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sábado, 9 de octubre de 2021

Las Clarisas Capítulo IV Prima

Ángela corre hacia el campanario, la Superiora le ordenó tocarla urgentemente de nuevo y convocar inmediatamente a las  Velos Negros con el fin de acudir a la casa del Obispo para denunciar lo que sucedía en la elección de la Abadesa, organizada para ese día, disponiéndose por vez primera a violar la regla monástica de no salir a la calle por voluntad propia, cosas de fin de mundo. Este hecho insólito se debía a que Isabel finalmente se daba cuenta que Marco la traicionaba, obligándola a tomar la drástica medida de solicitar la presencia de la máxima autoridad eclesiástica de Villafranca con el fin de realizar otra nueva elección bajo su tutela, anulando el poder del Provincial para decidir en vista de que  ya no contaba con el.

Los planes de Isabel eran obstaculizar a su amante de desbancarla del cargo, de ser inevitable lo delataría, no podía seguir negando las inocultables motivaciones pasionales que arrastraban a Marco, evidentes para su instinto femenino en alerta máxima.

Contaba con una decisiva carta, las secretas confabulaciones del Provincial de desplazar al Obispo de su cargo con el objetivo de ocuparlo él, información obtenida en las noches de pasión en su claustro, cuando acordaban apoyarse mutuamente en sus aspiraciones, ahora estaba dispuesta a revelarla, pero solo una parte.

Peligrosamente se habían convertido en colosos enfrentados dispuestos a cualquier cosa, sin freno, ni principios, lo cual los colocaba en riesgo fulminante a los dos. Ambos se conocían, el triunfador sería el que estuviera dispuesto o pudiera llegar  más lejos, dependía de las oportunidades y en eso, a la larga, el Provincial llevaba las de ganar al no tener escrúpulo ni ningún límite, capaz de todo, diferenciándolo de la Abadesa quien a pesar de su ambición sentía cierto temor de Dios.

Dentro de aquel salón, las presentas se alborotan como gallinero atacado por un zorro, nadie entiende lo que se dicen entre ellas, se iniciaría una candente trifulca, parecía el Armagedón, mil lindezas impropias de damas y menos de religiosas son intercambiadas entre los bandos enfrentados, a favor unas y en contra otras pero de diferentes personajes, siendo el origen de las disputas los tres protagonistas del debate, Isabel, Marco y Alicia, en fusiones increíbles. Unas a favor de Marco y Alicia, otras de Marco e Isabel, otras en contra de Alicia e Isabel, en contra de Marco pero a favor de Isabel y así las mil y una combinación, se gritaban unas a otras.

Diez monjas de Velo Negro se levantan de sus sillas con la intención de seguir a la Hermana Isabel, entre ellas van Milagro, Raquel, Consuelo, Berta, sus principales aliadas, quienes cuchichean entre sí, no entienden que sucede con Isabel y Monseñor, hasta ese momento aparentemente tan unidos.

              ¿Qué pasa con la Abadesa que esta tan molesta? — Pregunta la curiosa que todo lo quería saber, mirando de reojo a Raquel.

              ¡No sé!. — Responde cortante la delgada interpelada, alejándose para sacudirse de encima a la entremetida Berta, a quien no soportaba. 

              ¡Parece que el Provincial tiene otra amante!. — Le susurra Consuelo discretamente al oído a la molesta mujer.

Salen al corredor tan acaloradas que incluso dos monjas llegarían a darse empujones e intentarían arrancarse el velo mutuamente, aquello parecía una pelea de un bar de baja ralea. En vista de la delicada situación de violación a la disciplina, que desmeritaba más aun la cuestionada autoridad de la Abadesa encargada, Cristina se acerca a Raquel para solicitarle que intervenga restaurando el orden, sorpresivamente hace todo lo contrario, las azuza, sutilmente la traición se consolidaba e Isabel lo percibe.   

