Estos
éxodos se realizaban en los grandes trasatlánticos a vapor capaces de cruzar el
océano rumbo a Venezuela en una semana máximo 15 días, constituyéndose esos
viajes en un rentable negocio para los capitanes de navíos y los terratenientes
venezolanos quienes pagaban el precio del pasaje y demás gastos del viaje al
inmigrante a cambio de que firmaran una "contrata de trabajo”, quedando
durante años obligados a devolver con su
servicio todo el dinero que les habían anticipado para el viaje, aunque esta
forma de financiamiento les brindaba la única oportunidad de realizar un viaje
que era inalcanzable por los métodos tradicionales, la mayoría no podían hacer
frente a las deudas acumuladas pese a laborar dieciocho horas diarias, después
de cuatro o cinco años seguían debiendo el doble o el triple de lo que les
había costado el pasaje, ante ello su única salida era la huida hacia otros
pueblos aledaños.
La
fecha en la cual arribarían a Venezuela según fue el año de 1859, no entraron
por Coro, el puerto del país generalmente usado para el ingreso de los isleños
llegados clandestinamente y del contrabando ilegal que transitaban por el
Camino Real o Ruta de la Sal, Bartola hacia énfasis que ellos lo hicieron por el
puerto legal de La Guaira, localizado cerca de la Caracas de techos rojos, de la Venezuela
de los cultivos de café y cacao donde los primeros en llegar se quedaron en el
litoral central; otros subieron por el camino de los españoles que serpenteaba
por el cerro de El Ávila cruzándolo para poblar el Valle de Caracas y sus
alrededores ocupando la casi totalidad de las tierras, posteriormente las
oleadas de viajeros se vieron obligados a trasladarse
al interior del país en busca de oportunidades, así las regiones más alejadas
comenzaron a ser atractivas.
Dentro de estas provincias, el estado Lara por su
agricultura de plantaciones de caña de azúcar, de café y las famosas ganaderías
de Carora y El Tocuyo fue muy buscados, por lo que sus padres se vendrían
recorriendo caminos hasta llegar finalmente a Río Tocuyo, un poblado cercano a
Carora, conocido por sus fértiles tierras, donde se establecerían trayendo sus
costumbres y sus prácticas en el ramo ganadero, vitícola, sus tejidos, comidas
típicas y la religión católica que distinguiría a Carora como ciudad levítica.
En el territorio larense vemos hoy día la huella dejada por estos isleños, una
parte importante de la producción de tomates, cebollas, papas y vinos de la
zona es cosechada por sus descendientes quienes se integraron rápidamente a la región,
relacionándose con un entorno social que les era familiar, estableciendo un
fuerte sentido de pertenencia y asumiendo la nacionalidad Venezolana con tanta
pasión que los llevaría a participar en las guerras civiles que conmocionaban
al país del siglo XIX, que se desarrollaron en la ruta que pasaba por Río
Tocuyo, escenario de los más importantes acontecimientos acaecidos en dicho
siglo, de lo cual Bartola fue testigo y protagonista, contándolo como un abanico
multicolor de rojos, amarillos y azules, colores políticos que confundían de
tantos enredos e intrigas.
Cada
vez que Mamatola terminaba su narrativa, sentía que había cumplido con el
cometido de que en sus nietas quedara grabada la ascendencia de blanco español
puro, que su padre no era de sangre manchada, que internalizaran que no tenían
raíces indígenas. Pero esto eran solo verdades a medias que no le pertenecían,
eran mentiras verdaderas o quizás no?. Incertidumbres que en la mente acuciosa
de su nieta mayor de 12 años, la incitaban a preguntar: ¿Por qué esos
familiares que nombras no vienen a visitarnos? ¿Por qué nunca dices el nombre
de tu madre? y las más difíciles de todas, ¿Por qué nunca vamos a visitarte a
Río Tocuyo?, ¿abuela, se puede ser
católica y espiritista sin pecar?. Esto obligaba a Bartola a seguir improvisando
una mentira más que poco a poco dejaba rendijas por donde se vislumbraba la
verdad.
Las
otras niñas no estaban interesadas en estas dudas, solo querían saber sobre las
fiestas y que les enseñara a bailar, especialmente las morochas de 7 años, quienes
la admiraban por su figura estilizada y sus vestidos, querían parecerse a ella.
La morocha Elena, era atraída además por los libros de medicina que siempre
llevaba, ella le había puesto el nombre por su significado, quizás vislumbrando
su futuro, pues rompería los paradigmas de su época al dar el gran salto
cuántico de la Venezuela rural a la moderna e industrial, sería artífice de la
liberación de la mujer en su familia, no solo en lo social sino en lo educativo
e independencia económica del hombre, abriéndoles la ruta a la educación superior
y al igual que su abuela viviría experiencias muy duras que sobrellevaría
gracias a la personalidad heredada de Bartola, logrando dejar atrás las
decepciones. Dejaría de llamarse Elena para ser Helena, la antorcha que brilla, tal como lo presintió ella.
Suena el teléfono, buenas tarde amiga, es la historiadora de Río Tocuyo quien me llama para darme dos noticias, la primera que la fecha de la llegada procedente de España a ese poblado, según la narrativa de Bartola, mi bisabuela, era falsa, y la segunda que había encontrado el registro parroquial de ella con dos sorpresas. Así comienza a develarse esta intrigante historia…
Suena el teléfono, buenas tarde amiga, es la historiadora de Río Tocuyo quien me llama para darme dos noticias, la primera que la fecha de la llegada procedente de España a ese poblado, según la narrativa de Bartola, mi bisabuela, era falsa, y la segunda que había encontrado el registro parroquial de ella con dos sorpresas. Así comienza a develarse esta intrigante historia…
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