Ángela corre hacia el campanario, la Superiora le ordenó tocarla urgentemente de nuevo y convocar inmediatamente a las Velos Negros con el fin de acudir a la casa del Obispo para denunciar lo que sucedía en la elección de la Abadesa, organizada para ese día, disponiéndose por vez primera a violar la regla monástica de no salir a la calle por voluntad propia, cosas de fin de mundo. Este hecho insólito se debía a que Isabel finalmente se daba cuenta que Marco la traicionaba, obligándola a tomar la drástica medida de solicitar la presencia de la máxima autoridad eclesiástica de Villafranca con el fin de realizar otra nueva elección bajo su tutela, anulando el poder del Provincial para decidir en vista de que ya no contaba con el.
Los
planes de Isabel eran obstaculizar a su amante de desbancarla del cargo, de ser
inevitable lo delataría, no
podía seguir negando las inocultables motivaciones
pasionales que arrastraban a Marco, evidentes para su instinto femenino en
alerta máxima.
Contaba
con una decisiva carta, las secretas confabulaciones del Provincial de desplazar
al Obispo de su cargo con el objetivo de ocuparlo él, información obtenida en las
noches de pasión en su claustro, cuando acordaban apoyarse mutuamente en sus
aspiraciones, ahora estaba dispuesta a revelarla, pero solo una parte.
Peligrosamente
se habían convertido en colosos enfrentados dispuestos a cualquier cosa, sin
freno, ni principios, lo cual los colocaba en riesgo fulminante a los dos.
Ambos se conocían, el triunfador sería el que estuviera dispuesto o pudiera
llegar más lejos, dependía de las oportunidades
y en eso, a la larga, el Provincial llevaba las de ganar al no tener escrúpulo ni
ningún límite, capaz de todo, diferenciándolo de la Abadesa quien a pesar de su
ambición sentía cierto temor de Dios.
Dentro
de aquel salón, las presentas
se
alborotan como gallinero atacado por un zorro, nadie entiende lo que se dicen
entre ellas, se iniciaría una candente trifulca, parecía el Armagedón, mil
lindezas impropias de damas y menos de religiosas son intercambiadas entre los
bandos enfrentados, a favor unas y en contra otras pero de diferentes personajes,
siendo el origen de las disputas los tres protagonistas del debate, Isabel, Marco
y Alicia, en fusiones increíbles. Unas a favor de Marco y Alicia, otras de
Marco e Isabel, otras en contra de Alicia e Isabel, en contra de Marco pero a
favor de Isabel y así las mil y una combinación, se gritaban unas a otras.
Diez
monjas de Velo Negro se levantan de sus sillas con la intención de seguir a la Hermana
Isabel, entre ellas van Milagro, Raquel, Consuelo, Berta, sus principales
aliadas, quienes cuchichean entre sí, no entienden que sucede con Isabel y Monseñor,
hasta ese momento aparentemente tan unidos.
—
¿Qué pasa con la Abadesa
que esta tan molesta? — Pregunta la curiosa que todo lo quería saber, mirando
de reojo a Raquel.
—
¡No sé!. — Responde
cortante la delgada interpelada, alejándose para sacudirse de encima a la
entremetida Berta, a quien no soportaba.
—
¡Parece que el Provincial
tiene otra amante!. — Le susurra Consuelo discretamente al oído a la molesta
mujer.
Salen
al corredor tan acaloradas que incluso dos monjas llegarían a darse empujones e
intentarían arrancarse el velo mutuamente, aquello parecía una pelea de un bar
de baja ralea. En vista de la delicada situación de violación a la disciplina,
que desmeritaba más aun la cuestionada autoridad de la Abadesa encargada, Cristina
se acerca a Raquel para solicitarle que intervenga restaurando el orden, sorpresivamente
hace todo lo contrario, las azuza, sutilmente la traición se consolidaba e
Isabel lo percibe.
Ante
esta bochornosa escena, nunca antes presenciada en Santa Ángelus, cunde la desazón
entre varias de las que hacían causa común con la poderosa Autoridad encargada,
Monseñor aprovechando la situación consigue que este grupo de asustadizas
monjas se aparten de la causa de la monumental Hermana y refuercen la otra
candidatura, su propuesta alterna, dispuestas a entrar nuevamente al Salón Capitular
para lograr el quórum y poder efectuar la elección a favor de la Hermana Alicia.
