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martes, 11 de julio de 2023

Roz Mystírio. Capítulo X Los Sefarditas.

 

Bartola se encuentra retomando su vida en Parapara con sus tres hijos, transcurría el año de 1878 sumergido en una grave crisis económica cuando repentinamente llega el correo con un ejemplar del periódico El Venezolano con una alarmante noticia: el recién electo Presidente Alcántara ha fallecido y serán convocadas otras elecciones.

Todo había comenzado por la sublevación de este Presidente, cargo que había obtenido por disposición de Guzmán Blanco, quien desde París enviaba a través del telégrafo los lineamientos para el manejo del país, pero aconteció que Alcántara al percibir que la prolongada ausencia podía ser definitiva no acata sus órdenes, traicionándolo, tenía apenas un año en el cargo cuando ocurre el nefasto suceso que daría inicio a un nuevo caos político, uno más de los tantos de esta época.

Ante la oportuna muerte del sucesor, los rumores señalando al Ausente como culpable intelectual no faltaban. Al no emitirse una aclaratoria oficial sobre las causas del fallecimiento, una ola de sospechas cubre la ciudad de los techos rojos, Caracas, guarda un temeroso silencio. No sucede lo mismo en el poderoso interior del país, las reacciones ante el vacío de poder no se hacen esperar y el disidente León Colina, quien había retornado del exilio y era férreo opositor al dictador, lanza su candidatura en medio de este clima de tensión, creyendo que su imagen serviría para aglutinar a los opositores pero no sucede así, los grandes comerciantes afectados en sus intereses económicos, ante el temor de un nuevo gobierno que agravara más la situación, se unen al círculo del poder alrededor del autócrata, llamándolo de regreso al país, surge así la Revolución Reivindicadora, una excusa para suspender las elecciones y fuera nombrado Guzmán Blanco como Presidente nuevamente.

A toda esta, Antonio es llamado urgentemente a Carora donde están organizando un destacamento para ponerse bajo el mando del General Fabricio Jacinto Lara quien venía de Barquisimeto como Comandante General encargado de someter al sublevado.

—León Colina se alzó en Coro, considera ilegal la designación de Guzmán Blanco como Presidente debido a la suspensión del proceso electoral y no lo reconoce.

Tú y tus hombres vendrán con nosotros a Siquisique. — Le informa su superior inmediato.  

Mientras tanto en Coro se corre el rumor que una tropa de ciento de soldados había llegado a Siquisique, reclutados entre Barquisimeto, Carora y Río Tocuyo, sin embargo la soberbia de León Colina le impide creer la información de la abrumadora presencia del ejército en su contra y se dirige a Siquisique con su gente pero al llegar ante la realidad de los hechos resuelve rendirse, entregándose al Jefe Civil de Siquisique, encargado de llamar a la paz entre las partes en conflicto. Por esta nueva capitulación, prácticamente sin poner resistencia, León Colina pierde credibilidad y desaparece como líder nacional, cambiando su territorio hacia Carora donde aún conservaba amigos y cierto prestigio como militar.  

De esta forma terminaba esta lucha armada dando inicio a un segundo gobierno de Guzmán que sería conocido como el quinquenio. Antonio regresaría a su hogar para retomar su cotidianidad, Bartola lo espera ansiosa y en aquel reencuentro la pasión envolvería a la pareja.

—Antonio siento como se funde tu sangre con la mía, que maravilloso milagro está ocurriendo dentro de mí, es indescriptible, estoy embarazada y será otro varón. —Dice Bartola recostada en la cama al lado de su marido mientras su rostro resplandecía.

Él hombre la observa curioso y se pregunta cómo lo podía saber si apenas minutos antes habían estado amándose apasionadamente, la detalla y ve su mirada perdida en aquel mundo al cual viajaba a veces, una faceta de ella que él ya conocía que sin embargo no entendía, solo aceptaba.  

A finales de año nacería su cuarto hijo, ocurrido el 20 de diciembre de 1880, llamado Cosme Antonio, completando los dos nombre de los hermanos gemelos sanadores, santos mártires, seleccionados ambos por Bartola, el niño es bautizado en la Iglesia parroquial de Río Tocuyo, figurando de padrino Francisco Brizuela y de madrina, una nueva parienta, Manuela Santéliz, hermana del segundo esposo de Rita Nieto, sustituyendo a Juana Paula quien había fallecido por lo que el festejo se realizaría por primera vez en Parapara.

Guzmán Blanco al llegar de Europa inicia su nuevo mandato con una serie de medidas para acabar con las intrigas en su contra, en materia internacional utilizaría mecanismos amedrentadores nunca antes vistos en diplomacia con el fin de doblegar al mercado internacional y darle un impulso a la economía del país para sacarlo de la crisis, procediendo al cierre de embajadas, consulados y otros establecimientos diplomáticos, además confrontaría a España, Estados Unidos, Inglaterra y Holanda. La razón de la disputa con esta última nación se debió a que las Antillas Holandesas de Aruba, Curazao y Bonaire eran refugios de los opositores exiliados que recibían apoyo en pertrechos, conformándose allí varios golpes de estado, entre los más famosos estaba el de Bolívar, debido a esto les exige no otorgar más asilo político a los Venezolanos.

Entre las medidas tomadas en el interior del país, estaría el cambio de Jefe Civil de Carora por presión de un poderoso grupo de caroreños, Juan Agustín Pérez ya no les era confiable y es sustituido por el acaudalado Juan Evangelista Bracho con fama de ser tacaño, desencadenando una serie de acontecimientos políticos que atraparían a Bartola.

 Convulsamente llegaría el año de 1883, el país está prosperando, pero simultáneamente se daría una corrupción sin precedentes que empaña el desempeño del gobierno, ella se debate internamente por el desencanto del guzmancismo.

Navegando en estos conflictos, dos acontecimientos se superponen, mientras en Parapara, Bartola nuevamente embarazada entre pujido y pujido daba a luz mientras simultáneamente en Carora se efectuaban varias reuniones conspirativas entre destacados caroreños.

—Vamos a la reunión que convocó Juan Agustín—Invita el rubicundo Graciano Riera al grupo reunidos en la plaza.

—No debemos permitir que la sed insaciable de dinero de Bracho nos lleve a la quiebra. —Expresa otro del grupo reunido.

Así surgiría una organización que se llamaría La Propaganda, liderizada por Juan Agustín Pérez, el cual no perdonaba su destitución como Jefe Civil y cuyo fin sería destituir a Bracho del poder local.

Bracho al enterarse del peligroso suceso destituye a Vicente Sosa como Recaudador de Rentas para designar al conspirador en su lugar, de esta forma buscaba calmar el creciente malestar en su contra que sabía se debía al excesivo control de su parte del dinero del estado y con ese nombramiento flexibilizaba algo su manejo.

En Parapara había nacido el último hijo de Bartola, una niña que se llamaría Juliana del Carmen, nombre seleccionado por el de Juliana de Nicomedia, una santa de origen griego a la que se le atribuye haber vencido a Satanás manteniéndolo encadenado, historia muy conocida en la Iglesia Medieval y en el mundo católico. La razón de esta escogencia, era la existencia de conocimientos que habían llegado a su vida, atormentándola al cuestionar lo que creía sobre el pecado o sobre el Diablo y Dios, controversias prohibidas por la Iglesia Católica, siente que fuerzas misteriosas la están tentando, por lo que le ruega a la Santa que la ayude a apartarse del mal, colocándole su nombre a su hija para su protección y la de su familia, una ofrenda ante la debilidad de conocer sobre estos temas que cada día crece más en ella.

En este despertar contribuye que su amigo, el párroco Juan Nepomuceno de ideas conservadoras, apegado a las normas religiosas, había muerto dejándola libre, sin las ataduras de sus consejos. En cambio, su otro gran amigo y confesor, Domingo Vicente Oropeza de ideas liberales e irreverente, contrario a las ideas conservadoras, cuando le consulto al respecto, se le quedo mirando fijamente y le lanzó una sorpresiva pregunta.

—¿Aun no lo sabes? —La interroga.

— Se nota que Juan Nepomuceno te oculto ciertas cosas importantes. —Le señala como un refulgurante rayo.  

Bartola decide alejarse de la curiosidad que le ocasionaba el asunto y se dirige a Carora a realizar algunas compras para el bautizo de su recién nacida hija, caminaba por la calle cuando escucha el galope de unos cascos, pasando por su lado dos carretas seguidas por tres arreos de ocho burros cada uno, generando un gran bullicio, una conmoción sacude al pueblo, se trataba de un personaje que se estaba mudando, venía como agente de una casa comercial de Yaracuy, era el General Ángel Montañez. Al verlo bajar de la negra carreta observa su baja estatura, las botas de suela gruesa que usaba para verse más alto, estaba bien trajeado pero sudoroso, de cabello escaso que peinaba hacia adelante para cubrir su calvicie que le recuerda una pintura vista de Napoleón Bonaparte, nota que no miraba de frente a los que estaban recibiéndolo, sacudiéndose despectivamente el pantalón como quitándose algo mugriento, al cruzar sus miradas durante un fugaz instante, se hunde en aquel abismo negro que eran sus ojos y descifra lo ambicioso, astuto, inteligente y sumamente peligroso que era aquel pequeño hombre y vislumbra algo nefasto con la llegada de este personaje, no era la primera vez que tenía presentimientos o visiones, a lo cual ya estaba acostumbrada, se sobrepone y continúa su camino.

Al entrar al negocio una campana activaba por la apertura de la puerta anunciaba la presencia de los clientes, entonces de algún rincón se asomaba amablemente un pequeño hombre para ofrecer su mercancía, al reconocerla la saluda.

—Que se le ofrece, señora Bartola? — Pregunta solicito el comerciante.

—Busco un vestido para usar en el bautizo de mi hija! —Detalla la mujer.

Aquel personaje que parecía salido de una novela por su puntiaguda barba y caminar saltarín la conduce por el local lleno de estantes hasta un lugar donde estaba un vestido de satén rojo y dorado recién llegado de Coro.

—Que belleza, señor Maduro! —Exclama la compradora.

—Dígame como se llama lo que tiene detrás dando volumen y donde está el resto del armador? —Pregunta Bartola mientras revisa el llamativo traje.

—Los armadores de aro circular no se usan ya en Europa, ahora solo se lleva esa pieza atrás que se llama Polisón y un corsé en la cintura para darle la figura de avispa de última moda. —Responde atentamente el vendedor caminando alrededor del vestido.

—Viene con este sombrero y esta sombrilla que hace juego.

—Me lo llevo y los de los niños también.

Una vez terminado de escoger los trajes le solicita que se los enviara a Parapara, servicio que le prestaba el comerciante por ser un viejo conocido recomendado por el hierbatero años atrás, extrayendo de su bolso unas monedas paga la mercancía y se despide cortésmente.

—Voy presurosa, todavía me falta hacer unas compras donde el señor Curiel. —Expresa amigablemente Bartola.

—Le enviaré a la madrina del bautizo para que le muestre estos vestidos, cuide que no compre uno igual al mío! —Expresa jocosa Bartola antes de salir de la tienda.

Entra en la botica de su amigo el señor Curiel, tal como rutinariamente hacía para abastecerse de las pócimas, linimentos, tónicos y demás componentes para las mezclas usadas en su actividad de curandera como el preparado de semilla de malagueta, utilizada como analgésico y antirreumático, además de sus hojas se extraía un aceite usado en perfumería muy popular en el siglo XIX formulas enseñadas por el hierbatero. Al terminar de seleccionar lo que necesita mientras esperaba que le envolviera en papel los artículos comprados, aprovecha para intercambiar conocimientos médicos con el boticario con el cual mantenía una buena relación profesional y de amistad, repentinamente este le dice:

Señora Bartola, espere un momento, le voy a entregar un obsequio dejado aquí de parte del señor Mordehay Henríquez. —Me pidió que le dijera que era con el mayor respeto.

Otro de los negocios que acostumbraba visitar era el del señor Mordehay surtido de velas, aceites, jabonería, mercancías de uso habitual en el hogar, también artículos como cueros para hacer calzados o tapizar sillas y hasta un órgano musical se podía encontrar con su respectivo método de enseñanza. Generalmente lo atendía su esposa por razones de viajes frecuentes del dueño a Coro donde poseía una importadora, su agrado al conocerse había sido mutuo, iniciando una amistad perdurable entre ambas mujeres, tanto que hasta clases particulares para enseñarla a tocar aquel instrumento de moda en la alta sociedad que Bartola compraría, siendo estrenado en el bautizo de su hija menor donde se luciría tocando una interpretación clásica acompañada por su comadre cantado.   

Es un manuscrito que no se consigue en librerías pues nunca ha sido publicado, es de uso exclusivo de algunas familias caroreñas, quienes lo poseen secretamente, no hay ningún compromiso de su parte en leerlo, pero allí encontrara algunas respuestas que busca. —Le explica el Señor Curiel.

Bartola lo toma en sus manos y al verlo se le hace familiar, da las gracias sin hacer ningún comentario y lo guarda en su maletín. Conocía al comerciante en cuestión ya que era su clienta habitual por sus mercancías traídas de Coro, sin embargo no imaginó nunca el papel que jugaría en su vida.

Al llegar a su casa, se asoma al cuarto de los niños, revisa a Julianita de apenas dos meses de edad, constatando que estaba plácidamente dormida, sale sin hacer ruido y entra en su habitación  encendiendo una lámpara de querosén, busca el otro manuscrito que le diera Domingo Vicente que guardaba en su baúl, lo observa bajo la tenue luz, se da cuenta del parecido con el que le acaba de dar el hierbatero, ambos eran de su entera confianza, entonces se pregunta ¿Por qué le regalaban libros tan similares?, así que decide abrirlo y finalmente comenzaría a leer, era una noche de tormenta cuando se abren las puertas a la existencia de otras verdades que la sacuden, estando en ese estado no podía detenerse, la curiosidad la domina, rasgando un velo que despertaría una lucha interna con respeto a sus creencias católicas.

Lentamente ante sus ojos se revelan secretos que van más allá de la conspiración política, de los asuntos carnales o de la sangre manchada por ser descendiente indígena. Descubre que hay otro estigma que tiene que ser borrado, era uno donde la población de aquella árida región, al unísono se esmeraban en encubrir, eran sus raíces judías, explicando las marcadas devociones a los santos y ángeles característico de sus pobladores, no faltaba en las casas de todas las familia el cuarto de los santos o una vitrina repleta de imágenes colocada en un lugar preponderante para ser visto por las visitas, amparándose en un catolicismo exagerado, todo para no levantar sospechas, incluso hasta asumir la tradición de que uno de los hijos debía ser sacerdote o monja, el objetivo era encubrir los orígenes de sus antepasados. El motivo estaba allí: la persecución de la Iglesia Católica contra un grupo humano a nivel mundial que alcanzó a Venezuela y Carora, dando origen a los judíos conversos o “marranos”.

Su alma se acongoja al enterarse que su amada Iglesia, acosada por Guzmán Blanco, lo cual la había alejado de la participación activa en el liberalismo, paradójicamente a su vez había sido un cruel perseguidor, condenando a muerte a miles de personas por sus creencias religiosas.

Enterándose que España era la cuna de los judíos sefardí, vocablo hebreo que significa español, conocidos así por estar radicados allí, asimilando su cultura hispánica, sin embargo mantenían sus creencias clandestinamente, originando el criptojudaismo. Al emigrar de Sefarad a Carora y sus pueblos doctrineros, surgiría uno de los secretos mejor guardado de esta sociedad, cuyo misterio podía intuirse en el hecho de denominarse Carora Ciudad Levítica, según ellos se debe a la gran cantidad de sacerdotes católicos surgidos de esta ciudad, sin embargo luce contradictorio al ver la vida poco ortodoxa de estos clérigos, uno de estos ejemplos era el del irreverente cura de Aregue con su escandalosa vida amorosa. La palabra levítico o leví tiene un origen hebreo que significa devoto, al denominarse a sí mismo como Ciudad Levítica crípticamente publicaba su origen sefardita. 

Cruza un relámpago iluminando el negro horizonte, sobresaltándola, se levanta de la silla asomándose por la ventana, observando que solo era una tempestad muy frecuente en esa época del año, aliviada continua su lectura, sumergiéndose en los secretos sobre la Inquisición en Europa y la persecución a los judíos Sefarad obligándolos a marcharse a destinos tan lejanos como Venezuela, en épocas tan antiguas como el descubrimiento de América, en las tres calaveras venían los “marranos” expulsados por los reyes de España mediante un edicto que los obligaba a abandonar el territorio español en fechas que coinciden con el viaje de Cristóbal Colón, se les prohibía quedarse si no se convertían al catolicismo, razón que los impulsa a embarcarse como marinos en esta peligrosa aventura, incluso, Colón al regresar del primer viaje fue acusado por la Inquisición de ser judío por un informe que hace comparando una misteriosa luz avistada la noche antes del descubrimiento con el menorá, candelabro judío.

La segunda reseña que dejaría pasmada a Bartola, sería enterarse que los manchegos llegados a la ciudad de El Tocuyo en el siglo XVI, desertores de las filas del buscador del tesoro de El Dorado, Pedro Maraver de Silva, eran judíos sefardíes que también huían de España, quienes participaron en las refundaciones y poblamiento de la naciente Carora, ellos traían consigo grandes conocimientos en diversos ámbitos, principalmente en construcción gracias a los cuales se daría el vertiginoso desarrollo de la ciudad. Forjarían una nueva ciudadanía: el Caroreño, muy devotos, cultos, pero sobretodo unidos entre sí, apegados a su tierra como nadie más, dispuestos a defender su nueva Sefarad basándose en el secreto, poco ortodoxos en varios temas de su comunidad permitiéndoles adaptarse al nuevo mundo, incluso el mestizaje era aceptado como una necesidad, el mejor representante de estos convulsos tiempos fue el mercenario Pedro Gordon, fundador de Carora, sepultado en la Iglesia San Juan Bautista, al igual que su irreverente descendencia en la cual se destacaba Diego Gordon, nombrado Juez Poblador de Río Tocuyo, uno de los invitados al matrimonio de María Pinto de Cárdenas.

Por otro lado, debido a la terrible persecución del Inquisidor Torquemada, los judíos sefarditas se dispersaron por toda Europa, llegando a Holanda, de aquí a través de sus barcos viajarían a sus colonias, las islas del Caribe, donde se establecen iniciando un intenso intercambio con Coro, identificándose con los pobladores del lugar al compartir un mismo origen, reconocidos por señales crípticas, estableciendo una rápida conexión entre ellos, así florece un comercio ilegal que nutre la economía local, surgiendo la época de oro de esta región.

Ellos trajeron la Kabbala con sus misterios, el poderoso sello de Salomón, un talismán frecuente encontrado en algunas construcciones cristianas medievales, como es el que está en la fachada de Santa María de la catedral de Burgos, usado con diversos fines protectores contra los malos espíritus y también  de incendios. Otro símbolo cabalístico es el árbol de la vida, uno de los más importantes y está representado en su menorá, candelabro de siete brazos que simboliza el arbusto en llamas que vio Moisés en el monte Sinaí, este árbol simbólico es común a culturas como las indígenas personificado en el árbol madre o árbol del mundo, igualmente en la religión católica descrito en el edén como el árbol del bien y del mal. Los Sefarditas también introducen la masonería y una orden cabalística, la de los rosacruces, dedicada al estudio de antiguas tradiciones secretas y de la alquimia.

Luego en el primer tercio del siglo XIX llega una tercera generación de judíos holandeses a Coro. Se ramifican por toda la ruta hasta Carora, existen lazos familiares. En aquel manuscrito están sus identidades, el secreto es fundamental, existía una poderosa razón, no querían ser perseguidos nuevamente, tener que abandonar su tierra.

Bartola, ansiosa desliza sus dedos como un huracán por la lista de los nombres y sus historias que parecía no acabar, comerciantes, maestros de obras, profesionales, piratas, llegados a estas tierras, súbitamente un rayo cae sobre un árbol cercano incendiándolo, simultáneamente su mente estalla en llamas de luz, como aquel árbol, finalmente entendería, allí estaba el apellido Castro.   

Pasa una hoja tras otra vertiginosamente, se siente mareada y el entorno comienza a difuminarse, repentinamente experimenta una sorprenderte experiencia, mentalmente ve como su vida transcurre delante de sus ojos: su nacimiento en las orillas del río Tocuyo, su primera comunión que coincidió con el desembarco de Ezequiel Zamora, el día cuando fue mancillada por los azules, su educación de manos de los sacerdotes de Aregue y Río Tocuyo, su participación en la revolución de abril de 1870, su matrimonio con Antonio, el nacimiento de sus hijos, su huida a las montañas de San Pedro, una desconocida travesía en un barco de vapor a tierras donde encontraría otra verdad, sus confabulaciones para borrar su existencia en la vida de sus hijos, su última rosa, luego se hunde en un laberinto y desaparece.


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