Un amanecer surge tímidamente en la lejanía desvaneciendo los tonos grisáceos de la noche, un naciente sol se empina entre el zigzag de sus cerros mientras el silencio es roto por un incesante repique de campanas que se desgaja desde lo alto de la torre situada a un lado de la fachada de la Iglesia de Río Tocuyo proclamando al cielo bañado de matices azules y naranjas que la misa va a empezar. El portón de madera del templo yace abierto de par en par semejando brazos extendidos como queriendo cobijar cálidamente a sus invitados, señalando hacia una sencilla nave central recorrida a ambos lados por una cadeneta de pilares de tronco que dividía la superficie en dos espacios cubiertos con bancos de obscura madera dejando un corredor central que culmina en el altar mayor bellamente labrado, repentinamente el lugar se inunda de pisadas y murmullos de los que se acercan, dos mujeres muy parecidas son las primeras en entrar.
—
Apúrate Juana Paula, sentémonos en el
primer banco!
—
Rita, no me azores, se me enredo la falda
en el zapato y no puedo cerrar mi sombrilla!
Son las hermanas Nieto Brizuela pertenecientes al núcleo familiar más destacados del pueblo, sus amplias faldas almidonadas producían un tenue crujido al contacto con el suelo, la blusa de talle bajo marcaban sus estrechas cinturas resaltando el montículo de sus amplias caderas, un manto de encaje cubre con respeto sus cabezas con sus largas cabelleras cuidadosamente arregladas, la mayor de ellas con un moño recogido en la parte posterior y la otra con varias trenzas sostenidas por una peineta de carey, sus manos enguantadas aprisionan un pequeño y fino pañuelo bordado enlazado al bastón de las sombrillas que hasta ese momento llevaban abiertas, permitiendo ver sus superficies bellamente pintadas con paisajes y flores, usadas para cubrirse del inclemente sol, sus zapatillas forradas de seda con un discreto tacón que al chocar contra el suelo generaba un ligero sonido que se esparcía por el recinto semejando una orden militarizada para iniciar a una competencia que comenzaba ahuecando sus vestidos y desplegándose como pavos reales, con el fin de demostrar quien estaba mejor ataviada, al unísono cuchichean abriendo y cerrando el abanico, con un código implícito que usan como un lenguaje secreto para comunicarse entre ellas, una se inclina al oído de la otra cubriéndose la boca con el artilugio para evitar ser descubierta, preguntando:
— ¿Sabes porque van a
bautizar a los dos hermanos juntos? El menor acaba de nacer y puede enfermar si
le pega la luna! —Le puntualiza Rita a la regordeta mujer sentada a su lado
mientras se arregla sus trenzas.
El comentario se debía a
que no era común que un niño de pocas semanas de nacido fuera sacado de sus
casas por temor a la creencia de que la luz de la luna les hacía daño, pudiendo
causarles la muerte, por lo que no eran bautizados a tan temprana edad. Tampoco
era usual que varios hermanos se bautizaran simultáneamente y menos que
tuvieran los mismos padrinos.
—El motivo es evidente.
¿Dónde están nuestros esposos? —Inquiere Juana Paula volteando para buscarlos
con la mirada.
En la puerta tres hombres conversan,
el pelirrojo Juan José Santéliz León, su primo el obeso de rostro rubicundo Juan
José Santéliz Meléndez, acompañados por el alto y delgado Judas, hermano de
este último. Las dos hermanas están casadas con dos primos que llevan el mismo
nombre y apellido, un hecho común en estas tierras, al ser todos descendientes
de María Pinto de Cárdenas.
Sus aspectos eran
sumamente aristocráticos, de frac negro largo por debajo de la rodilla, de
amplias solapas y camisa con un sobresaliente lazo al cuello, pantalones
ajustados, botas altas, sombrero de copa alta y un bastón colgando en sus antebrazos, un elegante toque de moda masculina.
Casi al unísono llega el padrino,
primo de las parlanchinas mujeres sentadas en el banco cerca del altar, viene acompañado
de la madrina, tía del esposo de Rita. Detrás vienen José
Bernardo Salazar Leal y su esposa Cándida Rosa Nieto Santéliz, tía de Juana
Paula y Rita. Los Salazar tenían contactos militares por
lo que traían noticias de los últimos acontecimientos sucedidos en la capital.
