Entradas populares

martes, 18 de abril de 2023

Roz Mystírio. Capítulo V. La casa de los tres balcones

 

Una balacera ruge por encima de las cabezas de los soldados conservadores ese fatídico día de junio de 1870, un olor a pólvora invade el entorno, están siendo atacados sorpresivamente por los liberales procedentes de Barquisimeto. El Comandante de la tropa, conocida como “Los Cívicos” les grita a sus hombres mientras corre pasando por encima de los muertos…

Busquen refugio, diríjanse al Cabildo! Ordena el militar, señalando hacia el lugar en cuestión.

 

Se escuchan los cascos del contingente de hombres a caballo entrando a la plaza al son de las trompetas, portan múltiples banderas amarillas que ondean envueltas en una nube de polvo grisáceo, al mando viene el vistoso General Enrique Díaz quien imparte órdenes de acabar con el último bastión de los azules, los cuales se habían apoderados de Carora comandados por el General Pilar Bracho, en sustitución del oficial anterior, muerto junto a 30 de sus hombres cuando el General León Colina, lugarteniente de Guzmán Blanco, lo había derrotado apenas dos meses atrás, en el encuentro ocurrido un caluroso mes de Abril, durante las festividades de la Semana Santa, siendo considerado brutal y sangriento debido a lo numeroso de sus bajas. Definitivamente en Carora la Semana Santa había perdido su santidad transformándose en sangrienta y violenta, además del asesinato del Indio Reyes Vargas, esta guerra también había ocurrido un sagrado viernes santo. 

Según consta en acta: “En este día, fueron sepultados en el Cementerio, sin permiso del Cura y Celador, como treinta hombres, cuyos nombres no pudieron saberse y no se les hizo oficios de  sepultura, porque no los llevaron a la Iglesia parroquial á causa de que todos murieron trágicamente en el combate de ayer”.

Resulto que al retirarse León Colina de la ciudad para continuar la campaña por el resto del país, la ineptitud de los amarillos impide mantener el control local, causando que los conservadores tomaran nuevamente el poder con el apoyo del entonces Jefe Departamental, Federico Carmona al mando de “Los Cívicos”, un selecto cuerpo de reserva integrado por jóvenes de la ciudad, permaneciendo este crucial bastión durante casi dos meses en poder de los azules, por lo que en junio se le ordena desde Barquisimeto al General Díaz mover un batallón y retomar  la ciudad.

Ante la crítica situación para los azules, piden refuerzo a un grupo de siquisiqueños dirigidos por los hermanos Mora. Al enterarse los liberales hermanos Álvarez, quienes también se encontraban en Siquisique, resuelven ir tras ellos para lo cual reclutan hombres en Río Tocuyo, Bartola inmediatamente solicita su incorporación originando un conflicto en la familia de la muchacha pues Gregorio temía que un impulso de morir era lo que prevalecía en aquella decisión, por otro lado el cura parroquial pensaba que era un deseo de conseguir venganza. Ambos preocupados que, debido a la amarga experiencia de la violación vivida por ella tome un camino fatal, entonces deciden hablar con Juana Paula guía moral de la familia para que la aconseje.

—Hija, en la guerra no solo logras encontrar la muerte o la venganza, también es posible descubrir el amor y la felicidad. —Le susurra dulcemente la matrona mientras la toma de las manos.   

 —Recuerdas cuando junto a mí lado, durante aquellos cinco años de guerra y dolor, a pesar de lo trágico los jóvenes aún se casaban y tenían hijos. Igual puedes hacerlo tú.

—Solo tienes que desnudar tu corazón, liberarlo de amarguras y abrirte al perdón.

—Así regresaras a la vida, entonces encontraras tu destino y la paz. —Finaliza la noble mujer.

En seguida se constituye una tropa que inicia la persecución a los Mora que deciden separarse en Aregue, un fatal error estratégico, quedándose uno de ellos en este lugar para impedir el paso a sus contrarios, mientras su hermano continúa camino hacia Carora a poner en aviso al General Pilar Bracho de la presencia de los liberales que vienen detrás y quienes también decidieron dividirse en dos contingentes, un bando se dirige a Aregue, venciendo a los conservadores al no lograr estos conseguir el apoyo de los locales pues estaban en su contra ya que eran liberales, movimiento al cual pertenecían las indiadas encabezados por los Castros. Mientras tanto el General Froilán Álvarez sigue detrás del debilitado contingente de conservadores, alcanzándolo en el camino y derrotándolo en un breve enfrentamiento.