Así el sagaz Provincial, usando todo su encanto, lograría convencerlas de que
sólo cambiando de bando desagraviarían a Dios y borrarían el escándalo de su
mal proceder.
Sin embargo, Isabel se mueve rápidamente y contraataca arengándolas nuevamente, logrando aumentar sus seguidoras a veinte, cantidad suficiente como para suspender la elección al negarse estas a participar, todavía detentaba poder como para enfrentar a su infiel amante, quienes deciden firmar un recurso dirigido al Obispo protestando por el abuso de Monseñor, simultáneamente solicitan que su Ilustrísima, como representante del Papa, las proclamara sujetas a su autoridad, liberándolas de las del Provincial franciscano, cuya tiranía y abusos rechazaban.
Una
vez restaurada su autoridad, la rechoncha religiosa parada frente a la asamblea
toma el control nuevamente, derrotando
en esta primera batalla a su inesperado contendor, procediendo a sublevarlas
mediante un incendiario discurso:
—
Marcharemos al pueblo a
llevar nuestra petición, aunque tengamos que quebrantar las normas del
claustro, las que están de
acuerdo con mi causa, que es la causa de Dios que coloco de testigo, por lo que
en su santo nombre las invito a acompañarme. — Dice incitándolas.
Por supuesto que era una invitación que conllevaba
una sutil amenaza, convirtiéndola en obligatoria.
— Saldremos procesionalmente, yo caminaré al frente, Consuelo y Milagro detrás de mí llevando la Cruz de Nuestro Señor en alto, Raquel, Cristina, Berta y Ángela cargaran la Virgen de Santa Ángelus, nuestra patrona — Les ordena tal cual militar al mando de su tropa, con el rostro enrojecido por la ira.
expresa con el rostro
enrojecido.
—
Iremos orando para que nos
sea perdonado este pecado de salir, el Señor es testigo que es para llevar
nuestro justo reclamo a donde fuera necesario, si es preciso ante el mismísimo
Papa. —Finaliza agitando sus manos violentamente.
El
Obispo era amado por las monjas, en cambio el Provincial era considerado un arrogante
dictador al que deseaban clavarle sus uñas y arañarlo cual furiosas gatas.
Redactada
la carta, estampadas las firmas, las veinte alzadas se aglomeran como un
enjambre de abejas alrededor de su reina y se dirigen en disciplinada
formación, encabezadas por Isabel, al portón de la entrada del Convento, le arrancan
el manojo de llaves a la Hermana Ángela,
la portera, reproduciendo lo que había hecho la Hermana Cristina la vez
anterior cuando la pesquisa del fugado de la cárcel y por lo cual había sido
severamente castigada.
Proceden
ruidosamente a abrir la puerta y la cancela de par en par, prorrumpiendo en
caravana por la calle principal del
escandalizado pueblo, constituyendo una novedad más llamativa que el circo
recién venido.
— Ave María Purísima! — Exclamaban
al verlas pasar mientras se santiguaban, abanicándose frenéticamente sus
enrojecidos rostros.
Definitivamente
las religiosas no defraudarían a su público, era imposible desbancarlas del
primer lugar de un jugoso escándalo.
Finalmente
llegan al obispado y se encuentra con el Provincial que llegó primero que
ellas. Todos son anunciados al unísono, Su Excelencia al enterarse de la
intempestiva visita queda estupefacto, ya que estaba al tanto de las intrigas
de la Abadesa en su contra, por lo que el hecho de que las Clarisas estuvieran
allí debía ser motivado por algo muy grave, tanto así que dejarse ver
abiertamente en la calle era más que asombroso, era inédito, al prescindir de su
férrea tradición de nunca salir, una singularidad, mejor dicho otra más, acaecida
en esa loca semana en Villafranca.
Su
Eminencia evita evidenciar su desconfianza ante la convulsa situación que lo
toma de imprevisto, ¿Qué hacían allí juntos?, las secretas confabulaciones del
Monseñor para ser el próximo Prelado utilizando a las revoltosas y peligrosas Clarisas
para lograr sus objetivos eran notorias, además la participación activa de Isabel,
su conocida amante, con el fin de contar con su apoyo en su aspiración de ser
Abadesa también era sabida en la casa obispal, la fuente de información eran
las cocineras. Marco le participa que esperara a que se desocupe para
comunicarle algo de su interés.
