los guardias
apostados en el frente. Este cementerio privado había surgido como una
alternativa al de la ciudad, otorgándoles a las abadesas y monjas el privilegio
de construir sus propios mausoleos que incluso en ese santo rincón, también dividía
en dos a la organización social monástica, notándose las bellas esculturas de
mármol y bronce con diferentes motivos desde naturaleza viva, ángeles
helénicos, figuras mitológicas cristianas que adornaban las tumbas de las Velos
Negros, contrastando con las sencillas lápidas pertenecientes al personal de
menor jerarquía, que solo motivadas por la caridad cristiana se accedía a ser
sepultados junto a ellas, pero marcando la diferencia.
Además
de la privacidad, estos camposantos eran cuidados esmeradamente por las legas y
personal servicial, estaba protegido por su propia muro perimetral con una puerta
de acceso para el sepulturero que también fungía de vigilante, evitando que los
animales salvajes o perros escarbaran en las sepulturas para extraer los cadáveres
y comérselos dejando esparcidos los restos humanos, tal como sucedía en el
cementerio público, causando un gran malestar, siendo frecuentes las quejas y denuncias
del poblado ante la autoridad civil por la decidía hacia sus deudos.
—
¿Qué hace la tímida y virtuosa Hermana
Consuelo, escapando a esta hora con ayuda de la Hermana Juana?. — Le preguntan
las jóvenes al sepulturero.
—
¿A quién va a ver en el pueblo? —Insisten
rodeándolo curiosas.
Si
revelan lo que descubrieron le diré a la Abadesa quién es el anónimo G. — Les
aclara el hombre seriamente.
Las
novicias acatan sin imaginar lo que horas después acontecería en ese mismo
lugar, la vida tenía sorpresivos recovecos, señalando siempre, aunque
sutilmente, una lección, un aprendizaje de humildad.
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