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lunes, 27 de marzo de 2023

Roz Mystírio. Capítulo IV Los Liberales

 


Un día, posterior al festejo de la primera comunión, irrumpe en la pacifica rutina del pueblo el retumbo de cascos de bestias, al escucharlos una irreverente niña sale de la casa corriendo como un huracán detrás la sigue su nana Juana Bautista llamándola ansiosamente sin ser escuchada:

—Niña Bartola regrese, acaba de almorzar y el sofoco le puede hacer daño!

—Nana vienen los soldados. —Responde con una mirada incendiaria en sus azules ojos.

—Eso no son asuntos para una dama!.    

Haciendo caso omiso logra escabullirse entre la multitud para acercarse, entonces distingue a los arrieros y no a los soldados que son  los que entran a la plaza trayendo noticias de los inicio de la guerra.

El alborozo es grande al conocerse que el prestigioso líder liberal León Colina desde Coro organiza la toma de Siquisique, un poblado estratégico para ellos, necesitan hombres y sobran los voluntarios. Su pueblo natal se transformaría en un hervidero de pasiones, integrándose inmediatamente a este ejército, jugando un rol protagónico en la región, les dan armas y pertrechos traídos por los revolucionarios.

—Nana, en la plaza están entregando máuseres a los hombres, mis primos están allá.

— Se van para la guerra y me voy con ellos! —Dice la párvula con las mejillas encendidas.

Eran los inicios de la Guerra Federal, propiciado por el naciente  partido liberal o federalistas, llamado así ya que la autonomía de las provincias eran su principal bandera de lucha política, además del fin de las desigualdades sociales, proclamando los ideales de libertad y justicia, derechos pisoteados por  los conservadores y prevaleciendo por la cruenta manera como se habían adueñado del poder a partir del fusilamiento del Congreso.

—Tierras y justicia! — Gritaban los moradores montados en sus caballos y llevando sus amenazantes máuseres. 

Como era de esperarse un gran número de pobladores indígenas y blancos de orilla toman partido contra los poderosos terratenientes conservadores quienes los habían despojados de sus tierras y asesinado a su líder indígena. La oferta de desintegración de estos inmensos hatos o latifundios sería usada como una poderosa arma de propaganda política por los liberales que finalmente derrocarían a los conservadores, inundando el país con sus distintivas banderas de color amarillo que ondearían durante los siguientes 30 años.

Mientas tanto, en las playas de Carabobo, atracaban unos barcos mecidos por un suave oleaje, bajo la luz de la luna ocurría un desembarco, se trataba del General Juan Crisóstomo Falcón, acompañado por un grupo de destacados venezolanos integrados por el comandante y culto Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo, un adolescente formado al servicio de estos hombres, eran la plana mayor del ejército revolucionario.

—Muévanse rápido! —Ordenaba el líder con sus negras botas dentro del agua.   

 En tierra los esperaban los otros rebeldes con los briosos caballos que relinchaban nerviosos ante la espera presintiendo el destino que los aguardaba, se aglomeran en aquel solitario lugar iniciando la marcha rumbo a Barquisimeto.  

—General Falcón todo esta listo, sorprenderemos al gobierno ya que no nos esperan por aquí. —Informa un lugarteniente.

A todas estas en Carora, algunos poderosos godos al presentir el inminente triunfo rebelde abandonan al caído bando conservador y se unen al naciente partido liberal, no por idealismo sino por preservar sus intereses económicos. En este grupo estarían los Generales Juan Evangelista Bracho y Juan Agustín Pérez, dos personajes que debido a su eterna confrontación jugarían un papel crucial en la vida de Bartola.

Según los rumores se conocía que los liberales se dirigían a la capital de la provincia para tomarla, suscitando una gran manifestación de júbilo en este pueblo doctrinero. Pero resulta que al llegar a Barquisimeto, se enteran de la pérdida de Siquisique en manos de los conservadores al mando de los hermanos Torrellas, atrincherados en esta plaza, que les era crucial para su triunfo por su cercanía a Coro, por lo que deciden partir de inmediato pasando por Río Tocuyo. En estos tiempos todas las "Revoluciones" transitaban por aquí por estar situado en la encrucijada del camino real que conectaba Siquisique con Carora.

