A finales de los '60 vi una película titulada Al Maestro con Cariño, cuyo
encabezado es pertinente para este artículo, protagonizada por Sidney Poitier, un
actor de color que personificaba a un profesor recién llegado a una escuela con
alumnos rebeldes a quienes los métodos educativos tradicionales no estaban
logrando los resultados deseados por lo cual decide aplicar herramientas
innovadoras. En este film además de distinguir los tres pilares que conforman
la educación, a saber: la escuela, las herramientas del proceso
enseñanza-aprendizaje y el educador, también apreciamos la solidaridad del
maestro ante las otras necesidades vitales de sus alumnos. Así que partiendo
del principio del buen maestro convicción que tengo por la impronta dejada por
innumerables educadores que transitaron en mi formación, siendo uno de ellos
Juan José Osteriz, director del Colegio La Salle para 1968, llegado a conducir
una época conflictiva que necesitaba una mano fuerte pero a la vez suave en el
novedoso trato femenino dentro de este conservador recinto con apenas un año de
abiertas sus aulas a la mujer venezolana, exclusivamente masculinas por más de
50 años desde su fundación en 1913. Conformábamos un grupo de jóvenes que nos
atraía lo prohibido, hoy nuestros parámetros resultarían risibles, una de esas
era fumar a escondidas en el baño, pero los varones tenían la desventaja de su
sexo que permitía a los hermanos lasallistas entrar al suyo y capturarlos para
llevarlos a la seccional a firmar el aterrador "libro de vida”, si
acumulabas tres eras expulsado. Las mujeres gozábamos la cualidad novedosa del
recato femenino que convertía al nuestro en zona vedada a los curas por lo
tanto fuera de su control y fumar era nuestro reto ejercido impunemente bajo
sus narices, pero un día nos enviaron a las limpiadoras, unas féminas traidoras
a su género, para atraparnos in fraganti en nuestro reducto emancipado y ser
llevadas a la dirección. Recuerdo que mi amiga Estela Crespo y yo permanecíamos
asustada esperando en la antesala ser atendidas mientras imaginábamos el
castigo que nos darían, estando en estas cavilaciones finalmente aquella
gigantesca puerta de madera oscura se abrió y la secretaria nos invitó a pasar,
nosotras lo que deseábamos era correr sin detenernos hasta estar a salvo fuera
del alcance de aquella amenazante autoridad. Al entrar estaba Juan José Ostériz
de pie, vestido de civil, sorprendiéndome que no llevara la sotana habitual,
mientras nos sentábamos observé que sobre su escritorio había una caja de
cigarrillo que el inmediatamente tomó en sus manos y nos las acercó
ofreciéndonosla amablemente, a lo cual respondimos: No señor director, muchas
gracias! Con una cálida sonrisa nos informó que en su nueva política estaba
convertir la dirección en un recinto disponible a los alumnos para fumar, luego
nos dijo que podíamos retirarnos sin recibir una amonestación, salimos
aliviadas y decepcionadas por perder el emocionante sabor del peligro de ser
expulsadas, ya no valía la pena fumar. Un año mas tarde, palparía otra vez la
dimensión humana de este maestro con su apoyo para salvar el año escolar a
punto de perder por una cirugía ortopédica realizada debido a las secuelas
dejadas por la poliomielitis sufrida en la pandemia que afectó al país en 1.955
y que me mantuvo en cama por casi 5 meses. En su carácter de director y de
conformidad con el consejo de profesores se aprobó no contabilizar mis
inasistencias, además mudaron el salón a la planta baja para que en enero de
1970 pudiera asistir a clases.
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