Entradas populares

miércoles, 19 de julio de 2023

Roz Mystírio. Capítulo XI Iniciación

 

Una asombrada mujer recorre la ciudad de Coro, la capital portuaria de Venezuela, sus decenas de comercios de la floreciente comunidad sefardita salpican las calles, múltiples avisos tintineantes cuelgan de sus puertas informando al público sobre sus variados artículos, unos importados, otros nacionales: mesas, vidrieras y regalos de Salomón López Fonseca, el negocio de J. Myerston y Co. anunciando sus "Máquinas de coser" para los talleres de costura y las familias pudientes, las posadas y mesones como el de Julio Capriles con su cartelón anunciando “Comida”, el cual producía un chirrido al ser mecido por el viento, las ofertas eran innumerables.

Una de las más llamativas eran las numerosas firmas comerciales de los Sénior que abarrotaban por doquier las calles adoquinadas de Coro, abarcando desde los ramos de velería para iglesias y hogares, jabonería, tenería, extracción de aceites, hasta el más floreciente negocio de esta familia que era el circuito exportador de La Casa Sénior, especializados en tres productos sumamente valiosos para la época: el café, las pieles de chivo y el dividive, árbol de las zonas semiáridas de cuya semilla se extraía un tinte con gran demanda internacional en la industria de la curtiembre, conocido como el grano de oro, exportados a los mercados de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania en bergantines que llegaban hasta los puertos de Liverpool, El Havre, Hamburgo, New York y New Orleans, transportados como contrabando en el primer tercio del siglo XIX, saliendo del estanque portuario más importante situado en La Vela propiedad de Jeudah Sénior, dueño además de numerosos hatos de cabras, ganado, plantaciones de caña de azúcar, haciendas de café, caballos, mulas y casas ubicadas en Coro, Carora, Maparari, Bobare hasta Barquisimeto, donde establecieron sucursales de esta firma.

Caminando por este maremagno de locales observando sus diferentes mercancías, de repente un aviso llama la atención, se trataba de la oferta de bergantines o goletas para la venta, cuyo propietario era Joseph Curiel, apoderado de judíos holandeses de Curazao dueños de estos navíos, asociado junto a David Hoheb, primer judío en nacionalizarse como Venezolano, quien poseía en exclusividad el derecho de peaje del Puerto de La Vela, ambos especialistas en la navegación mercantil entre Curazao y Venezuela, tradición de sus antepasados desde hacía más de doscientos años, negocio que demostraba la fuerte demanda de navegación debido al intenso intercambio comercial de la zona con el mundo conocido, tanto legal como de contrabando, personajes que serían clave para una misión encomendada a Bartola.

Al llegar a La Vela, el puerto propiamente dicho de Coro, lo visual te copaba, el espectáculo era intenso a pesar de los nauseabundos olores de desperdicios y excrementos. La plaza Antillana de la aduana con la estatua de la mujer holandesa, el mar azul con decenas de barcos de todo tipo y tamaño fondeados, bergantines con sus numerosas velas desplegadas vibrando al viento, barcos a vapor lanzando al aire una humeante neblina negra que salía desde un inmenso tabaco clavado en su cubierta, los sudorosos hombres descargando y subiendo bultos, los arreos de bestias, carretas y carruajes esperando para el traslado de mercancías y personas, comerciantes a caballo y a pie, estudiantes que llegaban o partían a lejanas tierras en busca del saber, principalmente los hijos de los Caroreños, era una experiencia inigualable.  

Otro floreciente negocio con sus vistosos avisos que se encontraban en estas calles eran los de compra-venta de diferentes propiedades y prestamos monetarios perteneciente al comerciante Mordehay Henríquez, quien igualmente se ocupaba de la "Sociedad Estudiosa" supuestamente cultural, cuya primera reunión fue realizada en la casa de su secretario, estando presentes varios destacados miembros de la comunidad y este personaje viajero frecuente a Carora en asuntos comerciales. Una de las primeras obras de teatro presentadas por esta sociedad fue sobre los druidas, antigua cultura europea, relacionada con rituales místicos y el ocultismo.