El
sagaz Obispo las recibe prontamente, su carácter incendiario era famoso, debía evitar que se sintieran
rechazadas o menospreciadas pues serían capaces de llevar la queja a extremos
insospechados, ya antes había ocurrido cuando alzaron su voz a lo más alto
niveles jerárquicos para exigir su derecho a ser, además de Hermanas, también
madres, al igual que los Padres eran padres, refiriéndose a que a los curas se
les permitía vivir con sus concubinas y sus hijos, mientras a las monjas no. Esta
había sido la primera exigencia de igualdad de género surgida precisamente allí
en aquel pueblo desperdigado entre montañas y nubes, que no por estar aislado
implicaba retraso en lo social, lideradas precisamente por las recatadas monjas
de Santa Ángelus, un inconcebible antecedente que le daba un matiz peligroso al
ser ellas las protagonistas de este nuevo revolucionario hecho. Por lo cual debía
acogerlas con total sutileza, mostrándoles respeto y consideración.
Pero
aquella azarosa visita aparecía en un mal momento, un obstáculo para un placentero
compromiso que lo aguardaba, era imperioso desocuparse lo más rápido posible,
un ángel necesitaba sus obispales atenciones esa noche, no podía defraudarla.
Cubriéndose
con una máscara de diplomacia, en lo cual era experto, espera que realicen las
respectivas venias, le soliciten su bendición, pacientemente se las otorga, les
acerca solemnemente el pastoral anillo para que una por una lo besuquearan, luego
cruzando sus manos sobre su abultado abdomen las escucha con benevolencia paternal
como correspondía a su alto cargo, al finalizar rápidamente les promete
intervenir en su favor para que se resolviese todo de manera que no tuviesen
motivo de queja, necesitaba despacharlas prontamente y simula acceder a sus reclamaciones.
Satisfechas
las monjas, deciden volver al claustro no sin antes exigirles que las acompañara
en resguardo de sus virtudes. El obispo nuevamente sorprendido de los recursos
de Isabel para simular un halago que en realidad era una demostración de poder,
le responde:
—
Me encantaría Hermanas, pero
no puedo, tengo un compromiso urgente dentro de un momento.
—
Su Excelencia, entonces
nos quedaremos aquí esperando se desocupe. — Amenaza sagazmente Isabel.
—
Está bien, Hermanas, iré
con ustedes pero solo hasta la plaza. — Exclama impaciente el Obispo, inflando
sus mofletudas y rojizas mejillas, emitiendo un sonido al dejar escapar el aire
entre sus labios, un gesto de desagrado al verse dominado por aquella socarrona
Abadesa.
—
Con permiso, espérenme un
momento que debo hablar en privado con Monseñor.
Las
religiosas se quedan viendo cómo ambos entran al despacho, pensando que el alto
jerarca le daría un jalón de oreja al sacerdote, permanecen recatadamente en
silencio. Que alejadas estaban de la verdad.
— Monseñor
le agradezco que tranquilice a las Clarisas, deje de azuzarlas, recuerde que
esta noche es el agasajo a los artistas del circo que realizaremos en la casa
arzobispal. Por cierto usted debe venir, está invitado y es obligatorio.
—
Vine a confirmarle la
asistencia de Mary, por supuesto que no me perdería esa velada por nada del
mundo. No se preocupe, yo me encargaré de las Hermanas. — Aclara socarronamente
el convidado, acentuando las últimas palabras.
Finalmente
regresan al Convento portando por la calle principal aquel vistoso trofeo de larga
sotana negra de llamativos botones y ancho fajín violeta, un solideo del mismo
color sobre su sudorosa cabeza, un joven capellán corría tras el abanicándolo y
cubriéndolo con una amplia sombrilla, ceremonial que no dejaba dudas de quien
se trataba.
Las
revolucionarias se pavoneaban al lado de aquel custodio personal que les
reparaba su decencia manchada por las maledicencias del pueblo, lo que asistían
impávidos presenciando aquel acto que parecía extraído de una obra de teatro,
preguntándose extrañados:
— ¿Qué
santo se celebra hoy?.