En dicha tropa va Bartola, medita en los consejos de Juana Paula sobre vengarse o vivir, nunca había estado en un enfrentamiento de tal magnitud pero sus vivencias en la guerra federal la ayudarían, tenía un deber que cumplir, aún a costa de su vida, en ese momento le era indiferente morir, si fuera necesario lo haría, contribuyendo con el decisivo triunfo de los liberales.

Conjuntamente a su desempeño como soldado, su principal labor consistía en atender a los heridos gracias a los conocimientos obtenidos de los libros custodiados desde la Inquisición y resguardados en las bibliotecas de las Iglesias, teniendo acceso debido a la amistad con el rebelde párroco Vicente Oropeza, su mentor y apoyo espiritual desde la traumática experiencia vivida a orillas del río cuando fuera violada dos años atrás, igualmente con el cura de Río Tocuyo quienes le enseñarían latín y griego para que pudiera adentrarse en el mundo secreto del saber científico de la medicina, y el uso de las hierbas medicinales, usados en su práctica como sanadora en las innumerables guerras que le tocaron vivir en la ruta de Río Tocuyo, eje central de la historia del siglo XIX. 

Al entrar a Carora, la tropa del General Froilán Álvarez se encuentran con el contingente del General Enrique Díaz que viene llegando y a quien se une para vencer a los conservadores, muriendo ese día en el combate el Jefe Civil de Carora, casado con una miembro de la familia Aguinagalde poseedores de un tormentoso historial, su tío Martin, Gobernador de Lara, asesinado a puñaladas en un controversial complot por estar de acuerdo con acabar con la esclavitud, donde según rumores estaría un famoso sacerdote conservador como autor intelectual y su otro tío, el famoso padre Fray Idelfonso Aguinagalde, autor de la maldición lanzada a este pueblo al ser expulsado por liberal y que por lo visto se cumpliría ese día.

El Comandante Federico Carmona quien estaba atrincherado con sus hombres en la Casa de Gobierno, resistiendo valientemente en lo alto de los tres balcones, un estratégico ángulo desde donde se divisaba la plaza para defender el cabildo, apunta a un soldado de la tropa invasora cuando se da cuenta que es una mujer, duda por unos segundo y entonces fatídicamente es alcanzado por una bala de los liberales recién llegados, cayendo herido sin poder evitar que los enemigos tomaran el lugar y por ende la ciudad.

En esos dos enfrentamientos en Carora, estarían tres hombres claves: León Colina, de apariencia anodino, de hablar soez, de poca visión política, proveniente de Coro, su tierra natal, rencoroso pero poco efectivo en sus venganzas. Eusebio Díaz, de porte llamativo, le gustaba lucir su uniforme lleno de insignias, ambicionaba ocupar cargos en Barquisimeto, pero su gran vanidad sería su punto débil. Y por último, Froilán Álvarez, estratega militar de fuerte arraigo caroreño, locuaz e indiscreto, valiente pero disperso en su accionar quien tenía una vieja historia con los indios Castro. Ellos desempeñarían un papel determinante en la vida de Bertola al conjugarse con un cuarto personaje que estaba por mudarse a Carora.   

La tropera baja de su caballo guardando el fusil en su funda de cuero situada en la parte delantera de la silla de montar, al unísono desde uno de los tres balcones que quedaban al frente alguien le apunta, sin notarlo gira para dar la vuelta y tomar su bolsa colgada del otro lado donde llevaba sus instrumentos médicos y pócimas, luego de revisarlos recorre la plaza Bolívar en busca de soldados heridos entre los cuerpos sin vida, sin importar si eran azules o liberales, sin embargo rastrea unos en especial, mientras imparte órdenes con voz firme, una tras otra y otra, sin detenerse ni dudar, un torbellino imposible de ignorar ni desobedecer.

—Trasladen a este a la Iglesia que fue habilitada como hospital.