Los Curiel abrirían la primera farmacia de Coro y uno de ellos, Jacobo, se casaría con la caroreña Zoila Antonia Meléndez, cambiándose al catolicismo para poder residenciarse en Carora, convirtiéndose en dueño de la botica donde Bartola acudiría a comprar elixires y otros medicamentos, el cual mantenía una relación con el comerciante Mordehay y su secreta "Sociedad Estudiosa" que sería clave para Bartola.    

Joseph Curiel, el naviero, era un destacado personaje de la sociedad coreana, desempeñaba el papel de rabino, además era su matarife ritual, leyes con las técnicas para beneficiar a los animales, dejando su carne apropiada para el consumo, según la tradición judía. En Carora, hoy día, aun se acostumbra lavar las carnes con limón.

Repentinamente visualiza a otro hombre, quien era el encargados de desollar animales para la liturgia del ceremonial judaico, sería Namías de Castro quien además oficiaba numerosas bodas judías sin ser rabino ni de estar en una sinagoga, siendo solo conocedor de la ley, la práctica judía tiene la particularidad de aceptar que laicos puedan realizar estos ritos, hecho que le resultaba familiar a la mujer al recordar a su amigo el cura de Aregue que se saltaba algunas férreas tradiciones católicas y accedía que ella realizara algunos ceremoniales. Este judío desempeñaría en Curazao un papel clave en la toma del poder en Venezuela por parte de un nuevo líder, en el cual ella también participaría y de quien recibiría secretas indicaciones. Dos Castro unidos por el destino, una extraña coincidencia.  

La peregrina continúa su recorrido llegando al cementerio judío, fundado en 1832 por el naviero y rabino, Joseph Curiel junto a su esposa Deborah Maduro, a raíz del fallecimiento de su hija. Allí observaría la evolución de la comunidad sefardita a través de sus lápidas de calicanto. Las más antiguas con el escueto estilo hebreo sin adornos con nombres netamente judíos, en cambio la generación siguiente, nacidos en Coro, colocadas en el “Rincón de los Ángeles” tenían nombres característicos del catolicismo y decoradas con esculturas de ángeles, arcángeles, figuras humanas prohibidas en la tradición hebrea denotando la integración de ambas religiones. Una de ellas sobresale entre las demás, conocida como la plañidera por estar llorando sobre una tumba, se acerca cuando sorpresivamente escucha a la mujer que le cuenta su triste historia, una voz le dice en su interior que compartirán un dolor similar.

De estas lapidas, 16 presentan símbolos de origen masónico: el reloj de arena, el uroboro un animal serpentiforme emplumado que engulle su propia cola formando un  circulo, usado en la alquimia; otros son las flores, las garras de león y el pavimento ajedrezado. 

La masonería fue traída por los sefarditas, movimiento en el cual los judíos locales participaron activamente, tanto fue así que fundaron en 1856 la “Unión Filantrópica”. Estas “Sociedades del pensamiento” como se les conocía antiguamente, se inician desde fines del siglo XVIII tanto en España como en las colonias americanas, uno de sus símbolos más conocido es el hexagrama o sello de Salomón. Las Iglesias católicas fueron centros clandestinos de la masonería, lo demuestra la fachada de Santa María de la Catedral de Burgos adornada crípticamente con este sello, igual que el de la entrada del cementerio judío de Coro. Tiempo después Bartola descubriría un templo católico donde ocultamente también se realizaban ritos masónicos.

Esta era la pujante Coro del siglo XIX, una palpitante metrópoli con un intenso movimiento de personas nacionales y extranjeras, vorágine multirracial y multicolor que se confundían con los diferentes productos que entraban y salían del país. El visitante que llegaba a esta ciudad por vez primera era sorprendido ante su desarrollo comercial, sus calles abarrotadas de gentes, un ambiente colmado de sonidos de cascos de animales, de los gritos de los vendedores ofreciendo mercancías al mayor y detal, sumidos en una mezcla de idiomas inentendibles de los extranjeros llegados aquí, portugueses, franceses, libaneses, alemanes, holandeses, entre otros.

Bartola vestida de negro, con el alma y el corazón destrozado, se ve a sí misma en un profundo sueño, acompañada de los masones de Coro donde estaría un conocido quien le abriría las puertas de misteriosas sociedades conocedores de las ciencias prohibidas por la Inquisición. Serían sus tutores en la siguiente etapa de su vida, facilitándole adentrarse a las profundidades del espíritu, incluso viajaría en uno de sus barcos hacia un destino desconocido donde conocería a uno de sus maestros, tan liberal como el cura Domingo Vicente, quien la guiaría, sin prejuicio de sexo o limpieza de sangre, en una transformación tan radical como la de la crisálida a mariposa.

Señora Bartola, un hombre viene por el camino. Escucha que alguien le dice, sacándola del trance ensoñador.

Se coloca una mano sobre los ojos para tapar el sol y poder distinguir mejor,  el visitante trotando a caballo levanta una polvareda a su paso, repentinamente lo reconoce, por su mente cruza el recuerdo de aquel doloroso día de su violación.

Finalmente arriba a la hacienda, situada en Parapara, caserío que distaba 16 kilómetros de Río Tocuyo, prácticamente una prolongación del mismo poblado, era un caluroso mes de agosto.

Ella lo espera en la puerta, recibiéndolo cordialmente con un abrazo, lo invita a pasar a su casa.

Gregorio, tiempo sin verte, ¿Qué te trae por aquí? —Pregunta la mujer dulcemente.

Después de tomarse un vaso de agua del tinajero y de alzar a Cosme Antonio en brazos, les comentaría el motivo de su visita:

—He sido incorporado por Federico Carmona a formar parte de La Propaganda, designándoseme como objetivo reclutar miembros con el fin de organizar un poderoso grupo.

Gregorio se refería a la recién constituida agrupación política creada por Juan Agustín Pérez supuestamente con el fin de fortalecer el liberalismo de la amenaza del divisionismo pero la verdadera intención era vengarse de su enemigo Juan Evangelista Bracho. A pesar de ser ambos liberales y de haber combatido juntos en la guerra de 1870, se habían convertido en rivales irreconciliables por la disputa del cargo de Jefe Civil de Carora, siendo nombrado primero Juan Agustín Pérez pero años después sería sustituido por Bracho quien ejercería un férreo monopolio de los contratos favoreciendo exclusivamente a sus seguidores y familiares conocidos como los brachistas, perjudicando a los comerciantes perteneciente a la poderosa clase caroreña. Debido a esto los afectados por  Bracho aceptaron el llamado de Juan Agustín de formar parte de esta sociedad para proteger sus intereses menoscabados.  

Continúa la animada conversación entre Bartola y Gregorio quien entra en detalles.

Juan Agustín invito a mi tío a integrarse a ellos, pues conoce del apoyo incondicional a su causa, pero esto generó un fuerte malestar dentro de algunos poderosos miembros.

—Debido a esto ocurrió una división entre ellos, lo cual constituye un quiebre peligroso del cual pueden sacar provecho los conservadores.

—Se de los rencores del Clan Castro, con toda la razón, contra Juan Agustín por eso veo la necesidad de que constituyamos un grupo local de confianza afín a Federico que solo responda a sus órdenes.

— Por eso vengo a invitarlos. —Finaliza el visitante.

Para Bartola la ocasión era muy oportuna necesitaba pensar en otra cosa que no fuera los misterios cripto-judíos que la estaban atormentando, a pesar de que había dejado de ser guzmancista aún era liberal, cree poder incidir en recuperar el rumbo perdido, a pesar de la promesa hecha a su marido de no participar más en política, se daba cuenta que era una debilidad que debían corregir, no quería volver a sentirse perseguida como cuando borró su nombre de sus pinturas para evitar la deshonra a su marido, sin embargo una desazón le indica que debía tomarse su tiempo, la sangre derramada de sus parientes del Clan Castro estaba fresca todavía.

—Gregorio te espero para el bautizo de Julianita que será en una semana, el dos de agosto en la Iglesia de Río Tocuyo y el festejo lo haré aquí. — Expresa la mujer con su característica forma discreta y cautelosa de obviar respuestas.

Ella recién se había enterado de la identidad de su padre, el último secreto sobre su vida, al presenciar una acalorada conversación entre su madre y la tía Francisca Brizuela, ocultas entre los frondosos árboles de la plaza de Río Tocuyo frente a la Iglesia, a donde coincidencialmente se dirigía para participarle al cura la fecha del bautizo. Ella espera que terminen de hablar y sigue a Juana Bautista hasta su casa, allí decide emplazarla para que le confiese el motivo de la enigmática discusión, sin saberlo ambas, esta plática estaba siendo escuchada por otra persona que también había visto el agrio encuentro entre las dos mujeres y las estaba siguiendo subrepticiamente.

Su madre entonces le revela la oculta verdad: Leonardo y Francisco, algo mayores que ella,  compartían juegos desde niños con ella, al crecer, amaría con pasión a uno pero siempre la considero como una hermana y el otro a quien quería pero no amaba, le correspondía apasionadamente, le cuenta como en un momento de locura se había  entregado a Leonardo aquel día del encuentro en el río, huyendo de la casa de su madrina, debido a que él estaba casado con una hija de Juana Paula, sintiendo morirse de tristeza se encontraría con Francisco quien la consuela, le reitera  su amor y entonces ella lo acepta para olvidar a Leonardo. Al enterarse que estaba embarazada creyó que era suyo,  pero la verdad era otra.

Francisco quien está oculto detrás de la ventana lanza un grito, el velo del secreto a voces había caído, ante el engaño le pide a ambas mujeres que lo olviden, pero guardaría este confidencia el resto de su vida por el amor de padre que le había profesado a ella, quien era inocente del engaño, también cae en cuenta que su madre Francisca siempre había sospechado la verdad causando el rechazo hacia la muchacha y sus hijos, presentía que no era su abuela.

Ese día entendería que era una descendiente Nieto como calladamente se comentaba, no por los vericuetos de las endogamias de Río Tocuyo sino directamente, ahora comprendía el apoyo recibido por María Nicolasa Nieto en el nacimiento de su hijo Gregorio Urbano, producto de la violación, estaba en representación de su verdadero padre. Finalmente quedaría esclarecido el motivo del porque siempre Juana Paula le decía que era una Nieto y de la afinidad que siempre existió entre ella y el hijo de Leonardo, Gregorio, actual sobrino político de Federico Carmona Oliveros, todo quedaba esclarecido con la última revelación que le hiciera su madre Juana Bautista.

Bartola se dedicaría a organizar la ceremonia de su hija menor, su amigo, el General Juan Bautista Salazar, es nombrado padrino. Ese bautizo sería sin la presencia de Juana Paula, debido a su fallecimiento y de Francisco Brizuela, por la verdad develada.  

Por otro lado como consecuencia de todo esto, por primera vez se realizaría la celebración del bautizo en Parapara, al quedar liberada del compromiso con Juana Paula quien exigía que fueran en su casa, finalmente viviría su vida a plenitud, invitaría no solo a sus parientes afines sino también a sus vecinos, sus nuevos amigos. Allí estaban las esposas de Gregorio Nieto, de Juan Bautista Salazar, de Mordehay Henríquez, la de su primo Tomas con quien se había reconciliado, comenzaba una nueva etapa en su vida, su pasado olvidado, marcando aquel festejo su reconocimiento como una mantuana.

Bartola elegantísima vestida con el despampanante polisón que le daba la figura tipo avispa, comprado al señor Emil, dejando a las otras damas asistentes asombradas. La bautizada con un faldellín de encajes blancos y gorro en brazos de la madrina quien luciendo un traje de color violeta y crema a la última moda parecido al de la anfitriona, el padrino y el padre de la cristianada, con sus uniformes militares de gala, la tropa presente dando el saludo militar con andanadas de salvas a la recién bautizada, otorgando una atmósfera de glamour y elegancia característico de la alta clase social.  

Al realizar el registro parroquial de Juliana del Carmen, el cura parroquial usa la letra “y” para enlazar los dos apellidos, escribiendo Perozo y Castro, una costumbre reservada a los mantuanos, un sello social definitivo otorgado a Bartola, que denotaba no solo el final del estigma de ser de sangre manchada, sino también la admisión a este exclusivo grupo, un logro obtenido por sí misma y su marido a pesar de la desaparición física de su mentora.       

A punto de finalizar el año, la madre nota que a Damián le quedaban corto los pantalones y decide ir a Carora a comprarle ropa.

—Antonio acompáñame a Carora. —Invita la mujer.

—Está bien pero no voy a ir de compras contigo, eso es muy tedioso, visitare a unos compañeros de armas.   

Al entrar al local del negocio del respetado señor Emil Maduro venido de Curazao, quien siempre estaba muy bien surtido, nota que está discutiendo con un militar al cual reconoce como el General Sosa, manifestándole airadamente que se opone a la creación de ese grupo pues desconfiaba de su verdadero espíritu liberal, considerándolo un desatino político. El comerciante era un liberal radical y adversaba ferozmente a los godos caroreños que consideraba flexibles tales como Graciano Riera Aguinagalde y Ramón Urrieta, en cambio el visitante General Sosa si los aceptaba.

Dando vueltas entre los estantes de mercancía, revisando unos vestidos que le gustaban para sus hijas mayores, escucha cuando el tendero le explica al militar en cuestión que los liberales de Carora vivían traicionándose entre ellos, lo cual les traería graves consecuencias al olvidarse que los verdaderos enemigos políticos eran los godos dueños absolutos del comercio, la cría de animales, el sacerdocio, la agricultura, la mecánica y la farmacia, que esa división entre ellos para asociarse con los conservadores serviría para entregarles también el poder político y el manejo de la administración pública.

La mujer que estaba de espalda escucha unas pisadas que se alejan, voltea y nota aquel regordete sujeto con la chaqueta militar tan apretada que los botones parecían que le iban a saltar, se estaba retirando exasperado diciendo algo que no logra entender y al cual el tendero le responde gritando con una mano en alto que sacude: “Liberté, égalité, fraternité”, luego se acerca a ella con paso presuroso.

—Señora Bartola, ¿Consiguió lo que buscaba?—Le expresa amablemente el sudoroso comerciante.

—Si gracias señor Emil, ¿Me podría decir dónde están los pantalones para niños mayores? —Contesta la compradora.

— Discúlpeme haberme tardado en atenderla pero es que está sucediendo algo muy grave, se lo comento porque conozco de su entrega al movimiento liberal.

—Venga por aquí! —Le indica mientras continúa hablando sin recibir respuesta de la mujer.

—Por ser leal a mis principios, los godos siempre han sido mis enemigos, ahora desde que el Señor Montañez abrió su negocio no vinieron a comprar más aquí a pesar de que les daba crédito.

—En el fondo siguen siendo azules, por eso yo no puedo apoyar esa locura de acuerdo entre ellos, ni siquiera porque Juan Agustín me lo solicite. — Le dice mostrándole los estantes con la ropa masculina que ella comienza a seleccionar.  

—Quiere que se la envié a su casa? —Pregunta solicito el vendedor.   

—No, gracias señor Maduro, ando en la carreta con mi esposo! — Le especifica Bartola amablemente.

Mientras espera que le acomode la mercancía observa a aquel admirador de la Revolución francesa, propagandista de su lema que repetía constantemente para molestar a los recalcitrantes godos.       

Al salir de allí carga en la carreta los artículos adquiridos y se dirige a la botica del Señor Curiel, quien coincidencialmente ese día también le revelaría algunos detalles de la política local. Ella no notaba el interés de mantenerla informada no solo en conocimientos medicinales sino también en el campo político y otros temas desconocidos para ella, sin embargo estaba a punto de descubrir el complot del misterioso grupo que desde hacía tiempo la rodeaban cultivando sus dones curativos, además de enseñarle subrepticiamente el arte de las conspiraciones con sus secretismos. Menos que detrás de todo esto estaba su guía espiritual y gran amigo.

El hierbatero comienza la conversación como algo casual, le  dice que en el recién creado grupo circulaba una airada carta del General Sosa, quien consideraba que el ingreso de antiguos conservadores a La Propaganda alteraba la esencia del movimiento. Le recordaba a su amigo Juan Agustín Pérez como Bracho lo favoreció sobre su persona al quitarle la Recaudación de Rentas para dársela. También le aclara que Graciano Riera Aguinagalde a pesar de ser un godo conocido era preferible a los falsos liberales como lo era Carmona, con quien no compartía, le advierte que lo buscan porque lo necesitan pero después lo traicionaran, por lo que no debe apartarse de los liberales puros.

—Lo que escuchaste de que el señor Emil Maduro adversa esta nueva agrupación, agrava más la situación pues es de gran influencia entre los liberales.  — Le explica el Señor Curiel.

—En medio de este conflicto nuestro común amigo Federico queda en una difícil situación. —Concluye el boticario mientras termina de envolverle las compras realizadas.

A Bartola no le despierta suspicacia que el Señor Curiel dijera que Federico era su amigo pues estaba al tanto que ellos mantenían una buena relación desde que acudiera a su botica por su recomendación a comprar medicinas para su herida de guerra ocurrida en la Casa de los tres Balcones, después se enteraría de la existencia de otras razones. Lo que si le intrigaba que siendo todos liberales estuvieran divididos por sus simpatías personales, Sosa y Maduro tenían en común su animadversión contra Carmona, en cambio este era apoyado por Juan Agustín Pérez pero resulta que Sosa estaba a favor de Graciano Riera y Maduro no, provocando una apasionada disputa entre estos tres personajes. Forzado por esto, Sosa decidió organizar otro grupo llamados los Tradicionalistas conformada por liberales radicales apartándose de La Propaganda, acontecer que inesperadamente desembocaría en un fatídico suceso. 

Saliendo de Carora, Antonio le dice que no puede seguir camino con ella pues debe irse a todo galope a Parapara debido a una disputa entre dos soldados que termino con la muerte de uno de ellos, le indica que se dirija a Aregue y le pida a Silveiro que la acompañe hasta la casa. Acepta encantada la sugerencia pues así podría comentarle el embrollo sucedido en Carora a Domingo Vicente, entonces el cura le refiere que allí había otro más peligroso, pero por otra razón diferente, el caso era que varios poderosos generales, entre ellos Andrés Castro, su pariente, estaban contra La Propaganda debido a los hechos de 1876 que fueron liderizados por Juan Agustín Pérez, a quien no perdonan.

Esto es muy delicado por tratarse de militares del feroz clan de los Castro que no se dan cuenta que al declararle la guerra a La Propaganda están adversando a Federico, nuestro enlace con Aquilino Juárez y el poder estadal.  

—Entiendo que tú no participes en La Propaganda por los conflicto generados a raíz de los sucesos sangriento que protagonizó este hombre contra ellos, entonces te corresponde ejercer tus dones conciliadores y convencerlos de que Federico no tiene que ver con eso, que es una buena idea la de Gregorio de crear un ala carmonera al cual deben sumarse, o nos unimos o perdemos el poder —Detalla el cura.

Bartola transita el árido camino hacia Parapara, va concentrada en todo lo dicho por Domingo Vicente, a su lado con un trote lento esta su pariente el cacique Silveiro quien la observa, rompiendo el silencio le comenta como al descuido:

—Federico es nativo de estas tierras, tiene parentesco con los indios Figueroa a través de su hermana, su amistad con Aquilino Juárez y su desempeño le dan un gran poder político, el sería un buen candidato para ocupar el vacío dejado por el indio Reyes Vargas.

La mujer lo mira inquisitivamente y descifra su mensaje, a partir de ese momento Silveiro sería su hombre de confianza para las peligrosas y secretas misiones por venir.      

Debido a la finalización del segundo período de gobierno de Guzmán Blanco y las dudas de un siguiente mandato, los conservadores habían surgido nuevamente amenazando al liberalismo. Acontecimientos que llevarían a que Sosa se diera cuenta de que la disputa con Juan Agustín los debilitaba con posibles consecuencias fatales, entonces le solicita una reunión secreta con el fin de materializar un pacto entre ambos, para enfrentar a sus verdaderos enemigos, el partido conservador.   

Juan Agustín acepta y una tarde con una precoz y pálida luna llena que se alzaba en el cielo azul, recorrería el solitario camino que llevaba al templo tropezando con otros personajes. Vistiendo como marcaban las instrucciones del cónclave, camisas blancas con corbatas y trajes oscuros. Al llegar a la puerta, se saludaban con un apretón de manos, realizando una serie de manoteos conteniendo una clave implícita necesaria para poder identificarse como invitados a la reunión. Un hombre en la entrada les preguntaba: 

¿También vienes al entierro?.

Si respondían correctamente obtenían un voto de confianza que les permitiría participar en la conspiración, en caso contrario se avisaba estar presente un sospechoso y se guardaba silencio sobre el tema en cuestión, simulando con la actividad religiosa que les servía como mampara. Mantener secretos para esta sociedad era fundamental, confabular al margen del orden establecido era casi cotidiano.

Ese día, 21 de septiembre de 1884, se celebraba el Cantorío de Primera Misa del recién llegado padre Lisímaco Gutiérrez a la Iglesia San Juan Bautista de Carora, aprovechando la circunstancia para realizar un pacto de unión entre los Tradicionalistas organizados por Vicente Sosa y los miembros de La Propaganda dirigidos por Juan Agustín Pérez, adversarios hasta ese momento.

Bracho desconocía que secretamente el General Sosa se había incorporado al grupo de La Propaganda, expandiendo este movimiento hasta la capital Barquisimeto, a través de Carmona. No obstante tenían objetivos diferentes, los del nivel estadal era para defender al liberalismo, los del nivel local era para anular el poder de Bracho. Esta última razón es la que verdaderamente influirá en este pacto realizado en la Iglesia San Juan Bautista, favoreciendo que se sumen tanto liberales como conservadores al tener un elemento en común, sus intereses económicos.

Terminaba así el año de 1884 con la fusión de estas dos agrupaciones políticas, La Propaganda y Los Tradicionalistas, pero continuaban las fuertes discrepancias entre sus miembros debilitándolos.

Bartola, gracias a su don conciliador estaba capacitada para mediar en estos conflictos generados, de esta manera comenzaría a navegar en una nueva forma de hacer política, trabajos de inteligencia, de estrategias más que de acciones militares en sí, pero nunca imagino que esto la llevaría a una misión que convertiría los siguientes años de su vida cotidiana en  una conspiración de alta envergadura para tomar el poder, a pesar del peligro que implicaba, lo aceptaría pues su pasión por la política era una especie de vicio, además se había prometido nunca más dejarse acosar, cuan equivocada estaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario