Una carreta conducida
por una mujer, seguida a cierta distancia por varios indígenas a caballo,
escoltándola discretamente, recorre velozmente el sinuoso camino de la sierra
de San Luís, montañas cubiertas por un verde manto dándole una frescura que a
veces llegaba a ser muy frío, a su paso cruza varios arroyos por los puentes de
doble arco de ladrillo, construidos desde la Colonia. Amanecía cuando repentinamente
en una vuelta del camino, bordeando la cima desde lo alto, se deja ver el caudaloso
río con un buque a vapor navegando por su cauce, lleva una carga de madera de
los bosques de Moroturo, dirigiéndose a la desembocadura en Tocuyo de La Costa,
la mayoría interceptados por los corsarios en la salida al mar.
Bartola Castro había
partido de La Vela de Coro rumbo a Siquisique con las armas adquiridas de
contrabando, entregadas a media noche por sus contactos sefarditas, cargamento que
estaba oculto en bodegas clandestinas existentes en la aduana Antillana, en
manos de estos holandeses que desempeñaban ambos roles de comerciantes legales
y piratas.
Después de repartir
algunas monedas de oro entre los cargadores a cambio de su silencio, saldría de
allí rápidamente iluminada por la luz de la luna llena, rodeada de los sonidos
nocturnos de sapos y grillos, va en una carreta techada con cueros de chivo,
sostenidos en una armazón metálica, para protegerlas de la lluvia, un farol encendido
cuelga de un lado, tintineando al ritmo del carruaje.
El camino transitado
conducía
a la montaña de Guacamúco, que desembocaba en la parte norte del poblado de
Siquisique, pensaba descansar en la posada que pertenecía a sus amigos, la
familia Viloria, situada al pie de esta serranía.
La viajera quien contaba con la discreción del dueño, clave para su
misión, se hospedaría aquí para recuperar fuerzas, mientras los ayudantes atendían
a los animales, ella disfrutaría de un baño en tina con agua caliente calentada
en topias, una cama con sabanas bordadas, perfumadas con flores de mastranto y azahar, había cabalgado por casi 6 días prácticamente sin asearse ni dormir,
hacerlo era una necesidad perentoria, estaba exhausta.
Después de arreglarse, sale a verificar el cargamento y el acomodo de
los hombres, guardaespaldas pertenecientes a su tribu, fieles y silenciosos, en
el corredor se tropieza con el dueño quien la invita a tomarse un palito de
cocuy que acostumbraba brindarle a los recién llegados, mañas de buen anfitrión
que lo hacían popular, mientras ingieren el licor de un solo trago, regalo
de la recién llegada de su propia producción, le comenta que en el pueblo estaban
instalando la primera imprenta, pensaban sacar muy pronto un periódico local denominado
“Eco de
Urdaneta”, el
hombre se recuesta en la silla extrayendo de su bolsillo una carta que le
entrega: aquí le dejó su compadre el general Juan Bautista Salazar, un siquisiqueño
conocido de ambos personajes y un contacto militar de la recién llegada.
Acababa de recorrer
la vía que conducía de Coro a Siquisique, debía llegar a la Aduana a orillas
del río Tocuyo para seguir hacia el poblado de Parapara, su destino final, por un soleado y concurrido sendero que contrastaba con el montañoso que acababa de transitar, donde se podían ver desde los pequeños conucos de
negros e indios hasta los exuberantes cultivos, muy vistosos por sus largos
tallos que ondeaban al capricho del viento, tan numerosos y grandes que a la
vista semejaban un mar dorado, era la caña de azúcar de las haciendas de los
terratenientes, con sus grandes y majestuosas casas coloniales que denotaban prosperidad.
Este se comenzó a cultivar desde el siglo XVII cuando fue introducido al
país proveniente de las Islas Canarias.
Otra actividad muy prospera de este camino era la ganadería, predominantemente los hatos de chivos traídos
por los canarios, expertos en la cría de este animal. El ganado vacuno
relativamente escaso al principio de la Colonia debido a lo pobre de los
forrajes autóctonos, obliga que en el siglo XVII se importaran pastos con altos
niveles nutricionales de las Islas Canarias para ser distribuidos a Carora y El
Tocuyo, mejorando los existentes, logrando convertirse en los principales
centros de ganado vacuno, desplazando paulatinamente la cría de chivo a partir
de la última década del siglo XIX. Era frecuente encontrarse con los rebaños de ganado
por estos caminos.
En la práctica
durante los siglos XVIII y XIX, Carora se desempeña como capital y el Cantón
como Estado; por aquí circulaba poder, dinero, militares, viajeros,
comerciantes, una mujer pasaría desapercibida dentro de esta multitud. La
otrora capital del país, la ciudad de El Tocuyo, rezagada ante el crecimiento
de Carora por estar a 15 días o un mes de distancia de Coro, dependiendo si era
a caballo o a píe, colocándola en desventaja, además su otra conexión comercial
era Barquisimeto, estancada como consecuencia de las guerras de la época que
pasaban todas por allí, diezmándola constantemente, impidiendo su despegue
económico, lográndolo solo a finales del siglo XIX con la inauguración del
ferrocarril Bolívar y la pacificación instaurada por Cipriano Castro. A
mediados del siglo XIX surge Siquisique como centro de poder que junto a Carora
se potenciarian.
Bartola se acomoda
en un banco debajo de una mapora, comienza a leer la carta del general Salazar,
relata los últimos acontecimientos ocurridos posteriores a la repentina muerte
del general Juan Agustín Pérez, quedando encargados de La Propaganda los
generales Graciano Riera Aguinagalde y Ramón Urrieta, conocidos como los
Chuíos, atraviesan un momento delicado pues en Aregue los Generales Bernabé
Aponte, Gregorio Pérez y Andrés Castro Cerrada, su pariente, rechazan públicamente
a este movimiento pues según su opinión solo divide al partido liberal, consideran
que su existencia es un suicidio político.
Además, continua el
escrito, los Chuíos perpetraron el golpe contra Bracho, bajo al comando de
Graciano Riera Aguinagalde, sin consultar con Barquisimeto, quienes para no
levantar sospecha simularon que iban a buscar una imprenta, tomaron un camino
donde “coincidencialmente” estaba ubicada su casa, logrando sorprenderlo al
estar desprevenido, secuestrándolo y colocándolo en prisión en su misma
residencia, destituyéndolo del cargo de Jefe Civil, originando enérgicas
medidas represivas del gobierno local, siendo respondidas por los lugareños con
una confrontación armada, consiguiendo finalmente su destitución.
A pesar de este alzamiento
que despertó equivocadamente las sospechas del gobierno de Barquisimeto sobre el general
Federico Carmona, le puedo decir que pudo contactarse con el general Aquilino
Juárez, quien le ofreció su apoyo, acordaron defender al liberalismo de los
traidores divisionistas, trabajar para obtener la gobernación local, apoyar a
Joaquín Crespo, liberal a toda prueba y fiel a Guzmán, en contra del
continuismo. Por último le comunico que en Carora está residenciado un comerciante
conservador recién llegado de Yaracuy, el Sr Ángel Montañez, no es de fiar, se
ha reunido con los más destacados ciudadanos convenciéndolos que es liberal, se
ha asociado comercialmente con Juan Agustín Pérez, hijo del general fallecido,
debemos cuidarnos pues es un posible traidor.
Bartola al terminar
de leer, se levanta e inmediatamente destruye la misiva, una fría corriente de
aire le roza la nuca provocándole un estremecimiento, se acomoda el capotillo y
sigue su camino.
Continuara . . .
Carreta con techo de paja
Puerto con barcos y arrieros
No hay comentarios:
Publicar un comentario