—A este otro llévenlo al cementerio, entiérrenlo sin identificación.

—Aquí hay uno vivo, denle un sorbo de esta pócima, agua y llévenlo a casa de Misia Jacinta, aquella con el portón azul.

—A los caballos moribundos remátenlos para que no sigan sufriendo. Pasen su mano por su cabeza y háblenle antes de hacerlo, ellos merecen compasión, fueron soldados también.

De entre aquel montón de cuerpos, distingue una mano suplicante que se alza, se acerca y escucha un trémulo susurro, apenas audible:

—Ayúdame... ayúdame... No me dejes morir. —Clama el soldado.

Se arrodilla al lado del hombre, observa el negro agujero en el pecho de una herida de bala por donde fluye sangre incontenible, percibe que está muriendo, sorpresivamente lo reconoce, era uno de sus violadores, el padre de su hijo, instintivamente se aparta de él agarrando una daga oculta en el bolsillo de su falda, pero una voz interior le dice que su deber cristiano era darle consuelo en ese último momento de su vida, practicar la compasión divina y el perdón, nuevamente se hinca a su lado y extrae de la alforja que había colgado sobre su espalda un pequeño frasco de vidrio con una rosa labrada en una de sus caras que contenía un espeso líquido dorado, era el aceite sagrado que usaba en casos de extremaunción ante una muerte inminente.

Toma bebe le ordena mientras le suministra un brebaje a base de un opioide vegetal que usaba para el dolor.

Luego extrae unas gotas doradas del pequeño frasco con la rosa y procede a marcar la cruz en la frente y en el pecho, mientras cita:

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Invoco al Dios supremo, a tu Ángel Guardián, a la Madre María  para que te tome en sus brazos. Enuncia cerrando los ojos al unísono que canaliza la energía divina a través de ella.

El moribundo ve que la Virgen de Chiquinquirá toma el lugar de la sanadora mientras esta se desvanece, experimentando una gran paz.  

El aceite utilizado por la Iglesia para realizar la unción a los enfermos y también la extremaunción a los moribundos generalmente era aceite de oliva, escaso y costoso, así que popularmente usaban otros como el de nardos, solo debía estar bendecido por un sacerdote en la misa de jueves santo, el cual su amigo, el párroco de Aregue se lo suministraba secretamente por si lo necesitaba en la guerra al igual que el permiso para bautizar en caso de extrema necesidad.

La tradición judía acepta que no es necesario orar dentro de una sinagoga, ni es imprescindible que un rabino dirija los rezos o que oficie en una boda o en un entierro, cualquier miembro familiarizado con la ley y capaz de realizar el ritual, puede hacerlo, lo que explicaba este proceder heredado de sus antepasados judíos sefarditas, motivos que ella entendería tiempo después.

Mediante esta santa unción te libre de tus pecados, te conceda la salvación, te cuide y conforte durante este trance a la vida eterna. Amén. —Suplica fervorosamente la mujer y se queda callada mientras permanece con los ojos cerrados orando.

El agonizante en un último esfuerzo la toma por la mano, confesándole que la reconoció, que fue quien la mancilló, rogándole que lo perdonara para poder morir en paz. Ella después de un breve instante le contesta:

Asciende tranquilo, ya te perdone, te doy mi paz y me quedo en paz.

Y allí se hizo un profundo silencio, una suave brisa recorre el lugar ocurriendo una transformación en ella, un cambio de sentimientos, una serenidad como nunca había experimentado, una liberación de aquel pesar. El crimen del soldado y el odio de ella habían desaparecido, trasmutado. Finalmente ambos estaban en paz.

El hombre exhala su último aliento y ella se levanta del suelo en silencio, cuando escucha que le están avisando que en la alcaldía conocida como la casa de los tres balcones había un herido grave, se dirige allá apresuradamente, en el trayecto ve a los generales Enrique Díaz y Froilán Álvarez hablando con un joven oficial, notando su gallardía, lo detalla brevemente, por un instante cruzan sus miradas, sería suficiente para unirlos en una inexplicable emoción.

—Teniente, ¿Qué le sucede?. Esta distraído! —Expresa el General Eusebio Díaz al militar parado frente a el.

—Disculpe General, creí ver un conocido. —Se excusa el gallardo oficial quien había girado la cabeza bruscamente para observar a una mujer que lo había impresionado.

Ese día dos hombres cruzan sus pasos con los de la tropera, Antonio Perozo, un joven militar guzmancista quien venía en el destacamento de ocupación proveniente de Barquisimeto, al cual conocería de vista en el campo de batalla y aquel herido que iba a socorrer, sus vidas los llevarían a protagonizar una sucesión de eventos que marcarían el destino de los tres.

Sigue su camino rumbo a la alcaldía y al entrar su sorpresa es grande cuando entre los lesionados se encuentra este conocido el cual se había marchado de su pueblo junto a sus padres varios años antes, emparentado con los Nieto, quien yace inconsciente en el suelo sobre un charco de sangre que se expande, un escalofrió recorre su espalda presagiando que aquella escena se repetiría en su vida, pasarían 20 años.

Inmediatamente se coloca en cuclillas para atenderlo, deteniendo rápidamente la hemorragia comprimiendo la herida con sus manos, logrando que el hombre recuperara la conciencia. Encontrándose algo confuso cree estar viendo el bello cielo azul de su pueblo natal y una añoranza de Río Tocuyo se le viene encima, al enfocar mejor la vista se da cuenta que son los ojos de una mujer, reconociéndola seguidamente como la que estuvo a punto de matar poco antes, con la que compartía parentela y un mismo pueblo natal.

Te sacaré una bala del hombro Le especifica en voz baja mientras ágilmente extrae unos instrumentos de su bolso.

Yo creía que solo sabias disparar y montar a caballo como un hombre —Responde el soldado tratando de ser jocoso.

Ella sonríe discretamente y le ordena que mire fijamente el dije que cuelga de su cuello, una triqueta que usaba para hipnotizar y también para canalizar energías curativas, regalo de su mentor el cura Vicente Oropeza el cual la había enseñado como hacerlo. Federico entra en un estado alterado de conciencia y comienza a hablar como si estuviera en confesión, le comenta que nunca había estado de acuerdo con lo sucedido aquel día a orillas del río cuando soldados acantonados en Carora la habían deshonrado, debido a eso no les permitió entrar en “Los Cívicos” que el comandaba.

—Eso ya quedo atrás gracias a la Virgen de Chiquinquirá de Aregue, sus almas descansan en paz, en la plaza pude distinguirlos entre los muertos, es mas a uno de ellos, aún vivo, alcance a darle la extremaunción, serán enterrados anónimamente. Le contesta Bartola.

Bartola, yo soy un azul y sin embargo me salvas la vida. — Manifiesta el hombre y le revela indiscretamente

—Por poco te mato cuando entraste en la plaza—Dice sintiéndose somnoliento.

Lentamente se va quedando profundamente dormido mientras la escucha a lo lejos explicarle que la caridad cristiana no reparaba en ayudar incluso al enemigo.

Tus parientes, sobretodo Gregorio Nieto, me pidieron que te protegiera. Y al soñar confesaste que pronto regresaras a tus raíces liberales originales.

       

  ¿Yo dije eso? Pregunta asombrado, saliendo del trance.

A lo cual Bartola le comenta con una sonrisa en su rostro:

Si, cuando te hipnotice. 

— ¿En qué momento hiciste eso? —Pregunta el sorprendido.

Ella se levanta, recoge sus implementos y sin contestar a su pregunta, le señala antes de despedirse:

—Cuida esa herida, te coloque algunas hierbas medicinales para que sanes rápido. Si necesitas algo, acude a la botica del Señor Curiel, dile que vas de mi parte.

Sin saberlo ambos en ese instante, en un cercano futuro reiniciarían una amistad que perduraría hasta su muerte y los conduciría por caminos inesperados. 

—Señora Juana, se acabó la guerra, corra, llego Bartola! —Exclama un trabajador a la matrona de la familia.   

Las dos Juanas, Paula y Bautista, salen como una exhalación a la puerta a ver el acontecimiento, estaban entrando a trote lento un grupo de soldados pertenecientes a las familias del pueblo, uno de ellos es la joven. Al distinguirla Juana Paula ve la paz que irradia su rostro y algo más profundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario