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miércoles, 7 de junio de 2023

Roz Mystírio. Capítulo VIII La guerra crucial

 

Desde la ventana de la cocina de la casa de Bartola se escuchaba el vocifero de los transeúntes, de cascos y el rebuznar característico de burros que se esparcía como un eco inundado el ambiente circundante, un sonido cotidiano que anunciaba la presencia de los arrieros agrupados en equipos generalmente de ocho burros y de los carreteros, un rosario de animales y personas en fila india, comparable a un éxodo de hormigas encadenadas marchando por estos caminos que cruzaban el árido paisaje conducidos por los guías que con vara en mano no les permitían flojear a los agobiados  y resignados cuadrúpedos con sus pesadas cargas conteniendo sal, papelón o diferentes mercancías de contrabando incluido armas procedentes de la región de Falcón con rumbo al interior del país. De regreso traían los chinchorros de dispopo, las hamacas de traperas, la carne de chivo, pero principalmente los cueros que valían más que la carne para ser exportados por el puerto de La Vela a los mercados internacionales. 

 

 

Desde la ventana de la cocina de la casa de Bartola se escuchaba el vocifero de los transeúntes, de cascos y el rebuznar característico de burros que se esparcía como un eco inundado el ambiente circundante, un sonido cotidiano que anunciaba la presencia de los arrieros agrupados en equipos generalmente de ocho burros y de los carreteros, un rosario de animales y personas en fila india, comparable a un éxodo de hormigas encadenadas marchando por estos caminos que cruzaban el árido paisaje conducidos por los guías que con vara en mano no les permitían flojear a los agobiados  y resignados cuadrúpedos con sus pesadas cargas conteniendo sal, papelón o diferentes mercancías de contrabando incluido armas procedentes de la región de Falcón con rumbo al interior del país. De regreso traían los chinchorros de dispopo, las hamacas de traperas, la carne de chivo, pero principalmente los cueros que valían más que la carne para ser exportados por el puerto de La Vela a los mercados internacionales.

Aquel barullo fascinaba a la mujer, siempre atenta a ayudar a algún peregrino con sed, hambre, una carreta accidentada en los lodazales que se formaban en época de lluvia o brindando sus dones de sanadora, era muy compasiva ante las penurias presentadas por los viajeros con los que se identificaba.

—Dorotea traiga la tapara con agua fresca y unas totumas para calmarle la sed a los viajeros. —Indicaba Bartola.

Unos de los guías le pregunta cual camino es mejor, ha escuchado que existían dos rutas, una más corta usado solo por los indígenas y los que huían de no se pagar impuestos de circulación.

—Cierto, pero escasea el agua durante casi todo el año, no hay estanques para abrevar las bestias por lo que es menos frecuentado. En cambio este vía es el camino real, más largo, pero esta cruzado por ríos y sembradíos, con posadas y comederos que brindan comodidades a los viajeros, es el más popular pero hay que pagar impuestos de salida en Coro y de entrada en Carora. 

Al verlos alejarse se quedaba hipnotizada mirando aquel movimiento oscilante de los sacos sobre sus lomos que semejaba un péndulo armonioso perdiéndose en el horizonte.

Sin saberlo el destino la llevaría a transitar por estos caminos innumerables veces, llegando tan lejos como Coro, ciudad que frecuentaría por diferentes razones, principalmente las comerciales pero también por los más grandes e inesperados secretos de su vida, llegando a ser un personaje reconocido al hospedarse en sus poblados.

Estos viajes se debían a que le agradaba manejar personalmente los negocios familiares, entre los cuales se encontraba la extracción de madera y dividive en el Valle de Moroturo, limítrofe con Duaca y productora también de cacao.

La madera es altamente demandada en Europa, exportándose por el puerto de La Vela en Coro, es un buen negocio.—Les recomendaban los Salazar.

De esta manera iniciarían la explotación de este rubro para ampliar su mercado de cueros y cocuy que les era muy favorable debido a que Antonio por sus conexiones gubernamentales se le facilitaban estos despachos comerciales, obteniendo una buena posición económica que les permitiría mantener una vida acomodada con servidumbre que peinaban la larguísima cabellera a su hija Julianita, igualmente el lujoso vestuario de pedrería y bordados que usaba Bartola y en la manutención de sus hijos.

Bartola cuidaba que se cortaran los árboles adecuados por su tamaño, ni tan pequeños que fueran desechados por los mercaderes pero tampoco los gigantes que era complicado trasladar. Esta selección demandaba experiencia y don de mando para hacerse obedecer por aquellos rústicos hombres y ella lo poseía.

—No corten ese, escojan aquel otro! — Ordenaba enérgicamente.

Un doloroso crujido señalaba su caída, mientras rodaban por la ladera se sentía la agónica despedida del verde ser,  al llegar a la ribera del río eran  montados en lanchones para ser trasladados hasta el “Salto”, una pequeña cascada, luego de pasar este obstáculo eran cargados en barcos de vapor, haciendo la partida definitiva, estas naves esperaban allí para recorrer el anchuroso río Tocuyo, muchos eran interceptados por los corsarios holandeses en la salida al mar en el Tocuyo de la Costa, todo un proceso que supervisaba quedándose en una casa que comprara para pasar temporadas allí, sin imaginar que tiempo después sería un refugio para ocultar un preciado tesoro.

—Señora Bartola corra, el leñador se cortó un dedo y está sangrando mucho! —Expresaba angustiado un leñador.

Servicialmente tomaba su maletín con sus hierbas e instrumentos y se encargaba del herido que eran frecuentes en dicha labor.

En este periodo que abarcaría unos 10 años se apartaría de la política para dedicarse al comercio, a su familia y una nueva actividad que sin darse cuenta empezaría a desarrollar, delineando parte fundamental de su destino, lo que no sabía entonces era que detrás de este crecimiento estaban unos ocultos maestros que se revelarían en su momento oportuno.

Los trabajadores de su hato, primero y luego sus vecinos paulatinamente notarían sus dotes no solo de sanadora sino también del extraordinario don de armonizadora de conflictos por lo cual se iniciaría un goteo de personas a acudir a su casa, unos enfermos, otros con problemas familiares, jóvenes sufriendo de mal de amores o simplemente curiosos que querían que les revelara su futuro.

—Señora Bartola, este muchacho me le echaron mal de ojo!

—Señora Bartola, el niño se me brotó de sarpullido y tiene mucha fiebre!

—Señora Bartola, hable con mi marido, creo que me está siendo infiel, últimamente no quiere nada conmigo!

—Señora Bartola, ayúdeme a conseguir novio!

—Señora Bartola, me podría decir si me va a ir bien en la cosecha!

A medida que su fama aumentaba, su hogar se inundaría de un mar creciente de personas que llegarían a constituir un problema, obligando a Antonio a poner un freno a dicha situación, por lo que evitaban ir cuando él estaba presente.   

Así la vida transcurría en Parapara en su cotidianidad de lluvias, inundaciones y sequías aquel año de 1874 cuando su nuevo vecino y también militar, llegaría con noticias:

—Antonio, el General León Colina se alzó contra Guzmán Blanco, sorpresivamente se vino de Coro para tomar a Siquisique. —Le informa el General Juan Bautista Salazar y continúa.

—El General Fernando Adames se encontraba allí por un indulto concedido del Presidente y está comandando a los lugareños, los cuales lo respaldan masivamente, complicando la situación.

—No le perdona al Presidente Guzmán, la afrenta recibida al decretarle a Caracas como prisión.

Lo más grave es que también tiene el apoyo de algunos godos caroreños que son sus amigos, entre los que se encuentra el poderoso, José Gregorio Riera.

Debido al rencor, Adames se confabula con su amigo y compañero de armas, uniéndose al alzamiento, una oportunidad de vengarse. Al ser León Colina un militar tan conocido en ese momento debido a que era el héroe de la victoria contra los Azules en la guerra de la Casa de los tres Balcones, le sería fácil contactar a otros generales distanciados del Ilustre Americano y convencerlos de sumarse a su causa, constituyendo una amenaza cierta a pesar de que había sido apartado del mando real del ejército por el Dictador buscando anular su popularidad y así consolidar el  poder, no obstante esta acción, a la larga sería contraproducente debido al creciente malestar generado  a este militar quien se le alzaría en varias oportunidades.

Sin sospechar en ese momento que los destinos de Antonio y Federico se unirían a través de este enemigo común, León Colina debido al turbulento remolino de acontecimientos ocurridos posteriormente en el Cantón Carora por estos enfrentamientos.

—Me llegaron órdenes de movilizar la tropa y partir para allá de inmediato, esta unión entre Adames y León Colina es muy peligrosa.

—Te recomiendo que envíes a tu familia a Aregue, allá estarán más seguros. Yo voy a sacar a la mía también.  —Finaliza el moreno y delgado militar ante la mirada preocupada de Antonio.

Un abrumador contingente que se perdía de vista recorren el polvoriento camino que va a Siquisique, los habitantes de la región nunca antes habían contemplado un despliegue militar tan avasallante, van bajo las órdenes de sus principales generales entre quienes destacaban Joaquín Crespo, Linares Alcántara y Hermenegildo Zavarce, estos dos últimos después de esta guerra se prestarían para una falsa elección del cargo de Presidente, lo cual desataría un polvorín de pasiones con consecuencias imprevisibles en el tumultuoso panorama político del país y la naciente familia Perozo Castro.

Este ejército llevaba órdenes de aplastar definitivamente a León Colina, dejar la tierra arrasada sin detenerse en los daños ni en los muertos, resultando devastadora para la población por la pérdida de vidas humanas y económicas. Los alzados serían derrotado rápidamente en este cruento conflicto, allí iría Antonio Perozo, enfrentando a su antiguo comandante en la guerra contra los azules ocurrida en Carora apenas cuatro años antes.

Bartola ese convulsionado año daría a luz su segunda hija, la llamarían Ramona Antonia por San Ramón, protector de las parturientas por cierta complicación presentada en el parto debido a la cercana guerra y la angustia de no tener a su marido a su lado. Este santo se colocaba volteado mientras se desarrollaba el trabajo de parto, prometiéndole enderezarlo si todo salía bien, sin embargo después del nacimiento duraba así varios días pues se olvidaban girarlo por estar celebrando el feliz acontecimiento. El desagravio era que le rezaban por nueve días iluminándolo con velas, le colocaban su nombre al niño o niña, por eso abundaban los Ramones y Ramonas. El segundo nombre de esta hija  de Bartola se debió a su padre, Antonio.

Al terminar este enfrentamiento regresa una relativa tranquilidad permitiendo celebrar en la Iglesia de Río Tocuyo el bautizo de la niña  a mediados de un veraniego año de 1875, los padrinos nuevamente serían Francisco Brizuela y Juana Paula Nieto, en cuya casa se realizaría el festejo al igual como había sido el de María Agustina, una rubia niña que contaba entonces con casi 2 años. Otro padre es el encargado de la ceremonia, Juan Nepomuceno estaba enfermo.

Mientras los niños juegan, al igual que lo hiciera antaño Bartola en aquella convulsionada Primera Comunión, se desarrolla una conversación entre dos asistentes al festejo, arrellenadas en sendos sillones.

—Comadre, ¿Qué paso con León Colina? —Inquiere la canosa Juana Paula a la madre de las niñas.

—Comadre, él no estuvo de acuerdo con lo de Adames y así se lo hizo saber al Presidente quien sin atender su reclamo lo separó del mando del ejército. —Explica Bartola a su madre de crianza.

—Molesto por todo esto, se alzó en armas, siendo barrido junto a sus seguidores y tuvo que rendirse. Guzmán Blanco, para evitar el malestar militar, le permitió salir rumbo al exilio pues ya no representaba ningún peligro, su liderazgo quedó acabado.

—Que problema, si no es Eusebio Díaz, es León Colina quienes alteran la paz del nuevo gobierno a pesar de que dicen ser liberales. —Comenta la anfitriona.

— Comadre, ¿Cómo es eso que Rita se volvió a casar? — Pregunta Bartola cambiando la conversación.

—Pues si hija, sin que nadie se diera cuenta estaba enamorada del pariente Juan José Santéliz Salazar, cuando lo anuncio todos se sorprendieron, menos yo. —Aclara la regordeta mujer.

—¿Por qué usted no? —Inquiere curiosa Bartola.

—Es que yo tengo un don, veo las cosas venir, como tú. Ella no soportaba estar sola y la viudez no le sentaba. — La matrona mira a Bartola y le sonríe dulcemente.

—Se fueron a Duaca de luna de miel. Allá hace un clima muy agradable, por lo que nos gusta comprar propiedades allá para vacacionar. — Termina la anciana con un suspiro.

Sería la última conversación entre las dos mujeres. La rueda de la vida daría otro giro y un hecho común del quehacer político, como era un proceso electoral, iniciaría una nueva cadena de sucesos violentos al año siguiente.  

 

 

 

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