Ante esta bochornosa escena, nunca antes presenciada en Santa Ángelus, cunde la desazón entre varias de las que hacían causa común con la poderosa Autoridad encargada, Monseñor aprovechando la situación consigue que este grupo de asustadizas monjas se aparten de la causa de la monumental Hermana y refuercen la otra candidatura, su propuesta alterna, dispuestas a entrar nuevamente al Salón Capitular para lograr el quórum y poder efectuar la elección a favor de la Hermana Alicia. Así el sagaz Provincial, usando todo su encanto, lograría convencerlas de que sólo cambiando de bando desagraviarían a Dios y borrarían el escándalo de su mal proceder.

Sin embargo, Isabel se mueve rápidamente y contraataca arengándolas nuevamente, logrando aumentar sus seguidoras a veinte, cantidad suficiente como para suspender la elección al negarse estas a participar, todavía detentaba poder como para enfrentar a su infiel amante, quienes deciden firmar un recurso dirigido al Obispo protestando por el abuso de Monseñor, simultáneamente solicitan que su Ilustrísima, como representante del Papalas proclamara sujetas a su autoridad, liberándolas de las del Provincial franciscano, cuya tiranía y abusos rechazaban.

Una vez restaurada su autoridad, la rechoncha religiosa parada frente a la asamblea toma el control nuevamente, derrotando en esta primera batalla a su inesperado contendor, procediendo a sublevarlas mediante un incendiario discurso:

              Marcharemos al pueblo a llevar nuestra petición, aunque tengamos que quebrantar las normas del claustro, las que están de acuerdo con mi causa, que es la causa de Dios que coloco de testigo, por lo que en su santo nombre las invito a acompañarme. Dice incitándolas.

Por supuesto que era una invitación que conllevaba una sutil amenaza, convirtiéndola en obligatoria. 

              Saldremos procesionalmente, yo caminaré al frente, Consuelo y Milagro detrás de mí llevando la Cruz de Nuestro Señor en alto, Raquel, Cristina, Berta y Ángela cargaran la Virgen de Santa Ángelus, nuestra patrona — Les ordena tal cual militar al mando de su tropa, con el rostro enrojecido por la ira.

expresa con el rostro enrojecido.

              Iremos orando para que nos sea perdonado este pecado de salir, el Señor es testigo que es para llevar nuestro justo reclamo a donde fuera necesario, si es preciso ante el mismísimo Papa. —Finaliza agitando sus manos violentamente.

El Obispo era amado por las monjas, en cambio el Provincial era considerado un arrogante dictador al que deseaban clavarle sus uñas y arañarlo cual furiosas gatas.

Redactada la carta, estampadas las firmas, las veinte alzadas se aglomeran como un enjambre de abejas alrededor de su reina y se dirigen en disciplinada formación, encabezadas por Isabel, al portón de la entrada del Convento, le arrancan el  manojo de llaves a la Hermana Ángela, la portera, reproduciendo lo que había hecho la Hermana Cristina la vez anterior cuando la pesquisa del fugado de la cárcel y por lo cual había sido severamente castigada.

Proceden ruidosamente a abrir la puerta y la cancela de par en par, prorrumpiendo en caravana por la calle  principal del escandalizado pueblo, constituyendo una novedad más llamativa que el circo recién venido.

— Ave María Purísima! — Exclamaban al verlas pasar mientras se santiguaban, abanicándose frenéticamente sus enrojecidos rostros.

Definitivamente las religiosas no defraudarían a su público, era imposible desbancarlas del primer lugar de un jugoso  escándalo.

Finalmente llegan al obispado y se encuentra con el Provincial que llegó primero que ellas. Todos son anunciados al unísono, Su Excelencia al enterarse de la intempestiva visita queda estupefacto, ya que estaba al tanto de las intrigas de la Abadesa en su contra, por lo que el hecho de que las Clarisas estuvieran allí debía ser motivado por algo muy grave, tanto así que dejarse ver abiertamente en la calle era más que asombroso, era inédito, al prescindir de su férrea tradición de nunca salir, una singularidad, mejor dicho otra más, acaecida en esa loca semana en Villafranca.