El
acuerdo alcanzado entre las partes en disputa, después de un tira y encoje
entre el Provincial y el Obispo, complacería a todos: La elección se realizaría
al día siguiente, esperando que Su Excelencia se desocupara de su ineludible
compromiso de caridad, acatando los estatutos vigentes mediante el cual las Clarisas
elegirían definitivamente a la Abadesa.
Se
aceptaba que se efectuara con la asistencia del Provincial de la cual no se podía
prescindir, pero se ordenaba que fuera presidida por el Obispo.
De
esta manera todos quedan aparentemente satisfechos. El Obispo porque desplazaba
al intrigante Provincial en su derecho de presidir la elección, una revancha
ante sus complots, además colateralmente obtenía que las revoltosas Hermanas quedaran
felices, un voto a su favor que le arrebataba al Provincial. Marco, a pesar de ser
menoscabado en su prerrogativa a tutelar la votación, sin embargo se le
reconocía su derecho a estar presente como autoridad y aparenta aceptar sumisamente.
Nadie sospecha la existencia del oculto as que tenía bajo la manga, que ante
las circunstancias acontecidas en aquel momento, implementaría esa misma noche,
el circo y sus coristas que acababan de arribar al pueblo le daría el triunfo
en aquel juego de intrigas por el poder.
El grupo de monjas que pensaban que el Obispo elegiría otra candidata que no fuera la odiada Isabel, cuchicheaban en voz baja felicitándose entre sí al considerar que finalmente se liberarían de aquel pesado yugo gracias a la intervención del máximo Jerarca religioso del pueblo.
Las incondicionales de Isabel también rebosantes de gusto se frotaban las manos de puro placer porque confiaban en que la estrategia del alzamiento serviría para lograr su cometido de quedarse con el poder definitivamente, el Obispo no podía traicionar a Isabel.
Al
parecer el impase quedaba arreglado, bañado en agua de rosas, pero como sucede en
la vida, nada es como parece ser, inesperadamente la elección nunca se llegaría
a realizar, un motivo poderoso impediría que el señor Obispo se presentara en
Santa Ángelus Dominius.
A todas estas, otro hecho se sumaría al panorama por desarrollarse, desajustando la precaria situación de Isabel, quien por la sutil traición de Raquel evidenciada en la cizaña inyectada en la reciente reunión, había llevado a cabo una fracasada estrategia para acabarla y así poder justificar el hecho de sacarla de su lado como principal consejera de la Dirección de la Abadía. Pero al hacerlo cometería un desliz al ocupar la vacante dejada por la puntillosa Hermana, como segunda al mando, con Consuelo, fiel cómplice en sus vicios, descartando una vez más a Berta, quien no se lo perdonaría pues esta fisgona Hermana al sentirse nuevamente relegada y despreciada, a pesar del sucio servicio que le había realizado, decidiría vengarse informándole al Provincial lo sucedido con el supuesto robo de la tiara, confesión que le daría las evidencias de un pecado mortal cometido por Isabel, proporcionándole otra ventaja al atlético conspirador en la reunión que estaba por realizarse.
Al
día siguiente las Velos Negros están reunidas en la Sala Capitular con Isabel
encabezando la congregación de Las Clarisas, se notan nerviosas, corcovean como
caballos antes de salir al galope, el Provincial llamativamente relajado las
pone en alerta, el invitado de honor no llegaba, algo no calzaba. Ante la
inesperada falta del Alto Dignatario, abruptamente Monseñor, usando el factor
sorpresa, procede a levantarse del puesto de adjunto asignado para ese día, se muestra
seguro de sí mismo, las mira retadoramente a cada una mientras camina por el
pasillo, socarronamente sonríe cuando pasa frente a Isabel para ocupar el lugar
del Presidente del Capítulo que le correspondía por derecho, asumiendo
plenamente sus menoscabadas atribuciones, un silencio abrumador recorre el
lugar presagiando algo funesto que se cierne en el ambiente. Carraspea discretamente
para llamar la atención y suelta aquella demoledora y sorpresiva decisión, no
había vuelta atrás:
—
En vista de la falta de Su
Excelencia, transitoriamente he decidido nombrar abadesa a la Hermana Raquel.
