Bartola regresaría con
sus tres hijos a Parapara en 1879, un año con una grave crisis económica, en el
cual repentinamente fallece el recién electo presidente, siendo convocadas nuevas
elecciones presidenciales, detonante de otro caos político. Todo había comenzado
por la inexperiencia en el manejo de la nación por parte del presidente Alcántara, cargo
al que había llegado por el apoyo de Guzmán Blanco, quien lo había propuesto
para ser su sucesor, a quien desde París, donde se
encontraba residenciado el llamado Divino Ausente, por las largas temporadas que pasaba fuera, le enviaba los lineamientos para el manejo del país, el cual en la práctica seguía siendo el Presidente en ejercicio, pero Alcántara
se subleva, no acata sus órdenes, traicionándolo, tenía apenas un año en el
poder, cuando ocurre el deceso.
Ante la sospechosa y
oportuna muerte, se desatan los rumores señalando al gobierno como culpable. Al
no emitirse una aclaratoria oficial sobre las causas de la muerte, una ola de temor
cubre la ciudad de los techos rojos, Caracas guarda silencio. No sucede lo
mismo en el poderoso interior del país, la Venezuela indómita, reacciona
bravíamente ante el vacío de poder, su líder, el general disidente León Colina, opositor al dictador, lanza su candidatura en medio de este clima de
tensión. Pero los grandes comerciantes, afectados en sus intereses por la
crisis originada por el extinto Alcantara, ante el temor de agravarse con este candidato rebelde al régimen, se unen al círculo del poder militar conformado alrededor del autócrata, quienes lo llaman de
regreso al país, surge así la Revolución Reivindicadora, excusa para que las elecciones
no se realicen.
Ante el descalabro político, el militar anti-guzmancista decide irse a las armas contra el gobierno considerándolo de facto por no provenir de unas elecciones tal como establecía la constitución. León Colina atrincherado en Coro, se entera que un
contingente de 4.000 hombres proveniente
de Barquisimeto al mando del General Fabricio Jacinto Lara, habían llegado a
Siquisique luego de pasar por Carora y Río Tocuyo reclutando hombres, allí venía
Antonio Perozo, el objetivo era recuperar la ciudad portuaria, destino al que se dirigen. Ante la
abrumadora presencia del ejército, el General León Colina decide rendirse, entregándose
al General Sulpicio Gutiérrez, Jefe Civil y Militar de Siquisique, encargado de
llamar a la reconciliación y la paz, por tener gran arrastre dentro de los pobladores por ser oriundo del lugar.
Al terminar este
conflicto, Antonio regresa a su hogar, un segundo mandato de Guzmán se había
iniciado el 25 de febrero de ese año, conocido como el quinquenio, pues
duraría hasta 1884. Finalmente la pareja se reencontraría, nacería su cuarto
hijo, el 20 de diciembre, sería Cosme Antonio, completando los dos nombre
de los hermanos gemelos sanadores, santos mártires, tomados por su madre Bartola,
el niño es bautizado en la Iglesia parroquial del pueblo, donde está asentado
dicho registro, figurando de padrino Francisco Brizuela y de madrina, una nueva
parienta, Manuela Santéliz, ambos parientes.
Guzmán Blanco llega de
Europa con ideas novedosa en materia internacional, posicionando los productos
agrícolas del país en los mercados externos, obteniendo grandes ganancias, dándole un impulso
a la economía para sacarlo de la crisis, por primera vez se usarían mecanismos
amedrentadores nunca vistos en diplomacia, con el fin de doblegar al mercado
internacional, mediante el cierre de embajadas, consulados y otros
establecimientos diplomáticos, además confrontaría a España, Estados Unidos,
Inglaterra y Holanda. La razón de la disputa con esta última nación se debió a
que las Antillas Holandesas de Aruba, Curazao y Bonaire eran refugios de los
opositores exiliados donde recibían apoyo internacional en pertrechos, de allí salieron varios golpes de estado, entre los más famosos estaba el de Bolívar y el del mismo Guzmán, con esta experiencia les exige no otorgar más asilo político a los Venezolanos.
