Teniendo en mis manos la fotografía que se tomaran mis abuelos en 1913 al salir de su matrimonio eclesiástico realizado en Barquisimeto, sin ningún otro dato más que sus imágenes, comencé una investigación para conocer el contexto de la época, entender mejor su lado humano y tal vez algo de sus vivencias. Nunca imagine que esto me conduciría a la danza semidesnuda de Isadora Duncan, a los vestidos que llevaban las damas que abordaron el trágico Titanic y al maravilloso mundo del cine mudo, permitiéndome adentrarme a una desconocida sociedad larense, ayudándome a deshacerme de una serie de creencias erróneas, como por ejemplo que esas viejas épocas eran atrasadas y que el interior del país estaba desconectado del resto del mundo. Que equivocada estaba, había modernismo, conocimiento de la realidad mundial, arte, innovación y sobretodo una juventud rebelde.
A finales de siglo XIX, cuando nace la que sería mi abuela, imperaba la moda de la Belle Epoque, de rígidos corsés que estrechaban la cintura destacando pechos, con faldas muy anchas que caían con gran volumen sobre la cadera, llegando hasta el suelo, cubriendo los zapatos, añadiéndole una o varias sobrefaldas con vuelos hasta la rodilla, podían llevar una cola posterior que se extendía por el suelo. Estos grandes volúmenes logrados en las faldas eran gracias a los miriñaques o armadores, consistente en una estructura circular de aros de metal muy ligeros que mantenía huecas las faldas, al sentarse se cerraban como un abanico. Esta moda resaltaba una gran cadera con una pequeña cintura.
Acercándose al siglo XX, paulatinamente el diámetro del miriñaque se reduce quedando solo hacia atrás en forma ovalada, permitiendo que el delantero de la falda cayera recto, dando a la figura femenina una silueta más vertical. Cambia el punto de atención del cuerpo femenino, de las caderas se pasa al trasero, gracias al polisón. Se continúa usando el corsé resaltando los senos lo que le da a la figura femenina la característica forma de S invertida de esta moda. Con las mangas igualmente sucede una evolución, durante el Romanticismo eran ajustadas al brazo. A partir de 1890 las mangas de los vestidos aumentan de volumen hasta convertirse en grandes piezas decorativas. En 1892 se observa que esta ya no dibuja el hombro de manera natural, sino que posee un leve abultado, adquieren la forma identificada como ‘manga pierna de cordero’ o ‘manga jamón’. La figura femenina pasa así a formar una especie de dos triángulos invertidos unidos en una estrechísima cintura, lo cual daba la impresión del reloj de arena característico en este estilo. Luego esto desaparecería, la manga se convierte en sencilla, comenzando a usarse más corta por debajo del codo.
El cabello también
sufre cambios, del peinado altamente sofisticado donde era frecuente el uso de sombreros o mantillas con
peinetas de la Era Victoriana del siglo XIX, se pasa al estilo
“Pompadour” menos elaborado que lo convierte rápidamente en muy popular entre
las damas, consistía en un moño recogido en lo alto de la cabeza que se
realizaba escarmenando el cabello para darle volumen o se utilizaba un postizo
para tal fin, pero manteniendo un aspecto falsamente descuidado, dándole así
soporte a los enormes sombreros adornados con plumas y cintas.
Ya para 1910 continua
llevándose el cabello recogido en un moño o rodete y adornado con algún
accesorio especial, entonces surgen dos actrices que provocaron un cambio
revolucionario del peinado.
La primera sería
Isadora Duncan, una bailarina que se destacaría en los primeros años del siglo XX.
Su puesta en escena era novedosa, apenas algunos tejidos de color azul celeste
en lugar de los aparatosos decorados, llevando solo unas túnicas vaporosas que
dejaban transparentar su cuerpo y con las piernas desnudas, sin las clásicas
medias blancas, bailaba descalza y el cabello suelto, desafiando la rigidez del
vestir en el ballet clásico.
Algo más tarde surge
Lillian Gish, actriz de cine mudo que se convertiría en el ideal a seguir por
las mujeres a partir de 1912, causando una verdadera revolución en el estilo
usado hasta entonces del cabello ondulado, imponiendo peinarse con un estilo
liso recogido hacia atrás aparentando un cabello corto, con una raya al medio o
de lado, adelantándose a la época del charlestón.
Finalizando la
primera década del siglo XX vemos unos drásticos cambios en la moda de la mujer
tanto en peinados como en el vestir. En este último se eliminan los excesos ornamentales
que caracterizaron la figura femenina durante siglos, cuyo objetivo era integrarlas
a la decoración del ambiente.
Al desaparecer el
corsé y el miriñaque permitió que la mujer se reencontrara con su propio cuerpo
y con la moda. Surgen las medias transparentes que crean la ilusión
de unas piernas desnudas, escandaloso para la moral de la época. Se da inicio a
la simplicidad en el estilo de vestir femenino de la mano de Paul Poiret a
partir de 1907, cuyas contribuciones a la moda del siglo
XX han sido comparadas a las de Picasso en el arte. Actualizó
el vestido estilo Imperio que ya Zhanna Paken anteriormente en 1906, había
impuesto en su colección de ropa, pero esta modesta mujer prefirió quedarse en
la sombra, en un momento en que los diseñadores masculinos conquistaron la fama
y se convirtieron en estrellas. Paradójicamente la revolucionaria moda femenina de esa época
la imponían los hombres.
Así que para el año
de 1908 es furor el talle imperio, donde la cintura no estaba tan marcada y se
situaba más alta. Poiret liberó a la mujer del corsé y del miriñaque, fue
llamado "El rey de la moda", impuso el estilo Delfos
que marcó la década, con cintura alta, sin corsé y falda recta, que dejan de tener volumen, también crea la falda de medio paso. Este
diseñador se inspira en chitones griegos, de una sencillez extrema,
la tela plisada cae desde los hombros hasta los pies sin costuras ni
rellenos de ningún tipo. Los cuellos altos característicos de esta época entran
en conflicto con el escote en V que surge nuevamente. Sus diseños fueron
extremadamente populares en la era de preguerra y es parte de la moda usada en
el Titanic hundido en abril de 1912.
Conjuntamente con
esta simplicidad de líneas de sus vestidos, usaba borlas para adornar, capas o chales con plumas de
colores y estolas de zorro que concedían un aire escénico a
sus diseños, creó modelos originales inspirándose en diferentes trajes
nacionales, sombreros cosacos, mangas húngaras, chaqueta de Rusia, surgiendo de
su genio las blusas tipo túnicas, vestido de noche con mangas kimono, en
colores vivos combinados con tejidos suaves y flexibles.
Después vendría Jeanne Lanvin una estilista y
diseñadora francesa que fundó la más antigua casa de moda parisina, la
casa Lanvin. Comenzó su carrera con una colección infantil inspirada en su
única hija Marquerite. Luego en 1909 lanzó una colección para mujer
que se impone con un éxito arrollador, revolucionario para la época: una
línea juvenil pero manteniendo un estilo muy femenino. A partir de ese momento
su talento fue reconocido por sus vestidos y los colores usados, pues cambia el
espectro de colores habituales por uno mucho más alegre, entre los que destacaría
el azul Lanvin. Su prenda estrella serían los llamados "Robes de
Style" vestidos hasta los tobillos en tejidos vaporosos que se ajustaban a
la parte superior del cuerpo. Sus tres colores fetiches eran: el azul
Lanvin, el rosa Polignac en honor a su hija y el verde
Velasquez, para conservar
la exclusividad de sus colores, fundó su propio taller de
tintados en 1923.
El período 1908-1914
se caracteriza por una gran influencia en la moda femenina llevada
principalmente por el teatro, el naciente cine, las revistas, y los cabarets
que impulsaron una revolución en el estilo de ropa, cambios que impulsan la
liberación de la mujer.