Su Eminencia evita evidenciar su desconfianza ante la convulsa situación que lo toma de imprevisto, ¿Qué hacían allí juntos?, las secretas confabulaciones del Monseñor para ser el próximo Prelado utilizando a las revoltosas y peligrosas Clarisas para lograr sus objetivos eran notorias, además la participación activa de Isabel, su conocida amante, con el fin de contar con su apoyo en su aspiración de ser Abadesa también era sabida en la casa obispal, la fuente de información eran las cocineras. Marco le participa que esperara a que se desocupe para comunicarle algo de su interés.

El sagaz Obispo las recibe prontamente, su carácter  incendiario era famoso, debía evitar que se sintieran rechazadas o menospreciadas pues serían capaces de llevar la queja a extremos insospechados, ya antes había ocurrido cuando alzaron su voz a lo más alto niveles jerárquicos para exigir su derecho a ser, además de Hermanas, también madres, al igual que los Padres eran padres, refiriéndose a que a los curas se les permitía vivir con sus concubinas y sus hijos, mientras a las monjas no. Esta había sido la primera exigencia de igualdad de género surgida precisamente allí en aquel pueblo desperdigado entre montañas y nubes, que no por estar aislado implicaba retraso en lo social, lideradas precisamente por las recatadas monjas de Santa Ángelus, un inconcebible antecedente que le daba un matiz peligroso al ser ellas las protagonistas de este nuevo revolucionario hecho. Por lo cual debía acogerlas con total sutileza, mostrándoles respeto y consideración.

Pero aquella azarosa visita aparecía en un mal momento, un obstáculo para un placentero compromiso que lo aguardaba, era imperioso desocuparse lo más rápido posible, un ángel necesitaba sus obispales atenciones esa noche, no podía defraudarla.

Cubriéndose con una máscara de diplomacia, en lo cual era experto, espera que realicen las respectivas venias, le soliciten su bendición, pacientemente se las otorga, les acerca solemnemente el pastoral anillo para que una por una lo besuquearan, luego cruzando sus manos sobre su abultado abdomen las escucha con benevolencia paternal como correspondía a su alto cargo, al finalizar rápidamente les promete intervenir en su favor para que se resolviese todo de manera que no tuviesen motivo de queja, necesitaba despacharlas prontamente y simula acceder a sus reclamaciones.  

Satisfechas las monjas, deciden volver al claustro no sin antes exigirles que las acompañara en resguardo de sus virtudes. El obispo nuevamente sorprendido de los recursos de Isabel para simular un halago que en realidad era una demostración de poder, le responde:

              Me encantaría Hermanas, pero no puedo, tengo un compromiso urgente dentro de un momento.

              Su Excelencia, entonces nos quedaremos aquí esperando se desocupe. — Amenaza sagazmente Isabel.

              Está bien, Hermanas, iré con ustedes pero solo hasta la plaza. — Exclama impaciente el Obispo, inflando sus mofletudas y rojizas mejillas, emitiendo un sonido al dejar escapar el aire entre sus labios, un gesto de desagrado al verse dominado por aquella socarrona Abadesa.

              Con permiso, espérenme un momento que debo hablar en privado con  Monseñor.

Las religiosas se quedan viendo cómo ambos entran al despacho, pensando que el alto jerarca le daría un jalón de oreja al sacerdote, permanecen recatadamente en silencio. Que alejadas estaban de la verdad.

  Monseñor le agradezco que tranquilice a las Clarisas, deje de azuzarlas, recuerde que esta noche es el agasajo a los artistas del circo que realizaremos en la casa arzobispal. Por cierto usted debe venir, está invitado y es obligatorio.

              Vine a confirmarle la asistencia de Mary, por supuesto que no me perdería esa velada por nada del mundo. No se preocupe, yo me encargaré de las Hermanas. — Aclara socarronamente el convidado, acentuando las últimas palabras.

Finalmente regresan al Convento portando por la calle principal aquel vistoso trofeo de larga sotana negra de llamativos botones y ancho fajín violeta, un solideo del mismo color sobre su sudorosa cabeza, un joven capellán corría tras el abanicándolo y cubriéndolo con una amplia sombrilla, ceremonial que no dejaba dudas de quien se trataba.

Las revolucionarias se pavoneaban al lado de aquel custodio personal que les reparaba su decencia manchada por las maledicencias del pueblo, lo que asistían impávidos presenciando aquel acto que parecía extraído de una obra de teatro, preguntándose extrañados:

  ¿Qué santo se celebra hoy?.