El recinto parecía haber sido devastado por una terremoto, solo se escuchaba la respiración dificultosa de algunas sediciosas organizadoras del complot contra el Provincial, quien continua hablando, justificando la medida afirmando que su decisión se basaba en que esta Hermana mantenía la disciplina al ser la encargada de supervisar los horarios y normas de todo el Convento, gracias a cuya labor funcionaba como un reloj suizo, vital en aquel convulsionado momento, además, añade, era necesario castigar a ciertas monjas que servían de instrumento al espíritu maligno con el fin de anarquizar la casa de Dios, finalmente termina su discurso aclarando que esa medida sería mientras se determinaba la causa de la ausencia del Obispo, todo esto comunicado con una dulce voz que provocaba escalofríos en las presentes.
El
verdadero motivo de Marco en aquella designación era que confiaba poder
manipular a la obsesiva monja usando la recién información que le había dado
Berta sobre la confabulación del supuesto robo de la costosísima corona de la Virgen,
propiedad de la Iglesia Parroquial y prestada por el Obispo para ser expuesta
en la capilla de Santa Ángelus por su aniversario, un plan orquestado por
Isabel para destruir la reputación de Raquel con el fin de vengarse de su
conducta que atribuía a su reciente amistad con la indescifrable bibliotecaria,
ahora en franca rebelión contra ella, por lo que decide anularla, sacarla de la
cadena de mando, pero debía ser sin que se percibiera su autoría, no era
conveniente que se sospecharan enemistades dentro de su equipo más cercano que
podía ocasionar fricciones entre sí. Debía tirar la piedra y esconder la mano.
Esto
acontecería poco después de llegar de la casa arzobispal. Momentos antes,
durante los preparativos para la procesión en la que llevarían el Crucifijo y la
Virgen, sucedería que al bajarla del altar se había notado la falta de la
corona, pero astutamente la rolliza Abadesa había ordenado, debido a la gravedad
de lo que sucedía con la elección, no buscarla en ese momento.
De
regreso, al colocar la Virgen de nuevo en su nicho, le ordenaría nuevamente a
Berta hacer otra requisa, esta vez con el fin de localizar la joya, ya había
acordado con ella para que apareciera en el claustro de esta Hermana,
levantándole un falso testimonio.
Cuando
estalla el escándalo, la primera en salir en defensa de la vilipendiada
religiosa sería precisamente Cristina, planteando la posibilidad de haber sido
escondida allí por otra persona que estaría impulsada por oscuras intenciones,
al afirmar esto mira a Isabel enfrentándola la cual responde amenazándola con
investigarla, aclarándole que en caso de estar también involucrada en la
irregularidad sería expulsada de monja, puntualizando que hasta podía ir
detenida.
Pero
esta idealista mujer defensora de los desamparados tal cual Don Quijote, se
mantiene firme ante los ataques de la Abadesa, esto hace dudar a algunas de las
presentes quienes comienzan a poner en tela de juicio la verdad de lo sucedido,
lo que paradójicamente ocasionaría que dentro de las Velos Negros ocurriera la
separación en dos grupos, unas a favor de la Abadesa encargada y otras en
defensa de la carismática Hermana que gozaba de gran prestigio dentro del Convento.
Debido
a esta reacción, la Interina quedaría debilitada en sus ambiciosas
aspiraciones, faltándole el número suficiente de votos para ganar un nuevo
conteo, ni tiempo en ese momento para convencerlas y lograr voltear los
resultados a su favor, agravado aún más por la ausencia del Obispo, obligándola
a replegarse ante la fuerte brisa de sublevación que sacude su imperio, decide
dejar el asunto del robo por los momentos y enfocarse en buscar una solución de
lo que le interesa sobremanera.
Isabel
estaba sumergida en un torbellino de problemas cada vez más graves que para entonces
ya era incontrolable, al ser nombrada Abadesa precisamente su nueva enemiga Raquel,
cuya asociación con Cristina era muy peligrosa, pues sin saberlo, ambas
reunían factores de poder.
La
recién derrotada necesita relajarse, despejar su cabeza para buscar una
solución, sale de allí apresuradamente y le pide a Consuelo que le lleve a su
claustro una botella de vino de consagrar que en ese momento estaban descargando
en el Convento, precisamente en la Capilla.
