Un
incendio cruje en los viejos registros parroquiales de la Iglesia de Rio Tocuyo,
los libros correspondientes al año de 1876 desaparecen devorados por las llamas,
cerca de la plaza, sobre un caballo una mujer observa con lagrimas en los ojos,
una tristeza arrasa su espíritu, sin poder evitarlo pues el hilo de los
acontecimientos la habían conducido irremediablemente hasta allí. Su pecado confesado
hacía pocas horas, de rodillas ante su párroco, amigo y confesor a quien le
lanzó la sentencia: Padre tengo que incendiar su Iglesia! Hija por Dios, no me
asustes, que sucede?
Los
caroreños habían apoyado a Cipriano Castro como una solución temporal para
suplir la necesidad de un caudillo que llenara el vacío dejado por Joaquín Crespo,
un grave error de cálculo cometido por los liberales amarillos, no solo logro
dividirlos, sino que a diferencia de Guzmán Blanco, Castro los iría eliminando físicamente
enviándolos a guerras perdidas de antemano.
A Castro lo enfrenta, entre otros, los godos y liberales unidos junto a
su enemigo tradicional el Mocho Hernández, quien iniciaría una revuelta desde
Coro donde contaba con seguidores, apoyado por caroreños, entre ellos el
conocido José María Riera un personaje clave quien protagonizaría una tragedia
local. Los rebeldes logran ocupar Barquisimeto, designándose para sofocar el
alzamiento al General Jacinto Fabricio Lara, acantonado en Siquisique, partiendo
un 5 de diciembre 1899 rumbo a la capital del estado Lara donde se encontraban los
revolucionarios Nacionalistas, arribando allí entre el 23 y 24 de diciembre de ese
año, iniciándose el combate donde pierden la vida el General Juan Bautista
Salazar, compadre de Bartola y otros militares de alto rango compañeros de su
marido, una avanzada que misteriosamente fueron abandonados por Jacinto Lara,
quien llega “tarde” a reforzarlos, sospechándose de tratarse de una orden de
Castro para salir de estos militares pocos confiables.
Además de este descalabro para Bartola, los
amarillos serían desplazados por los godos quienes conforman una fuerza
política que obtuvo el poder de la nueva Dictadura, encabezados por Pablo Riera
en Carora, instalando una dominación a través de sus familiares consanguíneos,
los rieristas, los cuales obtienen en exclusiva las prebendas económicas,
despertando rencores dentro de los excluidos, debido a lo cual las disputas
políticas toman protagonismo en un nuevo escenario violento. Para agravar la
situación de encono, la actitud de inestabilidad política de José María Riera de
gran ascendencia dentro de los caroreños cuya familia era oriunda de estas
tierras, quien de mochista en la época de Crespo se pasa al bando de Castro
durante el golpe de estado para luego del triunfo regresar nuevamente a las
filas del Mocho Hernández, quien lideriza un intento para derrocar del poder a
Castro donde participaría José María Riera, en calidad de jefe de la oligarquía caroreña.
En vista de esto los enemigos de los rieristas, miembros también de la
coalición del gobierno, utilizan esta situación para defender sus intereses
menoscabados y salen en persecución del alzado contra el gobierno, alcanzándolo
en el sitio conocido como el “Pozo de las Zábilas”, cerca del poblado de Burere
al oeste de Carora, en la refriega un balazo lo alcanza en la ingle, al intentar
montar en el caballo, llega un piquete de las tropas de Rafael Montilla donde
venía algo rezagado el General Rafael Aranguren, lugarteniente del fallecido
General Federico Carmona, quien le guardaba rencor por múltiples razones,
principalmente los sucesos protagonizados por los Rieras contra La Propaganda. Así
que al alcanzarlo Aranguren, obedecería las ordenes expresa de Castro de
eliminar a todos los mochistas, pero también lo haría en nombre de los
carmoneros y del asesinato de Antonio Perozo, sumado al acaparamiento de los
rierista en la economía local, en los cuales se habían visto perjudicado sus
familiares de Siquisique con negocios en Carora, sobradas razones por la cual a
pesar de verlo mortalmente herido y desangrándose, lo remató a balazos un 17 de
abril de 1900. Posteriormente el General Rafael Aranguren, encontrándose en un
botiquín en Siquisique, fue asesinado en venganza por Medardo Oropeza Riera,
sobrino de José M. Riera, quien a su vez fue asesinado en el camino por las
tropas que lo conducían preso a Barquisimeto, época donde las deudas de sangre
se heredaban y se pagaban a pesar del tiempo, sentencias de muerte
imperecederas.