Así llegaría el año de 1883
el país está en calma, nuevamente prosperando, pero simultáneamente se daría
una corrupción sin precedentes que empaña el desempeño del gobierno de Guzmán. Bartola,
se debate internamente por el desencanto del guzmancismo, daría a luz su último
hijo, sería una mujer. Su pariente y amigo, quien los había protegido en
Siquisique en 1876, cuando el alzamiento de Los Castro, el General Juan
Bautista Salazar es nombrado padrino de bautizo. Este militar estaba vinculado
con los Santeliz a través de su familiar, Ildefonso Salazar, casado con Rosa
Crespo Sambrano, oriunda del poblado de Aregue, descendiente del segundo
matrimonio de María Pinto de Cárdenas, originando a los Salazar-Crespo, enlazados
con las familias Santeliz, Nieto e incluso Perozo. Uno de estos hijos, llamado
Pío Salazar Crespo se casaría con una prima doble, igualmente descendiente de los
Salazar-Crespo, se trata de Manuela Santeliz Salazar de Salazar, parienta de
Bartola por ambos lados, madrina de bautizo de sus dos últimos hijos, Cosme y Juliana
del Carmen e igualmente de algunos Carmona Oliveros. En el registro parroquial
de Juliana, por primera vez en los descendientes de Bartola se observa el uso
de la letra “y” para enlazar los dos apellidos, escribiendo Perozo y Castro, costumbre
reservada exclusivamente a los mantuanos, un reconocimiento social a la pareja
para entonces, que denota la desaparición del estigma de ser de sangre manchada.
El nombre de esta hija es seleccionado por Bartola por
el de Juliana de Nicomedia, una santa de origen griego, a la que se le atribuye
haber vencido a Satanás manteniéndolo encadenado, historia muy conocida en la
Iglesia Medieval y en el mundo católico. La razón de esta escogencia es la
existencia de temas que habían llegado a su vida, atormentándola al cuestionar lo
que ella creía sobre lo el pecado o el Diablo y Dios, controversias prohibidas
por la Iglesia Católica, repentinamente siente que fuerzas misteriosas la están
tentando a través del libro de la Kabbala que guardaba en su baúl, el cual
había comenzado a leer, despertando una conciencia de la existencia de otras
verdades que la sacuden, iniciando una lucha interna con respeto a sus
creencias católicas, le ruega a la Santa que la ayude a apartarse del mal,
ofrendándola con su nombre dado a su hija para la protección de ella y su
familia, ante el pecado que cree cometer.
Este dilema comenzó un
día estando de compras en Carora, una de las tiendas que siempre visitaba era la
botica de su amigo el Señor Curiel, como rutinariamente había hecho muchas
veces para abastecerse de las pócimas, linimentos, tónicos y demás componentes
para las mezclas usadas en su actividad de curandera. Al terminar de
seleccionar lo que necesita mientras esperaba que le envolviera en papel los
artículos comprados, aprovecha para intercambiar conocimientos médicos con el
boticario, con el cual mantenía una empatía profesional, repentinamente este le
dice: “Señora Bartola, espere un momento, le voy a entregar un obsequio dejado aquí
de parte de su socio, el Sr Mordehay
Henríquez, me pidió que le dijera que era con el mayor
respeto hacia ud, si me lo permite, es un manuscrito que no se consigue en
librerías, nunca ha sido publicado, es de uso exclusivo de algunas familias
caroreñas, quienes lo poseen secretamente, no hay ningún compromiso de su parte
en leerlo, allí encontrara las respuestas que busca a sus orígenes”.
Al llegar a su casa,
estando los niños dormidos, bajo la luz de una lámpara de querosén, en medio de
una noche de tormenta, comienza a leer, su curiosidad la domina. Repentinamente
ante sus ojos se revelan secretos guardados que van más allá de la conspiración
política, de los asuntos carnales o de la sangre manchada al ser descendiente
indígena. Descubre que hay otro estigma que tiene que ser borrado, ocultado, era
el origen judío de la población caroreña, explicando las marcadas devociones
como la de los santos y ángeles característico de sus pobladores, no faltaba en
las casas de casi todas las familia, el cuarto de los santos o una vitrina
repleta de imágenes, colocada en un lugar preponderante para ser visto por las
visitas, con el fin de simular sus orígenes, sus verdaderos antepasados, amparándose
en un catolicismo exagerado, evitando ser descubierto, no levantar sospecha, incluso
hasta asumir la tradición de que uno de los hijos de toda familia debía ser
sacerdote o monja. Las razones estaban allí: la persecución de la Iglesia
Católica contra este grupo humano a nivel mundial que incluso alcanzó a
Venezuela y Carora, dando origen a los judíos conversos o “marranos”.
Su alma se acongoja al
enterarse que su amada iglesia, acosada por Guzmán Blanco, lo cual la había
alejado de la participación activa en su gobierno, paradójicamente la
iglesia también había sido un cruel perseguidor, condenando a muerte a miles
de personas por sus creencias religiosas. Cruza un relámpago iluminando el negro
horizonte, sobresaltándola en el momento que estaba leyendo sobre la Inquisición
en Europa, enterándose que España era la cuna de los judíos sefardí, vocablo hebreo
que significa español, así conocidos por estar identificados con esta cultura hispánica,
sin embargo mantenían sus creencias secretamente, originando el criptojudaismo.