La
cantidad que compraban eran escandalosos, el dueño del expendido de licores no entendía
cómo era posible que con tan pocas misas consumieran tanto vino. Lo más
llamativo era lo costoso, lo que no representaba un freno para su adquisición
por parte de las humildes religiosas. Su excesivo valor se debía a lo difícil
de obtener la bebida debido a las especificaciones que debía cumplir: “El vino debe ser natural, del fruto de
la vid, y no corrompido, sin aditivo ni preservante”, siendo por esto de
gran calidad y el preferido por ellas. En su etiqueta era obligatorio especificar
“Apto para la Santa Misa”. Pero desvergonzadamente la mayoría de las veces era usado
en asuntos no tan santos.
Lucas,
el proveedor del Convento, estaba en el Presbiterio trayendo las “Lagrima
Christi” para ser luego almacenadas en
la Sacristía, momento en que llega Consuelo ordenándole que le dé una botella,
el hombre busca una daga que siempre cargaba escondida en su bota para usarlo
en diferentes menesteres, incluido la defensa personal, al extraerlo la filosa superficie
lanza destellos al colisionar con la luz emitida por las encendidas velas, entonces
procede a romper la tapa de madera que cubría las cajas del litúrgico vino, al terminar
de hacerlo lo coloca sobre el altar para proceder a destaparle la botella a la solícita
monja, al acercarse para alcanzárselo, en una confusión que ocurre, ya que ambos
realizan idénticos movimientos tropezándose entre sí, por lo cual casi cae al
suelo el frasco de cristal color ámbar. Consuelo le da una fuerte reprimenda, ordenándole
que se retire inmediatamente. El hombre obedece rápidamente, sin darse cuenta
que dejaba aquel instrumento fatídico bajo los pies del cristo redentor.
Pero el vino tenía otros destinos además del dispuesto dentro de la Abadía por las poderosas Velos Negros, era en los bailes realizados los viernes en la noche consagrados a Venus, representante del amor humano, fiestas que se escenificaban en los espesos bosques cercanos a la Abadía. Todo comenzaba con una secreta cita cifrada, “A la luz de luna en la capilla de las monjas” se decían unas a otras, riéndose las juguetonas féminas.
Bosque encantado. Fotografía de JAO
Eran
las jóvenes novicias, con su natural rebeldía, cansadas de las restricciones
del claustro, escapaban a respirar libertad rodeadas de los altos árboles con
gruesos troncos de un marrón oscuros, cuyas ramas con sus miles de hojas entre
verde y rojizas tonalidades formaban un espeso dosel que las cubría, sumergidas
en esta especie de capullo protector, ellas podían rescatar la esencia del ser
y no solo del parecer.
Alrededor
de una fogata bailaban girando en círculo, al hacerlo golpeaban el suelo
alternando rítmicamente sus pies, agarradas de las manos, cantando y bebiendo
directamente de las botellas de aquellas lágrimas cristis saqueadas
clandestinamente de la Sacristía, hasta alcanzar el paroxismo.
Allí
exploraban su sexualidad, actos que se pudieran clasificar de impúdicos, en ese
lugar nada se respetaba ni siquiera la separación de sexos, tabúes desconocidos
para estas doncellas, libres e irreverentes como todo joven en cualquier época
y lugar, solo era el descubrimiento inédito del placer amoroso, amparadas
por el bosque de la libertad.
Vitalidad que no se frenaba con falsas moralidades ni mucho menos con el temor de pecar, necesitaban un
desahogo y lo experimentaban, al igual que los ríos se dirigen siempre al mar
en busca de una salida, así hacían ellas. Una marcada brecha generacional que
no podía ser subsanada ni con las rígidas normas ni con la clasista división de
velos negros y blancos, era la eterna rebeldía de la juventud sujeta a la
tormenta hormonal que subyace en la biología propia de esta edad, inevitable e
incontrolable.
