Sus dedos recorrían como un huracán aquella lista de
nombres y sus historias, comerciantes, maestros de obras, profesionales, piratas
como Isidro Oliveros capturado en su buque en alta mar por los marinos de la
compañía Guipuzcoana en 1777 trasladado a Caracas, donde se le veía caminando
libremente por sus calles a pesar de su condición de prisionero. El registro no
parecía tener fin.
Repentinamente experimenta una extraña sensación, mentalmente
ve como su vida transcurre delante de sus ojos: su nacimiento en las orillas
del río Tocuyo, su primera comunión que coincidió con el desembarco de Ezequiel
Zamora, el día cuando fue mancillada por los azules, su educación de manos de los
sacerdotes de Aregue y Río Tocuyo, sus tutores, quienes la instruyeron en
ciencia, religión y arte, su participación como tropera y medico en la
revolución de abril de 1870, su matrimonio con Antonio, el nacimiento de sus
hijos, su huida a las montañas de San Pedro.
Una mujer recorre la ciudad de Coro, la capital portuaria
de Venezuela, sus decenas de comercios de la floreciente comunidad sefardita salpican las calles, múltiples avisos cuelgan
de sus puertas, informando al publico sus variados artículos,
unos
importados, otros nacionales: mesas,
vidrieras y regalos de Salomón López Fonseca, el negocio de J.
Myerston y Co. anunciando sus "Máquinas de coser" para los talleres
de costura y las familias pudientes, las posadas y mesones como el de Julio Capriles con su cartelón mecido por el viento indicando “Comida”.
Destacándose
estaban las múltiples firmas
comerciales de los Sénior, se encontraban por doquier en las calles adoquinadas
de Coro, como la “I. A. Sénior e hijo” de Isaac Sénior, otra era la de “Sénior
Hermanos” de Josías y Abraham Sénior asociados con Alberto Henríquez en los
ramos de velería, jabonería, tenería y extracción de aceites, pero el más
floreciente negocio de esta familia era el circuito exportador de La Casa
Sénior, especializados en tres
productos sumamente valiosos para la época: el café, las pieles de chivo y el
dividive, árbol de zonas semiáridas de cuya semilla se extraía un tinte con gran
demanda internacional en la industria de la curtiembre, conocido como el grano
de oro, llevado a los mercados de los Estados Unidos,
Inglaterra, Francia y Alemania
en bergantines a través de los
puertos de Liverpool, El Havre, Hamburgo, New York y New Orleans, transportados como contrabando en el primer tercio del siglo XIX, luego
salían legalmente del estanque portuario en La Vela de Jeudah Sénior, dueño además de numerosos hatos de cabras,
ganado, plantaciones de caña de azúcar, haciendas de café, caballos, mulas y
casas en Coro, Carora, Maparari, Bobare y Barquisimeto, donde establecieron otra
sucursal de esta firma.
Caminando por este maremagno
de locales con mercancías de todo tipo, de repente un aviso llama la atención, parecía
increíble, se trataba de la oferta de bergantines o goletas para la venta,
propiedad de Joseph Curiel, apoderado de judíos holandeses de Curazao dueños de
estos navíos, asociado junto a David Hoheb, primer judío en nacionalizarse como
venezolano, quien era propietario del derecho de peaje del Puerto de La Vela,
ambos especialistas en la navegación mercantil entre Curazao y Venezuela,
tradición de sus antepasados desde el siglo XVII, cuyo negocio demostraba la fuerte
demanda de navegación debido al intenso intercambio comercial de la zona con el
mundo conocido, tanto legal como de contrabando.
Al llegar a La Vela, el
puerto propiamente dicho de Coro, lo visual te copaba, el espectáculo era
intenso a pesar de los nauseabundos olores de desperdicios y excrementos. La
plaza Antillana de la aduana con la estatua de la mujer holandesa, el mar azul con
decenas de barcos de todo tipo y tamaño fondeados, bergantines con sus numerosas
velas desplegadas vibrando al viento, barcos a vapor lanzando al aire una
humeante neblina negra que salía desde un inmenso tabaco clavado en su cubierta,
los sudorosos hombres descargando y subiendo bultos, los arreos de bestias,
carretas y carruajes esperando para el traslado de mercancías y personas, comerciantes
a caballo y a pie, estudiantes que partían o llegaban de lejanas tierras en
busca del saber, principalmente los hijos de los Caroreños, era una experiencia
inigualable, un día Bartola navegaría en una de estas embarcaciones, llevaría
el alma y el corazón destrozado.
Otro floreciente negocio cuyo aviso se encontraba en
estas calles, eran los de compra-venta de diferentes propiedades y prestamos
monetarios, perteneciente al comerciante Mordehay Henríquez, quien igualmente se
ocupaba de la "Sociedad Estudiosa" supuestamente
cultural, cuya primera reunión fue realizada en la casa de su secretario, José
Henríquez, estando presentes, Jacob Curiel, Benjamín Henríquez, Isaac Sénior,
David Curiel y este personaje Mordehay,
viajero frecuente a Carora en asuntos comerciales. Una de las primeras obras
de teatro presentadas por esta sociedad, fue sobre los druidas, antigua cultura
europea, relacionada con rituales místicos y el ocultismo.
Los hijos de Joseph fundaron la
primera farmacia de Coro. Uno de ellos, Jacobo, casado con la caroreña Zoila Antonia Meléndez, se convertiría al
catolicismo, residenciándose en Carora, sería el dueño de la botica donde Bartola acudía
a comprar elixires, como el preparado con la semilla de malagueta, utilizada
como analgésico y antirreumático, de sus hojas se
extraía un aceite usado en perfumería muy popular en el siglo XIX.
Joseph
Curiel el naviero, fue un destacado personaje de la sociedad coreana, desempeñaba
el papel de rabino, además era su matarife ritual, leyes con las técnicas para beneficiar
a los animales, dejando su carne apropiada para el consumo, según la tradición
judía. En Carora, hoy día, aun se acostumbra lavar las carnes con limón. Otros judíos
eran David Hoheb y Namías de Castro,
Namías
de Castro, oficiaría numerosas bodas judías, al permitir la tradición judía que un conocedor
de la ley pueda realizar los ritos sin necesidad de ser rabino ni de estar en
una sinagoga, además los sefardíes eran poco ortodoxo con algunas tradiciones.
Este judío desempeñaría en Curazao un papel clave en la toma del poder por parte de Cipriano
Castro.
La
peregrina vestida de negro continúa su recorrido llegando al cementerio judío,
fundado en 1832 por Joseph Curiel junto a su esposa Deborah Maduro, a raíz del
fallecimiento de su hija.
Este
camposanto alberga en total 165 sepulturas, de las cuales 16 presentan símbolos
de origen masónico: el reloj de arena, el uroboro animal serpentiforme emplumado que engulle su propia
cola formando un circulo, usado en la
alquimia; otros son las flores, las garras de león y el
pavimento ajedrezado.
La
masonería fue traída por los sefarditas, movimiento en el cual los judíos
locales participaron activamente, tanto fue así que fundaron en 1856 la “Unión
Filantrópica”. Estas “Sociedades del pensamiento” como se les conocía
antiguamente, se inician desde fines del siglo XVIII tanto en España como en
las colonias americanas, uno de sus símbolos más conocido es el hexagrama o sello de Salomón, siendo el templo de Salomón su ejemplo más resaltante. Las
Iglesias católicas fueron centros clandestinos de la masonería, lo demuestra la
fachada de Santa María de la Catedral de Burgos adornada crípticamente con este
sello, igual que el de la entrada del cementerio judío de Coro.
Esta
era la Venezuela del siglo XIX época de oro de la región centro-occidental, impulsada
por la pujante economía de Coro, una palpitante metrópoli con un intenso
movimiento de personas nacionales y extranjeras, vorágine multirracial y
multicolor que se confundían con los diferentes productos que entraban y salían
del país. El visitante que llegaba a esta ciudad por vez primera, era
sorprendido ante su desarrollo comercial, la cantidad de inmuebles a lo largo
de sus calles repletas de gentes, un ambiente colmado de sonidos de cascos de
animales, de los gritos de los vendedores ofreciendo mercancías al
mayor y detal, sumidos en una mezcla de idiomas inentendibles de los extranjeros
recién llegados, portugueses, franceses, libaneses, alemanes, holandeses, entre
otros.
Bartola, en un profundo sueño se ve a sí misma,
acompañada de los masones de Coro principalmente
los sefarditas Castro y otros destacados miembros, conocedores de las ciencias
prohibidas por la Inquisición. Serían sus tutores en la siguiente etapa de su
vida, le facilitarían adentrarse a las profundidades del espíritu, viajaría en sus
bergantines rumbo a Curazao donde sufriría una transformación tan radical como la
de la crisálida a mariposa.
“Señora
Bartola, un hombre viene por el camino” escucha que le dicen saliendo del
trance ensoñador, se coloca una mano sobre los ojos para taparse el sol y poder
distinguir mejor, es un día de 1885, el visitante trotando a caballo levanta
una polvareda a su paso, repentinamente lo reconoce, por su mente cruza el
recuerdo de un herido en la casa de los tres balcones.
Finalmente arriba a la hacienda, situada en Parapara,
caserío que distaba 16 kilómetros de Río Tocuyo,
prácticamente una prolongación del mismo poblado, ella y su marido lo esperan
en la puerta, “pase pariente y refrésquese con agua del aguamanil”. Después de
saludar, de alzar a los niños en brazos, les diría el motivo de su visita: una
invitación para participar en un nuevo movimiento político militar, de
carácter local que estremecería a Carora y sus pueblos
cercanos, conocido como La Propaganda.
El recién llegado les informa
que fue llamado para que se sumara a este movimiento, a lo cual había accedido, pero
tenía sus recelos, por lo que quería armar un grupo de su entera confianza y
que ellos lo coordinaran, era el General Federico Carmona Oliveros.
Para Bartola la ocasión era muy oportuna,
necesitaba pensar en otra cosa que no fuera los misterios cripto-judíos, así
que acepta, había dejado de ser guzmancista pero aun era liberal, cree poder
incidir en un nuevo rumbo, a pesar de la promesa hecha a su marido de no
participar más en política, se había dado cuenta que era una debilidad que
debían corregir, no quería volver a sentirse perseguida como cuando borró
su nombre de sus pinturas, para evitar la deshonra a su marido.
Durante los 5 años que abarcó este movimiento, vivirían la mejor
época de su poder político, se promete no dejarse acosar nuevamente, cuan equivocada estaba.
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