El fatídico asesinato de J.M. Riera por el
general Aranguren desatan nuevamente los demonios ocultos del rencor contra los
carmoneros, lo cual llevan a esta mujer a cambiar sus estrategias y buscar otra
solución para sus hijos, principalmente Damián supuesto autor de la muerte de
uno de ellos. A partir de este momento se dedicaría a utilizar lo único que le quedaba, las
riquezas del oro del cual era depositaria para obtener el poder que se derivaba
de su posesión, especialmente darle protección a Damián, ya no podía ocultarlo más
en las agrestes montañas de San Pedro, existía un riesgo evidente de que sus prosperas
actividades comerciales lo delataran, era necesario hacer algo más, algo
diferente, un encubrimiento que no implicara estar físicamente oculto o llevar
una vida clandestina.
Damián era hechura de ella, encarnando todo
lo que deseaba ser y que solo había logrado durante los años vividos al lado de
su marido Antonio Perozo, arrebatado con la muerte violenta de este. Su hijo era
el consuelo a sus sufrimientos, debía salvarlo de sus enemigos y de sí mismo,
sus propios tormentos. Finalmente llega a una conclusión debía cambiarle su
historia, darle otro nombre que no despertara sospechas, rodearlo de riquezas que
no pudieran ser rastreadas hasta ella.
Los
acontecimientos se desatan, sale del país enfermo Cipriano Castro y es
sustituido por Juan Vicente Gómez a finales de 1908 dando inicio a una feroz
dictadura. En 1910 ocurre la muerte en Carora del General Ángel Montañez, el poderoso enemigo político de su familia.
Esto le permite a su hijo abandonar las montanas llevando una vida más pública,
entrado a comerciar por primera vez personalmente, montar un negocio de
compra-venta al mayor y detal en el caserío La Unión. Estando residenciado aquí
un día se entera de la venta de una hacienda, en cuya negociación se
encontraría con una mujer que lo perturbaría en lo profundo de su corazón,
colocándolo en una encrucijada vital. Para entonces era conocido por un nombre
ficticio, pero eludiendo cualquier compromiso que lo obligara a identificarse legalmente, para eso usaba a su hermano menor y otro pariente para adquirir propiedades sin ponerlas a su
nombre. Por el mismo motivo, con 37 años de edad aun permanecía soltero, a
pesar de que su madre, una ferviente católica los había educado bajo los
cánones del sagrado vínculo matrimonial, un ideal inculcado por ella. Afirmaba que
algún día se casaría pero que primero debía lograr una posición económica
sólida, esto no era más que una excusa para encubrir su verdad; mediante estas
artimañas había logrado mantenerse alejado de los registros civiles, hasta ese
momento Pancho Castro existía sin existir. Secretamente mantenía la esperanza de
que algún día recuperaría su vida anterior, su nombre paterno, regresar a su
pueblo natal, pero la vida le jugaría una mala pasada, Damián Perozo
desaparecería definitivamente tal como le había vaticinado su madre.
El
deseo de unirse con esta mujer se vería obstaculizado por las exigencias
matrimoniales de sus padres quienes pertenecían a familias tradicional de
fuertes creencias religiosas, igual a las que su madre les había enseñado. Hasta
ese momento había logrado eludir ese compromiso, sin descartarlo totalmente, no
había tenido necesidad de hacerlo. El aseguraba que algún día se casaría, así
se lo decía a sus conocidos pero que por los momentos solo había asumido la
responsabilidad de una unión libre con todas sus obligaciones menos el
matrimonio de ley, la razón era que no podía hacerlo pues se vería forzado a
poner en evidencia su verdadera identidad, la cual mediante esta historia y el
uso de sus parientes como testaferros en sus propiedades había logrado mantener
oculta. Legalmente no poseía nada, por no poder identificarse legalmente.
Bartola inicia una febril actividad, acude a su parentela,
mueve su dinero para comprar testigos para la nueva identidad de su hijo. Había
perpetrado un cambio de nombre que no tenia vuelta atrás, creando otro ser,
otro hijo, pero faltaba borrar el rastro de Damián, de eso se encargaría también
esta guerrera, experta en conspiración y
aun con poderosos contactos clandestinos, así le proporcionaría a su hijo lo
que hoy se conoce como protección a testigos claves al darle un nuevo nombre y
una nueva historia familiar, incluido los registros parroquiales.
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