—General, la tropa tiene sed y esta hambrienta!

—Detengámonos aquí, consiga agua y alimento, pero rápido debemos seguir.

Bartola salía a repartir agua con su cantimplora siendo cautivada por el galopar de los caballos, el mar de banderas amarillas ondeando y el tumulto de jóvenes soldados que pasaban, estando parada en el camino tendría la oportunidad de conocer a estos tres imponentes hombres, cuya gallardía sería imborrable en su mente juvenil al verlos impartir ordenes al destacamento desde sus briosos animales, ese día descubriría lo que sería su pasión.

El caudal del río Tocuyo los separaba de Siquisique siendo vadeable la mayor parte del tiempo pero ese lluvioso día estaba crecido, un obstáculo para la avanzada de la tropa. El General Falcón aún en la retaguardia, al enterarse de lo que acontece, ordena a sus hombres a cruzarlo de cualquier modo.

—Avancen, no se detengan! — Disponía enérgicamente el Comandante.

  Obedeciendo las instrucciones, el primer Batallón lo franquea por el conocido paso de La Aduana, sitio menos profundo por donde se podía cruzar el cauce, cayendo herido en este intento su comandante por causa de que los hermanos Torrellas tenían montado en el Cerro de los Balcones, situado del otro lado, un cañón apuntando al estratégico lugar por lo cual los primeros hombres fueron diezmados, a pesar de los muertos, otros lograron pasar comenzando la batalla.

—Los que no puedan ir a luchar, organicen unas carretas para traer a los heridos para ser atendidos. — Establecía el militar.

    Bartola participaba en esta actividad, serían sus inicios en la práctica médica, junto a las mujeres preparaba vendajes con telas, hervía agua, ayudaba a colocar apósitos. Dentro de aquel caos aquella niña crecería prematuramente, descubriría no solo su inclinación al arte de la curación sino también sus otras habilidades.

—Los demás vengan conmigo. — Ordenaba el General.       

Cuando Falcón llega a las riberas del río, se ve obligado a lanzarse a la crecida pues debía mantener el respeto de sus hombres, así que montado sobre el nervioso animal que se resiste ante el peligro de ser cubierto por las aguas y el ensordecedor retumbo que brotaba de aquella mortífera pieza de artillera, lo espolea y simultáneamente le grita:

—Arre, arre caballo! — Expresa mientras lo conduce firmemente por las riendas, escuchando el silbido de las balas pasar a su lado.

Franquea el turbulento cauce saltando sobre cadáveres de hombres y caballos que flotan entretejidos en las terrosas aguas teñidas de escarlata del majestuoso río, a pesar del cañoneo logra cruzar ileso, retomando el mando de sus tropas dirige el combate personalmente.

Humo del cañón, balacera, olor a pólvora, gritos, hombres enfrentados cuerpo a cuerpo, un campo de batalla cubierto de heridos y muertos. Luego de pocas horas de lucha obtienen la victoria.

Caen prisioneros los hermanos Torrellas, varios oficiales y gran número de soldados junto al equipo de guerra con excepción del cañón que ante la inminente derrota, los conservadores rodaron por el cerro, hundiéndose en las aguas en un sitio que llaman las Peñas, donde se dice que todavía debe estar.

Los defensores del gobierno a pesar de estar mejor apertrechados finalmente tuvieron que capitular debido a la superioridad abrumadora de los revolucionarios. Después de un descanso, el General Falcón sale con destino a Coro donde acamparía, dejando órdenes de conducir a Barquisimeto a los hermanos Torrellas, con todas las consideraciones que ameritaban aquellos aguerridos soldados, conducta gallarda muy propia de estos tiempos.

Bartola observaba al tropel de hombres a caballo entre los cuales estaban sus parientes, surgiendo repentinamente envueltos como algo mágico, en una nube de dorados cristales de polvo, rodeados de una fama legendaria, armados con máuseres o arcabuces de un solo tiro con bayoneta, sus pechos cruzados con dos cinturones de cuero donde llevaban doce pequeños depósitos de madera con la pólvora necesaria para la carga de la recámara y colgando de su cintura una bolsa de cuero con las respectivas balas, imagen que marcaría su destino.

