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lunes, 23 de octubre de 2023

Roz Mystírio. Capítulo XV La simulación.


 En un bosque de semerucos en las afueras de Barquisimeto, tres fornidos hombres ocultos entre las sombras de los árboles, conversan en voz baja, discuten sobre las estrategias a seguir en el adverso cuadro político, su líder Joaquín Crespo había fallado en el golpe de estado para tomar el poder, al verse obligado a anticiparlo.

Me informaron que a Crespo lo trasladaron preso a su hacienda El Totumo, desde allí se le ha facilitado establecer contacto con varios generales de confianza para coordinar otro movimiento. — Explica Aquilino Juárez mientras se refresca el rostro con su sombrero.

—Lo esencial ahora es recuperar nuestra gente para alzarnos nuevamente, cada uno debe ir a lo suyo, separarnos para buscar adeptos en diferentes escenarios. —Continúa diciendo con aquella voz grave que brotaba de su ancho pecho.

—Ha sido nombrado otro Presidente a quienes los altos mandos militares están apoyando, entre ellos los Generales León Colina y Bracho en Carora, nuestros enemigos por lo cual se está dando una situación muy delicada para nosotros.

—Nos corresponde actuar con sigilo, esperar la caída de su popularidad, el desencanto del pueblo. Si procedemos en este momento sería fatal. — Finaliza aquel gigante que conservaba un llamativo tupido cabello negro.

Era el complejo año de 1890, ante el fracaso de la acción de Joaquín Crespo, sube al poder del país otro enemigo de Guzmán Blanco quien al contar con el apoyo de poderosos opositores actuaría más abiertamente en contra de lo que hicieran sus dos antecesores, se trataba de Andueza Palacio, amo del poder por los dos años siguientes. En el estado Lara se sumaría el General Ángel Montañez quien logra unir a los godos de Carora en un peligroso equipo con un solo fin, aniquilar La Propaganda y a Federico Carmona.

Luego de una breve pausa, toma la palabra el más rubio de los tres personajes:

Sé que en Carora están los traidores por lo cual he organizado clandestinamente en mi pueblo natal un grupo que son incondicionales. — Dice retirándose del lugar al observar un enjambre de abejas que zumbaban amenazantes.

—Ya tenemos fusiles suficientes para armar un ejército de 500 hombres de total confianza, mi contacto los tiene bajo buen resguardo, cuando Crespo lo ordene a través de Usted General Juárez, saldremos a tomar el gobierno regional. — Explica Federico Carmona y continúa:

—Desde Río Tocuyo saldremos cuando llegue la hora, ahora iré a trasmitirles sus indicaciones de esperar y recuperar nuestras fuerzas políticas. Les avisa con aire muy formal.

Correcto Ratifica Aquilino, espantando un extraviado insecto dorado y negro que se le acerca y volteando se dirige al tercer hombre a su lado.

—General, usted debe ser nuestro infiltrado en el ejército, nadie debe saberlo, guardaremos las apariencias, solo responderá a nuestro mando directo. —Dirigiéndose a Torres Aular para finalizar.

Estos hombres planeaban apoderarse del poder local, dentro de su estrategia estaría el lanzamiento nuevamente de la candidatura de Aquilino Juárez a la Presidencia del Estado, sin saber que simultáneamente su viejo contendor concebía hacer lo mismo.

En una cantina de Barquisimeto ocurría otra reunión entre dos conocidos personajes, no tan secreta como la realizada entre las sombras de los arbustos de intensas hojas verdes cargados de ciento de pequeñas frutas rojas de dulce pulpa amarilla, son los Generales Eusebio Díaz y Ángel Montañez, quienes se habían conocido en la ciudad, sumando sus odios y recursos para enfrentar a aquellos otros hombres. Alrededor de una mesa de madera cubierta de vasos conteniendo un licor ambarino, uno de los asistentes se inclina hacia adelante abombando su pecho como un gallo a punto de pelear tratando de dar la sensación de ser más corpulento y aguerrido de lo que realmente era y comienza a hablar:

General Díaz, me encargaré a través de mi publicación periodística “La Palanca” de desprestigiar a Federico Carmona entre sus admiradores. Usted ocúpese de anular las aspiraciones electorales de Aquilino Juárez aquí en Barquisimeto, mientras el general Bracho asegura a Carora y su gente. — Coordina el de baja estatura.    

Ese año fue muy peculiar, a pesar de inaugurarse el telégrafo en Carora, el alumbrado público en Siquisique y el ferrocarril Bolívar en Barquisimeto dándole un auge económico a la población, paralelamente ocurre una debacle política agravada por el fracaso de la intentona golpista de Joaquín Crespo, por lo que los crespistas o legalistas, serían obligados a salir del poder junto a la agrupación política local “La Propaganda” también disuelta ante el caos de la división del guzmancismo.

El General Bracho, apoyado por Graciano Riera Aguinagalde y los Generales Froilán Álvarez y León Colina, había retomado el poder político en Carora, convertidos en enemigos de Carmona quien se vería obligado a tomar una decisión que tendría un final inesperado.

Debiendo conjurar las amenazas de muerte que se ciernen sobre su cabeza en Barquisimeto, se dirige a Carora con la intención de recuperar algo de su poder pero al encontrarse con aquel adverso panorama, cavila en la necesidad de implementar una estrategia diferente, irse a Río Tocuyo sin despertar sospechas, entonces como una inesperada tormenta de verano es anunciada la llegada del Dignísimo Arzobispo de Caracas y Venezuela, Críspulo Uzcategui Oropeza, un muy apreciado descendiente caroreño, iniciándose un corre y corre de las familias más representativas para los actos de bienvenida, permaneciendo atrapado en los compromiso de aquella convulsa Carora sin embargo repentinamente se le presenta una inesperada oportunidad.

El pueblo abruptamente había perdido la paz, las damas competían ferozmente en muestras de afecto a través de la comida típica local. La casa cural con sus pasillos repletos de cestas con dulces obsequiados, que prácticamente la convertían en intransitable al paso de las distinguidas señoras que constantemente cruzaban su puerta, un maremágnum de faldas y lazos entrando y saliendo como nunca antes se había visto en aquel recinto, afanosamente buscaban reservar un lugar en la copada agenda del visitante para que asistiera a sus hogares a deleitarse con sus manjares.