Llevaban,
además del vino con sus irrespetadas etiquetas de proclama de santidad, provocando
una risa ahogada en ellas ante la hipocresía de esa declaración, cargaban
grandes bolsas con las hogazas de pan y quesos de la cocina, facilitado por la
apasionada Juana, por supuesto no podían faltar las santas hostias que eran sustraídas
de la Sacristía junto al licor, les encantaba comerlas untadas con las famosas mermeladas
asaltadas del depósito que celosamente vigilaba la Hermana Berta, no había nada
más placentero que degustar estos prohibidos manjares. Su técnica era muy
sencilla, a Juana la endulzaban con sus arrumacos y a Berta le brindaban una generosa
ración de lágrimas espirituosas para emborracharla y poder entrar a hurgar en el
vedado lugar, estando allí sorpresivamente descubrirían un extraño artículo
almacenado que les serviría apenas horas más tarde para un doloroso suceso.
En
estas fiestas alocadas las jóvenes eran auténticas, disfrutaban simplemente, era
totalmente falso que se trataba de brujería como creían en el pueblo, nada que
ver, era solo aventureras explorando nuevos territorios, siguiendo su lema de iluminar
con alegría las penumbras y sombras de su vida dejándose conducir por sus pies ante
los caminos de la vida, en aquel bosque conseguían
la paz, se encontraban así mismas. Incluso dejaban una proclama rebelde tallado
en la corteza de los árboles, marcando su territorio emancipado.
“Iluminare his qui in tenebris et in umbra, ad
dirigendos pedes nostros in viam pacis”. Firmado: Las Novicias disolutas.
—
¿Qué significa ser
adulto? — Cavilaban
las novicias entre ellas.
— ¿Acaso es estar
regañando y corrigiendo todo el día? — Planteaba una en
sus filosóficas charlas.
—
¿Por qué los viejos son
tan complicados? — Interrogaba otra.
—
Porque han vivido tanto
tiempo que ya no saben qué hacer con él, dejaron de entender como disfrutar la
vida, se enredan hasta con el tema del amor. — Aclara otra de ellas mientras se
sirve una copa de vino.
— ¿Por qué separar el
amor en diferentes categorías? Los gustos no es lo relevante. Todos deberían
ser parte de un mismo mundo, el del amor. El amor y ya.
— Cierto, parecen
estar encarceladas en una caja de cristal, pueden ver la vida pero no pueden complacerse.
— Peor que eso, no quieren
hacerlo, le temen a su carcelero, la moral y las buenas costumbres que tanto
proclaman.
— ¡Dejemos de hablar
y vamos a bailar!
En
Villafranca se rumoreaba que las noches de luna llena se veía el resplandor
rojizo de decenas de teas encendidas surgiendo del bosque reflejadas en la
negrura del cielo, decían que eran las brujas que se reunían a invocar al
maligno, debido a esta leyenda le prohibían a sus hijas dirigirse allí, la
realidad era que querían detener el incontenible río de la juventud rebelde, pero
estaba por descubrirse que era inevitable.
Un
día sucedió lo imprevisto, unos cazadores casualmente pasaron por el lugar de
la reunión de las jóvenes novicias en el bosque encontrando los restos de la fogata, las vacías
botellas de la sagrada bebida y lo más escandaloso, los restos de hostias untadas
con la roja mermelada de membrillo, cubiertas por cientos de hormigas que
estaban enloquecidas degustando tan suculento manjar.
Al
recorrer el lugar descubren el delator escrito, para mayor prueba firmado por
las irreverentes jóvenes, las autoras de tal sacrilegio, finalmente se explican
el alto consumo del costoso “Lagrima Christi” tan conocidos por el pueblo.
Siguen
el rastro que va a parar a Santa Ángelus y entran a denunciar lo sucedido, no
eran brujas como habían presumido, era aún peor, unas pérdidas, imperdonable.
Pero
las Hermanas se enfrentan con un dilema, si denuncian a las novicias ante las
jerarquías superiores, ellas podían a su vez delatar el hecho de que también se
sumergían en esas aguas espirituosas. Y peor aún, no lo hacían sola.
La
sociedad de cómplices se imponía una vez más y lo único implementado fue
guardar el vino de consagrar de forma más segura para evitar ser dilapidado por
las jóvenes inconscientes de su grave proceder o mejor dicho imprudente
proceder, no se trataba de no hacer, sino de saberlo hacer. Diferencias entre
juventud y madurez.
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