El acuerdo alcanzado entre las partes en disputa, después de un tira y encoje entre el Provincial y el Obispo, complacería a todos: La elección se realizaría al día siguiente, esperando que Su Excelencia se desocupara de su ineludible compromiso de caridad, acatando los estatutos vigentes mediante el cual las Clarisas elegirían definitivamente a la Abadesa.

Se aceptaba que se efectuara con la asistencia del Provincial de la cual no se podía prescindir, pero se ordenaba que fuera presidida por el Obispo.

De esta manera todos quedan aparentemente satisfechos. El Obispo porque desplazaba al intrigante Provincial en su derecho de presidir la elección, una revancha ante sus complots, además colateralmente obtenía que las revoltosas Hermanas quedaran felices, un voto a su favor que le arrebataba al Provincial. Marco, a pesar de ser menoscabado en su prerrogativa a tutelar la votación, sin embargo se le reconocía su derecho a estar presente como autoridad y aparenta aceptar sumisamente. Nadie sospecha la existencia del oculto as que tenía bajo la manga, que ante las circunstancias acontecidas en aquel momento, implementaría esa misma noche, el circo y sus coristas que acababan de arribar al pueblo le daría el triunfo en aquel  juego de intrigas por el poder.

El grupo de monjas que pensaban que el Obispo elegiría otra candidata que no fuera la odiada Isabel, cuchicheaban en voz baja felicitándose entre sí al considerar que finalmente se liberarían de aquel pesado yugo gracias a la intervención del máximo Jerarca religioso del pueblo.

Las incondicionales de Isabel también rebosantes de gusto se frotaban las manos de puro placer porque confiaban en que la estrategia del alzamiento serviría para lograr su cometido de quedarse con el poder definitivamente, el Obispo no podía traicionar a Isabel.

Al parecer el impase quedaba arreglado, bañado en agua de rosas, pero como sucede en la vida, nada es como parece ser, inesperadamente la elección nunca se llegaría a realizar, un motivo poderoso impediría que el señor Obispo se presentara en Santa Ángelus Dominius.

A todas estas, otro hecho se sumaría al panorama por desarrollarse, desajustando la precaria situación de Isabel, quien por la sutil traición de Raquel evidenciada en la cizaña inyectada en la reciente reunión, había llevado a cabo una fracasada estrategia para acabarla y así poder justificar el hecho de sacarla de su lado como principal consejera de la Dirección de la Abadía. Pero al hacerlo cometería un desliz al ocupar la vacante dejada por la puntillosa Hermana, como segunda al mando, con Consuelo, fiel cómplice en sus vicios, descartando una vez más a Berta, quien no se lo perdonaría pues esta fisgona Hermana al sentirse nuevamente relegada y despreciada, a pesar del sucio servicio que le había realizado, decidiría vengarse informándole al Provincial lo sucedido con el supuesto robo de la tiara, confesión que le daría las evidencias de un pecado mortal cometido por Isabel,  proporcionándole otra ventaja al atlético conspirador en la reunión que estaba por realizarse.       

Al día siguiente las Velos Negros están reunidas en la Sala Capitular con Isabel encabezando la congregación de Las Clarisas, se notan nerviosas, corcovean como caballos antes de salir al galope, el Provincial llamativamente relajado las pone en alerta, el invitado de honor no llegaba, algo no calzaba. Ante la inesperada falta del Alto Dignatario, abruptamente Monseñor, usando el factor sorpresa, procede a levantarse del puesto de adjunto asignado para ese día, se muestra seguro de sí mismo, las mira retadoramente a cada una mientras camina por el pasillo, socarronamente sonríe cuando pasa frente a Isabel para ocupar el lugar del Presidente del Capítulo que le correspondía por derecho, asumiendo plenamente sus menoscabadas atribuciones, un silencio abrumador recorre el lugar presagiando algo funesto que se cierne en el ambiente. Carraspea discretamente para llamar la atención y suelta aquella demoledora y sorpresiva decisión, no había vuelta atrás:

              En vista de la falta de Su Excelencia, transitoriamente he decidido nombrar abadesa a la Hermana Raquel.  

El recinto parecía haber sido devastado por una terremoto, solo se escuchaba la respiración dificultosa de algunas sediciosas organizadoras del complot contra el Provincial, quien continua hablando, justificando la medida afirmando que su decisión se basaba en que esta Hermana mantenía la disciplina al ser la encargada de supervisar los horarios y normas de todo el Convento, gracias a cuya labor funcionaba como un reloj suizo, vital en aquel convulsionado momento, además, añade, era necesario castigar a ciertas monjas que servían de instrumento al espíritu maligno con el fin de anarquizar la casa de Dios, finalmente termina su discurso aclarando que esa medida sería mientras se determinaba la causa de la ausencia del Obispo, todo esto comunicado con una dulce voz que provocaba escalofríos en las presentes. 

El verdadero motivo de Marco en aquella designación era que confiaba poder manipular a la obsesiva monja usando la recién información que le había dado Berta sobre la confabulación del supuesto robo de la costosísima corona de la Virgen, propiedad de la Iglesia Parroquial y prestada por el Obispo para ser expuesta en la capilla de Santa Ángelus por su aniversario, un plan orquestado por Isabel para destruir la reputación de Raquel con el fin de vengarse de su conducta que atribuía a su reciente amistad con la indescifrable bibliotecaria, ahora en franca rebelión contra ella, por lo que decide anularla, sacarla de la cadena de mando, pero debía ser sin que se percibiera su autoría, no era conveniente que se sospecharan enemistades dentro de su equipo más cercano que podía ocasionar fricciones entre sí. Debía tirar la piedra y esconder la mano.

Esto acontecería poco después de llegar de la casa arzobispal. Momentos antes, durante los preparativos para la procesión en la que llevarían el Crucifijo y la Virgen, sucedería que al bajarla del altar se había notado la falta de la corona, pero astutamente la rolliza Abadesa había ordenado, debido a la gravedad de lo que sucedía con la elección, no buscarla en ese momento.

De regreso, al colocar la Virgen de nuevo en su nicho, le ordenaría nuevamente a Berta hacer otra requisa, esta vez con el fin de localizar la joya, ya había acordado con ella para que apareciera en el claustro de esta Hermana, levantándole un falso testimonio.

Cuando estalla el escándalo, la primera en salir en defensa de la vilipendiada religiosa sería precisamente Cristina, planteando la posibilidad de haber sido escondida allí por otra persona que estaría impulsada por oscuras intenciones, al afirmar esto mira a Isabel enfrentándola la cual responde amenazándola con investigarla, aclarándole que en caso de estar también involucrada en la irregularidad sería expulsada de monja, puntualizando que hasta podía ir detenida.

Pero esta idealista mujer defensora de los desamparados tal cual Don Quijote, se mantiene firme ante los ataques de la Abadesa, esto hace dudar a algunas de las presentes quienes comienzan a poner en tela de juicio la verdad de lo sucedido, lo que paradójicamente ocasionaría que dentro de las Velos Negros ocurriera la separación en dos grupos, unas a favor de la Abadesa encargada y otras en defensa de la carismática Hermana que gozaba de gran prestigio dentro del Convento.

Debido a esta reacción, la Interina quedaría debilitada en sus ambiciosas aspiraciones, faltándole el número suficiente de votos para ganar un nuevo conteo, ni tiempo en ese momento para convencerlas y lograr voltear los resultados a su favor, agravado aún más por la ausencia del Obispo, obligándola a replegarse ante la fuerte brisa de sublevación que sacude su imperio, decide dejar el asunto del robo por los momentos y enfocarse en buscar una solución de lo que le interesa sobremanera.

Isabel estaba sumergida en un torbellino de problemas cada vez más graves que para entonces ya era incontrolable, al ser nombrada Abadesa precisamente su nueva enemiga Raquel, cuya asociación con Cristina era muy peligrosa, pues sin saberlo, ambas reunían factores de poder. 

La recién derrotada necesita relajarse, despejar su cabeza para buscar una solución, sale de allí apresuradamente y le pide a Consuelo que le lleve a su claustro una botella de vino de consagrar que en ese momento estaban descargando en el Convento, precisamente en la Capilla.

La cantidad que compraban eran escandalosos, el dueño del expendido de licores no entendía cómo era posible que con tan pocas misas consumieran tanto vino. Lo más llamativo era lo costoso, lo que no representaba un freno para su adquisición por parte de las humildes religiosas. Su excesivo valor se debía a lo difícil de obtener la bebida debido a las especificaciones que debía cumplir: “El vino debe ser natural, del fruto de la vid, y no corrompido, sin aditivo ni preservante”, siendo por esto de gran calidad y el preferido por ellas. En su etiqueta era obligatorio especificar “Apto para la Santa Misa”. Pero desvergonzadamente la mayoría de las veces era usado en asuntos no tan santos.

Lucas, el proveedor del Convento, estaba en el Presbiterio trayendo las “Lagrima Christi” para ser luego  almacenadas en la Sacristía, momento en que llega Consuelo ordenándole que le dé una botella, el hombre busca una daga que siempre cargaba escondida en su bota para usarlo en diferentes menesteres, incluido la defensa personal, al extraerlo la filosa superficie lanza destellos al colisionar con la luz emitida por las encendidas velas, entonces procede a romper la tapa de madera que cubría las cajas del litúrgico vino, al terminar de hacerlo lo coloca sobre el altar para proceder a destaparle la botella a la solícita monja, al acercarse para alcanzárselo, en una confusión que ocurre, ya que ambos realizan idénticos movimientos tropezándose entre sí, por lo cual casi cae al suelo el frasco de cristal color ámbar. Consuelo le da una fuerte reprimenda, ordenándole que se retire inmediatamente. El hombre obedece rápidamente, sin darse cuenta que dejaba aquel instrumento fatídico bajo los pies del cristo redentor.

Pero el vino tenía otros destinos además del dispuesto dentro de la Abadía por las poderosas Velos Negros, era en los bailes realizados los viernes en la noche consagrados a Venus, representante del amor humano, fiestas que se escenificaban en los espesos bosques cercanos a la Abadía. Todo comenzaba con una secreta cita cifrada, “A la luz de luna en la capilla de las monjas” se decían unas a otras, riéndose las juguetonas féminas. 

                                                                Bosque encantado. Fotografía de JAO

Eran las jóvenes novicias, con su natural rebeldía, cansadas de las restricciones del claustro, escapaban a respirar libertad rodeadas de los altos árboles con gruesos troncos de un marrón oscuros, cuyas ramas con sus miles de hojas entre verde y rojizas tonalidades formaban un espeso dosel que las cubría, sumergidas en esta especie de capullo protector, ellas podían rescatar la esencia del ser y no solo del parecer.

Alrededor de una fogata bailaban girando en círculo, al hacerlo golpeaban el suelo alternando rítmicamente sus pies, agarradas de las manos, cantando y bebiendo directamente de las botellas de aquellas lágrimas cristis saqueadas clandestinamente de la Sacristía, hasta alcanzar el paroxismo.

Allí exploraban su sexualidad, actos que se pudieran clasificar de impúdicos, en ese lugar nada se respetaba ni siquiera la separación de sexos, tabúes desconocidos para estas doncellas, libres e irreverentes como todo joven en cualquier época y lugar, solo era el descubrimiento inédito del placer amoroso, amparadas por el bosque de la libertad.

Vitalidad que no se frenaba con falsas moralidades ni mucho  menos con el temor de pecar, necesitaban un desahogo y lo experimentaban, al igual que los ríos se dirigen siempre al mar en busca de una salida, así hacían ellas. Una marcada brecha generacional que no podía ser subsanada ni con las rígidas normas ni con la clasista división de velos negros y blancos, era la eterna rebeldía de la juventud sujeta a la tormenta hormonal que subyace en la biología propia de esta edad, inevitable e incontrolable. 