—Auxilien a los heridos! —Gritaban los que quedaban de pie.

Ella veía aquel apilamiento de hombres sangrantes y muertos, las bajas eran innumerables, no sabía a cuál atender primero, nunca había visto nada igual.

A pesar de la baja frecuencia de disparo de estas armas, debido a que por cada tiro era obligatorio recargarlas nuevamente por el tubo del cañón, introducir la bala y empujarla hasta el fondo, sin embargo eran de gran letalidad al no cubrirse el soldado.

Ella aprendería a manejar diestramente estos máuseres gracias a sus parientes que eran soldados, a quienes perseguía tenazmente hasta obligarlos a dejarla disparar secretamente, ya que a las mantuanas no les estaba permitido participar en las luchas armadas. Esta experiencia le daría una idea diferente del significado de la política, participando activamente en las pugnas de los rojos, los azules y los amarillos.

El asesinato del más popular líder liberal ocurrida al año siguiente, acarrearía un descalabro en sus filas, la cual es utilizada por el gobierno conservador para proclamar nuevamente a Páez como dictador. Ante los peligrosos acontecimientos, el General Falcón encontrándose en Churuguara se deja venir por el camino de Matatere, para llegar a Siquisique, que era la entrada viniendo de este poblado, su intención era atacarla nuevamente. Al tomar esta ruta llegan al caserío La Unión, a escasos kilómetros de Aguada Grande, donde sorpresivamente las fuerzas oficialistas se encuentran, luego de un breve enfrentamiento, los conservadores huyen a Siquisique, cruzando el  cauce, los liberales los persiguen pero no consiguen alcanzarlos pues el río estaba otra vez crecido y los del gobierno habían dejado el lanchón en la otra orilla y vadearlo a caballo era imposible por lo profundo que era el río de ese lado, viéndose obligados a regresar a Churuguara. Un año después, Juan Crisóstomo Falcón finalmente lograría vencer, tomando el poder, habían transcurrido 5 años desde el desembarco una noche de luna llena.

Estos fueron los primeros enfrentamientos militares entre las tendencias conservadoras y liberales en la Venezuela del siglo XIX, donde además de aquellos gallardos líderes, participarían Hermenegildo Zavarce y Francisco Linares Alcántara, figuras que intervendrían en sucesos que definirían el destino de esta mujer.  

Serían los protagonistas del mundo tricolor de Bartola, quien no se intimidaba ante las cosas pueriles que a las otras damas asustaban, como los actos de guerra que implicaba disparar a matar, llegaría a desempeñarse como tropera, equivalente femenino de soldado, además participaría en la atención de los heridos, la sangre no la espantaba, nada podía doblegarla.

Bartola de 15 años sobrevive en un país arruinado, hundido en una grave crisis económica debido a la extensa duración de la Guerra Federal o Guerra Larga. Junto a sus parientes y vecinos se solidariza con las necesidades de las víctimas, alimentan al necesitado, practica la caridad cristiana atendiendo a los enfermos, participa activamente en la recuperación del poblado que paulatinamente regresa a una relativa normalidad social, manteniéndola ocupada gran parte de los dos años del primer gobierno liberal, sin sospechar que en sus propias entrañas se estaba gestando una conspiración protagonizada por una coalición de conservadores y liberales descontentos con los cambios conocidos como los “azules".

—Bartola, has sido de gran ayuda! —Manifiesta Juana Paula a la cansada joven.

Ella escucha respetuosamente mientras se limpia las manos en el manchado delantal que cubría su rustica falda marrón para luego recogerse el alborotado cabello que caía de su delicada cabeza.

Se acercan las fiestas patronales de San Pedro propicias para agradecer el triunfo de los liberales y el poblado se mete de lleno en estos preparativos, obviando las evidentes señales de los inicio de otra guerra que finalmente derrocarían al Presidente Falcón, apenas cuatro años después de comenzado su mandato. A partir de estas fechas los godos asumen oficialmente como distintivo político el azul y los liberales el amarillo, periodo en el cual Bartola de 17 años conocería el dolor y se convertiría en mujer.

—Bartola, debes disfrazarte para las fiestas, todos lo haremos!

 

 

 

 

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