En la fotografía de
mi abuela, lo primero que se nota es que no usa el vestido de novia blanco,
sino uno de color, por ser en blanco y negro no se puede asegurar cual es, pero
posiblemente era un azul Lanvin, su color preferido según la tradición oral
trasmitida por mi madre, es el usado por Isadora Duncan en sus esbeltos atavíos
estilo griego de Poiret.
Las evidencias de que
seguía la actualidad en la moda de esos años se pueden detallar en esta hermosa
fotografía, además del vestido de color, se observa el estilo imperio con falda
ligeramente plisada a varios centímetros sobre el zapato, flecos en bordes de
mangas y en el descote en V, conjugado magistralmente con un cuello alto
realizado en tul transparente salpicado con aplicaciones, ambos conflictivamente
de moda, lo cual denota la alta costura del vestido siguiendo el estilo
impuesto por Poiret, también las mangas ajustadas debajo del codo dejando los
brazos descubiertos, probablemente
haya sido importado o realizado en uno de los talleres de alta costura que
existían en la ciudad. Ademas lleva una cartera y abanico
como accesorios de vestir elegante, el uso de una mantilla que da un aire
escénico al diseño, muy de moda. Pero lo más llamativo es el sencillo cabello
liso, recogido hacia atrás con carrera a lo Lillian Gish, actriz que se
destacaba desde el año anterior a esta fotografía, época para
la cual ya había realizado doce películas, la más famosa era An Unseen
Enemy, que le permitió imponer su estilo de peinado, en el cual aparentaba
un cabello corto masculino, denotando la incipiente rebeldía de la mujer que tendría su máxima expresión en los años 20.
Al ver todo esto en
conjunto se puede deducir que esta joven mujer larense, residenciada en Barquisimeto,
tenía acceso a lo último en tendencias de moda en el mundo, a modistas
vanguardistas y como todo joven, era rebelde e innovadora. Es muy fácil
imaginar a esta pareja viendo una película de cine mudo en algún teatro de la
ciudad, es de recordar que Barquisimeto fue la ciudad con más salas de cines de
Venezuela. Podemos visualizarlos en la oscuridad mientras el novio aprovecha un
descuido de las chaperonas para acariciarle discretamente el dedo meñique, tal
cual lo captura la fotografía. O imaginarnos a esta joven recorriendo la Calle
Comercio, hoy Avenida 20, junto a su madre y hermanas buscando el vestido para
su boda, sumergida en un tumultuoso
escándalo que surgían de varios puntos simultáneamente, por un lado los tranvías a
tracción de bestias, más allá carruajes llevando pasajeros que pasan veloz, un trote incesante de caballos o mulas con hombres en sus
lomos, una multitud a pie recorriendo la vía en busca de sus múltiples servicios y mercancías.
Esta arteria vial era el centro de la dinámica actividad comercial donde las
personas acudían a la barbería, pulperías, zapaterías, sombrererías, confiterías, boticas o farmacias,
carpinterías, talabarterías, herrerías, imprentas, panaderías, negocios de ventas
de víveres y de mercancías importadas. También se
conseguían locales de médicos, de abogados, talleres de alta costura y de
bordados para la confección de todo tipo de vestuario. Era el sitio de la moda femenina.
Mi imaginación vuela y la veo
saliendo de la entonces Catedral de Barquisimeto, al terminar el acto
del matrimonio eclesiástico, va acompañada en romería por toda la familia
asistente y los curiosos transeúntes casuales que se suman, caminan rumbo a los estudios
fotográfico de la ciudad. Según establecía la costumbre, los
novios debían tomarse un retrato con el fin de dejar constancia de la
realización del matrimonio, luego de cumplir con esto, se dirigen en un
carruaje techado a la casa de la novia a festejar amenamente con música y
comida.
Barquisimeto era una ciudad
pujante, salpicado de salas de cines y teatro, múltiples talleres
fotográficos, el más famoso era el de los hermanos González que habían cerrados
sus puertas en 1906, sin embargo sus alumnos se multiplicaban por doquier, entre
los cuales estaba Amabilis Cordero y otros que dejaron un legado imborrable.
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