—Señora Elvira, esa hora para su invitación de almorzar mañana ya está ocupada por las hermanas Zubillaga. —Le aclara el sudoroso párroco auxiliar a Elvira Yépez, pasándose un pañuelo por la frente.  

—El desayuno será en casa de los familiares de su Eminencia, los Oropeza y la cena ya está acordada con Doña Filomena Álvarez que es organizadora de la bienvenida. —Dice mientras se sacude un mendrugo de dulce de su sotana.

—En lista de espera tengo a los Riera, los Montesdeoca y los Herreras para pasado mañana. —Acota mientras revisa su libro de anotaciones a punto de colapsar.

—Ud piensa dejar por fuera la invitación de mi esposo, el Señor Ángel Montañez y mía? —Pregunta Elvira de forma arrogante.

—Le puede obsequiar una canasta con un refrigerio para que se lo lleve en el viaje a Río Tocuyo. —Puntualiza el joven sacerdote Leandro Antonio mirando el montón existente allí y dándose cuenta de la evidente imprudencia con la contrariada dama.

  Elvira abandona el lugar descortésmente y se sube a su carruaje ordenándole al conductor que la lleve a casa de su tía. Al llegar desciende rápidamente y le increpa sin saludarla previamente:

 —Tía, ¿Usted tiene invitado a comer a Monseñor?

—No hija, el cura encargado no me dio cupo!. ¿Por qué?.

—Entonces tal como sospeché, a las Yépez nos excluyeron. —Exclama la arrogante mujer mientras camina como una leona sin detenerse por el corredor de la casa.

—Figúrese tía que a las petulantes de las Zubillaga que organizaron aquella escandalosa misa de la bendición de la imagen de la Virgen del Rosario, le dieron el horario mejor, el almuerzo del día de su llegada. Claro, ellas financian las ostentosas misas de la Iglesia. —Eso no lo voy a dejar pasar por alto, nadie me humilla así.  —Exhala y continúa.

—Me entere que van para Río Tocuyo dentro de dos días, vámonos para allá, tía, ahí no van a poder con nosotras! —Finaliza la alterada dama.

—Sobrina, lamento no poder acompañarte tengo que resolver algo urgente aquí, pero tu tío Ramón va a visitar a nuestra hija y sale para allá mañana temprano, le diré que te lleve. —La mujer se refería a su esposo, Ramón Perera Montesdeoca.   

Estos dos personajes transitaban el polvoriento camino hacia Río Tocuyo mientras simultáneamente por la mesa del Dignísimo Agasajado desfilaban los más exquisitos manjares de la gastronomía caroreña como los jugosos lomos prensados, los pímpinete, un chorizo elaborado con carne de res y cerdo, las famosas sopas, una era la olleta de gallo que levantaría controversias entre las cocineras hermanas Zubillaga sobre si se le debía dar a su eminencia debido a los efectos afrodisíacos que según poseía, finalmente ambas acuerdan servirle un buen mondongo de chivo más acorde con su investidura y reservarles maliciosamente la de gallo a sus maridos, esperando ser bendecidas por un milagro nocturno. Todo esto iba acompañado por las infaltables arepas con la mantequilla envuelta en hojas de maíz dándole un exquisito sabor junto a los quesos regionales en diferentes formas de crineja o de tapara, el final era reservado para la dulcería resaltando el de mango o de leche, manjares obsequiados en una danza vertiginosa al ilustre visitante de paso por la ciudad, a punto de sufrir una indigestión.

En medio de esta guerra de platos,  la presencia de Federico pasa inadvertida por sus enemigos, siendo este acontecimiento providencial para el recién llegado. En aquel embrollo en la ciudad, el agasajo organizada por su esposa Filomena era normal, durante la cena se entera del próximo viaje de su Eminencia a Río Tocuyo para completar el sacramento bautismal, una idea le viene a la mente, la estrategia para disimular el motivo del viaje serían las confirmaciones, su excusa.

El Arzobispo había recibido una invitación del cura de Río Tocuyo para celebrar dos solemnes misas en la Iglesia Parroquial para confirmar a los niños de la localidad. El Prelado tenía sus dudas de aceptar por el poco tiempo disponible pero entonces ante el inmisericorde asedio al que estaba sometido, aprovecha la oportunidad para alejarse de las cocineras caroreñas que lo habían llevado a cometer el pecado de la gula. Iría acompañado por Maximiano Hurtado cura en propiedad de Carora, dejando encargado de la Iglesia San Juan Bautista al presbítero auxiliar, Leandro Antonio Colmenárez, el cual también estaba aliviado con ese viaje al quitarse de encima aquellas acaloradas damas. Así se daría aquel viaje que parecía más una huida, al tratar Su Eminencia de escapar de un pecado se toparía con otro peor, uno mortal.

Desde la distancia, sumergido dentro de la caravana de fieles, se distinguía un gran sombrero cubriendo una reluciente cabeza del inclemente sol, debajo alguien se abanicaba para espantar el sofocante calor cuando en el horizonte surge un hombre a galope levantando una amarillenta nube de polvo dirigiéndose hacia el servidor de Cristo, un reptil corre entre los cactus de la agreste región que marcan la encrucijada al pueblo de Aregue que dejan atrás.    

—Su Eminencia, me permite acompañarlo?. —Pregunta Federico Carmona mientras se descubre la cabeza respetuosamente. — Voy al mismo lugar que usted.   

Mientras tanto a Río Tocuyo habían arribado Elvira y su tío Ramón, siendo recibidos en la puerta de la casa por su hija quien se  nota preocupada y nerviosa.

—Padre, tengo que notificarle algo grave que me acabo de enterar. — Manifiesta la joven con voz angustiada.

 Río Tocuyo como todo pueblo pequeño, los rumores se esparcían rápidamente, más si eran revelaciones de cama, uno proveniente de la imprudencia cometida por el hijo adolescente de Bartola, de nombre Damián, quien en un arranque de pasión le había comentado a su amante que su madre contrabandeaba armas, generaba una maliciosa sospecha sobre esos enseres importados por ella para su negocio,  aparentando ser rutinarios. Tal imprudencia se transformaría en un detonante de la peor tragedia de aquella familia.

Esto se debería al emparentarse el General Ángel Montañez, a través de sus esposas, con Ramón Perera Montesdeoca con propiedades en Río Tocuyo, por lo cual pasaban largas temporadas en dicho lugar, tanto que la hija de Ramón se casaría con un dueño de una hacienda y estaba establecida permanentemente aquí siendo la primera en enterarse de la inquietante novedad que corría entre sus trabajadores, así que al llegar de visita su padre se lo comentaría.

Aquel encorvado hombre de prominente nariz queda algo desconcertado al oír lo que le explicaba su primogénita, dilucida que no entendió bien y que no había razón para el recelo.

— ¿Esa india trayendo armas?. — Cavila despectivamente.

Sin embargo decide corroborarlo con los obreros de su hacienda, quienes le confirman la historia, en ese momento no capta la gravedad del hecho pues ellos especulaban que se trataba de una fábula del muchacho para impresionar a la novia y obtener el fruto prohibido, le decían mientras reían jocosamente.

Repentinamente escucha la detonación de los fuegos artificiales anunciando la llegada al pueblo del Alto Representante de la Iglesia y recuerda la invitación para asistir al recibimiento. Cuando arriba al lugar ya había una muchedumbre agolpada a las puertas de la casa de Dios presentando sus respetos, una de ellas era Bartola, la ve realizando una venia agachándose levemente, seguidamente besa el anillo obispal, recibiendo la bendición de aquellas regordetas manos, nota que a ambos lados de la puerta están dos soldados firmemente parados con sus máuseres al hombro formando parte de la guardia de honor y encargados de dejar entrar a la Iglesia solo a los invitados, revisan las credenciales y les participan a los demás que debían permanecer en la plaza.

Al recién llegado no le llama la atención la presencia ella pues era integrante de los organizadores del acto y miembro del coro, pero al acercarse ve a un conocido detrás de Su Eminencia, intrigado se pregunta que hace allí Federico si supuestamente debía estar en Carora protegiendo sus intereses y no en esa comitiva religiosa. Pensando en esto recorre con su mirada de uno a otro personaje, detiene su vista en las armas de los militares y luego en Bartola, entonces como un relámpago que ilumina todo a su alrededor desentraña el misterio de la historia del muchacho sobre las cajas conteniendo pertrechos y recuerda el rumor de la cuantiosa cantidad de dinero desaparecida de las arcas de La Propaganda, finalmente devela el secreto de Carmona.       

Este personaje conocía sobre los negocios comerciales del matrimonio Perozo Castro por ese motivo no había percibido los excesivos viajes de la mujer, pero la asistencia allí de aquel peligroso hombre cambiaba todo, explicando muchas cosas y rápidamente se dirige a su casa para enviar una misiva a su sobrino político, Ángel Montañez el cual se encontraba en ese momento en Carora reunido con los poderosos godos tomando el control político de la ciudad y con quien mantenía contacto constante sobre el acontecer político.

—Tío, tan rápido concretó la invitación? —Pregunta su sobrina Elvira.

—Olvídate de eso, aquí está ocurriendo algo muy grave y tienes que regresar a Carora de inmediato! —Dice apresuradamente.

—Debes avisarle a tu esposo la novedad, llévale esta nota urgente. —Indica aquel ser de gran nariz garabateando algo sobre una blanca hoja.

En el camino dos personajes se cruzan, una acalorada mujer que va rumbo a Carora y de Aregue viene un regordete cura galopando a caballo, quien estaba retrasado para la misa tridentina por culpa del pecado de la carne recién cometido, ve a la mujer identificándola y se pregunta intrigado por qué se marchaba de Río Tocuyo.

—Domingo, por qué vas a salir tan urgido? —Interrogaba poco antes la amante del cura de Aregue.

Desde la cama la desnuda mujer de redondas y carnosas formas observa el rostro de preocupación del religioso mientras se viste velozmente y lo conmina autoritariamente.

—No te vayas, tu ausencia no sería llamativa, todos saben lo irreverente que eres, hasta yo que soy la madre de tus hijos, irrespetas.

 —No puedo faltar, el ritual romano establece obligatoriamente que las misas Pontifical, así catalogadas por ser presidida por un Alto Prelado, deben contar con coro, incienso y los tres ministros sagrados que somos el Arzobispo quien es el celebrante, el diacono que será el cura de Carora por jerarquía y yo, que soy el subdiácono. 

—Si no asisto podría ser excomulgado y destituido del cargo! —Termina de explicarle a la caprichosa mujer y sale presuroso.

Por otro lado a Carora llegaba la contrariada esposa de Ángel Montañez llevando la crucial información, gracias a la cual descubre que la amenaza estaba en Río Tocuyo donde se encontraba Carmona y no allí, entonces este liliputiense pero peligroso hombre imparte órdenes a su gente de dirigirse inmediatamente allá, lo vigilen y sigan hasta localizar los pertrechos. Luego sale como una exhalación a Barquisimeto con el fin de alertar a Eusebio Díaz y al Presidente de otro posible alzamiento coordinado por La Propaganda.

Era un caluroso 31 de julio cuando en la Iglesia se escucha el tintineo de la pequeña campana que anunciaba la salida de la sacristía de la santa comitiva, en estricto orden emerge primero el incenzador balanceando el tazo inundando con su olor el lugar, luego vienen dos sacristanes llevando las velas encendidas, el siguiente trae la cruz procesional y detrás otro porta el cáliz sagrado en alto, finalmente surge el Ilustre Visitante acompañado por el diácono Maximino Hurtado y el subdiácono Domingo Vicente Oropeza situados a su lado.  

Los presentes se ponen de pie provocando un sonido sordo al  chocar con los bancos de madera cuando entran los ministros sagrados ceremonialmente y recorren el pasillo hasta el centro del Altar para dar comienzo a la primera misa que revestía una gran solemnidad por ser presidida por Su Eminencia, envueltos en los cantos gregorianos entonados en latín por el coro de laicos. 

Comienza la misa con un "Dominus vobiscum" los presentes se sientan en silencio, posterior al finalizar el ceremonial el Arzobispo acercándose a la concurrencia quienes sincrónicamente se ponen de rodillas, los rocía con agua bendita. En algún momento después de la comunión se realizaban las confirmaciones. Aquel sagrado día estaban lejos de saber lo que acontecería en Río Tocuyo en pocas horas repitiendo un suceso semejante ocurrido un viernes santo.

Al terminar la misa se iniciaba nuevamente la conversación que era discreta y en voz baja, participan Francisco Brizuela, Gregorio Nieto, los Santéliz, los Figueroa y Silverio Castro, conocido cacique quienes se citan para el día siguiente para concretar.

Era el 1 de agosto, el segundo día de misa, repentinamente en la Iglesia se escuchan unas fuertes pisadas de botas que retumban en el sagrado recinto, son los Chuaos con sus rostros cubiertos por la máscara del odio, largas chaquetas negras revolotean a su alrededor produciendo un sonido profundo, vienen presagiando algo fúnebre, son varios Montesdeoca quienes entran encabezados por el hijo del fallecido General Juan Agustín Pérez y su leal amigo Amenodoro Riera, hijo natural de un Montesdeoca, los seguía la sombra de la tragedia y esta llevaría el sello de este apellido.

Ese día Federico Carmona, quien utilizaba el recinto de la Iglesia para conspirar sin llamar la atención, desconociendo que habían sido descubiertos, conversa discretamente con sus lugartenientes, Gregorio Nieto y Silverio Castro, quien es enemigo acérrimo de los recién llegados desde hacía 14 años debido al alzamiento que protagonizará en contra del General Juan Agustín Pérez, sofocados por miembros de ese mismo grupo, resultando muerto dos de este clan, uno de los cuales según comentarios de la época fue asesinado realmente por Ramón Perera Montesdeoca, el cual quiso encubrir su autoría por la cobardía del acto, dejando cuentas por saldar entre ellos.

A punto de empezar la misa, llega apresuradamente otro hombre que se integra al grupo. Cuando este es visto junto a los otros tres, los enemigos presentes se dan cuenta que por ser Antonio un militar guzmancista no levantaba sospecha y al unísono que al ser Bartola, miembro de las dos familias, Castro y Nieto, incondicionales de Carmona, los transformaba en una pareja ideal para la defensa de la amenazada Propaganda y su líder. Lejos estaban de sospechar que además de traer las armas, eran también depositarios del dinero recabado en Barquisimeto, siendo  esto un soporte clave para Federico Carmona y su ejército local.

Los carmoneros notan la presencia en la misa de los poderosos Chuaos, siendo obligados a aparentar no tener nada que ver con conspiración. Carmona utiliza su liderazgo para contenerlos e imparte instrucciones discretamente, les ordena esperar para llevar a cabo el plan, sin saber que esta se prolongaría por casi dos años, ni la tragedia que revoloteaba sobre sus  cabezas por culpa de un amor de adolescente.

—Vete de aquí disimuladamente. —Le dice Federico con voz casi inaudible a Bartola, arrodillado detrás de ella.

A pesar de la argucia, los Chuaos al estar ya sobre aviso se dan cuenta que Carmona actúa como jefe de los mestizos presentes allí, evidenciando que estaba al mando de este peligroso y conocido clan de Aregue, sumándose ambos rencores con furor, el viejo y el nuevo, llevándolos a cometer nuevamente un crimen perpetrado por los  enemigos de Carmona que coincidencialmente son los mismos de los Castro.

Al desenmarañar el misterio que se oculta en Parapara deciden dirigirse a la casa de Antonio Perozo para confiscar el armamento, lo hacen aquella madrugada, era un 2 de agosto de 1890, ya los Chuaos tenían experiencia en asaltos anteriores.  

En este periodo de convulsión política, las confrontaciones eran sumamente violentas, llevadas a extremos apasionados causando dolor y muerte, los discursos realizados en las plazas o en las calles atacando al contendor llegaban hasta el recinto mismo del hogar, como sucedió con los Perozo. Las autoridades no eran capaces de mantener el orden dentro de esta anarquía, ya fueran por complicidad o debilidad.  

Ese fatídico día, Bartola pondría en  práctica todo lo aprendido en el quehacer político de las conspiraciones. Usaría sus influyentes contactos clandestinos y su gran poder económico, cuyo origen siempre ocultó, implementando para sus hijos lo que hoy se conoce como programa de protección a testigos en riesgo de muerte.

Su desgarrador dolor la convertiría en un torbellino de tareas a coordinar, no había tiempo para lamentos, como tiempos atrás cuando era tropera, arrastrada por los senderos del destino de otra conspiración que involucraría a un lejano pariente con lazos de sangre y de igual origen mestizo, sería su última participación en política.

 

 

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Roz Mystírio. Capítulo XIV La Conspiración


 

Madre, donde se encuentra? Exclama el hijo mayor de Bartola mientras recorre la casa buscándola. —Tengo algo importante que decirle.

Aquí estoy hijo, en el corredor del fondo. —Le responde la mujer asomándose por la puerta.

Gregorio al entrar al amplio corredor enladrillado, enmarcado por pilares de madera, sumergiéndose en el áspero paisaje de cardones y tunas, sorpresivamente se enfrenta a un barullo de sacos de maíz, caraotas, café, ajos, sal en granos, papelón, piezas de género de telas, alpargatas, sombreros y un conocido sentado en una mesa con un libro de cuentas, delante del cual los obreros pasan uno a uno a recibir los pesos de plata del pago del mes, empleados como monedas, equivalían a 4 bolívares de plata puestos en circulación desde 1879, usándose ambas simultáneamente.

Que es todo esto?Pregunta extrañado mientras señala al nuevo tenedor de libros, ignorando que trabajaba para ella.

Bartola le explica que había contratado a Pedro José para que la ayudara con las cuentas, sus actividades comerciales en Coro le impedían seguir llevando los libros al día.

Le he pedido varias veces que me permita encargarme de los viajes, eso es muy fuerte para una mujer, pero se empeña en hacerlo usted, no entiendo porque Antonio lo permite.

Hijo, disfruto recorriendo las calles de Coro, es una ciudad muy bella, se consigue todo tipo de artículos, vestidos, adornos, arte, por otra parte ofrecen mejores precios a una mujer, no se preocupe, me deleito con las compras mientras el pariente aquí lleva los libros.

Hace una pausa acercándose a su hijo mayor, acariciando levemente su rostro y le aclara...

Además Antonio no se mete en mis asuntos.

Continúa caminando incansablemente con pasos cortos y rápidos por el largo corredor, tratando de encubrir la verdad, cambia de tema pidiéndole:

Venga, ayúdeme con la repartición de la semana mientras me dice de que quiere conversar, entrégueles a cada quien ½ almud de maíz, de papelón, de café y de ajos, ¼ de caraotas y un 1/8 de sal.

Gregorio obedece la orden y toma un cajón de madera que tenía una separación interior que lo dividía en dos, y uno de estos compartimientos en dos cuartos. Adicionalmente este cajón podía tener doce divisiones para medir cantidades menores, era una unidad de medida de volúmenes de grano y otros materiales conocida como Almud que se utilizaba entonces y equivalía a unos 30 kilos aproximadamente hoy día.

En aquellos tiempos, la forma de pago a los obreros era con estos insumos además de la tela para hacerse la ropa de faena que les correspondía al año, las alpargatas, sombreros, machetes, escardillas y leche de cabra del ordeño diario suficiente para su consumo, el resto era en pesos o bolívares de plata. Esta actividad se realizaba los domingos después de misa, acompañado con cocuy, guarapo de caña y un hervido de chivo cocinado en leña bajo la sombra de un frondoso árbol de cují, amenizado con música.

—Me voy mañana hijo, así que dígame de una vez cuál es su tormento. —Dice la mujer en un tono de voz firme que no permitía la discusión.

Madre quiero casarme, necesito que acuda prontamente con Antonio a pedir la mano de mi prometida y negocie la dote. — Asevera Gregorio con cierto tono de angustia.

Se refería al monto con el cual tradicionalmente contribuía la mujer: “la mencionada, mi futura esposa promete llevar diferentes bienes, muebles, ropa y dinero para ayudar a las cargas matrimoniales..." 

Bartola quien estaba de espaldas a su hijo, voltea y lo mira fijamente a los ojos:

A qué se debe tanto apuro? —Pregunta inquisitivamente.

A usted no se lo puedo ocultar, está embarazada! —Le responde.

El compromiso matrimonial de su hijo mayor Gregorio, que contaba con 20 años de edad, coincidiría con varios hechos, entre ellos el recién nombramiento de Graciano Riera Aguinagalde como Presidente encargado del Estado Lara, junto a la elección como diputado a la Asamblea Legislativa de Federico Carmona, quien había logrado una gran proyección regional, siendo escogido para el cargo de Presidente del Consejo de Administración del Ayuntamiento, logrando finalmente el triunfo político de La Propaganda, designando a Gregorio Nieto como Jefe Civil de Río Tocuyo gracias al poder alcanzado por este líder, impulsado por el recién regreso de Guzmán Blanco al gobierno.

Después de realizado el casamiento ocurre un hecho presagiado, la renuncia de Guzmán Blanco sin concluir el mandato de dos años, retirándose a vivir definitivamente a su palacio de Paris, según por razones de salud, la verdad es que era demasiado rico como para quedarse en el país sintiendo el rechazo del pueblo por la grosera corrupción. Se conocía que llegó a poseer tantas tierras, solares, haciendas y hatos que era capaz de cubrir un mercado internacional por su cuenta.

Debido a esta ausencia se inicia un reacomodo político que incluye el nombramiento de un nuevo Gobernador quien amonestaría a Gregorio Nieto por dirigir un motín en Río Tocuyo, se trataba de la recluta de los carmoneros a quienes estaba entrenando secretamente, pero era poco prudente en su accionar, acarreando un creciente malestar en el nuevo gobierno por el excesivo poder demostrado, una advertencia que sería el inicio de su declive y el surgimiento de otro poderoso bando. Ángel Montañez actuaba tras bastidores.

 Estos sucesos colocaban en riesgo el plan del contrabando de armas, así se lo comunicaría a Bartola a través del General Salazar, nunca  imaginó las nefastas consecuencias para su amigo Antonio.

El enlace matrimonial de Ángel Montañez con Elvira Yépez, marcaría la fatídica hora de una revelación. Por esos caprichos del destino, al formar parte este maquiavélico personaje de dicho círculo familiar, obtendría inesperadamente la clave del poder oculto de Federico Carmona.

—Señores, el liberalismo se ha dividió en dos corrientes enemigas, los legalistas que apoyamos a Joaquín Crespo, apegados a las leyes que contemplan la alternabilidad del poder y los llamados continuistas, que persiguen modificar la constitución alargando el período del mandato para apoderarse del gobierno y del tesoro nacional. —Explica Carmona a sus seguidores.  

Los acontecimientos estaban en efervescencia en Caracas, había sido elegido un nuevo Presidente, impuesto por el Dictador quien lo dirigía por telégrafo desde Paris. En esos tiempos Venezuela estaba conectada con Europa por el cable submarino, sustituyendo el correo trasladado por buques de vapor, según narra la historia “esta sería la vía para Guzmán mantenerse en contacto, enviando sus recurrentes y detalladas instrucciones al Presidente en ejercicio”.

—La prolongada ausencia de Guzmán favorece la confabulación para derrocarlo. —Les dice en medio de una naciente algarabía.

Carmona quien era un conciliador nato les pide silencio a los presentes en el acto para continuar hablando.

El sucesor es indiferente a los desórdenes orquestados por la oposición, no los reprime y además permite que sus estatuas sean derribadas, estableciéndose un caos político.  

En la sede de La Propaganda se encuentra un conjunto variopinto de diferentes niveles sociales y bandos políticos opuestos que confluían en aquel movimiento gracias al liderazgo de este hombre, los cuales discuten acaloradamente los acontecimientos.

—Tomaremos las armas! — Gritaban a una sola voz.

—Recaudemos más fondos! —Increpaban autoritariamente.

Dicho dirigente desempeñaba otro papel clave, era encargado de recoger los fondos para su funcionamiento, se comentaba que las contribuciones eran grandes cantidades de monedas de plata y oro, siendo un misterio donde las guardaba.

—Cálmense, Federico será el nuevo Gobernador del Estado en sustitución del titular que fue separado del cargo. —Les comunica Aquilino Juárez presente en la reunión.

—Aquí en Barquisimeto, gracias a La Propaganda, la situación es diferente. —Dilucida el jefe de la agrupación política.

A toda esta, un acontecimiento estaba en desarrollo en las entrañas de Barquisimeto, ocurría una oculta conspiración con fines similares a la de Caracas, debilitar al liberalismo pero además acabar con estos dos líderes guzmancista.  

Ángel Montañez visualizaba el inminente cambio pero en un mal cálculo del acontecer regional, se une al bando anti-guzmancista encabezando manifestaciones a favor del  continuismo por lo que es puesto preso por el recién nombrado Gobernador Carmona, convirtiendo esto en el detonante de los violentos acontecimientos acaecidos posteriormente al no perdonar la grave afrenta. Al ser liberado de la cárcel impulsaría ferozmente un complot, aprovechando el rechazo a Carmona en Carora, acuerda con su pariente.

Ramón, te corresponde atraer al poderoso círculo Chuao. — Ordena chocando sus botas una con otra marcialmente.

—A su jefe, el General León Colina lo debemos captar, es vital para mi causa. —Acota con su aguda voz.

—Persiguen devolverle el poder al General Juan Evangelista Bracho pero tenemos que convencerlos de acabar primero con Carmona. — Expresa autoritariamente aquel ser con ojos ratoniles.

Para entonces Graciano Riera Aguinagalde encargado de La Propaganda por Carmona, debido a su vacilante carácter, aceptaría la propuesta de Froilán Álvarez de unirse a ellos para restaurar en su cargo a Juan Evangelista Bracho a quienes ambos habían secuestrado años anteriores. Sus objetivos eran entrar otra vez en los cuantiosos negocios del gobierno, para esto era imperioso recuperar el poder, al ocurrir el reacomodo político distinguen su oportunidad.

Es un momento de peligro para legalistas, Joaquín Crespo había sido sorprendido viniendo a bordo de la goleta Ana Jacinta proveniente de Trinidad con el objetivo de derrocar al Presidente por su política antiguzmancista, es capturado y llevado preso a  la temida cárcel La Rotunda, paradójicamente los mismos hombres que llevaron al poder al liberalismo, serían quienes lo acabarían.

Termina el mandato de Carmona como Gobernador y regresa a Carora con el fin de recuperar La Propaganda, de nuevo bajo su mando ante la renuncia de Graciano, confirmando sus sospechas sobre su manera de ser que resultaba peligrosa, se dirige a la casa de la sede y encuentra el lugar arrasado, paredes derrumbadas, muebles destrozados, excavaciones en el patio, el techo caía a pedazos. El dueño llega apresurado y le informa que sus partidarios buscaban con frenesí un dinero escondido. Le habían prometido pagarle pero no lo hicieron.

—Perdí mi vivienda, quede en la ruina! —Expresa quejumbroso.

—No se preocupe, vaya a mi negocio que le pagaré todo!

Ángel Montañez los había manipulado con el rumor que el líder crespita poseía una gran fortuna gracias a los importantes cargos estadales ocupados y los depósitos de los contribuyentes de La Propaganda, atribuyendo que se debía a las preferencias del General Aquilino Juárez, no reconocían sus cualidades ni su gran olfato para interpretar las cambiantes situaciones del país, lo cual los brachistas no lograban hacer pues eran hábiles comerciantes pero tenían poca perspicacia política, las pugnas locales les impedían discernir el complejo entramado existente.  

Al dejarse arrastrar por el odio hacia Carmona por sentir que les había arrebatado lo que consideraban merecían por derecho de sangre al ser godos puros, arman un complot sin conjeturar que esto los llevaría a perpetrar uno de los más oscuros sucesos de Río Tocuyo.

A toda esta, en casa de Bartola transcurría la vida con sus vaivenes habituales, había realizado el último contrabando sin  novedad, cuando la rueda de la vida daría otro inesperado giro.

—Madre tengo algo que decirle! —Comunica Damián.

Bartola quien está de espalda revisando unos documentos sobre la mesa, al oír aquella exclamación recuerda otra similar ocurrida apena dos años atrás, voltea y observa a su hijo, lo percibía tan parecido a ella.

—Dime hijo! —Dice Bartola con voz suave.

—Madre, voy a tener un hijo, mi novia está embarazada!  —Aclara orgulloso el joven.

La madre queda sorprendida, lo conocía muy bien, sabia de su precocidad pero no imagino que la historia del embarazo de otra novia se repetiría y menos con el adolescente.

—Me quiero casar! —Afirma Damián.

—Hijo, eso no se puede, es imposible!

—Lo hare igual que Gregorio!

—Pero él tenía 20 años y tú tienes 13! —Refuta la madre con voz autoritaria.

—Madre, soy un hombre, ayer cumplí 14 años y no te acordaste, además trabajo contigo en el negocio! —Reclama el muchacho dolido.

—Antonio, Damián embarazó a la hija del General Catarí y necesito que resuelvas eso, debo ir a la Iglesia de Río Tocuyo.

Antonio que acababa de entrar observaba en silencio a su hijo acicalándose el bigote, le hubiera gustado que fuera militar pero el muchacho era como su madre, habilidoso como comerciante.

—Hijo, desde que los matrimonios son un acto civil por orden de Guzmán Blanco, los menores de 18 años no se pueden casar. —Explica el progenitor del muchacho y remata diciendo.

—Reconoceremos al niño pero sin casamiento!

Corría el caluroso mes de julio de 1890 con la anunciada visita de Su Eminencia a Río Tocuyo, por lo cual minutos antes Bartola, al ser una de las organizadoras de los actos de bienvenida, se vestía apresuradamente colocándose el apretado corsé que marcaba su estrecha cintura y caía sobre sus caderas enfatizando sus redondeadas y contorneadas líneas. Antonio la observa deleitándose con aquel paisaje.

— Deja de mirarme, pásame mis botines y el vestido. —Ordena la mujer simulando estar molesta.

El hombre risueño le lleva el atuendo y se acerca para abrocharle aquel ajustado artilugio mientras la acaricia.  Finalmente estaba vestida con el traje que le daba una apariencia de “reloj de arena”, arriba la blusa color crema con las abombadas mangas hasta el codo luego la pequeña cintura que separaba la parte inferior, una falda ocre larga  acampanada dándole volumen.

—No te quites el corsé cuando llegues, prométeme que me vas esperar para ayudarte a desvestirte. —Le susurra al oído.

—Voy a ver si el desayuno está listo y te llamo. — Le dice sin contestarle, recogiendo el abanico de la peinadora.

Saldría con pasos rápidos de la habitación, llevaba prisa, antes de cerrar la puerta le observa el uniforme de gala que le asentaba tan bien, sin saberlo va al encuentro con su destino.

viernes, 18 de agosto de 2023

Roz Mystírio. Capítulo XIII La viajera

Ocurre una trifulca violenta entre Damián y Cosme, quienes desembocan en el corredor donde estaba Bartola.

—Espiar a los demás es pecado, eso no se hace! — Dice el mayor de los hermanos. 

—Madre Damián estaba tocándose allá abajo y gemía como un animal!

—Cállate Cosme, eres un parlanchín, eso no se le dice a las mujeres! —Ordena el espigado muchacho saltando sobre su hermano menor, cayendo ambos al suelo convertidos en un ovillo.

Bartola agobiada no sabe cómo actuar ante aquel acontecer masculino y espera a que Antonio llegue de la guarnición militar.

—Antonio debes hablar con los muchachos, hoy pasó algo muy serio y no puedo atenderlos, Silveiro vino a buscarme para ir a Carora.

—Por qué? —Pregunta el preocupado hombre.

—Federico me citó allá! 

Bartola llega a Carora en horas de la mañana y siguiendo las instrucciones acude a confesarse en la Iglesia San Juan Bautista, se sienta en el banco situado al lado del oscuro reclinatorio de madera a esperar que el cura llegue, entonces ve venir a alguien con una negra sotana, al acercarse y entrar al pequeño cubículo se sorprende al reconocerlo, es Federico.  

Después de un breve saludo procede a explicarle lo grave de las últimas acciones de Ángel Montañez en Carora y Barquisimeto  agravando un complicado escenario para él, colocándolos en una difícil situación, marcando la necesidad de iniciar el contrabando, entonces le da una carta para el señor Mordehay Henríquez, indicándole que deberá entregársela en su negocio en Coro, es quien la pondrá en contacto con los contrabandista de armas, a partir de ahora no nos veremos más en Parapara para evitar que descubran el plan. Bartola se asombra de la identidad de su contacto y finalmente se da cuenta del papel jugado por la masonería.  

Una carreta conducida por una mujer, seguida a corta distancia por otras tres y varios indígenas a caballo, escoltándola discretamente, recorre velozmente el sinuoso camino de la sierra de San Luís, montañas cubiertas por un verde manto dándole una frescura que a veces llegaba a ser muy frío, a su paso cruza varios arroyos por los puentes de doble arco de ladrillo construidos desde la Colonia. Amanecía cuando repentinamente en una vuelta del sendero, bordeando la cima desde lo alto, se deja ver el caudaloso río con un buque a vapor navegando por su cauce, llevando una valiosa carga que ella conocía muy bien, su destino era aciago, serían interceptados en alta mar por los piratas para robar su preciosa carga.

Bartola Castro había partido de La Vela de Coro rumbo a Siquisique con las armas adquiridas de contrabando entregadas a media noche por sus contactos sefarditas, cargamento que estaba oculto en bodegas clandestinas existentes en la aduana Antillana, en manos de estos holandeses que desempeñaban ambos roles de comerciantes legales y piratas.

Después de repartir algunas monedas de oro entre los estibadores a cambio de su silencio, saldría de allí rápidamente iluminada aun por la luz de una esplendorosa luna llena, sumergida en los sonidos nocturnos de sapos y grillos, viaja en una carreta techada con cuero de chivo sostenidos en una armazón metálica para proteger su preciada carga de la lluvia, un farol encendido cuelga de un lado, tintineando al ritmo del carruaje. A todo lo largo de este camino existían innumerables caseríos y posadas, que mantenían sus economías con los transeúntes, brindándoles un techo para dormir en chinchorros, comida y donde asearse, facilitando estos recorridos que conducía a la montaña de Guacamúco para finalmente llegar a la parte norte de  Siquisique, un fresco poblado salpicado por altas palmeras de maporas, cuyos esbeltos y desnudos troncos se elevaban hacia el firmamento, un obelisco rematado por un gran cogollo de largas hojas que se mecían suavemente con la brisa, una verde danza que al entrar al poblado invitaban a contemplar su intenso cielo azul, dejando embelesada a la viajera quien siempre se detenía a absorber la savia de su seductora y reconfortante belleza.

Al descender de la montaña se encontraba una posada que pertenecía a sus amigos, la familia Viloria, donde descansaba. Este lugar era ideal para el acomodo de los comerciantes con sus arreos de burros, mulas y gente de a caballo cargados con sus mercancías pues se trataba de una alargada casa de bahareque con numerosas habitaciones y corredores enladrillados que también poseía corrales muy grandes cercados con troncos de maporas, techados con tallos secos de magueyes, que además disponía de ayudantes para darles el pasto a los animales y llevarlos al río a que tomaran agua, comodidades que le otorgaban un gran movimiento comercial convirtiéndola en una parada obligatoria de los transeúntes. Adentrándose al poblado se podía encontrar otros paraderos populares, sitios donde dormir, abastecerse y comer un plato de comida caliente más económico.

La viajera se hospedaba en la del Señor Viloria no solo por sus comodidades sino también porque contaba con su discreción, clave para su misión. Siempre le preparaban un baño en tina con agua calentada en topias de piedra, una cama con sábanas blancas bordadas, perfumadas con hojas de malagueta y flores de azahar, como a ella le gustaba. Había cabalgado por casi seis días prácticamente sin asearse ni dormir, hacerlo era una necesidad perentoria, estaba exhausta.

Después de arreglarse y cenar, sale a verificar el cargamento y el acomodo de los hombres, guardaespaldas pertenecientes a su tribu, fieles y silenciosos, en el corredor se tropieza con el dueño quien la invita a tomarse un trago de cocuy, un regalo traído por la recién llegada de su propia producción que el dueño acostumbraba brindarle a los huéspedes, mañas de buen anfitrión que lo hacían popular. Luego de ingerir el fuerte licor de un solo golpe, el hospedero inicia con una conversación casual, le informa que en el pueblo habían instalado la primera imprenta y estaba circulando un periódico local denominado “Eco de Urdaneta”. Al terminar la reseña, el hombre se recuesta en la silla extrayendo de su bolsillo una carta que le entrega.  