Llevaban, además del vino con sus irrespetadas etiquetas de proclama de santidad, provocando una risa ahogada en ellas ante la hipocresía de esa declaración, cargaban grandes bolsas con las hogazas de pan y quesos de la cocina, facilitado por la apasionada Juana, por supuesto no podían faltar las santas hostias que eran sustraídas de la Sacristía junto al licor, les encantaba comerlas untadas con las famosas mermeladas asaltadas del depósito que celosamente vigilaba la Hermana Berta, no había nada más placentero que degustar estos prohibidos manjares. Su técnica era muy sencilla, a Juana la endulzaban con sus arrumacos y a Berta le brindaban una generosa ración de lágrimas espirituosas para emborracharla y poder entrar a hurgar en el vedado lugar, estando allí sorpresivamente descubrirían un extraño artículo almacenado que les serviría apenas horas más tarde para un doloroso suceso.  

En estas fiestas alocadas las jóvenes eran auténticas, disfrutaban simplemente, era totalmente falso que se trataba de brujería como creían en el pueblo, nada que ver, era solo aventureras explorando nuevos territorios, siguiendo su lema de iluminar con alegría las penumbras y sombras de su vida dejándose conducir por sus pies ante  los caminos de la vida, en aquel bosque conseguían la paz, se encontraban así mismas. Incluso dejaban una proclama rebelde tallado en la corteza de los árboles, marcando su territorio emancipado.

Iluminare his qui in tenebris et in umbra, ad dirigendos pedes nostros in viam pacis”. Firmado: Las Novicias disolutas.

              ¿Qué significa ser adulto?  — Cavilaban las novicias entre ellas.

          ¿Acaso es estar regañando y corrigiendo todo el día? — Planteaba una en sus filosóficas charlas.

              ¿Por qué los viejos son tan complicados? — Interrogaba otra.

              Porque han vivido tanto tiempo que ya no saben qué hacer con él, dejaron de entender como disfrutar la vida, se enredan hasta con el tema del amor. — Aclara otra de ellas mientras se sirve una copa de vino.

        ¿Por qué separar el amor en diferentes categorías? Los gustos no es lo relevante. Todos deberían ser parte de un mismo mundo, el del amor. El amor y ya.

            Cierto, parecen estar encarceladas en una caja de cristal, pueden ver la vida pero no pueden complacerse.

      Peor que eso, no quieren hacerlo, le temen a su carcelero, la moral y las buenas costumbres que tanto proclaman.

             ¡Dejemos de hablar y vamos a bailar! 

En Villafranca se rumoreaba que las noches de luna llena se veía el resplandor rojizo de decenas de teas encendidas surgiendo del bosque reflejadas en la negrura del cielo, decían que eran las brujas que se reunían a invocar al maligno, debido a esta leyenda le prohibían a sus hijas dirigirse allí, la realidad era que querían detener el incontenible río de la juventud rebelde, pero estaba por descubrirse que era inevitable.    

Un día sucedió lo imprevisto, unos cazadores casualmente pasaron por el lugar de la reunión de las jóvenes novicias en el bosque  encontrando los restos de la fogata, las vacías botellas de la sagrada bebida y lo más escandaloso, los restos de hostias untadas con la roja mermelada de membrillo, cubiertas por cientos de hormigas que estaban enloquecidas degustando tan suculento manjar.

Al recorrer el lugar descubren el delator escrito, para mayor prueba firmado por las irreverentes jóvenes, las autoras de tal sacrilegio, finalmente se explican el alto consumo del costoso “Lagrima Christi” tan conocidos por el pueblo.

Siguen el rastro que va a parar a Santa Ángelus y entran a denunciar lo sucedido, no eran brujas como habían presumido, era aún peor, unas pérdidas, imperdonable.

Pero las Hermanas se enfrentan con un dilema, si denuncian a las novicias ante las jerarquías superiores, ellas podían a su vez delatar el hecho de que también se sumergían en esas aguas espirituosas. Y peor aún, no lo hacían sola.

La sociedad de cómplices se imponía una vez más y lo único implementado fue guardar el vino de consagrar de forma más segura para evitar ser dilapidado por las jóvenes inconscientes de su grave proceder o mejor dicho imprudente proceder, no se trataba de no hacer, sino de saberlo hacer. Diferencias entre juventud y madurez.


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