—Parientes! — Saluda José Bernardo con el gesto típico
de alzar el sombrero de alta copa.
—Me avisaron que Cisneros nos traicionó y tenemos que
resguardarnos. —Señala a continuación, acicalándose
el negro bigote y la barba en forma de perilla puntiaguda.
Las iglesias con sus innumerables actos religiosos se
utilizaban como club social donde se intercambiaba información y las
recientes noticias, no había donde más.
En eso arriba Francisca Brizuela
Santéliz, tía de Rita y Juana Paula, detrás vienen varios miembros de la
familia Meléndez, descendientes de los Santéliz, entre ellos Agustín
Meléndez Crespo, quien trae a su esposa Brígida Páez Oliveros y a la tía de esta, Francisca Oliveros, parientes de los bautizados y quien sería la futura madrina
del matrimonio de Bartola, todos pertenecientes a lo más destacado de la
sociedad local. Se detienen en la puerta de la Iglesia aglomerándose alrededor
del portador de la delicada noticia para conocer los últimos acontecimientos.
—Como sucedió eso, compadre? —Pregunta el de rostro
rubicundo, Juan José Santéliz.
—Según dicen, El Taita se llevó al hijo de Dionisio a vivir con él, lo confirmó ofreciéndose para ser su padrino y además le puso zapatos! —Le responde la extrovertida Cándida Rosa al marido de su sobrina Rita, obviando al interpelado en cuestión.
—No puede ser, quien ha visto a indio con zapato! Ahora son compadres! — Exclama la recién llegada Francisca Brizuela con un tono de desdén enderezando su sombrero, mientras el resto del grupo la observan, tenía fama de ser una persona clasista, orgullosa de pertenecer a los mantuanos de Río Tocuyo al ser descendiente de Andrés Santéliz, aceptándosele el haber concebido un hijo después de quedar viuda con hijos.
A finales del año anterior había ocurrido una revuelta liderizada por el indio Dionisio Cisneros,
alzado junto a un numeroso grupo de irregulares contra el gobierno de Páez
conocido como El Taita, quien aparenta separarse
del poder provisionalmente mientras se calmaba la situación, por lo que Río
Tocuyo ante este engaño, albergaba la secreta esperanza de haber logrado el
derrocamiento del gobierno dictatorial al que adversaban.
— Ustedes recuerdan que el comandante caroreño Juan Agustín Espinosa, residenciado aquí
en Río Tocuyo, leal a Páez, debido a su sangre indígena fue llamado a Caracas para
ser encargado de la misión de acabar con el alzamiento. Pues lo logro al atraer
a Dionisio a través de su hijo. —Les explica José
Bernardo al grupo, retomando la palabra.
—El hecho que Cisneros
aceptara sumarse a las filas del gobierno, es muy grave y más aún que
astutamente Páez le reconociera el grado de coronel ostentado en las filas
insurgentes, ganándoselo y transformándolo en enemigo de sus antiguos
partidarios, nosotros. —Finaliza José Bernardo quien provenía de una
familia de militares, residenciados en la cercana Parapara.
Resulta que este comandante Espinosa, por estar residenciado en una esquina de la plaza, era peligrosamente su vecino, lo que le permitía conocer todas sus confabulaciones. Lo más grave era que ya no tenían a su poderoso protector, el Indio Reyes Vargas, asesinado recientemente por órdenes de Páez, motivo del odio local hacia los conservadores de Carora.
Las familias más importantes del poblado conspiraban en la clandestinidad, situación que era sospechada por la autoridad caroreña en manos de los godos reacios a modificar el orden social establecido a pesar de la guerra de independencia cuyas ofertas de justicia social y mejoras económicas no habían sido materializadas, ahora con esta traición la situación se tornaba critica al consolidar Cisnero el poder del Taita. Por este motivo surge la necesidad de huir a otras localidades, o de cambiar de bando político para sobrevivir, uno de esos sería Pedro Francisco Carmona, padre de los niños bautizados, el pequeño Federico de 5 semanas y Juan Antonio de un año de edad, por eso la ceremonia apresurada.
Una vez finalizada la inquietante conversación entran calladamente al sagrado recinto dedicado a dos santos: al apóstol Santiago y Santa Ana, lugar del acto religioso, en la pila bautismal, a un lado del altar, está el cura Andrés Escorcha esperando pacientemente al selecto grupo. Varios de estos asistentes futuramente serían padrinos de los descendientes de Bartola Castro, entretejiendo así sus destinos.
Desde la puerta una niña descalza y de rasgos indígenas
mira con curiosidad la bella escena que conmociona al poblado, sus negros e
intensos ojos brillan desde la penumbra de un rincón cerca de la entrada, unos
jóvenes que llegan retrasado entran sin ser visto y se tropiezan con ella, son los
primos Leonardo Nieto de abundante y alborotado cabello castaño que contrastaba
con su perlada piel y el rubio y más alto, de escasos cabellos peinados
cuidadosamente, Francisco Brizuela, futuros yerno de Juana Paula, quienes al ver
a Juana Bautista, le hacen un gesto de guardar silencio, en voz baja le
preguntan en donde estaban sentadas sus madres, sin saberlo sus vidas estarían
entrelazadas.
Habiendo transcurrido algunos años, surge un líder que capitaliza el subterráneo
malestar y funda el opositor partido liberal junto al periódico El Venezolano,
usado para desestabilizar el régimen dictatorial. A sabienda de esto, por las
noticias llegadas de la Capital, en Río Tocuyo reina un ambiente de grandes
esperanzas de cristalizar sus aspiraciones y surge el movimiento liberal local.
—Pariente lea este periódico que le trajeron desde la Capital a mi padre—Señala Leonardo Nieto mientras lo gira hacia Francisco Brizuela para que pueda ver el nombre, “El Venezolano”.
— Anuncian que el General
Páez mando a fusilar a Dionisio Cisnero—Le aclara a su primo. —Después que
le sirvió a sus propósitos, lo asesino, igual que hizo con Reyes Vargas!
El Dictador se había convertido en una persona temible y nada confiable por lo que se realiza una conspiración para tomar el poder a través del control del congreso, gracias a que los diputados de la mayoritaria tolda roja de los conservadores estaban divididos en dos bandos, a favor unos y en contra otros, estos últimos secretamente pactaron con los opositores amarillos para realizar una sesión extraordinaria con el fin de destituir al presidente al tener el voto mayoritario, ambos grupos poseían un objetivo compartido.
Pero resulta que son descubiertos y ocurre uno de los más sangrientos
acontecimiento conocido como “El Fusilamiento del Congreso” que dan al traste
con estos planes, cayendo nuevamente Río Tocuyo en desgracia, afianzándose los
godos caroreños aún más en el poder, desatándose una nueva persecución que los
obliga a tomar medidas desesperadas.
Transcurre una silenciosa media noche calurosa y alguien insistentemente toca
la puerta de la casa de Juana Paula:
—Debemos desaparecer o
seremos fusilados! —Puntualiza Pedro José, hermano del padre Juana Paula. —Esconderemos
a Leonardo lejos de aquí! —Le informa a Juan José Santéliz mientras se alejaba.
La noticia de la masacre de los
diputados y el nombramiento fraudulentamente de un nuevo congreso afín al
dictador, ocasionaría que los hombres participantes del movimiento liberal se vieran
en la obligación de tomar diferentes rumbos para esconderse, las familias
saldrían de este pueblo hacia lugares lejanos donde no los conocieran buscando
un ambiente menos peligroso para sus hijos, algunos llegarían a pasarse al
bando conservador favorable a sus negocios. Otros se ocultarían en las montañas
cercanas, iniciando una nueva historia signada por los hechos sangrientos
del Congreso.
Así una soleada mañana del mes de junio,
posterior a estos fatídicos eventos, una joven mujer vestida con una sencilla
falda larga de algodón marrón, camisa blanca ajustada al torso con vuelo en el
borde del descote que deja asomar la naciente de sus senos, sus morenos brazos
desnudos resplandecientes a la luz del sol, larga cabellera negra que se agita con
el viento y pies cubiertos con alpargatas, camina despreocupadamente hacia el
río sosteniendo una cesta de ropa que se balancea armoniosamente en sus
caderas, va a lavarla como lo hacía rutinariamente cuando de repente escucha un
ruido de alguien que se acerca del bosquecillo cercano, corre a esconderse
detrás de unos matorrales observando al intruso que acaba de llegar cuyo rostro
está cubierto por una descuidada barba, este ve las vestimentas extendida sobre
las piedras esparcidas en la orilla de la ribera percatándose que la dueña está
cerca, echa un vistazo a su alrededor buscándola.
Juana Bautista cae en cuenta que la
presencia de las prendas abandonadas en la huida inesperada la ha delatado y
trata de adivinar las intenciones del hombre, sorpresivamente reconoce al joven
con el que compartía juegos en su niñez y al que secretamente amaba,
desaparecido desde hacía 6 meses para evitar las amenazas de muerte a la que
fueron sometidos los hombres del pueblo. Su familia había esparcido el rumor de
que andaba en un viaje de negocios comprando mercaderías en la isla de Curazao,
encubriendo así su participación en la conspiración liberal.
Decide salir de su escondite, encontrándose ambos en las márgenes del río Tocuyo, al inicio se abrazan amistosamente pero entonces desde lo más profundo surge la necesidad de satisfacer una urgencia muy humana que los arropa, la situación de peligro a la que estaban expuestos perennemente ante el vaivén de los efervescentes acontecimientos políticos que siempre terminaban en una guerra fratricida, los domina, así que traspasando las fronteras de lo permitido pues él estaba casado desde hacía varios años, se desataría una pasión mientras cae la tarde, como testigo mudo estaría la fuerte crecida del río. Sin embargo en presencia de aquel majestuoso cauce estaba por desatarse una amarga e inesperada tormenta.
Una inmensa y pálida luna llena se oculta entre los montículos del lejano horizonte dándole paso al naciente sol que se refleja tímidamente sobre las riberas del río Tocuyo, rodeado por un agreste paisaje cubierto por un abrumador silencio alterado solo por los gemidos de una solitaria mujer que está pariendo en el lugar donde había conocido la pasión del amor verdadero apenas unos meses atrás y a un año del fatídico fusilamiento, era un 24 de marzo de 1849, el incesante tintineo del agua corriendo arrullaría a la recién llegada al mundo del siglo XIX.
Fatigada por el parto, se recuesta brevemente mientras presencia el amanecer, anunciado por el canto del gallo y de los pájaros, a lo lejos se escuchan los jornaleros iniciando sus labores de campo, la madre feliz, a pesar de lo sucedido con el padre de la niña, aprovecha los primeros rayos del sol que afloran en la lejanía imprimiendo un refulgente matiz dorado al mundo de penumbras que poco a poco desaparece, iluminando suavemente a su pequeña permitiéndole observarla detalladamente, repentinamente se alarma al darse cuenta de algo que interpreta como una señal, un mal presagio que la cubre, los rasgos de la recién nacida dividirían su vida entre dos mundos, el indígena y el europeo, sin llegar a pertenecer totalmente a ninguno de ellos, llevándola a vivir una vida de secretos y silencios que marcarían el destino de sus descendientes.
Era de piel blanca y ojos que semejaban un trozo de cielo, inesperadamente como un relámpago que desgarra la oscuridad, cae en cuenta del parecido con los de aquella mujer, María Bartola Nieto, la cual había cuidado amorosamente hasta su muerte, quien le susurraba secretamente al oído ser su abuela, entonces decide darle el mismo nombre a la niña, al entender la razón de esa afirmación.
María Bartola Castro, nacería bajo el manto rojo del gobierno conservador, en un ambiente de confabulaciones políticas a favor del liberalismo distinguido por el color amarillo, en contra de los godos autores del vil asesinato del indio Reyes Vargas y del sangriento fusilamiento del congreso repudiado en Río Tocuyo, su pueblo natal, fresca aun la memoria de la Batalla de Carabobo pues apenas habían transcurrido 28 años, convulsionada época en la que nacería Juana Bautista, parecía que el destino de ambas estaba signadas por una guerra.
Los primeros meses de su vida transcurrirían
confinada en su casa como ocurría con todos los niños de la época, entonces un día su madre temiendo estar en pecado,
no deseando postergar más el bautizo, decide efectuarlo, es un 5 de enero
de 1850, se aparece en la Iglesia con la chiquilla en brazos, pidiéndole
al sacerdote santificarla, lo que se cumple en una escueta ceremonia muy
diferente de aquella otra que Juana Bautista había visto a escondidas 17 años
atrás.