Aquí le dejó su compadre, el General Juan Bautista Salazar. —Le dice mientras la observa curioso.

Sabía que aquella mujer se traía algo importante entre manos pero no conocía los detalles que retenía celosamente.

Bartola toma la misiva, la guarda en un bolsillo de su falda y se levanta, dándole las buenas noches, se despide.

—Gracias Señor Viloria. —Juan de Dios, busque una carreta que vamos a salir al pueblo de compras.

 Los dueños de arreos se paseaban por el lugar negociando, ya fuere vendiendo, comprando o realizando diligencias como registro de  nacimientos, trayendo algún enfermo para ser recetado, asistir a las  actividades sociales como las fiestas patronales o religiosas, o visitas a familiares. Pero la actividad principal era la realizada alrededor de las surtidas pulperías con los lugareños que venían a comprar o vender sus productos como maíz en concha para hacer la harina “tostá” y las arepas “pelás”, sal en granos, caraotas, quinchoncho, café, papelón, huevos, templones, una especie de malvavisco criollo. Mezclarse entre los numerosos remates que se llevaban a cabo, ofreciendo mejores precios para ganar la puja, adquiriendo o intercambiando productos, visibilizaban a esta mujer, famosa por su destreza en estas jornadas que le servían para camuflajear su verdadera actividad conspirativa.    

Bartola se toma un tiempo y se acomoda en un banco de la plaza debajo de una alta mapora para leer la carta del General Salazar, después de saludar le relataba los últimos acontecimientos ocurridos:

“Ángel Montañez ha fundado un periódico en Barquisimeto, el cual le ofreció hipócritamente a Aquilino para su campaña política, pero simultáneamente se sabe que se ha acercado a Eusebio Díaz con quien conspira, esto no conviene en este momento en el cual el liberalismo está dividido en dos corrientes, los legalista con Federico Carmona al frente y los continuistas apoyados por poderosos militares de Caracas que unidos a este personaje, ensombrece el panorama.

Debido a que el Señor Montañez contrajo matrimonio con una integrante de una de las familias más pudientes de Carora, permitiéndole reunirse con los más destacados ciudadanos, atrayéndolos hacia el bando continuista, sumamente riesgoso pues no sabemos quién puede ser nuestro enemigo, por eso debemos actuar sigilosamente sin llamar la atención y me permito recomendarle la máxima discreción, recuerde lo ocurrido en Carora a los hermanos Hernández Pavón por contrabandear mercancías, violentaron hasta el derecho de asilo otorgado por la Iglesia Católica para ejecutarlos, órdenes dada por los godos de la Compañía Guipuzcoana dueños absolutos del comercio de importación quienes se sentían perjudicados económicamente con ellos, como ve las cosas no han cambiado”.

Bartola al terminar de leer la misiva, entra a la Iglesia, coloca unas monedas de oro en el cajón de las ofrendas y se dirige a los velones, encendiendo tres en memoria de los hermanos nombrados por su compadre sin imaginar que aquella historia se repetiría, les reza unas oraciones y al terminar procede a quemar el escrito, entonces una fría corriente de aire le roza el cuello provocándole un estremecimiento que le recuerda un mal presagio igual que aquel del día que presenciara el arribo a Carora de Ángel Montañez, estando en la puerta antes de salir, mira atrás la penumbra que reinaba en la capilla tratando de descifrar lo experimentado, sin lograrlo se acomoda el capotillo con el cual se cubría y sigue su camino.  

Recorre la calle Comercio que atravesaba el pueblo hasta llegar al río donde había un sitio conocido como “el paso de las canoas”, el cual pertenecía a unos habitantes que tenían el negocio de transporte de pasajeros, enseres y animales en canoas. Allí existía una casa de tejas, llamada “El Sorrento”, con grandes depósitos para el almacenamiento de mercancías y largos corredores enladrillados donde los viajeros esperaban el turno de embarque, si era necesario se podía pernotar cuando se prolongaban por las grandes crecidas del río Tocuyo, en ellos se colgaban hamacas o chinchorros. Al cruzar se encontraban las vegas de Santa Cruz y Peña Amarilla, situadas en la confluencia de los ríos Tocuyo y Baragua, con pastizales que crecían de forma natural donde los arrieros alimentaban a las bestias.

Una vez cruzado el río tomaba un sendero concurrido y soleado, contrastando con el montañoso que acababa de dejar atrás, salpicado por pequeños conucos de negros e indios y por las haciendas de los terratenientes con sus grandes y majestuosas casas coloniales que denotaban prosperidad al ver sus exuberantes cultivos, muy vistosos por sus largos tallos que ondeaban al capricho del viento, tan numerosos que a la vista semejaban un mar dorado, era la caña de azúcar, rubro cultivado desde el siglo XVII cuando fue introducido al país proveniente de las Islas Canarias. Era frecuente encontrarse con rebaños de ganado o de chivos, animales traídos por los canarios, expertos en su cría. El ganado vacuno, relativamente escaso al principio de la Colonia debido a lo pobre de los forrajes autóctonos, luego al ser importados los de altos niveles nutricionales, lograrían desplazar paulatinamente al chivo, quedando su cría rezagada a indios, mestizos y blancos de orilla, mientras los godos se dedican al vacuno, más rentable, marcando el ganado una diferencia de clase.

Al distinguir la blanca cúpula de la Iglesia de Parapara de Rio Tocuyo, su destino final, su corazón se aceleraba, tenía casi quince días fuera y extrañaba a sus hijos, su marido y aquel caserío conformado por unas  cuantas familias, un pequeño valle situado en la falda de las serranías, fresco y de abundante vegetación destacándose del árido horizonte que lo rodeaba.

Luego de recorrer su calle principal arribaría con el cargamento, iniciando una febril actividad clandestina para esconder las armas en los depósitos subterráneos ingresando por una lápida oculta que hacía de puerta y daba a unos escalones que conducían a una bóveda.

Por estos caminos circulaba poder, dinero, militares, comerciantes, visitantes, una multitud inimaginable, por lo que una persona más con mercaderías pasaría desapercibida y ella era una viajera frecuente conocida por habilidad comercial.