Al emigrar de Sefarad a Carora, surgiría uno de los secretos mejor guardado,
al denominarse como ciudad levítica, resaltando su gran religiosidad por la
gran cantidad de sacerdotes católicos surgidos de ellos, sin embargo es contradictorio
al ver la vida poco ortodoxa de estos clérigos, uno de estos ejemplos era el del
irreverente cura de Aregue. La palabra levítico o leví tiene un origen hebreo, Carora, la ciudad levítica publicaba crípticamente así su
origen sefardita.
Continua su lectura que
la lleva a revelar que su existencia en Venezuela era tan antigua como el
descubrimiento de América, en las tres calaveras venían “marranos” expulsados
por los reyes de España mediante un edicto que los obligaba a abandonar el
territorio español después del 30 de junio de 1492 coincidiendo con el viaje de
Cristóbal Colón, no podían quedarse si no se convertían al catolicismo, lo que los
impulsa a embarcarse como marinos en esta peligrosa aventura, incluso, Colón al
regresar del primer viaje fue acusado por la Inquisición de ser judío por una
referencia que hace al comparar una luz avistada la noche antes del
descubrimiento con el menorá, candelabro judío, revelando sus orígenes.
La segunda referencia,
que dejaría pasmada a Bartola, sería enterarse que los manchegos llegados a la
ciudad de El Tocuyo, en el siglo XVI desertores de las filas del buscador del
tesoro de El Dorado, Pedro Maraver de Silva, eran judíos sefardíes quienes también
huían de España, los cuales participarían en las refundaciones y poblamiento de la
naciente Carora, ellos traían consigo grandes conocimientos en diversos ámbitos,
principalmente en construcción gracias a los cuales se daría el vertiginoso desarrollo
de la ciudad. Forjarían una nueva raza de venezolanos: el Caroreño, muy devotos,
cultos, pero sobretodo unidos entre sí, apegados a su tierra como nadie más, poco
ortodoxos en temas religiosos, permitiéndoles adaptarse
al nuevo mundo, hasta el mestizaje era aceptado como una necesidad, el mejor
representante de estos convulsos tiempos es Pedro Gordon, sepultado en la
Iglesia San Juan Bautista, al igual que su irreverente descendencia.
Por otro lado, debido a
la terrible persecución del Inquisidor Torquemada, los judíos sefarditas se
dispersaron por toda Europa, llegando a Holanda, de aquí a través de sus barcos viajarían a sus colonias, las islas
del Caribe, donde se establecen iniciando un intenso comercio con Coro desde antes
del siglo XVIII, identificándose con los pobladores originarios al compartir un
mismo origen, reconocidos por señales crípticas, estableciendo una rápida conexión
entre ellos, así florece un comercio ilegal que nutre la economía local, surge
la desconocida época de oro de esta región.
Ellos trajeron la Kabbala con sus misterios, el poderoso sello de Salomón,
un talismán frecuente encontrado en algunas construcciones
cristianas medievales, como es el que está en la fachada de Santa María de la
catedral de Burgos, usado con diversos fines protectores contra los malos
espíritus y también de incendios. Otro símbolo cabalístico es el árbol de la vida, uno de
los más importantes del judaísmo sefardita representado en su menorá,
candelabro de siete brazos que recuerda el arbusto en llamas que vio Moisés
en el monte Sinaí, igualmente este símbolo es común a culturas como las
indígenas representado en el árbol madre o árbol del mundo y en la religión
católica descrito en el edén como el árbol del bien y del mal. Los Sefarditas también
introducen la masonería y una orden cabalística, la de los rosacruces, dedicada
al estudio de antiguas tradiciones secretas y de la alquimia.
Luego en el primer tercio del siglo XIX llega una tercera generación de
judíos holandeses a Coro, son dueños de naves, firmas mercantiles receptoras de
productos importados producto del contrabando, manejan toda la cadena de
comercialización. Se ramifican a Carora, que les abre sus puertas, existen
lazos familiares, comparten el idioma español, en el manuscrito están sus
identidades. El secreto es fundamental, existía una poderosa razón,
no querían perder su nueva Sefarad.
Bartola, ansiosa desliza sus dedos por la lista de los nombres, son los
sefarditas llegados a estas tierras, súbitamente un rayo cae sobre un árbol
cercano incendiándolo, instante en que finalmente entendería, simultáneamente su
mente estalla en llamas de luz, como aquel árbol, allí está el apellido Castro.
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