Acude sola, sus parientes indígenas de la rama materna no se sentían a
gusto representando a una niña de rasgos españoles y sus parientes paternos
blancos no conocían su existencia debido a la doble clandestinidad de su
concepción, así que cuando el cura en propiedad Juan Nepomuceno Rivero le
pregunta por los padrinos, ella le confiesa parte de su dilema y ante esta
situación es llamada para ocupar este puesto la hermana del cura, Rosalía
Rivero quien al ver el parecido de la pequeña con los Nieto-Santéliz se percata
de lo sucedido.
Al terminar la ceremonia Rosalía recoge su sombrilla y se dirige por las polvorientas calles del pueblo hasta el hogar de Juana Paula con el propósito de revelarle la existencia de la niña, la cual al enterarse del bautizo incierto realizado en la Iglesia Parroquial se da cuenta del porqué de la abrupta desaparición de Juana Bautista de su casa, ocurrido hacía unos meses, cuestión que no había logrado entender pues había sido criada amorosamente junto a sus hijas como una parienta más puesto que conocían su sangre mezclada con ellos, ahora con esta información cree descifrar el misterio, conjeturando que de alguna manera alguien de su entorno está involucrado.
Para estos tiempos la familia de Juana Paula y Juan José Santéliz poseía
una numerosa descendencia, dos de ellas eran Ana Santiaga y Juana del
Carmen, casada la primera con Leonardo Nieto Meléndez, sobrino de su
suegra. La segunda con Francisco Brizuela, también pariente al ser primo en
primer grado de esta mujer. Francisco y Leonardo, primos con algunos pocos
años de diferencia con una relación campechana entre sí, conocían ambos a la
joven Juana Bautista, manteniendo un subterráneo triángulo amoroso entre ellos,
donde uno la amaba y el otro le tenía afecto fraternal, pero la pasión de
la mestiza sería para el que no la amaba, conflicto que daría inicio a esta
historia.
Inmediatamente la dama le solicita a la piadosa hermana del sacerdote
que la acompañe para ir al lugar a donde se había mudado Juana Bautista, al
llegar la somete a un ineludible interrogatorio pues además de ser su oculta tía
abuela, poseía una gran autoridad, no quedándole otra opción que confesarle que
no sabía el nombre del padre de la niña, pues había estado con Leonardo y
Francisco. Le narra lo ocurrido en las márgenes del Río Tocuyo y como
después de robarle su virtud, le mostraría una cruel reacción al aclararle que no
la amaba que solo había sido un momento de debilidad producto de los meses de
soledad, que estaba felizmente casado y no quería que Juana Paula, su suegra y también
la protectora de ella, se enterara de lo sucedido allí.
—Olvídalo, esto no significó nada! —Le
dice el barbudo y enjuto hombre mientras
se abrocha el pantalón dándole la espalda. —Nunca nos vimos!
Ella espera desnuda en el suelo que el hombre se aleje para levantarse y
recoger su ropa, reprimiendo el llanto, con el corazón destrozado, siente que
va a morir de tristeza, sale del lugar sin mirar atrás, habían transcurrido
unos días cuando sorpresivamente se encuentra
con Francisco quien al verla en esas condiciones, le muestra preocupación, amor
y la consuela tiernamente, siempre era muy condescendiente con ella, diferente
a Leonardo, finalmente termina en sus brazos. Al saberla embarazada cree que es
suyo, le buscaría una discreta casa, algo alejada del pueblo, ocupándose de
ella.
Juana Paula era una especie de amorosa matrona y guía espiritual de
todos sus parientes quienes abarcaban la casi totalidad del poblado,
intermediaba en los conflictos entre los matrimonios, conocía sus secretos, aconsejaba
a los jóvenes y propiciaba la unidad de la familia. Pero sobretodo tenía un
don, el ver más allá de lo aparente y se percata quien de los dos es el padre
verdadero. Ambos son sus yernos, así que decide callarse lo dilucidado ante
Juana Bautista con quien tiene un lazo de sangre y ama como a una hija.
Aquella niña a partir de ese momento sería acogida por esta noble mujer
como una de la familia, reconociéndole un lugar en el grupo social al que
pertenecía, la parentela Nieto-Brizuela-Santéliz, durante un tiempo Bartola
desconocería su enmarañado origen, típico de estos tiempos y de otros también.
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